Al coger este libro de la pila buscaba una compilación de relatos cortos o muy cortos, algo que no supusiera mucha dedicación. Vi el libro era finito, y por el índice deduje que los relatos no poseían una extensión muy grande. Y empecé a leerlo sin imaginarme lo que encontraría al paso de las páginas: uno de los textos más rallantes que ha pasado por mis manos en todos estos años. Sí, lo sé, se trata de Ballard, autor de por sí ya bastante personal en cuanto a estilo y temática; pero con La exhibición de atrocidades digamos que se supera.
Escrito en 1969 el texto realmente se encuentra inmerso en el contexto cultural hippy, la experimentación y las ‘idas de olla’. Porque a mi manera de verlo todo el texto es una auténtica ‘ida de olla’ de Ballard, una muestra de sus obsesiones (Ralph Nader, los Kennedy, los choques de coches, su anómala visión del sexo, las zonas de hormigón y ruinas urbanas, los efectos del bombardeo de Hiroshima, etc.), todo ello de la mano de un estilo de escritura que se podría decir que flirtea con el monólogo interior de un demente. Todo muy experimental, vamos. El lado más experimental lo tenemos en ‘Las Generaciones de América’, texto en apariencia sencillo pero bajo el que se esconde un puñal: el ciudadano común, con el asesinato como vehículo, se convierte en el alma de todo un ¿país, continente?
Este libro casi psicopático o esquizoide carece de una línea temporal concisa, y en él el desarrollo de los acontecimientos no discurre de la manera habitual o natural. Los diversos ‘episodios’ en los que se dividen los relatos más que narrar hechos describen sensaciones, impresiones o subjetividades, configurando un estado mental casi de alienación. Al menos eso es lo que me ha pasado a mí (decir que gracias a esa alienación he conseguido que mientras he estado leyendo este libro ha aumentado muchísimo mi producción de microcuentos para @loumbrio: es que casi cualquier cosa ‘fuera de lo normal’ con la que me topaba me daba pie a una microhistoria. Ya tengo una pequeña batería de tweets en la reserva para cuando no consiga inspirarme).
¿Qué he sacado en claro del libro? Aparte de las obsesiones del señor Ballard poco más. Admito que no soy un erudito capaz de sacarle disfrute a esta obra, ni me da para realizar un análisis profundo de un texto que admito no he podido comprender. Aun así he podido encontrar algunas imágenes preciosas, impresionantes, como por ejemplo el uso de la superficie de Enneper como metáfora sexual. La lectura del libro mejora mucho si tienes a mano material de referencia, como por ejemplo una enciclopedia, para descubrir el qué y el quién de muchas de las referencias que aparecen el texto.
Una vez acabado tendría que ponerle una nota, como al resto de libros que leo, pero para este esa tarea se me hace muy complicada. Si tuviera en cuenta las veces que he tenido que levantar la cabeza del texto agotado por la lectura le pondría un 2, poco más; pero si me fijara en la fuerza y efectividad alienante de alguno de los pasajes debería otorgarle un 10. ¿Qué hago? Se trata de un libro tan extraño y personal que me atrae y me repele. Lo valoro con un 6, si bien seguro que si me preguntan cien veces podría darle cien notas distintas, dependiendo del punto de vista desde el que le recuerde.
Vaya mazacote de libro éste del que voy a hablar hoy. Felices pesadillas, con el subtítulo de ‘Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar (1987-2003)’ reúne un total de cuarenta relatos de otros tantos autores, en su mayoría clásicos en el género fantástico.
Pese al grandilocuente subtítulo de la obra, por desgracia hay que decir que un número demasiado alto de ellos no encaja con ese supuesto criterio de ‘lo mejor publicado’. Para más inri hay algún relato que no encaja con el género terrorífico, y otros directamente no son, ni de lejos, de lo mejor del autor aparecido en Valdemar.
Pero vayamos a un desglose al detalle de los contenidos.
La compilación empieza con un relato del para mí siempre fallido e insatisfactorio E.T.A. Hoffman, ‘Vampirismo’. Nos hallamos ante un texto ñoño y terriblemente mal envejecido, demasiado encasillado en el gótico más clásico. El género me gusta, pero ya evolucionado, cuando se desquita de esos fantasmas del romanticismo y la inocencia que poseía en sus etapas iniciales (Otranto y demás). Sé que debería ponerme en el lugar de un lector de inicios del siglo XIX, pero es que lo comparo con El monje y… vamos, como tratar de equiparar a Dios y un mendigo. El aplico un 5.
‘Las aventuras de Thibaud de la Jaquière’, de Charles Nodier, es un relato agradable al que le pesa el final en exceso moralizante tan de la época. Le pongo un 6.
Y con el tercer relato del libro ya empiezan las cosas raras en esta recopilacón. El magnífico texto de ‘Rip Van Winkle’ sin lugar a dudas pertenece ya al clásico de la imaginería si no universal al menos si norteamericana (lo que para nuestra desgracia queda cerca de lo universal). Una relato muy bien llevado pero que ¿qué demonios pinta en una recopilación de terror? Me parece magnífico que quieran difundir la obra de Washinton Irving, pero colar este relato en la compilación queda fuera de lugar. Aun así, un 7 por la muy interesante historia.
Uno de los grandes de la literatura del XIX, y grande con letras mayúsculas, hace su aparición en la compilación con ‘El elixir de larga vida’. Por desgracia el maestro realista Honoré de Balzac no logra demostrar habilidad en lo relativo al género del terror, componiendo un texto torpe por la excesiva descripción que rompe el ritmo. Además el final resulta exceso lento y poco efectivo debido a la extrema inverosimilitud del mismo. Que se lleva un 4, vamos.
Y seguimos con los pesos pesados de las letras francesas: le toca el turno a Alexandre Dumas (padre). Definir a ‘La bofetada de Carlota Dofay’ como relato de terror quizá suponga demasiado: más bien se podría decir que es una anécdota que guiña a lo macabro, a lo morboso, una pincelada relativa a un periodo tan convulso como la Francia de finales del XVIII. Por desgracia, y de esto no creo que tenga la culpa Dumas, hay una discrepancia entre los nombres, del título al cuerpo del texto: en uno es Carlota, en otro Charlotte. Por su sinsustancia le pongo un 5.
Saltamos de Europa a los Estados Unidos para, de la mano de Nathaniel Hawthorne, conocer a ‘El joven Goodman Brown’. Texto agradable, lleno de mala baba, por desgracia en su final se diluye un poco. Le pongo un 7.
La inclusión del relato ‘Los hechos en el caso del señor Valdemar’, de Poe, supongo que se deberá a un gusto personal del editor, dado que la editorial recibe su nombre del mismo. El relato no es mi favorito de Poe (‘El corazón delator’ o ‘La narración de Arthur Gordon Pym’, por ejemplo, lo superan) pero aun así supone un magnífico del buen hacer del de Boston. Un texto soberbio cuya calidad (hablando del género del terror) queda muy por encima de los anteriores, carente de mojigatería alguna. Sólo puedo otorgarle un 9.
Téophile Gautiernos presente ‘La muerta enamorada’, una historia con clara influencia de ‘El monje’. Agradable lectura que, sin embargo, sufre de una moraleja final. Se lleva un 6.
A continuación nos llega un clásico entre clásicos dentro del género: ‘El guardavías’ de Dickens. Poco decir de este soberbio texto: de corte moderno, adelantado a su tiempo. Le pongo un 8.
Joseph Sheridan Le Fanu aporta su granito de la compilación con ‘Schalken el pinto’. El cuento goza de una tensión y una ambientación interesantes y efectivas, llenas de detalles inquietantes. Sin embargo la expectación generada a lo largo de la lectura queda insatisfecha ante un final en exceso vago y sin atar. Aun con todo le aplico un 7.
El dúo formado por Erckmann y Chatrian nos trae ‘La araña cangrejo’, un relato que tiene un enorme, descomunal pero: ¿de dónde narices sale la criatura? Esta especie de precuela decimonónica de Arachnophobia hubiera ganado muchísimo con un pequeño apunte que justifique la presencia del animal tan lejos de su medio ambiente original. Al final le otorgo un 6.
Si no me equivoco éste es el primer texto de Wilkie Collins que leo y me ha sorprendido lo deudor a Poe que resulta este ‘Una cama terriblemente extraña’. Supongo que de Collins destacarán otros textos, no éste. Un 6.
Fritz-James O’Brian nos aporta ‘¿Qué es eso?’, un relato al borde de lo ‘fallido’. Destacar de él dos defectos: la construcción de la criatura deja bastante que desear, sobre todo en lo relativo a su comportamiento y objetivos, a lo que lo mueve, que no queda nada claro (al contrario parece un absoluto sinsentido); por otro lado el final de la narración carece de gancho o de giro, reduciendo el texto a la transcripción de una anécdota más o menos bien narrada. Le pongo un 5 y va que chuta.
Regresamos en el tiempo, al menos estilísticamente hablando, con Claude Vignon y ‘Los muertos se vengan’. Nos encontramos con el embrión de un relato de zombis, cuento echado a perder por su estilo en exceso decimonónico. Aun con todo se agradecen algunos detalles, como el de la antropofagia, lo que le hacen llevarse un 6.
De nuevo regresan los pesos pesados. Entre en el ring el cínico Ambrose Bierce con su ‘El clan de los parricidas’. Del texto podemos decir que posee un estilo magnífico, muy actual, dinámico y absorbente. Pero de nuevo no es terror. Es una especie de distopía o un universo paralelo, pero en el que no hay terror alguno. Es en ese detalle donde las historias se desmoronan una tras otra: el universo en el que se tejen no se mantiene, no es ni de lejos creíble. Sólo hay que pensar un poco más allá de los textos en lo que una sociedad como la que muestra implica para ver que no se sostiene de ninguna de la maneras. El esperpento no está mal, pero con sus límites. Aun con todo le pongo un 8.
El universalmente conocido autor de Drácula (y quien no lo conozca sólo se merece una cosa: una muerte lenta y dolorosa), Bram Stoker, nos trae ‘Los duelistas’. Nos encontramos ante un texto anacrónico, mal llevado y peor resuelto. Casualmente su final recuerda un poco a ‘El clan’, pero son una incomparable torpeza. Sólo he leído de StokerDrácula pero, por favor, que alguien me diga que ha escrito relatos cortos mejores que este bodrio. Ah, la nota: un mísero 3.
De Guy de Maupassant nos llega este ‘Junto a un muerto’, un texto en el que creo que se me escapa algo. O todo. No sé. Sólo puede admitir mi ignorancia en lo relativo a Schopenhauer, lo que me da que hace que no sepa valorar el relato. Aunque eso no me impide encontrar algo que es (creo) un descomunal error de bulto: si la boca está cerrada (y bien apretada) no se puede decir un par de párrafos más abajo que las mandíbulas están aflojadas. Y menos aun como para caerse la dentadura. En ese detalle se basa todo el relato, y como en eso falla, le pongo un 3.
Seguimos con otro clásico, Robert Louis Stevenson. De su pluma nos llega ‘El ladrón de muertos’, de nuevo un texto fallido. El defecto de la narración lo encontramos en el final de la misma, una resolución absolutamente carente de sentido, en extremo fantasiosa e injustificable, que choca con todo lo demás narrado en el cuento. Por ello le pongo un 4.
‘Pues la sangre es vida’ pertenece a Francis Marion Crawford. Nos hallamos ante un texto muy interesante, sobre todo en su potente imagen inicial. Sin embargo esa fuerza inicial de diluye a medida que las páginas se van sucediendo, inmersa en una historia gótica de corte demasiado clásico, que concluye de una manera floja, sin gancho. Pese a todo ello le pongo un 7.
Otro nuevo peso pesado, Conan Doyle, se hace presente en la compilación, El cuento que no trae es ‘John Barrinton Cowles’. Queda demasiado en el aire la naturaleza de ella (excederse en las vaguedades tiene esos problemas). Curioso el pasaje ‘inspirado’ en Frankenstein. Todo ello le hace merecedor de un 6.
M.R. James nos trae ‘El grabado’, otro clásico entre clásicos. De nuevo nos encontramos con un fallo de lógica: ¿qué hace pensar a Britnell que el grabado tiene algo especial? Ese es el detonante de toda la historia y en ningún momento se explica con claridad. Más aun, se da a entender que ‘los acontecimientos’ sólo suceden una vez, ante los observadores, y nunca más. ¿Hemos de entender que tampoco ha pasado antes? Si es así ¿qué hacía tan peculiar un grabado al que describen como vulgar? Pese a ese error le pongo un 7.
‘La pata de mono’ de W.W. Jacobs nos rasca el alma egoísta a través de un relato que se descubre como una pequeña maravilla. Sólo le puedo poner un pero: más carnaza, que se hubiera entrevisto algo de lo que hay más allá de la puerta. Le pongo un 8.
Tras ‘Intercambio mutuo, sociedad limitada’ de Arthur Quiller-Couch a uno le queda un regusto malo: dejadez. ¿Por qué? Todo relato debe tener una base argumental sólida para poder, a partir de ella, desarrollarse con un mínimo de credibilidad. En este relato nos encontramos, de nuevo, con que no se explica (ni siquiera se toca ese detalle crucial) de porqué no se reconocen los personajes a sí mismo ante un espejo. Esa estupidez hace que todo el castillo de naipes en el que se basa el relato se desmorone. Otro detalle que me ha disgustado, y en este caso la culpa pertenece absolutamente del editor, es encontrarme con que el relato aun no lo han publicado: ‘de próxima publicación’, dicen. Señores de Valdemar, ¿no ponen en su portada, en so contraportada, en su introducción, en su prólogo, que se trata de relatos ya publicados? ¿Qué tontería es esta? No hacen falta que me respondan, que me sé de sobra la maniobra que se oculta tras esto. Sólo quiero poner que quede claro que mienten y engañan al decir ‘Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar (1987-2003)’ e incluir éste, aun no publicado. Un 4 y va que chuta.
Demos paso a palabras mayores, a todo un dios en lo que se refiere a relatos de terror: Arthur Machen. De su mano nos llega esa soberana maravilla llamada ‘La novela del polvo blanco’. Poco decir a este antecesor de los Mitos, un relato redondo y lleno de esa impresión de horror vago, intuido pero no visto. Ya desde la primera vez que lo leí con cosa de 11 o 13 años en la compilación de los Mitos de Rafael Llopis me llamó la atención por su intensidad (dicha lectura, absolutamente recomendable, me marcó de por vida). Sólo me atrevo a ponerle un fallo: la un poco por los pelos alusión al Vinum Sabbatii como el compuesto detonante del horror. Si identificación resulta poco menos que sui generis. Pero se lleva un merecidísimo 10.
Con ‘La extraña cabalgada de Morowbie Jukes’ Rudyard Kiplingnos transporta a la remota India y nos sumerge en una extraña e inquietante tradición, brutal y cruel. Buen relato, de desarrollo intenso, aunque con un final tramposo. Lo malo es que no se trata de terror, lo que hace poco justificada su presencia en este volumen. Le pongo un 8.
Con ‘La maldición de los fuegos y de las sombras’ William Butler Yeats de muestra que lo suyo no es el relato corto. Ni siquiera el noble arte de crear fábulas. Relato simplón, más decimonónico que del s. XX, mal desarrollado y con la maldición mal resuelta. Aun con todo, por ese aire de leyenda que tiene y que me gusta, le pongo un 5.
Herbert George Wells nos presenta ‘El fantasma inexperto’, una especie de chirigota humorística y esperpéntica del mundo de los espectros con un final totalmente previsible. Le pongo un 6 dado que a esas alturas de partido (Wells no debería pecar en la inocencia del siglo XIX) uno ya debe esperarse más.
Jamás había leído nada de Edward Frederic Benson, y este relato de ‘La habitación de la torre’ me ha agradado. Y mucho. Tanto que lo considero intenso, eficaz, perfecto. Sólo se me ocurre ponerle una nota: un 10. Y postrarme ente su maestría.
Saki (seudónimo de Hector Hugh Munro) nos trae un relato de nombre extraño: ‘Sredni Vashtar’. Oculto tras ese sonoro título se esconde uno de esos relatos en los que se juega con el concepto de la infancia, y la crueldad que puede acompañarla. Pero en esta ocasión no se hace de la manera chusca y burda que utiliza Stoker en ‘Los duelistas’, sino que el autor juega mejor sus cartas y compone una historia creíble y bien llevada, que sólo flojea al final, con la increíble capacidad que un hurón para causar lo que se supone que causa. Le pongo un 8.
Apagada y pastosa, resuena ‘Una voz en la noche’, el soberbio relato de William Hope Hodgson. No sé cuántas veces lo he leído ya. Y le volveré a leer. Magistral, casi perfecto. ¿Qué falla? Creo que se podría haber mejorado no dejando soltar de esa manera a ‘la voz’ ese largo soliloquio, interrumpiéndolo con detalles de atmósfera y de relación con los marinos de la goleta. Pero se trata de una valoración personal ante un relato que posee una intensidad y una historia que ya le gustaría a muchos ahora lograr. En esta nueva lectura me ha venido a la memoria, no sé porqué, un relato de Clifford D. Simak, ‘Los cáiganse muertos’. ¿Se inspiró Simak en Hodgson? Ni idea. A lo que iba: un 10.
Horacio Quiroga nos presenta ‘El síncope blanco’, un relato ñoño, con ese aire fantástico poco esforzado que por desgracia se da en muchos autores. Como si la fantasía fuera un ‘todo vale’ en el que no hay que cuidar los detalles, escenarios y argumentos. Así quedan relatos como este, que se lleva un 6 y listo.
‘El comerciante de ataudes’ de Richard Middleton de nuevo pertenece al género del esperpento, del humor, pero no engancha al lector en momento alguno. Muy lejano en calidad a su ‘El buque fantasma’. Se lleva un 5.
Henry S. Whiteheadnos trae ‘El hombre árbol’, un relato de desarrollo lento, sosegado, ligeramente inspirado en los mitos vudús. Se trata de un texto sin pretensiones, al que le pongo un 5.
Y llegamos a la tomadura de pelo de Franz Kafka: ‘Ante la ley’. Tras haber manado a la basura el libro de Cuentos completos al ver que Kafka es una creación de su editor y de la cerrada y oscura comunidad judía (a mí relatos llenos de simbolismos cabalísticos o relativos a unas leyes que sólo entiende un grupo reducido no me parece que merezca el menos ensalzamiento; menos aun el que tiene el autor) ya todo lo que me lea de este hombre lo miro con lupa. Y con coraza ante la soplapollez/ida de olla que me encuentre. ‘Ante la ley’ es un chascarrillo, un chiste. Ni terror ni Cristo que lo soñó. ¿Los de Valdemar quieren darle prestancia a este volumen ante los gafapastas culturetas incluyendo el nombre de Kafka? Pues que les den por culo. Esta mierda de relato se lleva un 3. Y mucho me parece.
Huimos del planeta judeo-elitista y ponernos de nuevo los pies en la tierra con un texto de Hugh Walpole. El título de ‘La máscara de plata’ y el objeto al que alude es caso lo de menos en un relato de anulación de la personalidad. La atmósfera de amenaza que crea me recuerda a las de Campbell, pero menos lograda. De esa manera no acaba de enganchar, fallando como relato. Le pongo un 5.
En ‘Calor de Agosto’, de William Harvey, nos encontramos con el ejemplo de texto que al autor no sabe, no quiere o no se atrave a rematar, dejando un final exceso abierto. Un 4.
No voy a decir nada de ‘La llamada de Cthulhu’, de Lovecraft. Un 10. Punto.
‘El valle de lo perdido’, de Robert E. Howard peca, al igual que ‘Una voz en la noche’, de un trozo de excesivo monólogo. Nada más que en, si Hogdson sabe mantener bien la atmósfera, Howard cae en lo que yo llamo onanismo literario: se pone a relatar para su autosatisfacción un pasaje que muy bien podría haberse, si no eliminado, sí dosificado de otra manera. Aun así le doy un 8.
Aquí ya lo flipo: me encuentro el relato ‘Grillos’, de Richard Matheson. Matheson es, sin lugar a dudas, uno de los cuentistas de terror por excelencia de la segunda mitad del s. XX. Y, de entre el amplio abanico de posibles textos, van y plantan este fallido y simplón ‘Grillos’. Joder. Si es por extensión de texto que hubieran puesto el magistral (y al parecer incomprendido) ‘Vampiro’, o el aterrador ‘El vestido de seda blanca’, o… Pero joder, este no. Sólo se merece, por su chusca previsibilidad y su nulo clímax, un 3.
Acaba la compilación un relato de Pilar Pedraza: ‘Mater tenebrarum’. El texto trata de mezclar una atmósfera gótica y oscura con un cierto desparpajo y campechanismo (hay expresiones a mi gusto demasiado coloquiales) que hace que el conjunto chirríe. Además hay una serie de no sé si guiños a otros autores o a temas del género (el espectro hablando con la vampira, por ejemplo) que no ayudan a crear una buena atmósfera. Como resultado de ello el relato no engancha, a lo que no ayuda una historia que para su extensión no acaba de centrarse en nada concreto, y que cuando parece que lo logra sucumbe en un final nada satisfactorio. Por ello la pongo un 4.
Ale, se acabaron los relatos. La media me dice que el libro se lleva un 6’175. Un bien bajo. Y es que la verdad es que me esperaba más del libro, la verdad. Lo que decía al principio: si ‘lo mejor’ acaba con una media de un 6 algo ha fallado; la selección de relatos, que lo publicado realmente no posea tanta calidad… o que el lector resulte demasiado exigente. Puede que en el fondo el problema sea precisamente eso último.
Pero bueno: ha sido un compañero digno para unas vacaciones.
Han transcurrido varias semanas y, tras pasárseme el cabreo/indignación, ya puedo hablar de mi segunda experiencia en el Sonisphere, en este caso en la edición 2012.
De entrada habría que decir que el cartel me atraía menos que el de la otra ocasión: en 2010 estaban no solo mis favoritos, Faith No More, sino también Slayer, Annihilator y Megadeth, principalmente. Salvando la excepción de Megadeth a todos ellos nunca los había visto antes, algo que en mi caso (con casi 30 años metido en esto del heavy) suena triste. Pero la vida es así, y no he podido ver todos los conciertos que hubiera querido.
Pero a lo que iba: en el cartel de este año 2012 sólo destacaban con claro brillo Metallica, a los que tampoco había visto nunca, y eso que el Justice fue, junto al South of Heaven, fueron las dos primeras cintas originales que compré, allá por 1988. Por desgracia me doy cuenta de que estos Metallica de ahora distan muchísimo de mis queridos del Justice o del Master, mis discos favoritos de la banda. Pero algo es algo, y deseaba verlos. Entre el resto de grupos había uno que me gusta mucho (Slayer), algunos me agradan bastante (Kyuss, Within Temptation, Fear Factory), un puñado que entra en la categoría ‘algo menos’ (Paradise Lost, Soundfarden, Corrosion of Conformity, Children of Bodom, Mastodon, Evanescence, ), junto a otros los que directamente detesto (Sonata Arctica, Limp Bizkit, The Offspring). Luego estaban los que ni siquiera sabía quiénes eran. Cosas de estos festivales: una parte de lo que pagas (la friolera de 96 euros, que se dice pronto) pertenece al terreno de la sorpresa.
El primer día llegué tarde al recinto. La cosa empezaba mal: no pude ver a los C.O.C. Atravesé la puerta justo cuando Skindred terminaban su actuación. Sin pensármelo dos veces acudí al escenario principal.
Aunque bueno, la verdad es que me quedé en el intento: para mi sorpresa me encontré con que en derredor del escenario principal, y con un radio no menor de 50 metros, se desplegaba una valla que separaba al público ‘guay’ del resto de los mortales (mortales que habían pagado, como en mi caso, la bagatela de casi 100 euros). Si 15.000 de las antiguas pesetas te exilia a ver los conciertos en el culo del mundo (como mejor opción) ¿cuánto han pagado los de la ‘zona guay’? ¿Para eso pago ese pastizal, para no ver nada? ¿Acaso 100 euros no suponen una cantidad lo suficientemente importante como para observar con un poco de calidad a los artistas? En resumidas cuentas: me sentí estafado. Si hubiera pagado la mitad todavía lo comprendería; o si la zona guay estuviera en el centro del escenario, dentro del mismo, como hacían Metallica en la gira del Negro; o si el radio de esa zona guay no hubiera excedido los 10 o 15 metros. Si se hubiera cumplido una o varias de estas posibilidades no me hubiera poseído esa sensación de estafa, de engaño, de ‘mierda de país, donde te roban a la primera de cambio’. Pero no, me tuve que contentar con ver todo desde el culo del mundo, y eso que me acerqué bastante a la valla de los ‘pobres mortales’. Ni que decir que el cabreo aumentó cuando comprobé la catadura de la ‘gente guay’, individuos que en muchos casos (a juzgar por su actitud) lo que sucedía encima del escenario ni les interesaba ni prestaban atención: de palique entre ellos, mirando con una mezcla de sonrisa y disgusta hacia la masa aplastada en la zona pobre, haciendo fotos a sus novias o novios. Un buen puñado (no me atrevo a decir que muchos) tenían la pinta de tíos a los que alguien (la empresa X, el periódico Y, o quien sea) les ha regalado la entrada y han dicho ‘pos fueno, pos fale, pos malegro’ y han acudido al concierto. Mientras, algunos nos quedábamos bizcos intentando adivinar lo que sucedía en el escenario. Bizcos, cabreados e impotentes.
El soberano enfado continuó a lo largo del viernes y del sábado, pero no voy a hablar más de eso. Por ahora.
Regresemos mi entrada al festival, ese viernes. Como dije, al poco de llegar a las proximidades del escenario principal salieron Sonata Arctica. El grupo jamás me ha gustado, pareciéndome una versión ultrañoña de Stratovarius. Deseaba que el directo les volviera más contundentes, menos vomitivos. Pero no: resultaron más vomitivos aún. No sólo por la voz de pito amariconada del cantante, sino también porque los técnicos de mesa se debían haber agarrado una cogorza del uno (como para celebrar las primeras horas del festival) a hicieron que el sonido del grupo se redujera a una cosa: un jodido y sobredimensionado doble bombo. A ver, el doble bombo me gusta, e incluso en algunos discos (Imaginations from the Other Side) me parece casi el instrumento. Pero en el concierto de los ñoñijevis de Sonata Arctica acabó de rematar la jugada: maullidos y tacatac. Nada más. Joer, casi prefería sufrir los alaridos de Anne Nurmi que al baboso de Sonata Arctica. Paso de hablar más de estos basurillas.
Tras estos mierderos me fui a ver quién narices eran los canadienses Kobra and the Lotus, y no sé si hice mal, peor, o qué. Parecían un grupo que en estudio podrían resultar incluso interesantes, pero que en directo se perdían con los fraseos de guitarra (sonaban disonantes, mal encajados). Eso por no hablar de la ¿voz? de la cantante, que me pareció tristísima: una especia de versión femenina de Dickinson a la que le hubiera dado un ataque de Parkinson en las cuerdas bucales. Triste. A tomar por culo.
Tras acabar espantado de esos canadienses me pasé de nuevo al escenario principal y, ¡oh dios mio!, me topé con la mayor basura que uno se puede imaginar dentro de un supuesto festival de música heavy: un rapero con ropa veinte tallas más grandes que la suya y unos pantalones cagaos que parece que pertenecen a King África. Junto a ese un individuo con pinta de alien blancuzco, máscara de espejo y culo al aire (casi al estilo W.A.S.P., pero en mucho más hortera). ¿Quiénes eran esos esperpentos? Los infames Limp Bizkit. Con ellos mi cerebro se fue apagando, más y más. Deseaba tener a mano un lanzallamas y prenderles fuego a esos dos… seres. Su puta madre, que basura había sobre el escenario. Al menos el bajista realizaba una buena labor y me permitía sacarle algo positivo al ‘concierto’.
Pero por fortuna no tuve que soportar esa mierda mucho tiempo: en el escenario menor en poco empezarían a tocar Kyuss Lives! Un poco de stoner rock seguro que exorcizaría la bazofia de los raperos esos. Y vaya si lo exorcizó: vaya concierto se marcaron los americanos. Delicioso. Una secuencia de temas envolventes, que te obligan a saltar, a mover la cabeza como un puto jipi fumado. Magnífico. Recuerdo ese apoteósico ‘Thumb’ (quizá mi tema favorito del grupo), botando como un loco. Por dios. Pero lo mejor, al menos para mí, fue la descomunal presencia de Billy Cordell. Seguramente se deberá a mi antigua faceta de bajista aficionado, pero me suelo fijar mucho en ese instrumento. Y sólo puedo decir que en ese concierto ese hombre, al menos para mí, pareció llenarlo todo. Me recordó a un Geezer Butler en sus mejores tiempos: un bajo fluido, hipnótico, soltando fraseos propios, con alma propia y compitiendo con la guitarra. Lo que digo: una delicia. En conjunto la actuación me pareció de lo mejorcito del festival.
Mientras esperaba a que Paradise Lost realizaran su chou estuve cenando un poco (y mira que odio la mierda de costumbre esa de tener que cambiar mi dinero de curso legal por otro ‘de concierto’) y soportando a los churferos de The Offspring. Siguen sondando igual de descerebrados y vacíos que cuando les conocí: guitarreo simple para mentes simples.
De nuevo en el escenario pequeño escuché el concierto de los ingleses Paradise Lost, que me sirvió para comprobar que en su caso los años han pasado, y mucho. Les han pasado y les han pesado: viejos, por no decir decrépitos, encasillados en un subgénero ultrañoño y pastelero ideal para tías. Empezaron en él con el buen Draconian Times, y a partir de entonces cayeron en una espiral de comercialidad que les llevó a incluso imitar a Depeche Mode y otros grupos techno. Una desgracia teniendo en cuenta que hablamos de uno de los grupos icónicos del doom, los creadores de esa maravilla que es el álbum Gothic. El grupo que vi (otro de ‘mis tiempos’ que jamás había contemplado en directo) me provocó tristeza, más si cabe en la figura de un Nick Holmes incapaz de recrear la voz de esos primeros discos, como quedó claro con el ‘As I Die’. El contrapunto a la frialdad general de los componentes del grupo (el limitado y frío Holmes, el casi patológico caso de Greg Macintosh que aun siendo el pilar del grupo se trata de un pilar inamovible que en directo tiene mucho de témpano, o el apático y casi visceral Steve Edmondson) lo encontré en el alegre y volcado Aaron Aedy. El delgado, casi chupado, individuo de ‘mis tiempos’ ha engordado y ahora tiene un aire que me recuerda muchísimo a Peavy. Este hombre, aun en su humilde puesto de guitarra rítmica, vivía el concierto con una continua sonrisa y dado cada dos por tres muestras de agradecimiento al público. Una delicia ver a un músico tan contento con lo que hace. Lo dicho, qué grande el señor Aedy. En cuanto a la música, muchos temas del último disco, canciones que no aportaban nada nuevo, unos pocos temas más viejos, y absolutamente nada del Gothic o del Lost Paradise. El que acabara el concierto sin el ‘Eternal’ significó, al menos para mí, un jarro de agua fría. Una pena.
En el otro escenario al poco tiempo empezaron a tocar Soundgarden, pero nunca me gustaron. Orange Goblin no tenía ni repajolera idea de quienes eran, y los Machine Head no me apasionan, ante lo cual me retiré a mis aposentos con un sabor, más que agridulce, agrio. Y el sentimiento de haber sido estafado que me provocó la disposición de las vallas en el escenario principal.
¿Qué me depararía el segundo día? Pronto lo vería.
El segundo día llegué un poco más pronto para poder ver el concierto de Mastodon, un grupo que por su originalidad/rareza me gustan… y no me gustan. Hay partes de sus temas que me parecen magnificas, y otras que exceden mi gusto por lo progresivo. Pero en general me parecía una actuación digna de verse. O de intentarlo, porque la mierda del recinto para la ‘gente guay’ ese segundo día tenía un radio mayor. Su puta madre. Con la cámara puesta con el mayor zoom todo quedaba visto en el culo del mundo. Su putísima madre. Y eso que yo estaba situado a no más de dos metros de la valla. De la valla para pobres, mugrientos y demás desperdicios de baja ralea, se entiende. Por fortuna no había mucha gente y se pudo disfrutar de un buen concierto. Eché de menos mi tema favorito de esa gente, el ‘March of the Fire Ants’, pero no se puede pedir todo. Mastodon me demostraron poseer un buen directo, no perdiendo su virtuosismo.
Tras ellos veían los holandeses Within Temptation, el que posiblemente (junto al de Metallica) era el concierto que más ganas tenía de ver. Si en Mastodon destacaban los ritmos complejos y contratiempos a veces chocantes, con los Within Temptation se podía decir que uno esperaba todo lo contrario: melodías más o menos pegadizas y riffs facilones (vamos, como Paradise Lost). Pero, y ahí estaba la diferencia, con una cantante que en su último disco se ha desmelenado por completo. Cuando les conocí hace cosa de diez años (se dice pronto, estaban todavía con el Mother Earth) el sonido del grupo me parecía ñoño en general, y la voz de la cantante todavía más. Heavy para nenas, decía. Sin embargo con el tiempo han cambiado, se han vuelto menos amariconados (no me olvido del primerizo Enter, que parece pertenecer a otra banda) y más densos. Pero Sharon seguía con sus murmullos, sus suspiritos y sus medias voces. Perecía que tenía miedo de agarrar el micro. Hasta este último The Unforgiving. Decir que me sorprendió es poco: me dejó casi deslumbrado. Pero no a nivel técnico (siguen siendo muy limitados y simplones) sino en lo referente al apartado vocal: la ya señora Shanon se marca un tour de force a lo largo de todo el disco, con un chorro de voz lleno de energía y furia como nunca antes ha desplegado. Parece que compite consigo misma por demostrar hasta donde pueden llegar sus cuerdas vocales. Una delicia, vamos.
Por desgracia algo que en estudio se puede calificar como delicia en directo puede volverse… indescriptible. Me acuerdo de esa patética Kate Perry y su ‘Firework’: un tema que en estudio me parece interesante en lo relativo a la voz (salvando las distancias estilísticas, claro), pero que en directo la chica demuestra que es una absoluta nulidad: todo gorgoritos y gallos. ¿Podría Shanon igualar en directo el potente chorro de voz de estudio? Ahí estaba mi interés cuando dio comienzo el concierto.
En primer lugar un video de la viejuna Mother Maiden, al que siguió el por completo predecible (en lo relativo a que se trata de un inicio de concierto perfecto) ‘Shot in the Dark’. Y allí empezó el deslumbrante recital de Shanon. Su voz, perfecta. No sólo clavó los temas del nuevo disco (del que tocaron fácilmente seis temas; si no recuerdo mal fueron el citado ‘Shot in the Dark’, ‘In the Middle of the Nigth’, ‘Faster’, ‘Fire and Ice’, ‘Iron’ y ‘Sinéad’. Dudo de ‘Demons fate’ y no sé si ‘Starway to the Skies’), sino que incluso aplicó su furia vocal con los viejos. Recuerdo especialmente el ‘What Have You Done?’, que lo clavó (ayudado por la voz grabada de Keith Kaputo). Junto a la mayoría de temas del último disco también picaron de los otros (menos de Enter, que sigo pensando que reniegan de él), incluidos los megañoños e imprescindibles ‘Mother Earth’ y ‘Ice Queen’. Una pena que no tocaran el que quizá sea mi tema favorito del grupo, ‘The Cross’. Pero bueno, en resumen un pedazo concierto que me deja con ganas de verlos a ellos solitos. Antes de acabar de hablar de ellos dos cosas: la propia Sharon pidió disculpas por la excesiva brevedad del repertorio, algo que se agradece. Por otro lado la batería… ¿había alguien a las baquetas? El sonido de batería del disco es pésimo, frío, impersonal, simple hasta el hartazgo, de caja de ritmos; en directo peor que eso. Supongo que habrán contratado a Doc Avalanche. Resumiendo: muy bien el grupo, y Shanon perfecta.
Vaya rollo estoy metiendo: ya voy por las 2400 palabras… ya acabo.
Ahora hablaré un poco del show de Slayer. Y va a ser poco porque casi ni me enteré: al final de Within Temptation me encontraba, como quien no lo quiere, a un metro escaso de la valla para la mugre (para los idiotas que hemos pagado casi 100 euros, por lo que no somos guays y nos jodemos quedándonos a cien metros de la escenario). Una buena–mala posición: buena porque es lo más cerca que un triste mortal podía alcanzar; y mala porque esa lejanía suponía que la gente de unos metros más atrás, seguramente sin ver que estaba la jodida zona guay, no se conformaba con estar tan lejos y apretaba hacia el escenario. Vamos: aplastamiento insoportable. Si a eso le sumas un grupito de sudamericanos (del tipo indígena) medio borrachos (alguno entero, y sabiendo cómo suelen comportarse con el alcohol) sin mucho cerebro pero sí con mucho ánimo pendenciero, la jodienda y molestia es segura. Acabé hasta los huevos del enano de la cámara, un gilipollas con una cámara de no sé cuentos cientos de euros, que no llegaba me llegaba ni a la altura del hombro, pero que por sus santos y enanos cojones debía estar en primera fila. Vamos, que no le bastaba estar a mi altura, no: debía pasar delante mío y de los chavales que teníamos delante. Eso y su jodido colega borracho que a punto estuvo de montar una pelea a escasos centímetros de mí. ‘Vívelo, vívelo’, decía el muy gilipollas como para justificar el que tratara de aplastar a un tío que tenía delante, un tío casi le saca un palmo de altura. Junto a estas dos lumbreras había unos dos o tres más, pero esos se comportaron de manera normal para estas situaciones. Lo que no impidió que entre el enano y el borracho me rallase.
¿Qué se me quedó del concierto aparte de estos dos subnormales? Un Araya descentrado y con cara de pasmo, un Kerry King correcto, Jeff Hanneman ausente (sustituído por Gary Holt, de Exodus) y un Dave Lombardo perfecto. No recuerdo bien ni la lista aproximada de temas debido a la mala ostia que me generaron ese par de mierdas. Sé que sonaron ‘Dead Skin Mask’, ‘Reign in Blood’, ‘War Ensemble’, ‘Jesus Saves’, ‘Altar of Sacrifice’, ‘Die by the Sword’… vamos, un pequeño repaso a sus clásicos, junto a algún tema más moderno. Acabado el concierto de Slayer, y ya hasta los mismísimos cojones de esa pareja de idiotas, me piré a la parte de atrás, algo que hay que admitir que me resultó incluso difícil dada la cantidad de gente. Quería ver a Metallica, y enterarme de lo que veía, algo que en esas condiciones no podía hacer. Me retiré a la parte media de la explanada y aguardé a que empezara el concierto de de los de San Francisco.
Situado en una distancia media lejana respecto del escenario aguardé a la llegada de Metallica. No me disgustó del todo el lugar dado que gracias a las enormes pantallas, sobre todo la que ocupaba toda la parte posterior del escenario, parecía que estaba viendo un cine. A continuación pongo la lista de temas tal cual la fui apuntando sobre la marcha:
A las 23:00 empieza. Hora aproximada ya que no lo apunté en ese preciso momento. mi primer concierto de Metallica tras 25 años oyéndolos, queriéndolos y odiándolos. Ya era hora.
‘Hit the lights’. Cómo me sorprendió, muy agradablemente, escuchar este viejísimo clásico: la primera canción de Metallica que escuché en mi vida, quizá en el año 85. Un amigo de cuando yo era un chavalín, Esteban, me grabó en una cinta un disco de Kiss (el Lick It Up) para que los conociera y alucinara. Él era, y supongo que seguirá padeciendo ese defecto, un fanático de los maquillados. Tras oír la cinta le dije que el disco me gustaba mucho, sobre todo los últimos tres temas de la cara A. No recuerdo la cara que puso, pero supongo que sería algo similar a la de póker: los últimos tres temas que había en la cara A eran ‘Hit the lights’, ‘Whiplash’ y ‘Metal Militia’. Sin comentarios.
‘Master of Puppets’. Sencillamente descomunal. LA CANCIÓN de Metallica. Sólo por escuchar eso en directo ya pago feliz.
‘The Shortest Straw’. Buen tema, pero ni de lejos mi favorito del disco. El propio ‘Justice’ lo supera, por supuesto. O ‘Blackened’, o ‘The Eye’, o ‘One’… pero no adelantemos repertorio.
Sonó mi querido ‘For Whom the Bells Tolls’ y no pude por menos que recordar al indiscutible MAESTRO, el señor Clifford Burton.
¿Qué cojones era esa mierda grunge? No tenía ni puta idea de lo que estaba sonando, pero sin duda se trataba de basura post–negro. Luego he leído que se trataba de una canción llamada ‘Hell and Back’, del Beyond Magnetic. O quizá del Beyond Shitnetic. Lo dicho, una puta mierda grunge.
A continuación plantaron un video presentación del Negro, con tomas de la grabación, del día de la salida a la venta, de la gira, etc. Vamos, un video del R.I.P. de los Metallica que a muchos nos gustaban.
La interpretación del Negro empezó con el ‘The Struggle Within’, casi clavado al disco.
Sonó el inicio de ‘My Friend of Misery’ y recordé encantado esa línea de bajo que tanto me gusta. De nuevo lo tocaron perfecto, algo que se sucedería en el resto de temas demostrando que la banda se mantiene en forma, Trujillo mediante.
‘The God that Failed’.
‘Of Wolf and Men’.
Con ‘Nothing Else Matters’ entramos en el primer momento choni, ñoño, churriguay, pastelero. Las nenazas con sus mecheros o móviles al aire. Para olvidar, la verdad.
‘Throught the Never’.
‘Don’t Tread on Me’.
Sonó el ‘Where Ever I Roam’, uno de mis favoritos del disco.
Y, al fin, ‘The Unforgiven’, posiblemente lo mejor del disco. La anti–balada, el tema que me descuadró en su momento en lo relativo al estilo en que está compuesto: riffs potentes en los versos de melodía y riffs acústicos en el coro, todo para crear un tema que no es ni balada ni tiempo medio, sino un poco de todo. Y más. El tema que, en lo que se refiere a mis gustos personales, mejor ha envejecido. A la música le acompañó en las pantallas escenas del video clip. Adelante vídeo.
‘Holier than Thou’.
‘Sad But True’, otro de mis temas favoritos, muy bien tocado.
Y con ‘Enter Sandman’ entramos en el momento absolutamente choni, cutre y accesible. Un tema que al principio, cuando salió, no me disgustaba si bien me parecía demasiado radiofónico. Pero con el tiempo, tras tocarle en una y más bandas, tras escucharle hasta en la sopa en voz de cualquier gilipollas, macarrilla de tres al cuero o incluso criaja, tras servir de trampolín para convertir a Metallica en un icono popular, lo acabé aborreciendo como el que más. Ahora, al volverlo a oír, no puedo evitar sentir cierta nausea. Y la nausea se intensifica cuando veo a todo quisqui a mi alrededor cantándolo como si se tratara de un himno. Ese ha sido una de las canciones más dañinas para el mundo del heavy, un tema que ha hecho que el género se popularice y de entrada a gente que ni lo siente de verdad ni sabe asimilar lo que hay en él. Con ‘Enter Sandman’ surgió el metal–choni, por y para poligoneros y demás escoria. Sé que puede sonar reaccionario, pero añoro los tiempos en los que el heavy era un guetto cerrado, repudiado y casi endogámico, los tiempos en los que no había aficionadillos, ni curiosos, ni nenazas (me refiero a que no lo escuchaban las niñas que compaginaban Metallica con Camela sin despeinarse, porque nenazas como Stryper, Cinderella y Bon Jovi siempre las ha habido, siempre las habrá), ni nada similar. Tiempos en los que ser heavy implicaba una especie de compromiso que muchos se negaban a asumir.
Tras el pasteloso ‘Enter Sandman’ la banda se va.
Para al cabo de un rato sonar la intro acústica de ‘Battery’. Se me ponen los pelos de punta.
Absolutamente acojonante ‘Battery‘. Me dan ganas de pedir a gritos que sigan con ‘Damage Inc.’.
Suena un helicóptero, disparos suelos seguidos de ráfagas de M-16. La pirotecnia salta delante en el escenario y a los lados. Todo el escenario está envuelto en humo, sin ninguna luz encendida. Un acorde limpio de guitarra. Un escalofrío me recorre la columna. ‘One’. Láseres acompasados a la melodía, la voz de Hetfield perfecta. Sencillamente ‘One’. Sin palabras. Adelante vídeo.
Tras el apoteósico ‘One’ empieza el antiguo (y que en mi opinión ha envejecido muy mal) ‘Seek and Destroy’. La gente parece contenta, yo no: hubiera preferido un ‘Creping Death’ o de ese mismo disco un ‘Whiplash’ (ya que por soñar soñaría con ‘Anesthesia/Pullig Teeth’ para que Trujillo demostrara sus dotes). Pero se trata de mi gusto, y el tema es todo un clásico. Clásico que lleva mal los años, insisto.
A la 1:11 esto se acabó.
Me ha quedado un sabor agridulce, y rezo para que en 2016 hagan una gira similar, pero tocando todo el Master por los 30 años del disco. Eso sí que será digno de recordar.
Acaba Metallica y soy consciente de varias cosas:
Sigo con un cabreo monumental por lo de la ‘zona guay’.
Los Evanescence me gustan algo, pero realmente de ellos sólo me encanta un tema, ‘My Immortal’.
Mis amados y venidos a menos Fear Factory van a tocar muy tarde (anunciaron lo del retraso tras acabar Within Tempation), y no tengo ganas de esperar tanto.
Así que amplío mi armario con una camiseta de Metallica y me piro a casa, a ver si se me pasan las ganas de matar a los organizadores del festival.
Con las pocas fotos decentes que conseguí hacer he creado un álbum en flickr, por si a alguno le interesa.
Antes de acabar voy a hablar un poco de esa panda de cretinos. Sí, me refiero a los organizadores del festival. A ver, señores, parece que han nacido ayer, o son de la virgen del puño, o ambas cosas. No se puede tener un recinto en Madrid, en Mayo, con 55.000 personas (esa cifra de asistencia dan para el sábado) apretujadas contra un valla, con todo lo que eso implica, y no tener unos miserable cañones de agua pulverizada. Joder, que hacía calor: por la propia climatología, por el mogollón que se formó, por todo. Joder, y es que con esas la manera de aplacar el calor era repartir un puñado contado de botellas de agua mineral. Botellas que llegaban sólo a la primeras fila y a unos pocos, por supuesto. Había más facilidades de refrescarse con los dispensadores móviles de cerveza (pagándola a precio de oro, claro) que de recibir una sencilla ducha agua pulverizada. Ya pasó lo mismo en el otro Sonisphere que estuve. Y veo que volverá a ocurrir en este país de mierda, donde lo importante es que el gilipollas de españolito pague, que una vez ha pagado que le den por culo. ¿Lipotimias por el calor? Que se jodan por ser tan endebles, que yo soy el promotor y ya les he sableado por la entrada: si no querían sufrir esos agobios que me hayan pagado más para entrar en la ‘zona guay’.
Basura.
Bueno, acabo que todavía me vuelvo a cabrear. Y ya van más de 4.300 palabras, que no es moco de pavo. A ver si alguno se ha currado una reseña más extensa de este festival.
Cuánto tiempo ha pasado desde que leí mi último Stapledon: La última y la primera humanidad. La obra de este sociólogo, filósofo, visionario y humanista siempre me ha resultado interesante en tanto y cuando es muy diferente al resto de autores: él, más que novelas al uso, escribe tratados, incluso ensayos, con la característica de estudiar algo que no existe… pero que podría existir.
Así, en Sirio (y antes del descubrimiento del ADN) Stapledon nos sumerge en los resultados de la manipulación y humanización de animales. Sirio es un superperro, una mente cuasi humana (y a veces demuestra su superioridad, sobre todo en la madurez emotiva) encerrada en el cuerpo de un enorme chucho, con todas las limitaciones que ello conlleva. Por culpa de esas circunstancias el perro que no lo es ve cómo su vida transcurre en un limbo, entre lo canino (naturaleza con la que no se acaba de identificar al tratarse de algo inferior, animal) y lo humano (una realidad en la que por su físico y realidad sensorial no puede encajar). Ese limbo crea una personalidad atormentada que en cierta medida recuerda a la criatura de Frankenstein.
A lo largo de las páginas Sirio nos hace ver las glorias, miserias y mezquindades del animal humano: el entorno rural, vivo, atrasado y tradicionalista; la universidad, elitista y a su modo alienante; el sinsentido de la guerra; la religión, un engendro de base inexistente pero válido como factor de ayuda social; la superstición como detonante de la violencia y el drama. Todo esto, y más (incluida una experiencia mística y un demasiado católico flirteo con la religión), encontramos en Sirio.
Pero… es que Stapledon escribe Sirio nueve años después de Juan Raro. Y uno no puede evitar las comparaciones: de un lado tenemos la historia de un perro igualado mentalmente con el hombre, y que con esa óptica describe a su creador; y por otro lado hay un superhumano al que su condición superior lo convierte en observador privilegiado del animal humano. ¿Hasta qué punto Sirio es una reescritura de Juan Raro? ¿O los libros quizá se complementan, en tanto y cuanto que uno de ellos parte de algo que de lo inferior acaba igualándose con el Hombre, y el otro nos descubre a un personaje que se descubre como el siguiente paso en la evolución del Hombre? A mi entender es más un complemento que una copia: Juan Raro muestra un estudio frío y distante de la humanidad, mientras que Sirio lo hace desde una emotividad desesperada.
Lectura muy recomendable (si bien no llega a los niveles de mi favorito, Hacedor de estrellas) y, eso sí, para mentes abiertas: un obtuso muy bien puede acabar como cierto sacerdote galés y sus fieles, centrándose en lo que no es.
Segundo libro de La Cultura que me leo, y tercero de este autor, Iain Banks. Pensad en Flebas no me gustó mucho, la verdad. Y por desgracia este El jugador le sigue a la zaga, pero con un mayor defecto: a lo largo de la mayor parte del libro creí estar ante un remake de El juego de Ender, de Osito Card. Con ese regusto fueron pasando las páginas y las páginas de un libro que se reduce al más puro artificio: jamás uno llega a sentir el famoso juego. Se nota que el autor se toma el tema del juego y el que el protagonista sea un jugador profesional como una mera anécdota: hubiera escrito el libro de igual manera si hubiera elegido un burócrata y el hilo de la novela se tratara de un intrincado enredo burocrático. O un panadero y la mega barra de pan. O un barrendero y el reto de la enorme mancha de chicle pegada al asfalto.
La inconsistencia de la trama base del libro (la práctica del juego y la relación de su desarrollo y resultados con la vida socio cultural de los Azad) es clamorosa: el autor non intenta dar pruebas de esas premisas, limitándose a mostrar la importancia mediática de los jugadores y que el que gana se convierte en el emperador. ¿A eso se limita el juego, a un ‘Sálvame, Azad’ y una elección del portador de la Corona? ¿No se supone que definía de manera absoluta la política y gestión interna del imperio azadiano, creando con todo ello un sistema político único y sorprendente? Porque nada de eso se ve en la novela.
Sí, dirán que Banks escribe muy bien y todo eso, pero a mí me parece un tío incapaz de profundizar en los conceptos, que se queda en los detalles efectistas. Escribir una novela en torno a ‘el juego definitivo’ exige sumergirse en ese juego, poder palparlo, vivirlo y, si cabe, sufrirlo. Por lo que he leído Banks no ha jugado jamás a nada (ni juegos de tablero, ni de cartas ni similares), o no ha sido capaz de demostrar su experiencia en ello. Lo dicho: si Banks hubiera escrito la novela como El panadero y su reto ante ‘la barra de pan cósmica’ puede que le hubiera salido algo mejor. Porque supongo que, al menos, sabrá cómo se elabora el pan.
Vamos, todo el libro es una pérdida tiempo. ¿Cuál es su objetivo, más allá de la fallida experiencia de juego? Quizá describir una sociedad alienígena exótica, pero no llega a las alturas de Vance. O como choque cultural entre humanos y una civilización con una sexualidad muy distinta y temperamento salvaje… ah, que para eso ya tenemos La paja en el Ojo de Dios, de Niven – Pournelle. O como nuevo chapuzón en ese universo llamado La Cultura, pero es que en la obra poco se describe de ella.
En definitiva: El jugador es un fiasco todo él.
Me he acabado el libro y sigo sin saber si ha merecido la pena (al parecer esa es la opinión general de la gente) o, como me da la impresión, he perdido unas cuantas horas de mi vida con él. Y además habiéndolo pagado. A partir de ahora si vuelvo a leer algo de La Cultura lo haré a través de préstamo de biblioteca: le va a pagar a Banks por uno de estos libros su padre.
Hace un tiempo actualicé la lista de tiranos de los últimos años. Por desgracia hoy ya puedo modificarla un poco más: Mariano I obtiene por méritos propios el sobrenombre de El Rescatado, y da paso a un periodo oscuro dentro de la historia de este mugriento país. Nos han alquilado, con derecho a compra. La cifra del alquiler que nos va a pagar la Unión Europea asciende a 100.000 millones de euros.
Voy a comentar un simple detalle de esa cifra, analizando las palabras de Chiquito de la Calzada, digo de De Guindos: esos 100.000 millones de euros son un máximo. ¿Este tío es economista? ¿Ésta es la buena gestión económica de los de derechas? ¿No se ha dicho siempre ‘no te hipoteques o endeudes en exceso’? Ya veo a Mariano I comprándose un piso e hipotecándose por el 100% de su precio. O por más. Y salir en la tele diciendo que ‘ha conseguido un chollo’, y que ‘tiene dinero de sobra’. Estúpido. Penoso. Triste. Significativo. Y este tipo de cretinos incoherentes son los que ‘nos mandan’. Así les luce el pelo, al menos a ellos y a los que les han votado y les sieguen defendiendo. Gilipollas.
Mariano I dice que no nos han comprado, sino que lo que pasa es que nos han prestado dinero para los bancos. Pero el préstamo, señor Rescatado, está a nombre del país, no de los bancos. No hay una deuda a nombre de Botín ni de ninguno de sus mafiosos colegas. Y ahora es el país el que ha de rescatar a los bancos, no la Unión Europea. Sí a esos bancos a los que ya se ha dado miles y miles de millones de euros; a esos mismos bancos que todo ese dinero que se les ha dado se lo han quedado para ellos mismos; a esos mismos bancos que son de facto los dueños de España. Mariano I dice que se trata de un préstamo, y que sólo afectará a los bancos. La Unión Europea ha alquilado los bancos. Pero se da la triste realidad de que los bancos gobiernan España (algo que llevan demostrando ya años). A efectos reales la Unión Europea nos ha alquilado. A la mierda la soberanía popular.
La Unión Europea va a poner deberes a los bancos. Y claro, los bancos (como hermanas de la caridad que son) no repercutirán esos deberes en nosotros, la plebe. La Unión Europea apretará a los bancos. Aplicando la transitiva, estos aplicarán el aprieto a aquellos a quienes tienen cogidos por los huevos: a los que tengan cuentas con ellos, particulares o empresas; y éstas a todos sus trabajadores. Entre medias habrá un gobierno títere que dirá amén a todo cuanto diga la Unión Europea, no vaya a ejecutar su opción a compra (como ya ha hecho en P.I.G.). En resumidas cuentas: la Unión Europea achuchará a los bancos y al estado español, pero los que al final se tendrán que apretar el cinturón doblemente (por el estado y por los bancos) seremos nosotros.
Es un hecho: la Unión Europea manda en España. De futa madre.
Pero la Unión Europea es muy chula, lista y retorcida. No se moja en alquilar bancos así, cara a cara: prefiere el uso de intermediarios, y que ellos se partan la cara y los cuernos. Así que no les da el dinero a los bancos directamente y no se mancha las manos. Que gestione otro el préstamo: el <inicio de coro de risas>Reino de<fin de coro de risas> España. Y, dado que la Unión Europea es de la misma calaña que los bancos a los que ‘rescata’, aparte de endosarle a España el marrón por ‘los servicios’ le cobra un interés. España es la puta a la que no sólo apalean, sino que pone la cama y paga por ello. Hablan de un módico un interés del 3%. El 3% de 100.000 millones son… 3.000 millones. Una bagatela. Eso a cambio de que una panda de mafiosos se llenen los bolsillos, agarren el dinero, jueguen con él, blanqueen sus cuentas y atenacen más si cabe a la sociedad. En otras palabras, la Unión Europea nos alquila el país, toma el mando y por todo ello nos cobra; nos roban la ya de por sí casi inexistente soberanía popular y todavía, a cambio de ese ‘favor’, nos endeudamos más aun.
España ha entrado en la puerta grande en el camino de la desaparición como institución. La desaparición del estado español –independiente y unitario– no tiene de por sí nada malo si se hace en aras de una mejor calidad de vida, de mejor sanidad, educación, transportes, infraestructuras, etc. Pero una pérdida de soberanía sólo porque unos usureros la hayan cagado, sólo para ver cómo apuntalan sus Minas Morgul particulares, sólo para seguir de culo y cuesta abajo… pues no. Lo que intentó durante décadas de sangre y dolor E.T.A., lo que ha ido socavando durante años los gobiernos de Cataluña, lo van a lograr ahora los bancos. De una manera muy diferente a la que los terroristas y los tragaldabas egocéntricos, eso sí. Ni para unos (terroristas ilegales) ni para otros (ladrones de guante blanco): España es para los alemanes, para los tecnócratas, para ‘los mercados’.
Olé.
Sólo queda la esperanza en la gente, en los ciudadanos. Un alzamiento, una revolución francesa. Ya tenemos nuestro propio Robespierre, que llegó como salvapatrias y en cinco meses ha derivado en terrorista de estado: Mariano I. La población no tiene porqué aguantar más: el 8 de Termidor (28 de Julio) está muy cerca. Saquemos las guillotinas de una puta vez y acabemos con ellos. Porque llegados a estos extremos el magnicidio no es un objetivo indigno sino un derecho, un acto de autodefensa. En Plaza de España hay sitio de sobra para un cadalso. Que Cervantes sea testigo de la caída de estos asesinos de ilusiones, y que su cabeza ruede bajo la triste mirada de Alonso Quijano.
Primer libro que leo de P. D. James, autor que hasta la fecha ignoraba que se trataba de una mujer. Nunca me habían atraído sus obras, que no sé por qué me desprendían cierto aire de ‘libros mainstream, orientados a lectores viejunos y de mentes poco exigentes’. Prejuicios, sí.
Pero me sorprendió saber que la película de Hijos de hombres (ciencia ficción depresivo–realista en la onda Brunner) se basa en un libro suyo homónimo. De la película tengo un buen recuerdo, aunque con alguna que otra laguna en cuanto a la trama.
¿Qué me he encontrado en esa novela? Pues sobre todo una historia de personajes, y sobre todo de uno en concreto, Theo. Usando extractos de su diario personal entremezclados con partes en tercera persona se nos muestra el mundo tal y como lo vive Theo. Los textos del diario al principio se hacen en exceso explicativos: en las primeras páginas se describe de manera a mi entender demasiado apresurada el trasfondo del protagonista y del mundo en que vive, algo que asumo se debe a la nula experiencia de la autora en el terreno de ciencia ficción. En ese inicio apresurado se nos muestra la infancia de Theo, su difícil relación de igual a igual con su primo Xan (que en un futuro adquirirá el cargo de Guardián de Inglaterra), su drama personal en forma de la muerte de su hija. Entre todo ello, entremezclado con (hay que recalcarlo) excesivo apresuramiento, hay una descripción de la situación mundial y el problema de la natalidad. Todo ello, como ya digo, contado con excesiva celeridad, casi sin pausa, lo que me hace dudar de la capacidad de dosificar que tiene esta mujer.
Pero de improviso se pasa del apresuramiento a casi todo lo contrario, al deleite en el detalle. Con ese ritmo pausado uno puede disfrutar de lado las enajenadas relaciones sociales que se han forjado en esa Inglaterra al borde de la senilidad forzosa: entran en escena Jasper, el catedrático amigo de Theo, y su mujer. También aparecen Julian y Los Peces. Tras ellos, las aldeas costeras antes llenas de turista y ahora vacías, los rituales de suicidio más o menos forzado, la soledad ante la muerte, la alienación de la vejez, los museos que más bien son mausoleos… El terrible papel que realiza la mujer de Jasper en el quietus obligará a Theo a tomar parte en esa orweliana Inglaterra creación de su primo. Theo se adentrará en una especie de viaje iniciático hacia una rebelión desesperanzada, sin visos de éxito. Una rebelión que la hace más que nada contra sus propios fantasmas.
A partir de ese instante la novela sufre un nuevo cambio de registro, de ritmo: pasa de ser un texto con aspectos casi intimistas a una especie de historia de acción a medio gas. Entran en escena, y revestidos de una triste gloria nihilista, los omega, los extraños, bellos y salvajes últimos nacidos. Ellos son los protagonistas de una de las escenas más duras del libro, sólo superada por el quietus. Dicha escena sirve como punto de inflexión final de la obra: el sacrificio y el duelo que derivan en un descubrimiento, y ese en traiciones mutuas que desencadenarán el final. Éste, el desenlace, no goza de la plasticidad de la película (cuando todo se paraliza en torno al llanto del bebé) pero sí dispone de un breve duelo de armas, personalidades y concepciones del mundo.
En definitiva, una novela con un ritmo desigual, nada constante. Para los amantes más estrictos de la ciencia ficción decir que la obra carece de explicaciones, sobre todo en lo relativo al detonante del drama: el extraño fenómeno de la esterilidad mundial. En ningún momento se da el menor atisbo de las razones de ese cataclismo. Tampoco se describen, ni de lejos, los esfuerzos que realizan los gobiernos mundiales para hallar la solución (aunque sí que deja claro su poca o nula colaboración). Mucho menos recibe el lector una justificación a porqué de repente sí que queda en estado una mujer. No se explica nada de nada. Pero como estamos ante un novela de personajes, de situaciones extremas en las que la autora debate acerca de la religión, de las relaciones de pareja, del poder, de la represión policial, de la selección por parte del gobierno de ‘los limpios’ (genéticamente hablando, una suerte de eugenesia), de la explotación de los inmigrantes, de la represión y exilio de los criminales y disidentes, de la desesperación de un mundo que sabe que no tiene futuro alguno… da igual la razón para la esterilidad: está ahí como simple detonante y atrezo para describir sus efectos en la sociedad mundial, y su colapso moral. Para ver, más allá de esa desesperanza, cómo algo tan humilde como un nacimiento (aunque la madre padezca una deformidad que la marca como ‘sucia’) moviliza a los máximos poderes del país. Ahí radica, a mi gusto, el éxito de la novela: lo que está más allá de la ciencia ficción.
Pena que la manera de escribir y el ritmo pueden mejorarse mucho. Se merece un 6.
Hasta ahora, en lo relativo a Howard, me había centrado sólo en Conan. Pero ya era hora de cambiar de personaje. Aprovechando la película que se rodó hace no mucho, Valdemar ha publicado este tomito con todos los relatos que Howard le dedicó a este puritano cafre.
Según pone en la introducción (a cargo de míster engreído-prepotente-sobrao, que también se ha encargado de la traducción) a los textos originales de Solomon Kane se les ha dado a lo largo de la historia cierto lavado de cara, eliminando aspectos y expresiones que con el tiempo han entrado en lo ‘políticamente incorrecto’. Esta edición que he leído se supone que es fiel al texto original. Al menos sí que se leen varios detalles de corte racista que me recuerdan en cierta medida a los de Lovecraft.
Pero vayamos a los textos que incluye el libro.
‘Cráneos en las estrellas’ es un relato sencillo y de desarrollo lineal, al que buena falta le haría un giro argumental o alguna sorpresa final. Le otorgo un 5 raspado.
‘La mano derecha de la maldición’ parece una revisión literaria del film Las manos de Orlac. El relato adolece de excesivas explicaciones finales, que empañan un final previsible. Se lleva un 4.
‘Sombras rojas’ no tiene nada que ver en cuanto el desarrollo de la historia con ‘Clavos rojos’, uno de los mejores relatos de Conan, por mucho que su título parezca indicarlo. Sin embrago el texto sí que tiene cierta relación, en lo que a ambientación se refiere, con algunos del cimmerio. En este relato, además, se da la casualidad de que la manera en que Howard describe a su héroe me recuerda mucho a la forma en que Moorcock hace lo mismo con Elric: una criatura extraña, de mirada dura y melancólica, de piel pálida; un individuo anclado en un código moral demasiado estricto (quizá trasnochado) y con una actitud que hace que quienes le rodeen le rehúyan. Otro detalle curioso (y que se irá repitiendo en otros relatos) es la aparente memoria atávica de Kane. Me recuerda a lo que más adelante sería Erekosë. ¿Se inspiró Moorcock en este detalle de Kane para crear su campeón eterno? Ni idea. Pero lo que importa es que el resultado final del relato es muy satisfactorio, mereciendo un 8.
Con ‘Resonar de huesos’ regresamos a la idea subyancente de Orlac. Y huele. Además el texto tiene un detalle demasiado torpe (rotura de la cadena) que ya te dice cómo va a acabar. En resumen, un texto muy poco original que se lleva un triste 4.
La historia de ‘Luna de calaveras’ es la más extensa de todo el libro. Y por desgracia de nuevo tiene un cariz lineal. Todo está metido a piñón fijo, para que encaje y lleve al héroe a un único destino. Los acontecimientos se suceden uno tras otro de la manera más apropiada para que todo acabe como debe hacerlo. Para colmo nos encontramos con una apoteosis final en exceso oportuna. Sin duda en aquella época (años 20-30 del siglo XX) ese tipo de finales apoteósicos debían resultar muy efectistas y cautivadores, pero ahora quedan trasnochados y demasiado forzados. Algo positivo en el texto lo hayamos en la atmósfera lovecraftiana que lo envuelve en una buena parte de su extensión, detalle que yo (fan del de Providence) agradezco. Le pongo al relato un 6.
Ahora le toca el turno a ‘Las colinas de los muertos’. De nuevo en relato con el espíritu de Conan, y que posee una escena final muy jugosa, con los buitres haciendo acto de presencia. Se lleva un 7.
‘Alas de la noche’ repite casi el inicio de ‘Sombras rojas’, presentándonos a Kane como un justiciero vengador siempre dispuesto a castigar al malvado. Pero a medida que avanza esto cambia del ‘corre que te pillo’ al ‘en un tiempo pasado ocurrió esto’ muy lovecraftiano. Por desgracia los malos no me acaban de gustar, apareciendo mal dibujados, demasiado tópicos. Algo en ellos me da la impresión de no haber sido bien pensados. Lo peor llega al final de la historia, cuando demuestran ser tontos de remate. Le pongo un 6 al relato.
En ‘Los pasos en el interior’ una vez más nos encontramos con Conan, en un relato divertido pero demasiado sencillo, lo que le otorga un 6.
Tras estos relatos de Kane aparece el único relato que escribió Howard de Sonia ‘la roja’, la que luego se convertiría en el cómic en Red Sonja. Nada tiene que ver el personaje de Howard con el de los tebeos. El relato en cuestión se titula ‘La sombra del buitre’ y, casualmente se puede decir que es el mejor de toda la recopilación. Una historia que engancha, carente de elemento fantástico pero rebosante de acción y tono épico. El carácter pendenciero, independiente y rabioso de la Sonia de este texto destaca sobre el resto de personajes, bastante planos y manidos. Ignoro cuánto de real hay en las descripciones tanto de la Viena del siglo XVI como de la corte de Solimán, pero el resultado es creíble, colorido y agradable. Le pongo un 8 alto al relato.
Concluyendo, la recopilación de cuentos tiene sus altibajos, pero en conjunto se lleva un 6 raspado.
No quiero olvidarme de hablar de la portada del volumen, la ilustración de Juan Antonio Serrano García: no tiene absolutamente nada que ver con ninguno de los ocho textos protagonizados por Solomon Kane. Pero ni de lejos. Hay lectores, sobre todo jóvenes, que esperan que la portada represente una escena (o el espíritu) del libro que presentan. Pues bien, si esperaban descubrir qué eran esas criaturas purpureas se van a quedar con las ganas. Parecerá una chorrada, y para muchos lo será, pero a mí me demuestra una falta de respeto tanto al autor (no se han molestado en plasmar algo de la obra) como al lector (por lo que he dicho antes). Ya como impresión personal de la portada, me parece un dibujo extremadamente rígido, sin vida: me recuerda a los momentos más chungos de Ernie Chan, de cuya muy reciente muerte me acabo de enterar al hacer la búsqueda para poner este enlace. R.I.P.
Ayer me llegó un correo que me sorprendió por su contenido. Me lo mandaba alguien que se había ‘quedado loco’ al descubrir el contenido de una web. Raudo pulsé el enlace y me encontré con el sitio de un colegio de Málaga en el que habían colgado varios microcuentos, todos ellos leídos por escolares.
Al escuchar el podcast recordé cuándo lo escribí, otros tiempos más dinámicos y creativos. También recordé a la fuente de mi inspiración, mi mujer: ella me ha contado varias veces cómo, de pequeña, creía haber tenido una visión muy similar a lo que se narra en el microcuento.
Además, como premio adicional, descubrí que habían seleccionado el microcuento para incluirlo dentro de la plataforma leer.es.
Desde aquí quiero dar las gracias a los niños del I.E.S. La Rosaleda (Málaga), y en especial a Ana León por haberle puesto voz al microcuento. Espero que mi historia os haya gustado, y que esa colección de diminutas historias os aficione a la lectura, o incluso a la escritura. Ambos dos son mundos maravillosos, os lo aseguro.
Gracias, de corazón.
PD: El remitente del correo, el ‘loco’, era precisamente uno de los autores leídos. Da gusto cómo Internet y la libertad de derechos nos sorprenden a los que aportamos pequeños granos de arena.
Después de cosa de siete años saco de la pila este libro. Lo conseguí por participar en el Art Nalón Letras 2005, en el que (como es lógico) no obtuve nada. A excepción de este reducido volumen. Y acerca de su contenido voy a escribir ahora un poco.
Ante todo hay que decir que el nivel medio de los relatos ha sido aceptable, pero no como para echar cohetes. Se nota que hay mucha gente aficionada participando en el mismo. Se trata de un concurso orientado a la ¿juventud?, a escritores de menos de 37 años. A esa edad ya hay gente que escribe mucho y muy bien, pero por lo que sea en esta edición ese tipo de concursante no abunda.
Pero vayamos al contenido. Los tres primeros relatos están escritos en bable, por lo que ni siquiera los he ojeado. Así que pasamos a los escritos en castellano actual.
El relato ganador, ‘Puerto Hambre’ de Mar Sancho Sanz, sufre un defecto estilístico a mi entender descomunal: está todo él (cuatro páginas y pico, y en torno a las 1.200 palabras) redactado en un único a inacabable párrafo. A lo mejor se podría decir que es un recurso estilístico o… no sé. Pero a mí me parece un error de bulto, algo que de por sí ya lo invalidaría para obtener ningún galardón. Más aun cuando al leerlo los puntos y aparte saltan a la vista. En cuanto a la historia se puede decir que este sencillo relato surge de una simple anécdota. El final del relato (aviso de que lo voy a reventar) chirría bastante en tanto y cuanto que Gastón no es un nombre muy español, precisamente. Hay alguna que otra frase extraña, como la del ‘betún de croata más alto’ Hay otros fallos, en este caso de edición, como el cambiar ‘turno’ por ‘tumo’, o un ‘d el’ que sin lugar a dudas proviene de un ‘del’. ¿Envió el relato en papel y el OCR provocó estas erratas? En resumidas cuentas, un relato gracioso que se lleva un 6.
Tras el ganador en libro se incluyen otros relatos seleccionados por el jurado.
‘El murallón de Sindarleza’, de Santiago Javier Ambao, resulta un relato mejorable, sobre todo en temas ambientación. Mezcla detalles que dan una idea de modernidad (como un centro comercial, un centro de esparcimiento y un hospital) con otros de toque fantasía medieval (el murallón, las torres de vigilancia, etc.). Precisamente la primera aparición del murallón es una imagen sugerente. O al menos para mí, que ya escribí hace años un relato acerca de un muro (relato que ahora que lo pienso bien podría ser recuperado/revisado y acabar en Eterno V2). Otro defecto del relato es la falta de coherencia, o de lo que para mí es coherencia: esos cien años de que habla no me parecen un lapso de tiempo suficientemente largo como para darle el aspecto añejo de lo que incluye el párrafo. Aparte del sinsentido de entregar toda la producción de oro a ‘los otros’. ¿Entonces en qué se basa el comercio de la colonia? Luego está el tema de la mentalidad de los colonos, que se anticipan a lo que les pueda suceder sin base alguna de sospecha, o su capacidad de ver lo que hay más allá del muro sin atreverse a echar una ojeada. ¿Cómo saben que hay patrullas al otro lado si nunca han mirado? Todo esto hace que se lleve un humilde 5.
Nuria C. Botey nos presenta ‘Oficina de cambio’, un relato muy corto y prácticamente vacío. Se basa en una única idea sin aportar nada. La poca originalidad se acentúa al darse cuenta de que todo se reduce a un ‘paren el mundo que me bajo’, algo ya muy viejo. Le aplico un 4.
‘El culto’, de José Luis Erausquin Granados, mantiene un buen tono. Sólo al final se adivina de qué va, lo que supone un éxito. Lo único que el tono casi medieval o preindustrial del inicio de la historia no encaja con la resolución final del mismo. El relato se merece un 7.
El relato ‘Café de contrabando’, de Mercedes González Alonso, está bien escrito y posee un ritmo interesante. Incluso al inicio posee unas imágenes llamativas. Por todo ello le pongo un 7, nota que podría haber superado de no existir algún defecto, como la mención a Profidén, que no encaja con un relato por lo demás limpio de marcas o llamamiento a ‘lo real’.
El texto de ‘Nassau’, de nuevo de Mar Sancho Sanz, padece el mismo defecto que el ganador del concurso: se trata de un único y descomunal párrafo. Acojonante que pasaran ambos dos la criba (por no hablar de que uno de ellos ganara). Aun así la historia no queda mal. Tiene un giro argumental que le aleja del típico (y vacío, sencillo, manido) argumento emocional para adentrarse en uno más duro. Un relato al que le aplico un 6 que bien hubiera podido llegar a 7, de no ser por el defecto estilístico.
Llegamos a ‘Jardineros’ de Jaime Alejandro Roda Bruce. Por fortuna este relato es corto, por lo tonto que resulta. Nos hallamos ante un texto sobre cargado de palabrería ‘técnica’, a veces ridícula, con términos entiendo que introducidos más por su sonoridad que por su eficiencia en la historia. Pero la referencia a Oort supera lo tolerable, dando ganas de dejar el relato. El final resulta tonto, una fantasía que no va a ningún lado. Le doy un 4, y bastante me parece.
‘Albricias’, de Roberto Vivero Rodríguez, al poco de empezar ya me provoca horror con una simple palabra: ‘imeileaban’. Semejante salvajada ya supondría cerrar el libro, o cambiar al siguiente relato. Otro defecto es el tono que se usa en la narración, que a veces se confunde entre un narrador distante a otras con un protagonista involucrado. El resultado final es una chorrada ‘humorística’ (supongo) en un estilo nada de mi agrado. Le pongo un 4.
Jonathan Préstamo Rodríguez nos presenta ‘Entrar, saludar, salir, esperar’, un relato que me ha pillado por sorpresa. Admito que no había captado la temática hasta justo el final. Eso ya me gusta (o a lo mejor es que leer de madrugada en el metro supone a veces tener esos despistes). No me acaba de cuadrar el que el protagonista conozca a la gente parte de la gente del vagón. Aun así le pongo un 7.
‘Celia pies de flor’, de Carlos de Puerto Martín, es una pequeña delicia. Sí, por unos momentos se pierde (cuando habla de los niños y el fútbol), pero luego regresa a esa fantasía onírica delicada, deliciosa. Un muy merecido 8.
Con ‘Una nota en la cocina’ de Ismael Piñera Tarque nos presenta juna historia sencilla y emotiva, pero que funciona, con una final que agrada y sorprende. Eso le hace merecedor de un 7.
El mismo autor, Ismael Piñera Tarque, repite relato en la compilación con ‘La apuesta’. Se trata de un texto menor en comparación con el anterior, una historia que se reduce a una anécdota y que tendría mucho mayor peso e interés si estuviera contextualizada (y ampliada y acompañada de otras similares) dentro de ese interesante Breve historia del odio. Le doy un 5.
‘El ladrón de flores’, relato de José Manuel Moreno Pérez, tiene aire de clásico, de texto costumbrista, humilde y sencillo. En general se puede decir que está bien escrito, salvo la parrafada inicial, y posee un buen final. Se trata de una historia realista y pícara, un texto de agradable lectura. Todo ello le otorga un 7.
Acaba la compilación ‘Plato de jnuuj’, de Juan Jacinto Muñoz Rengel. Nos hallamos ante un texto de corte surrealista y graciosillo. Tiene un pequeño error, que sin embargo supone un detalle casi vital en el desarrollo de la historia: no explica cómo consigue el jnuuj, algo que se supone es rarísimo y casi inconseguible. Sin embargo ese problema lo ventila en un plis, como si no hubiera supuesto un problema. Esa búsqueda de un ingrediente tan exótico buen hubiera podido suponer todo el relato. Pero no. Un fallo; el fallo. Aun con todo no me acaba de gustar ese ‘humor’, por lo que le aplico un 6.
Una vez leídos todos los relatos nos da media de 5’93. No llega por poco al bien. Sin embargo me dan ganas de leer más de otras ediciones. Supongo que será imposible hacerme con copias de otras convocatorias: se agradece que alguien me las regale.
Y así de paso me regodeo viendo cómo otros más jóvenes llegan a algún sitio (publicar y todo eso) mientras yo desperdicio mi vida sin llegar a ningún lado. Positivo que está uno, sí señor.
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