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Michael Bishop – Sólo un enemigo: el tiempo

Hola, culebras.

Michael Bishop -Sólo un enemigo: el tiempo

Michael Bishop -Sólo un enemigo: el tiempo

Se ve que no tengo suerte con mis últimas lecturas: tengo atragantado de una manera exagerada el Kraken de Mieville, y tratando de poner tierra por medio empecé este Sólo un enemigo: el tiempo de Michael Bishop. Pero, la verdad sea dicha, ni siquiera yo estaba convencido de esta lectura: el libro lleva en mi pila casi veinte años, dos décadas, cuatro lustros en los que de ven en cuando lo cogía, leía la contraportada y lo volvía a dejar. Pero algo así me sucedió con Radix (A. A. Attanasio) y luego resultó que el miedo no tenía fundamento alguno. Pues eso, que atascado con Kraken (desde que lo empecé lo he dejado seis veces y en esos intermedios he leído otros tantos libros) llegó la oportunidad a esta obra de Bishop.

Maldita la hora.

Sí, que se ha llevado no sé cuántos premios, Nébula incluido. Pero ni aun así se va a librar de que lo califique de la manera que a mí me ha parecido: un truño de tomo y lomo. La verdad, no tengo por dónde agarrar semejante bodrio, tanto en la forma como en el fondo.

Las culpas de la forma, dado que he leído una traducción, no se las va a llevar todas ellas la chepa del autor. Al fin y al cabo Bishop no tiene la culpa de que en esta edición de Acervo que poseo los acentos bailen o desaparezcan: ahí la culpa recae en el editor. Tampoco quiero hacer recaer en él la existencia de todos los disparates expresivos que he tenido la desgracia de leer: en eso algo tienen que decir tanto (en último término) el editor como el traductor, el señor César Terrón. En ese vago terreno queda la culpa: que entre ellos se la repartan. Porque hay mucho que repartir: expresiones pedantes, extraños arcaicismos o incluso maneras de llamar a objetos cotidianos poco menos que enrevesadas (si no demenciales). La manera de expresarse el protagonista (la inmensa mayoría del texto está narrado en 1ª persona) no encaja en absoluto con la educación que se adivina ha poseído. Los flash backs al puro estilo Stephen King carecen del gancho del de Maine, no logrando hacer conectar al lector con el protagonista.

Y es que en lo de ‘conectar con el lector’ donde falla, al menos en mi caso, de manera estrepitosa el libro. De un libro se espera que, al cano de x páginas, haya algo que incite al lector a leer más y más. Puede tratarse de un desencadenante, un objeto, una conversación, un misterio, un personaje… muchas cosas. Pero en este Sólo un enemigo no me he encontrado con nada que me incitara a pasar la página. Tristísimo, sí. Quizá ello se deba a que la premisa base de la historia se me hace desde el primer momento ridícula: un viaje onírico al pasado. ¿Estamos ante un libro jipioso de esos de viajes de L.S.D. y encuentro con el yo interno o qué? Pero además el tener esa base de lo onírico desde un principio no pude evitar pensar en que me iba a encontrar con otros Los Serrano y su deleznable final. ¿Qué interés tiene un libro que desde el primer momento te están diciendo que todo lo que va a vivir el protagonista se reduce a un jodido sueño? Coño, si habláramos de fantasía oscura, con magia de por medio, tendría su aquel y un puntillo de gracia (como ya hizo Moorcock con su La fortaleza de la perla), pero ¿en ciencia ficción, y con un supuesto trasfondo científico serio? Anda ya.

Acerca de ese supuesto trasfondo serio, de nuevo no hay quien se lo tome en serio. La idea del viaje onírico al pasado está tan tomada por los pelos que ni propio autor sabe explicar bien cómo narices se produce dicho viaje, ni en qué términos. Juerga con la vaguedad incapaz de aclarar si de alguna manera lo onírico se vuelve físico. Al menos en La celda sabemos de sobra a qué nos enfrentamos, y con eso se juega. En La celda sí tenemos un muy buen ejemplo de lo que  un puede dar de sí el plano onírico en una historia: se puede identificar lo irreal de lo real con claridad, y las justificaciones (aunque fantasiosas) acerca de la manera en que interactúa un plano con el otro cumplen su objetivo de engañar al lector con una buena dosis de suspensión de credulidad. En este libro no: el autor se enfanga a la hora de describir el bus y su funcionamiento, viéndose incapaz de ‘mojarse’ y decir a las claras en qué manera los sueños de un individuo pueden afectar al funcionamiento de una máquina física para conseguir un desplazamiento físico en el tiempo. Porque, si de verdad hay una traslación física al pasado, ¿qué utilidad tiene el que el crononauta sea un soñador? Si la clave del proyecto radica en que el crononauta es un soñador, ¿no se reducirá todo el ‘viaje’ a un jodido sueño? Los Serrano, por dios, Los Serrano sobrevuelan de nuevo el libro. Incluso en un par de ocasiones el protagonista deja entrever que mientras el sueña con el pleistoceno su cuerpo sigue en la camilla del bus. Lo dicho: el autor juega con una ambigüedad tramposa. Tramposa o incapaz.

Con todo ello parece que tenemos un libro que habla no se sabe si de un tío dormido, soñando sus pajas mentales de la infancia, o de ese mismo tío que (a saber cómo) realiza un viaje físico al pasado mientras él mismo cree que está soñando. O de algo entre medias (sí, así de ambiguo resulta el libro). De una manera u otra, en mayor o menor grado, jugamos con sueños. Y ese detalle resulta clave para el segundo enorme fallo del libro: el antropológico. Pensemos un poco: tenemos a antropólogo de prestigio. Por más que quiera conocer datos del modus vivendi de los homo habilis ¿se va a creer que los sueños de un tío suponen una base seria u documentada para sus teorías? Por dios, ¿con qué cara le dice al resto de la comunidad científica que dice que ‘el homo habilis vivía así porque me lo ha dicho este tío: él lo ha visto en sus sueños amplificados con mi máquina’? Antes de responder piénsalo dos veces. O ponte este ejemplo: que te digan que la historia es de una determinada manera sólo porque así lo ha soñado un individuo. A la mierda la arqueología, o la historia forense, o la documentación: lo que importa es lo que un tío sueña. Palabra de John­–John. Te alabamos, John­–John.

En otras palabras: a tomar por culo suspensión de credulidad. Para leer el libro te has convertido a la fe de John­–John, un borrego más que se traga cualquier cosa que le diga John­–John. Y el afamado antropólogo del libro se come todo eso con patatas. ¿Se imagina a alguien a un Leakey basando parte de su documentación de campo en lo que ve un tío en sus sueños? ¿Una revista científica seria aceptaría los postulados de un científico si este dijera que se basan en los sueños de alguien? ¿Estamos tontos o qué? El señor Bishop considera al lector un soberano cretino si espera que se trague eso. Un científico con un mínimo concepto de Método ni se le ocurre arrimarse a lo onírico para obtener pruebas (salvo en el caso de que se trata de estudios médicos/biológicos de enfermedades y mecanismo de sueño, se entiende).

Pero no, que Bishop pretende que comulguemos con ruedas de molinos, que nos creamos esa descomunal sandez.

Anda, a tomar por culo.

Si es que la premisa base del libro es una absoluta ridiculez. Estamos ante un libro que no sólo obliga a apagar el cerebro. Esa es una opción muy digna en la literatura de evasión, y en la cual esa necesidad queda bien clara: vamos a leer idas de olla. Por eso nadie se echa la manos a la cabeza al acompañar las andanzas de un par de enanos que llevan un anillo a un volcán para así matar al mago malo malísimo; o ninguno se rasga las vestiduras al seguir las andanzas de un humano, un gato hipervitaminado y de mal genio y un alienígena de tres patas y dos cabezas, mientras exploran una descomunal estructura en forma de anillo que gira en torno a una estrella. Todos sabemos que estamos ante un cuento chino, nos lo creemos y disfrutamos. Saben trabajar con la suspensión de incredulidad. En esos libros los personajes, aun fantasiosos, poseen mentalidades y formas de actuar que encajan con su lógica, o con la lógica de su mundo. Pero en este libro pretenden hacernos creer que en el siglo XX, en una sociedad realista con un entorno sociopolítico y económico real, hay individuos ‘reales’ como el antropólogo de marras que actúa de la manera que actúa y se cree lo del chico soñador. Y Bishop pretende que comulgue con ello. Lo dicho: a tomar por culo. Le vas a tomar el pelo a otro.

Y aun así sigo leyendo: me debes una, Bishop, por no lanzar este libro a la basura de manera inmediata. Le he dado una oportunidad hasta el final.

El libro avanza. Página tras página descubrimos la vida y obra del protagonista (en su país, antes del viaje, y en África justo antes del mismo y después). También, por supuesto, le acompañamos en su paja mental viaje temporal. En el África del Pleistoceno conocerá a un grupito de homos habilis, se enamorará de una de ellos (guiño al bestialismo, por mucho que diga que se trata de un salto evolutivo hacia el homos sapiens) e incluso (tachán) tendrá una niña. Sí, puede que alguno considere esto como un brutal spoiler: pero semejante tontería, o desafío a la paradoja del abuelo, se ve venir a las pocas páginas de encontrarse el prota con Elena. Vamos, que no reviento nada que alguien con un par de dedos de frente no intuya. Aunque alguien con un par de dedos de frente seguro que habría tirado el libro a la basura mucho antes de que naciera Gusanito.

Yo, como buen tozudo que soy, continué con la lectura.

El libro avanza con una historia de sabana que en ningún momento me enganchó. Se me hizo mucho más interesante La hormiga de Pedro Gálvez que eso (bueno, en eso tiene cierta importancia que la mirmecología me atraiga). Ahí lo dejo.  Aburrido todo salvando la leyenda del rinoceronte, y qué pena que lo más interesante del libro sea a la vez un simple detalle de ambientación. Lo dicho, el libro avanza hacia no se sabe bien dónde. Bueno, sí: hacia la niña medio habilis, medio sapiens, que por arte de magia no tiene nada de habilis. ¿Y ahora qué?, debió pensar el autor. ¿Cómo salgo de este documental de La 2 sin pies ni cabeza? Pues, cómo no, acudiendo al deus ex machina. Y el tío, todo chulo, incluso lo describe así: deus ex machina.

Desde ese momento avanzar en la lectura me supuso un auténtico ejercicio de voluntad. La razón de la existencia de la niña queda enfangada por la no–explicación previa de la naturaleza verdadera del viaje. A eso hay que añadir un fenómeno casi relativista de compresión temporal, al menos desde el punto de vista del viajero. ¿Cómo explicar la presencia de una niña humana, gestada y nacida, cuando se dice que el crononauta estuvo inmerso en su sueño (sí, de nuevo así lo describe el autor: el protagonista estuvo todo el tiempo tumbado en una camilla) un tiempo objetivo no superior a dos meses? Queriendo buscar un golpe de efecto, la niña, el autor se mete más y más en el fango. ¿Dar una explicación? Nada. ¿Para qué complicarse? Corre, corre a escribir otra página, a ver si el subnormal del lector que aun sigue leyendo el engaño de libro olvida ese error con más tonterías (congresos y fiestas años después, entre otras cosas). La novela se alarga más y más, de nuevo sin rumbo, agonizando llena de patetismo (pero patetismo el que siento yo, al ver cómo la estafa que este libro me supone sigue aumentando sin aparente fin). Al fin acaba. Y doy gracias de ello. No termina con un Los Serrano, aunque creo que si hubiera dejado caer ‘y despertó en su cama y todo se había reducido a un mal sueño’ hubiera dado más credibilidad al texto que no acabar de la manera en que lo hace.

Un espectáculo muy triste, la verdad. Triste y de vergüenza.

Pero más vergonzoso aún es saber que este bodrio se ha llevado premios, incluso de los propios escritores. Prefiero no saber los enredos de sobres, chanchullos y amiguismos que se debieron mover en esos Nebula (y en los otros premios). En su tiempo conocí los Ignotus con suficiente cercanía como para intuir la merienda de negros que esconden, algo en el más puro estilo ‘si tú me comes la polla yo te la como a ti’. Todo ello aderezado con los imprescindibles bandos, grupitos (casi lobbies) y partidismos. Muy español todo, vamos. Pero no me esperaba algo así de los anglosajones. Y sin embargo ya veo que ocurre. En todos sitios cuecen habas, y tras esta lectura entierro de manera definitiva mi respeto por todo premio para siempre. El hombre es hombre, y como tal propenso a esas mierdas de chanchullos y maquinaciones, todo por lograr destacar de entre la morralla media.

Nada, que se lleva un 2 y me parece mucho. Demasiado. Una estafa por parte del autor, del editor, de los premios, de la prensa… o eso o mi mente discurre por senderos muy distintos al de toda esa gente que lo alaba.

Sí, sin duda la culpa de esta crítica recae en mí, en mi cerebro, en mi forma de pensar. Me pongo yo el 2, por no saber apreciar esta joya. Eso me pasa por crítico, asocial y misántropo: no entiendo a los humanos.

Adiós.

PD: Una cosa que se me olvidaba decir. La portada de esta edición, tan infame como el libro, tan estafa, tan engaño. Todo es una broma en esta obra. Una broma de mal gusto. Y algunos hemos picado en ella de lleno. Nevermore.

Iván Hernández – ¿Existes?

Hola, culebras.

Iván Hernández - ¿Existes?

Iván Hernández – ¿Existes?

De nuevo toca reseña, pero en este caso una singular. ¿Por qué? Pues porque por primera vez reseño a mi querido Disneyman. He aguantado al señor Iván Hernández  (y él a mí, lo que casi seguro que tiene más mérito, sobre todo con el tirirí) durante años, como quien dice mesa con mesa en el trabajo. Y sin embargo hasta ahora no había leído nada de lo que ha escrito. Para esta primera vez he escogido una novela que tiene cierto trasfondo de ciencia ficción, ¿Existes? Pero aun con ese trasfondo de cifi Iván no podía abandonar su temática habitual: el romántico.

¿Existes? parte de la premisa de un futuro no muy lejano en el que frente a un Dubái (en cierta manera similar a Gattaca) hay otra zona (que nunca se llega a identificar) asolada y en ruinas cuya población vive en conflicto continuo, acosada por un enemigo en principio desconocid. En Dubái vive una de las protagonistas, Edel, una adolescente ‘imperfecta’ que no acaba de encontrar su sitio en la sociedad en la que vive. Refugiándose en la tecnología y los viejos ordenadores se convierte en una especie de hacker de las redes, adentrándose en sistemas antiguos, chats incluidos. En uno de ellos se encuentra con el otro protagonista, Alexander, que resulta vivir en la zona devastada.

A raíz de ahí se desarrolla una no muy creíble historia de amor. No creíble, al menos en mi manera de verlo, porque se narra de una forma demasiado apresurada, pasando del desconocimiento mutuo al arrobamiento en lo que se dice nada. Sí, hay una elipsis temporal, pero se describe de una manera tan esquiva que a mí no me ha acabado de convencer. Parece que Iván tenía prisa por saltarse esa época para llegar a la acción. Y con esas prisas se le olvida explicar otro detalle que desde el primer momento chirría, este de carácter de trasfondo: ¿dónde y cómo consigue Alexander conectarse? Se me hace muy difícil comprender que en un país asolado por la guerra, con todos los edificios de las ciudades poco menos que reducidos a ruinas, él consiga energía para su portátil (algo tan sencillo como decir que funciona con baterías solares lo hubiera solventado, por lo menos de forma aparente) y además de ello se conecta a una red informática: se me hace muy difícil comprender cómo las centralitas, los nodos y los servidores siguen alzados y funcionando en medio de las ruinas y tras años sin mantenimiento. Eso sí que se puede definir como pura ciencia ficción. O magia, agarrando de los pelos a Clarke.

En general las descripciones de los escenarios y del entorno rozan lo esquemático, por no decir simplista. Iván no se adentra en los aspectos sociales, algo que siempre sirve para centrar al lector: no se descubre la base de la economía de esa Dubái futurista (se habla una y otra de las encuestas, y sólo se cita de pasada la revolución social que llevó a las mismas), y mucho menos la del país devastado. Esa falta de detalle del entorno se puede perdonar en un relato, pero en una novela se me hace algo tramposo, por no decir descuidado.

Porque Iván se centra en tratar de desarrollar los sentimientos de los personajes y plantearles problemas y retos. Descubrimos en Edel a una auténtica subversiva, entrando en contacto con comerciantes de los bajos fondos; como contrapunto Alexander revela una faceta de conocimiento muy superior a la que aparenta en un primer momento. Juntando ambas progresiones de los personajes surge una pequeña y apresurada aventura amorosa, en cierta medida iconoclasta y antisistema, que entretiene al lector de una manera afectiva pero sin muchos fuegos artificiales.

En cuanto al estilo de escritura sólo podemos describirlo en general (salvo excepciones de las que hablaré más adelante) como llano, simple y directo. Adolece de un abuso del condenado verbo comodín ser, ese verbo que cada vez me salta más a la vista en todo cuanto leo: parece mentira que con la riqueza de verbos que poseemos –coloristas y descriptivos a más no poder– haya agente que abuse de unos pocos. Incluso bastante avanzada la novela hay un grupo de párrafos que (casi podría la mano en el fuego) no se han revisado ni siquiera una vez, tal es el la aglomeración de reiteraciones y seres.

Pero frente a esas sombras hay verdaderas luces: Iván demuestra un lirismo, una capacidad de crear prosa poética, chispas de lucidez que en momentos concretos casi deslumbra. No sé hasta qué punto podría intentar explotar esa faceta en forma de poemas, puros y duros, pero creo que no debería abandonar ese camino. Aunque debo admitir que mis conocimientos de poesía se reducen a lo estudiado en mi juventud, ojo. Tema aparte merece el que esos destellos poéticos no rocen lo ñoño: mis gustos están muy lejos de lo romántico, por lo que puede que lo vea desde una perspectiva viciada.

Poco más decir de este ¿Existes? No me ha disgustado, más si cabe teniendo en cuenta mi poca predisposición hacia lo amoroso. Ese hándicap (por completo personal, por supuesto) junto a los defectos de forma y de fondo, que los hay, hace que se lleve un cinco.

Nota final: que nadie piense que porque conozca a Iván desde hace años la reseña es ni más amable ni menos estricta. Por esa misma razón, la cercanía personal con el autor, ni se me ocurrió hacer una reseña para Bukus: prefiero no mezclar ‘dinero’ con gente conocida, por las posibles suspicacias.

Un saludo.

P.D.: Y de regalo para Iván otro temazo que también ponía en mis cascos mucho en cierta época en la 1ª planta: Zombienation.

Rene Berjavel – La noche de los tiempos

Rene Barjavel - La noche de los tiempos

Rene Barjavel – La noche de los tiempos

Hola, culebras.

Parece que estoy gafado. Muy gafado. Después de El último anillo opté por pasar a leer ciencia ficción ligerita, nada trascendente, así que entre La pila sequé este La noche de los tiempos de Rene Berjavel. Creía que me iba a encontrar con un texto nada complejo ni presuntuoso y dotado de cierto toque de romance. Pero ni de lejos me imaginé que me iba a dar de morros con la que posiblemente he de considerar la peor lectura de mi vida, tanto a nivel de obra como de traducción.

Suelo hacer un análisis más o menos profundo de lo que leo, pero este engendro supera en infame al ya de por sí aborrecible Demogorgo, lo que me obliga a no dedicarle casi ningún esfuerzo. La trama es deleznable, mal cuidada y torpe, haciendo que llegar al final del libro se convierta en poco menos que una tortura. No: en un total y absoluto calvario. Parece que lo ha escrito alguien que no sólo no tiene ni idea de cómo escribir un libro con temática de ciencia ficción, sino que incluso dudo de que sepa escribir. Así, tal cual.

Pero si a eso le sumamos la nauseabunda traducción el conjunto se convierte en todo un reto para las tripas y los ojos. Esta traducción, en días actuales, pertenecería al tipo ‘de las de Google translator’ (y puede que incluso esa máquina lo hiciera mejor). Frases deconstruidas (ni me atrevo a decir que están construidas), palabras sin sentido o fuera de lugar, escenas con descripciones aberrantes… Un horror. Supongo que C. Martínez no existe, que será un pseudónimo de alguien que se avergüenza de esa infamia.

Me parece una falta de respeto el que se edite semejante despropósito.

No voy a escribir más. Se lleva un merecidísimo cero patatero.

Adiós.

Robert A. Heinlein – El hombre que vendió la Luna

(Reseña redactada con fecha 8/11/2013.)

Hola, ofidios.

El hombre que vendió la Luna

El hombre que vendió la Luna

Tercera vez que leo a Heinlein. El resultado de las dos veces anteriores podría definirlo como dispar: Puerta al verano se me hizo como un mecanismo de relojería, con engranajes encajados a la perfección, pero frío y carente de alma; algo muy distinto me sucedió con La Luna es una cruel amante, una novela magnífica que, si bien mantiene esa esencia de engranaje bien diseñado y mejor conjuntado, posee una energía poco menos que desbordante. En resumen, un aprobado raspado y un muy meritorio sobresaliente. Con esos antecedentes tomé entre mis manos El hombre que vendió la Luna. ¿A cual de las dos anteriores se parecería más esa novela? Una vez leída ya pregunta ya tiene respuesta: a Puerta al verano, pero quedando incluso por debajo de ella.

¿Qué se puede decir de este El hombre que vendió la Luna? En un primer lugar aclarar que no nos encontramos ante una precuela de La Luna es un cruel amante, por mucho que su título nos lleve a pensar en ello. No tiene nada que ver con esa obra maestra, y casi que mejor.

Entrando ya en el contenido de la novela así de entrada hay que decir que adolece de unos personajes por completo planos. No, lo poco que se dice de los problemas matrimoniales del protagonista no solventan esa carencia: sigue siendo la misma persona que sólo está llena por un único objetivo. Y eso en cuanto al protagonista; el resto de personajes se limitan a meros comparsas, un convidado de piedra.

Algún lector puede que ya, sólo por la vacuidad de los personajes, ya hubiera calificado de manera negativa a la novela. Pero no es mi caso. Lo que peor me ha sentado en esta El hombre que vendió la Luna no lo encontramos en los personajes planos, ni en lo mal que ha envejecido (las tecnologías de las que habla están tan asentadas en la época en que se escribió que leyéndolo ahora, más de medio siglo después, rozan lo pueril), sino en algo que a mí personalmente me ha resultado casi ofensivo: la novela, toda ella, es una oda al capitalismo exacerbado.

Sí, lo admito: a medida que he crecido, viendo más y más injusticias en este mundo, me he vuelto con los años más cercano a eso que muchos consideran un demonio moral y político, el comunismo. Para mí el sistema capitalista saca a la luz lo peor del ser humano, el salvaje egoísmo y el más despreciable sadismo social, y sólo tras un cambio global de mentalidad (erradicando el egoísmo de entrada; venga, voy a poner objetivos alcanzables, ¡ja, ja!) y con el paso al comunismo como paradigma social se puede llegar a un futuro que roce la utopía.

Bien, en este libro uno casi puede encontrar un manual de ‘cómo llegar a mi objetivo pese a quien pese, saltando reglas y aplastando a quien tenga en mi camino’. Sin lugar a dudas ese pensamiento encaja a la perfección con un pueblo como el norteamericano, más aun en el tiempo de redacción de la novela (con una nación que ha salido victoriosa tras la 2ª Guerra Mundial y todavía no inmersa del todo en la enorme cagada del ‘Nam). No voy a desgranar el contenido del texto, pero sí apuntar algunas de las lindezas que en él se describen: retorcer la ley internacional, implicando a países extranjeros, para lograr una posición de ventaja; aprovechar vacíos legales con el único fin de sacar réditos comerciales; manipulación de masas (incluso de niños) vendiendo productos casi ficticios, o sin el casi, sólo para obtener fondos; oscurantismo organizativo, creando redes de empresas sólo para evadir responsabilidades y obtener mejoras fiscales (algo que en la España de 2013 nos suena a todos, y vemos los magníficos resultados para el conjunto de la sociedad que aportan esas prácticas); el uso y abuso de lobbies e individuos influyentes como manera más directa de llegar a los objetivos, evadiendo en la medida el control o supervisión de esos entes demoníacos que responden al nombre de Estado y Legalidad Vigente.

En resumen, la misma mierda que está haciendo del mundo la basura que ahora mismo es. Pero no sólo se queda en esto este alegato del capitalismo salvaje: además no encontramos con un protagonista que encaja al prototipo de persona ‘soy un iluminado pero todo lo haces tú, no yo, y para ayer’. Ese tipo de escoria la tenemos en muchos puestos medios o altos en nuestro país, criaturas que muchas veces rozan la sociopatía, o incluso se adentran en ella. Animales que sólo buscan alcanzar su objetivo, su visión, sin importarles los sacrificios que para los demás eso supongan: se debe alcanzar la meta a cualquier precio, y si en el camino hay muertos o familias destrozadas lo apuntamos en el balance como daños colaterales.

Como se ve he disfrutado mucho con la novela, sí. Quizá me sienta más sensible a todo esto debido a que me he visto obligado a tratar con megalómanos sociópatas como el protagonista. ¿Estoy ante la crítica más personal de las que he redactado en este blog? Puede, pero tengo bien claro lo que digo: detesto el alma que se desprende de esta novela.

En resumen, la novela creo que se merece un muy optimista 4. Al menos en cuanto a la cifi, que si la calificara por su mensaje…

Un saludo.

Karl Schroeder – La señora de los laberintos

(Reseña redactada con fecha 7/11/2013.)

Hola, culebrillas.

De nuevo otra lectura, y aquí estoy contando qué sabor de boca me ha dejado. Esta vez toca un libro conseguido en saldo (maravillosos saldos que llenan las estanterías de un no adinerado como yo). Voy a hablar de un libro cuyo título me llamó la atención por lo discordante teniendo en cuenta el género al que se supone pertenece. Leyendo en el lomo La señora de los laberintos yo pensé que me encontraría con una novela de fantasía, pero para mi sorpresa La Factoría la edita como ciencia ficción; y además de la parte hard de ese género. Como a mí el género hard se puede decir que es de mis favoritos resulta lógico que la novela no estuviera mucho tiempo en la Pila esta obra de Karl Schroeder.

Nadie me podía predecir el chasco que me llevé a posteriori.

En primer lugar tengo que dejar muy claro algo: si bien en la contraportada pintan a este hombre como escritor hard, y a esta novela inmersa en ese subgénero, yo me veo incapaz de incluirla dentro de ese espectro literario. Al contrario, como mucho puedo catalogar la novela como space opera, o incluso fantasía disfrazada de ciencia ficción. Vamos, de blanco a negro y sin transición. ¿Cómo ha ocurrido eso? Pues a base de abusar de la suspensión de incredulidad. Sí, cuando se lee cifi siempre (e insisto: siempre) hay que tener en mente esa maravillosa tercera ley de Clarke. De mano de ella la ciencia ficción hard puede lidiar con la aventura y el entretenimiento permitiendo crear pasajes creíbles aun dentro de la más o menos arriesgada especulación. Pero la línea que marca Clarke tiene un grosor en extremo fino, y al traspasarla uno se encuentra con cosas como esta novela de Schroeder. El autor obliga y obliga al lector a creer en una cantidad demasiado grande tecnologías, y circunstancias que las rodean, tecnologías que cada una por su lado resultan más o menos creíbles, pero que al juntarlas resultan por completo increíbles.

Realidad virtual omnipresente, redes sociales exacerbadas, implantes neurológicos, anillos espaciales, megaestructuras, inteligencias artificiales, memes, nanotecnología… todo eso y más encontramos en La señora de los laberintos. Pero llevado al extremo y imbricado de tal manera que, en realidad, no encaja.

No me voy a explayar mucho en detalles tecnológicos ni técnicos dado que no soy ni ingeniero ni físico titulado, sino un simple aficionado a ambas disciplinas que intenta usar siempre la lógica. Prefiero que alguien con mayores conocimientos lo haga para apoyar (o rebatir, oye, que todo es posible) mis opiniones. Sólo voy a entrar en los detalles que más me han llamado la atención y me ha chirriado.

En primer lugar voy a hablar del solapamiento de los colectores. No me cuadra pero que ni de lejos que se solapen los colectores como entidades de ‘realidad’ por completo distintas y al mismo tiempo haya materia física en ellos. Ejemplos de lo que digo están en los propios cuerpos de los humanos o los objetos físicos ‘permanentes’ que se sugiere que hay solapados entre los colectores. Quieran o no todos esos elementos físicos están sometidos al principio de no solapamiento: dos objetos físicos no pueden ocupar el mismo espacio. Esa premisa de la realidad no aparece descrita por ningún lado, sino más bien al contrario: en ningún momento se sugiere el que exista esa limitación, casi pareciendo que las simulaciones y las personas físicas poseen absoluta libertad de movimiento. ¿Qué pasa si dos personas físicas moviéndose por colectores solapados deciden colocarse, aunque sea de manera inconsciente, en las mismas coordenadas del anillo? ¿O si una persona física, avanzando con libertad dentro de su colector, sin saberlo intenta adentrarse en una zona que en otro colector alberga un objeto físico (estructura, roca, árbol, etc.)? A ese tipo de situaciones el autor, demasiado avanzada la obra, intenta explicarlas con una supuesta interacción de los colectores con el sistema muscular del individuo, ‘guiándole’ y ‘apartándole’ de esas situaciones peligrosas. He creído entender que el sistema ‘te empuja’ de manera sutil para que no ocupes el mismo sitio físico que otro objeto. Perdón pero eso se me hace por completo increíble: ¿un sistema de ordenadores capaz de monitorizar a varios miles de millones de personas viajando entre diversas realidades virtuales con supuesta absoluta libertad y que, además, manipule los sistemas nerviosos de los huéspedes de tal manera que evite choques? ¿Y los sujetos manipulados no notan esos empujones? ¿No se dan cuenta de que si quieren avanzar hacia ‘allí’ y que si en esa dirección hay algo físico invisible para ellos el ordenador les desvía? Vamos…

El escenario de la primera parte de la novela se desarrolla en un anillo espacial con gravedad artificial obtenida mediante giro. Eso no supone ningún problema… hasta que empiezan a ascender por él. La creación de un entorno habitable en el espacio usando un anillo consiste en hacerle girar de tal manera que  la unión del movimiento circular, el radio del anillo y la inercia de la materia en el anillo generen una mal llamada fuerza centrífuga que posea una aceleración igual a g. De nuevo ante eso no hay ningún problema. Pero sabiendo sólo un poco de física se tiene la absoluta certeza de que a medida que te acercas al centro de giro la aceleración (y con ella el peso) disminuye hasta desaparecer en el mismo centro. Pues bien: en la novela los protagonistas van ascendiendo y no se describe ni siquiera una mínima mención a ese fenómeno. Pero sí que hay un determinado momento en el que se hace mención al efecto Coriolis. ¿Otra vez el sistema de RV manipula las sensaciones de los individuos para que no noten eso? Demasiado.

Karl Schroeder - La señora de los laberintos

Karl Schroeder – La señora de los laberintos

A partir de la segunda mitad del libro el autor empieza a introducir una especie de meme autoconstruida y en cierta manera consciente. Este elemento no pudo evitar que recordar el engendro titulado Wyrm (M. Fabi). Sigo pensando que un meme, por sí  mismo, no puede considerarse un ente consciente. Mucho menos con inteligencia y ‘dirección’. Otra cosa sería que detrás del meme exista una inteligencia que lo ha lanzado y que intenta manipularlo y orientarlo para poder influir en los que siguen el meme… pero un trabajo semejante, con la caótica interacción humana como caldo de cultivo, tiene más de fantástico que de ciencia ficción. De nuevo mal.

Otra semejanza que me ha chirriado la encontramos en parte de lo buscado por un colectivo del libro, el objetivo jipioso de una especie de Gaia muy semejante a tal y como aparece en el final de la saga de la Fundación (Asimov). Admito que se trata de un prejuicio personal, pero esa opción para mí no es tal: en anular la personalidad nunca está la solución.

También debo resaltar que parece que La señora es una novela inspirada en las redes sociales como tuiter y feisbuc, sólo que llevadas al extremo. En la novela se puede contemplar todo ese fenómeno de los seguidores, los me gustas y demás zarandajas (sí, siempre me he declarado en contra de feisbuc, y tuiter lo usaba como manera de informarme rápida y distinta a los medios normales, pero de ella odio los típicos ‘estoy cagando’). El uso exacerbado de las redes sociales aparece en la novela en forma de la virtulización de las relaciones personales casi hasta el absurdo. Un horrible panorama que, para mi desgracia, cada día está más cerca de la realidad de lo que me gustaría desear.

Pero no quiero eternizarme con este libro ni con los defectos que le he visto: sin duda un físico, ingeniero o matemático encontrarán muchos otros. Ahora voy a hablar en concreto de la edición que he tenido entre manos: la de La Factoría de Ideas. ¿Qué debo decir de ella? Que adolece de una mala traducción, tanto que me he encontrado no sólo frases mal formadas, sino que algunas incluso resultan incomprensibles de leer. Poco favor le hace eso a un texto ya de por sí bastante mediocre. Además, en lo relativo a la labor editorial, decir que me he encontrado numerosas erratas, algo injustificable a estas alturas, cuando se ha convertido en unas de las editoriales valuarte del fantástico español. Mal otra vez.

En definitiva el libro se merece un piadoso 4, un suspenso que hay que aplicar tanto al contenido como al continente.

Adiós.

PD: Mira cuán anodino se me hizo el libro que le empecé a leer justo después de La torre de cristal y para cuando me fui de vacaciones aun no lo había terminado, algo que solventé ya en casa y convaleciente (La sequía de por medio).

J. G. Ballard – La sequía

(Reseña redactada con fecha 5/11/2013.)

Hola, culebras.

J. G. Ballard - La sequía

J. G. Ballard – La sequía

Cogí de la pila este libro de Ballard más que nada porque era finito y no suponía mucho bulto en la maleta: cuando se viaja y no te gustan los ebooks tan modernos hay que tener este tipo de detalles en cuenta. De esa manera La sequía entró dentro de mis lecturas. Por supuesto que no me imaginaba que su lectura iba a resultar tan accidentada (pero esos detalles forman parte de otra historia).

Siempre que leo a Ballard acabo con una extraña sensación de me ‘he perdido algo’. El ingles, aficionado a usar frases y descripciones a veces tan poéticas que rozan lo críptico, me deja descolocado. Está bien el dejar a la imaginación del lector campo para que juegue e idee, pero este autor a veces me parece que no se quiere implicar en lo que escribe dejando adrede en el texto cabos sueltos y detalles extraños sin explicar.

Por fortuna el libro no se asemeja ni lo más mínimo a La feria de las atrocidades, culmen de ese estilo enrevesado. En La sequía tenemos una historia dentro de lo que cabe lineal (en la medida que el estilo tan personal del autor lo permite), con unos personajes, una situación y una trama más o menos coherentes. De esa forma el libro nos describe en su primera parte una sociedad decadente, sorprendida por un muy poco creíble desastre climático (los párrafos en los que el autor intenta explicar la naturaleza del mismo y la reacción sociopolítica al mismo quizá constituyan la parte peor y más inocente de la novela). En ese entorno de sequía contumaz malviven unos personajes trágicos y pintorescos: el predicador que de manera obtusa afronta la situación y obliga a su decreciente parroquia a mantenerse atada a la iglesia, el rico arquitecto que con su carácter obsesivo pretende dar un golpe de poder, el médico repudiado por su comunidad que no sabe bien qué hacer, la bióloga emperrada en salvar un zoológico y acompañada de bestias humanas peores que las que albergan las rejas, el retrasado mental que acecha como una sombra, el niño perdido convertido en una suerte de Caronte recorriendo el moribundo río, los pescadores transmutados en locas hienas sectarias… Un conjunto de extraños personajes que el autor no acaba de aprovechar bien para darle contundencia a la historia: algunos de ellos aparecen de forma brumosa, simples y torpes pinceladas de algo bien podría haberse convertido en un magnífico paisaje pero que se queda reducido a un descoordinado bodegón.

Eso en cuanto a la primera parte. Tras un breve intermedio en plan road movie y unas escenas de una gestión de la crisis mal llevada por el gobierno (en lo que se refiere a credibilidad) llegamos a la segunda parte: la historia da un largo salto hacia adelante en el tiempo para mostrarnos a algunos de los personajes anteriores, ahora curtidos por un entorno salvaje y cruel. En esa segunda parte el autor nos describe una técnica de robo que por más que le he dado vueltas ni comprendo ni acabo de creer. Puede que forme parte de una de esas pajas mentales del autor y que un estudioso de Ballard la sepa sacar jugo e incluso interés: lamento decir que para mí resultó otra de las partes del libro sin sentido y tristes, si no penosas. En esta parte, como he dicho antes, vuelven a aparecer algunos de los personajes de la primera: destacan las figuras del doctor y el chico, ahora ya un hombre. Entre ellos se describe una relación que evoluciona de una manera muy poco creíble, demasiado folletinesca y de desenlace melifluo que no acaba de cuajar. De nuevo Ballard describe un entorno y unas situaciones que bien llevadas hubiera dado para mucho más que lo que al final hay.

La epopeya del doctor acaba en una tercera parte: un regreso a los orígenes en el que se encuentra al que creía y temía se convirtiera en su Némesis, ahora acompañado de secuaces a cada cual más distorsionado y grotesco. En esta parte final de la novela Ballard pierde el rumbo y se sumerge en un texto por completo onanista que desluce todas los posibles brillos de las secciones anteriores.

Para culminar hablaré un poco sin soltar (nada que reviente la historia) del final: una escena sin sentido, que no aporta nada a la novela ni que encaja en nada de lo descrito sobre la crisis mundial. Casi parece que el autor ha querido deshacerse de la novela y cortar por lo sano: tajazo y dejo esto de una vez.

Como libro de catástrofe climática no tiene nada que ver con el magistral Rebaño ciego. Pero el autor tampoco pretendía semejante despliegue, sin lugar a dudas, limitándose a narrar (mejor o peor) las miserias de los protagonistas.

Por todo ello, por su quiero pero en el fondo no me molesto, se lleva un triste seis.

Adiós.

Robert Silverberg – La torre de cristal

Hola, culebrillas.

Robert Silverberg - La torre de cristal

Robert Silverberg – La torre de cristal

De nuevo me toca leer algo de Silverberg, un autor que por ahora me ha demostrado que puede escribir maravillas como la saga de Majipur, o bodrios como El mundo interior. El libro que he leído en esta ocasión, La torre de cristal, tiende más a la segunda categoría pero sin sumergirse demasiado en ella.

En apariencia el libro gira en torno a la construcción de una torre ‘de cristal’, un dispositivo que se supone se comunicará mediante haces de taquiones con otra civilización situada en un estrella a trescientos años luz de distancia. Y es que la humanidad ha recibido un críptico mensaje enviado a través de ondas de radio y  otras frecuencias del espectro de la luz. Aquí el libro ya empieza a hacer aguas: ¿responder a una emisión infralumínica con una supralumínica? En un diminuto párrafo de la novela se intenta justificar esa aberración, como que los taquiones reaccionan con la atmósfera del destino o algo así. Partículas de masa negativa interactuando con otras masa positiva… Porque si no obligaría a algo casi aún más enrevesado: presuponer que el receptor va a desarrollar un sistema de escucha especial (a base de taquiones) cuando hasta ahora sólo ha usado el ‘rudimentario’ espectro lumínico. Vamos, como si alguien te llama la atención desde la lejanía con señales visuales con las manos y a ti se te ocurre responderle con construyendo una radio y respondiendo con ella, porque claro, mientras tú la construyes él la inventa y crea el receptor asociado.

Ahí tenemos el primer fallo del libro. Si toda su redacción se centrara en la construcción del sistema de respuesta supondría un despropósito absoluto. Vamos, en cierta medida como en El texto de Hércules, aunque hablaré de ello más adelante. Pero por fortuna el libro no se centra en ello: por el contrario despliega una vertiente menos hard y más social. En el libro se describe una sociedad humana futura en la que se ha llegado a un ideal de sosiego y la prosperidad sociales, en parte gracias a un sistema de teletransporte y a la aparición de unos ‘humanos de segunda’, de diseño de laboratorio, que hacen todos los trabajos desagradables y especializados. El autor los denomina androides: a casi todos los efectos seres humanos, pero optimizados, de piel rojiza, estériles y considerados por la humanidad como meros objetos, propiedades. Ahí, en ese conflicto acerca de qué es humano y que no, radica el nudo del libro. ¿Qué diferencia a un humano nacido de uno construido, cuando ambos sienten, padecen, sueñan en incluso creen en dioses? Un estudio de la esclavitud y de los conflictos que la aparición de movimientos abolicionistas genera en el seno de una sociedad futurista pero dependiente del esclavismo. También se da un pequeño repaso, por decirlo de una manera, al concepto del germen de lo religioso, del misticismo. En eso tengo que admitir me ha gustado esa visión de la religión como ‘cosa’ creada de manera sistemática y planificada: se ve que tras las religiones hay todo un artificio inventado por sacerdotes más o menos bienintencionados, más o menos ingenuos, y mucho más que menos ciegos y sectarios. Sectarios hasta el punto de… mejor me callo.

El libro ha envejecido mal en lo relativo a las dimensiones ‘mastodónticas’ de edificios civiles: ahora mismo, inicios del s. XXI, sólo hay que ver al Burj Khalifa para comprobar que si ahora pueden llegar a alturas de más de ochocientos metros, ¿a cuáles no llegarán dentro de dos siglos?

Un defecto que se me hace enorme es la aparente Inexistencia de un gobierno global real, un poder político que actúe de manera directa en la construcción de la torre. A ver, que el amigo Krug no está construyendo un castillito en sus terrenos, sino la antena que servirá de presentación de los terrestres ante una civilización extraterrestre. ¿Qué pasa, que un millonario egocéntrico se va a convertir sólo a golpe de talonario en el embajador de todo el planeta? ¿El poder político del planeta no tiene nada que decir en todo eso? La aparición de una segunda máquina en Contacto, construida a través de la iniciativa privada de otro millonario excéntrico, en la novela de Sagan aparece bien justificada: una última carta ante el desastre que la religión (la jodida religión) provoca en la construcción civil fruto de la cooperación de todos los gobiernos del mundo. En La torre de cristal todo se reduce al poder del dinero de un tío: un ejemplo de liberalismo extremo, despiadado y desproporcionado.

Un nuevo fallo, que casi roza el colmo del ridículo, lo tenemos en que la señal parece que sólo la recibe el amigote de Krug. ¿Ningún otro observatorio, ningún radioaficionado la capta? ¡Por favor! Ese enorme fallo ya tiró por tierra un texto muy posterior en cuanto a fecha de edición: El texto de Hércules.

Para acabar la reseña, y son querer destripar el final, debo decir que me entró una duda: han leído La torre de cristal D. Simmons (La caída de Hyperion) y Aguilera&Redal (Mundos en el abismo). Porque veo semejanzas. Algo ligeras, sí, pero semejanzas al fin y al cabo.

La nota final que le otorgo al libro, por su tratamiento de la realidad del hombre, la esclavitud y la religión, llega a un seis.

Adiós.

P.D.: Lo de meter la foto del libro me lo ha sugerido un buen amigo, Guille. Y la verdad es que así está mejor la cosa. ¡Gracias, Guille!

Joe Haldeman – El engaño Hemingway

Hola, ofidios.

Hace mucho que no leía nada de Haldeman. Lo último suyo que pasó por mis manos me dejó algo frío. Ahora, tras años en La Pila, le he dado la oportunidad a este El engaño Hemingway. No voy a negar la verdad: lo he cogido con cierto recelo. Demasiadas veces lo he tenido entre las manos, he leído la contraportada y lo he vuelto a dejar en la estantería. Pero ya le ha llegado el día.

¿Qué me he encontrado? En primer lugar un texto que en cuanto a estilo y forma, tal y como me temía, no puedo valorar con plena seguridad. Creo entender que el autor ha tratado si no de imitar si de captar el estilo de Hemingway. En mi caso, como jamás he leído nada de ese escritor, me voy por completo incapaz de decir si ha acertado o no en la tarea. Un punto negativo (para mí, ya que soy el único culpable de ello) del libro.

Pero sí puedo opinar del fondo, de la historia que narra. Y en eso debo decir que el libro cumple en un ochenta por ciento. Tiene un inicio decente y poco a poco se enredando. Salvando alguna sección en la que se nota a la milla que el autor ha metido paja (divagar sobre la sexualidad y las relaciones de los personajes, detalles que a lo largo de la obra no tendrá peso alguno) la lectura resulta agradable y dinámica.

Pero, tal y como he dicho, se trata de un ochenta por ciento del texto. ¿Qué sucede con el veinte por ciento restante, que coincide con el tramo final? Pues que el autor se mete en un barrizal del que no sabe cómo salir. Al final El engaño Hemingway se convierte en El engaño Haldeman: un final rebuscado, lioso, brumoso y que deja cabos sueltos (detalles que introduce a lo largo de la historia y que quedan en el aire sin la menor explicación, ni siquiera superficial).

En definitiva, un libro que se disfruta a medias. O a ocho décimos. Supongo que si conociera la obra de Hemingway me hubiera quedado más satisfecho. (Nota: leer algo de Hemingway.) Debido a mi ignorancia de ese autor no puedo ni pasar del aprobado a este El engaño Hemingway ni suspenderlo. Se queda con un cinco raspado.

Adiós.

Samuel R. Delany – Nova

Hola, culebras.

Sí, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que puse nada en este blog, pero es que he estado (y aun sigo) de baja, pachucho. Y además, por una vez en mi vida, estando enfermo no he tenido muchas ganas de leer. Eso indica lo mal que de hecho me encuentro. De esa manera un libro que en otras circunstancias no me hubiera durado ni una semana ahora me he tirado más de un mes con él. ¿De qué libro hablo? De Nova, de Samuel R. Delany.

Del señor Delany no leía nada desde hace muchos años. Pero muchos, muchos. Si no recuerdo mal la última vez que agarré algo suyo se trataba de la saga La caída de las torres, lectura que se me hizo por aquel entonces (yo no había siquiera superado la veintena de años) espesa y casi insoportable. Dado que no recuerdo de esa trilogía mucho ignoro cómo la afrontaría ahora, si me gustaría o no.

Pero sí puedo decir que este Nova lo he agarrado con cierto resquemor y miedo. La fama de Samuel R. Delany como escritor no–fácil le precede. ¿Y qué me he encontrado en esta novelita? Pues una aventura que, sin haber leído el clásico de Melville, creo que tiene bastante que ver con Moby–Dick. En resumidas cuentas se trata de la historia de un capitán de navío (estelar pero navío al fin y al cabo, con sus remos y todo) en busca de un premio demente, una meta que le puede llevar a la muerte, a él y a todos cuantos le acompañen en la travesía. ¿A quién tiene por compañeros? A la manera del Lobo de mar de London el capitán se hace acompañar de un literato, pero junto a éste hay un marinero y músico de origen terrestre (algo que en la novela queda claro que supone toda una distinción, una raza aparte) así como un peculiar grupo de marinos nacidos en los sistemas extrasolares.

Con esos ingredientes se podría esperar una novela de aventuras más o menos dinámica. Pero no. Nova, en vez de fluir de una manera continua hacia su meta se estanca en detallar los recuerdos del capitán y algunos de los miembros de la tripulación. Esos pasos a atrás en el tiempo de la historia tiene una excesiva longitud, haciendo que se rompa el tempo de la acción principal. En vez de llevar al lector a esos sucesos pasados (y que sí, que tienen peso en la historia principal) de una manera dosificada, con píldoras más o menos pequeñas, le empacha con páginas y páginas de historias secundarias que en un principio parecen por completo desconectadas de la trama base. Para más INRI resulta que algunos de esos recuerdos tratan de definir a algunos de los personajes de la tripulación, si bien otros miembros de la misma quedan por completo huecos, planos. ¿Tanto hubiera costado dedicarles a los mellizos o a la pareja de los pajarotos tanto interés como al resto? Como resultado de todo ellos tenemos un tratamiento de los personajes irregular.

Otro defecto que tiene la novela (este que me lo tomo a nivel más personal que otra cosa) lo encontramos en el uso de la pseudociencia. El autor trata de argumentar parrafadas técnicas para explicar el funcionamiento de ese mundo, pero la mayoría de ellas consisten en pura charlatanería con ínfulas de ciencia. Más le hubiera valido eliminarlas, soltar lo del flogisto a las claras y seguir adelante con la búsqueda de Moby–Dick.

Con todo ello el resultado final del libro defrauda un poco: da pena ver cómo lo que muy bien podía haberse convertido en una historia época acaba en agua de borrajas. Por todo ello le pongo un 6, y bastante me parece.

Adiós.

Sheri S. Tepper – La puerta al país de las mujeres

Hola, culebras.

Segundo libro que leo de la Tepper, tras el agradable Despertar. La verdad es que este libro, La puerta al país de las mujeres, me suena bastante. Me suena de haber oído hablar de él en la lista de correo de ciencia ficción (cuando todavía estaba en ella, cuando resultaba interesante estar en la misma y el chorro de 300 correos diarios no sólo no aburría, sino que resultaba casi adictivo: hablo de 1997, más  menos: ¡que no ha llovido ya de eso!). Mi edición tiene fecha de 1994, por lo que no sería raro que tres años después siguiera levantando un poco de polvareda este alegato feminista.

Bueno ya que he dicho la palabra clave, feminista, ya puedo entrar en harina en la reseña de este libro.

Sheri S. Tepper aprovecha un escenario post apocalíptico para pintarnos u modelos de sociedad por completo matriarcal. En un mundo devastado tras algo que intuímos tiene mucho de guerra nuclear, si bien en ningún momento se dice con esos términos (posiblemente debido a que tenemos como narradora a una mujer  de esa época, y todo apunta a que lo nuclear en esa época esta totalmente olvidado, junto con muchas otras cosas de las era pre devastación).

Lo dicho: feminista. El libro es feministas. Ya lo he dicho, ya he pecado. Pecar, sí, pecar: lo que en la portada reza como ‘alegato antisexista’ una vez leído se revela como un texto por completo sexista, en el sentido de que ‘la inmensa mayoría de los hombres son malos y no merecen reproducirse, debiendo ser vigilados por las moderadas y sabias mujeres. El libro, de forma somera, se reduce a eso: mujeres las casi siempre son buenas; los hombres en un porcentaje muy alto resultan dañinos.

Vamos, sexismo puro y duro, nada más que visto desde ‘el otro bando’. Por supuesto la postura me parece algo por completo defendible: por algo la mujer ha padecido (y aún la padece, en muchos países de forma sangrante) explotación, violencia y opresión. Resulta lógico e incluso necesario la existencia de libros como este: la mujer tiene todo el derecho a reclamar ese rol dominante, aunque sólo sea como en papel.

Tepper nos describe un panorama en el que la sociedad está dividida en dos colectivos bien diferenciados: los hombres ‘libres’, que viven fuera de las ciudades y hacen las veces de milicias defensoras de las mismas, siguiendo un escalafón militar. El suyo es un mundo sólo para hombres, sin lugar alguno para el sexo femenino. Por otro lado están las ciudades, recintos amurallados con reminiscencias medievales en cuyo interior se agrupan las mujeres, gobernadas por Consejos mucho menos estrictos que el de los hombres. Fuera de los muros reside la fuerza y el honor ciegos; dentro, la cultura y la ciencia. La fiereza de rasgos salvajes, irreflexivos, frente al sosiego y la meditación. Lo masculino ante lo femenino.

O al menos en grandes rasgos. Sí, hay mujeres más allá de los muros: las gitanas de vida licenciosa o aventurera. Dentro de las ciudades también hay hombres: sumisos siervos, la renegada deshonra de las huestes del exterior.

¿Las relaciones entre ambos mundos? Sexo con un único objetivo: el reproductivo. Falanges armadas y defensoras fuera, abastecidas el colectivo agricultor/artesano de dentro.

Y poco más… En principio.

Un mundo no de todo idílico pero que lucha por ello.

El contrapunto a esa sociedad lo hayamos ya bien avanzada la segunda mitad del libro: la Tierra Santa, una región de costumbres salvajes donde en nombre de la religión impera la endogamia y la brutalidad más absoluta hacia la mujer. Allí las consideran como apenas animales, criaturas pecadoras apenas necesarias para propagar la semilla del patriarca y de la raza. El blanco contra el negro. En la novela no hay más ejemplos de sociedad: o la demoníaca y bárbara de los puritanos endogámicos, o la escindida del País de las Mujeres. Porque la inmensa mayoría de los hombres tienen como único objetivo el poder, la violencia y el sexo. Y la inmensa mayoría de las mujeres gozan del sosiego, la calma sabiduría y la paciencia. Eso es lo que se extrae de la novela. Lo dicho, Tepper nos planta un discurso de sexismo crudo y directo, una ‘visión desde el otro bando’.

Cuando aparecen ciertos toques de gris, más allá de esos contrastes opuestos, llegan acompañados de una suerte de reproducción selectiva, como si se tratara de simple ganado. Y ganado además que en sus genes porta un plus añadido.

No puedo dejar de destacar otro defecto del libro: éste se acaba de enfangar, al menos para mí, cuando la autora usa y abusa de la P.E.S. (percepción extra sensorial). El entorno postapocalíptico creíble que nos describe en un primer momento (siempre en la medida de lo posible, se entiende) queda manchado con asuntos magufos, supercherías que al final de la novela se descubren como parte vertebral de… de todo. Una pena caer en todo esto.

Así la lectura resulta algo anodina, y los aderezos poco convincentes o incluso inapropiados, muy lejos de lo que recuerdo del otro libro. Una pena. Se lleva un humilde 5, nada más.

Chau.