Güenas, culebras.
De nuevo tengo en mis manos un UPC, en este caso el de 2002. Y de nuevo relatos más o menos afortunados, y mi habitual desacuerdo con los resultados del premio.
Por una vez no voy a seguir el orden de presentación de los relatos en el libro, sino que voy a hablar de los que más me han gustado:
- ‘Odisea’, de Fermín Sánchez Carracedo, con su aire clásico (homenaje incluido a Clarke) ha sido sin duda el que más satisfecho me ha dejado. Un relato pausado, clasicista, de un primer contacto. No será muy original, eso no lo dudo, pero sin duda me ha hecho disfrutar, si bien el final lo hubiera dejado un poco más oscuro.
- ‘La ruta a trascendencia’, de Alejandro Alonso, me gustó… y no me gustó. Me explico: la situación mostrada en el relato resulta sin duda atrayente por lo enrevesada, pero la manera de lograrlo… algo falla. Yo habría aparcado el sentimentalismo y aplicado un poco más de mala leche: la gente en esas circunstancias creo que se volvería más precavida, más egoísta, y más que una comuna hubiera devenido en un alejamiento, creando una especie de área de ermitaños (como la escena del abuelo ‘trasparente’, de lo mejor del relato). Pero es que se trata de un escenario muy complejo: sólo por la valentía de tratar el tema ya merece mi respesto.
- ‘Escamas de cristal’, de Pablo Nauglin (Pablo Villaseñor), me gustó pero lo vi… hueco, forzado. Artificio sentimental para llenar páginas. No me acabó de gustar. Ahora, al escribir esta reseña, no sé porqué me llega a la memoria ‘El pusher‘ de Varley: quizá porque eso sí es saber jugar con los sentimientos de una manera magistral, concisa y directa.
- ‘Teorema’, de Irene da Rocha, resulta aburrido, tonto. Una pérdida de tiempo. No me gustó en absoluto. Por no mencionar el detalle de ‘me planto en la luna para cenar, querida’. Así, como si nada.
De nuevo mis gustos no encajan con los del jurado del UPC. Razón de más para no mandar nunca nada allí 😛
Este se lleva un correcto seis.