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El VICIO, con mayúsculas.

Alfonso Zamora Llorente – De Madrid al zielo

Hola, ofidios.

Esta reseña la voy a empezar a redactar cuando todavía me queda más de un tercio para acabar el libro. No suelo hacer algo así, pero es que con lo leído hasta ahora lo tengo bastante claro, el menos para escribir el grueso de la reseña. Esperaré a acabarlo para rematar la faena, esperando una sorpresa que me haga cambiar de opinión. Aunque lo dudo.

¿Qué hay en este De Madrid al zielo de Alfonso Zamora Llorente (así, con dos apellidos) que me haga adelantar la reseña? En pocas palabras: la lectura se está volviendo poco menos que una tortura. Y esta vez no por culpa del autor (o al menos de una forma directa) sino de la labor inexistente, o vergonzante (o ambas cosas), de Roció Arroca. ¿Quién es esta mujer que no aparece como la autora pero que recibe estas cariñosas palabras mías? Pues la que en los datos editoriales aparece como correctora.

Pero antes de arremeter contra ella vayamos por partes.

De Madrid al zielo es el segundo libro español de temática Z que leo. Del primero guardo un infausto recuerdo, pero… aquí viene el ‘pero’: ese libro, aun con sus enormes carencias, pertenece al tan actual fenómeno de la autoedición. Hay que situarse dentro de lo que supone la autoedición: una sola persona se ha currado, con sus más o menos limitados conocimientos, una novela; ha escrito, maquetado y lanzado el texto al mar de la edición digital; se supone que no ha tenido a nadie con él que le guiara, le corrigiera y le orientara. Sí, al final quedó una auténtica chapuza de libro, pero olé sus huevos: el señor Arnaldos lo ha intentado él solito. Sólo por ese pundonor ya se merece una migaja de admiración.

Pero en De Madrid al zielo nos encontramos con algo muy diferente. La base apenas difiere respecto de Crónicas zombi: Preludios y orígenes: al igual que el señor Arnaldos, el autor de De Madrid al zielo (Alfonso Zamora) empezó con esa maravilla tan democrática y accesible llamada blog. Al parecer en ese formato empezó el embrión de la historia, pese a que (leyendo lo leído) el señor Zamora no tuviera ni la menos idea de escribir. Pero ahí acaban los paralelismos entre De Madrid al zielo y Crónicas zombi: Preludios y orígenes. De quedarnos ahí hubiera recibido una reseña similar. El autor se llevaría una serie de collejas por su pésima (por no decir nula) calidad literaria y acabaría con un ‘ánimo, a mejorar y ya veremos qué tal la siguiente’.

Pero no. De Madrid al zielo llega a mis manos editada por una editorial con bastante fondo bibliográfico, Dolmen. Más aún, en el libro aparece nombrada Roció Arroca como correctora. Tengo la manía, puede que mala, de empezar a leerme un libro por la primera página, esa que tiene lo del ISBN y demás gaitas. Así que al encontrarme con la señora Arroca me dije ‘oye, un libro que va a estar, al menos en cuanto a la forma, bien redactado’. Craso error. Por decirlo en pocas palabras: la redacción, casi de cabo a rabos, es un absoluto despropósito.

Alfonso Zamora - De Madrid al zielo

Alfonso Zamora – De Madrid al zielo

De entrada decir que me asusta ver que un texto escrito en el mismo idioma de la edición necesite la presencia de un corrector. ¿Qué tipo de horror ha llegado a la editorial para que deba contratar a un corrector y como tal acreditarlo en la edición? A ver, que no hablamos de una traducción de ruso predinástico, sino de un texto escrito hace menos de cuatro años en español, le mismo idioma con el que lo leo. ¿Tan mal estaba la redacción inicial para necesitar ese tipo de ayuda? Eso de entrada me habla muy mal del señor Zamora: ¿sabe escribir dos líneas seguidas sin que requiera que alguien le ayude? ¿Qué maravilla de trama y personajes ha creado para que un editor asuma el sobrecoste de un corrector a la hora de sacar a la luz ese texto? Sin duda debe de tratarse de el libro de este género, la joya máxima.

Por eso exijo que lo que voy a leer tanga buena calidad tanto en el fondo (esa maravilla que implica sobrecostes) como en la forma (ha habido un profesional del estilo repasando ese aspecto del texto).

Vamos, que no me sirve que el señor Zamora no tenga ni idea de escribir, que no acierte a poner bien una sola frase (cosa que demuestra al no saber ver errores de concordancia y de ‘mala elección de palabras’ como el que le puse en el twitter): para eso está la señora Arroca, para pulir todos esos errores.

Pero ¿qué ha hecho esa mujer cuando me encuentro una sintaxis execrable, poco menos que de párvulo? Mis ojos sangran al leer algunas frases. Me estoy viendo obligado a ‘repuntuar’ mentalmente todo cuanto leo: colocar/eliminar/añadir los signos de puntuación de la correcta manera para tratar de sacar el significado que creo que quiere trasmitir el autor.

¿Ha usado la señora Arroca el famoso método de leer en voz alta lo que escribe? ¿Sabe que todo signo de puntuación lleva asociada no sólo una pausa en la lectura sino una respiración, e incluso pueden suponer un cambio de entonación? ¿Conoce el uso y utilidad de los signos de puntuación… o se ha limitado a sembrarlos por el texto esperando que se coloquen solos tras un tiempo al barbecho?

Leyendo (o mejor dicho sufriendo) el libro veo que no, que la señora Arroca no tiene ni la más remota idea de dónde hay que poner un punto, una coma, un punto y coma, unos paréntesis… Si no fuera responsabilidad de ella, o de su jefe, le regalaría un manual de estilo, o al menos algo en plan ‘Las 500 dudas más frecuentes del español’. Coño, o aunque sea el interesante Mientras escribo de King: supongo –quiero pensar– que podría sacar algo de esa lectura.

En serio: me ofende que en un texto alguien aparezca como ‘corrector’ y aun así me encuentre con este absoluto despropósito. Si al menos se tratase del texto tal cual del autor, en plan autoedición…

A eso hay que añadir el abuso de los verbos comodín como ‘ser’ y ‘estar’. Con la riqueza y colorido de verbos que tenemos en nuestro idioma, verbos que permiten jugar con el lenguaje de una manera precisa y muy visual, el abuso con el ‘ser’ y ‘estar’ hace que el texto se arrastre con excesiva torpeza. Parece que el redactor apenas sabe desenvolverse más allá de las ¿mil? palabras del español cotidiano.

Otro detalle que resulta en extremo cansino lo tenemos en que el texto está sembrado de verbos modales del tipo –­mente. A ver, que no sólo yo lo digo. El propio Stephen King (un don nadie) recalca que hay que huir de ellos como de le quema, que esos adverbios matan las descripciones y el ritmo. Yo, al leer la manera en que a veces se encadenan dichos adverbios, noto como mis tripas se revuelven. De verdad: todo adverbio oculta dentro de sí una descripción, sólo hay que saberlas desenterrar del texto. A continuación me había currado un ejemplo de ello, pero no me voy a poner a pontificar, máxime cuando jamás me han publicado nada de manera seria.

¡Oye, que está narrado en primera persona, y la gente habla con adverbios modales cada dos por tres y con un lenguaje sencillo! Eso me lo puede decir alguien como respuesta a esa crítica. Y sí, vale: el libro está en su gran mayoría narrado en primera persona, en la del protagonista. Pero eso no es un ‘vale todo’. Aquí debo volver a decir que ese estilo en primera persona ya me empieza a apestar: lo veo como un escudo tras el que se esconde el ‘escritor’ carente un mínimo manejo del idioma. ‘Como la historia la narra alguien normal uso lenguaje normal, o incluso analfabeto. Se me entiende lo que digo, ¿no? Pos fale’. Ea. Me calzo las botas de una persona con una cultura reducida y hago de la mediocridad en el lenguaje el vehículo para narrar cualquier cosa. Y me quedo tan ancho. Lo dicho: hay autores que en sus obras enarbolan, casi con orgullo, su reducido manejo del idioma. Y lo peor: editores que lo permiten. Mucho me temo que en este reducto del subgénero Z hay mucho, o demasiado, de esto.

Pero sigamos con la señora Arroca. Su nula y al mismo tiempo nefasta labor revela la casi sin lugar a dudas horrible redacción del señor Zamora. Porque si corregido está así de mal no me quiero ni imaginar cómo estaría el original. La señora Arroca le ha dejado al pobre con el culo al aire, le ha traicionado, vendido, apuñalado. Bueno, la señora Arroca y de paso el editor. Ya me habían hablado mal de las ediciones Z de Dolmen (sobre todo en el sentido de publicar textos con muy baja calidad literaria), pero hasta ahora no lo había padecido en propias carnes. De verdad, me horripila lo leído (hablando sólo del estilo, de la forma). Tras ello no tengo ninguna gana de leer nada más de la serie Z de Dolmen. Ni corregido ni sin corregir. Lo dicho, como alguien que creo que tengo una cultura literaria mínima y un nivel de exigencia acorde a ésta, como alguien que intenta redactar siempre de una manera por lo menos ajustada a la norma y con propiedad (cuidando en transmitir bien lo que quiero transmitir), me ofende que alguien ‘profesional’ edite semejante despropósito y pretenda que la gente pague por ello. Menos mal que el libro me lo han dejado: me hubiera dolido descubrir que mi muy escaso dinero acaba tirado a la basura con esta compra.

Y eso sólo hablando de lo relativo a la forma.

Ante dije que, en vista de que le editor se ha gastado el dinero de un corrector, la historia debía merecer ese sobreesfuerzo. Pero por desagracia no es así: el fondo queda acorde con la forma. Y en esto la culpa entera ya recae en el señor Zamora. En la obra se encadenan escenas tópicas, una tras otra. Como ávido consumidor del cine del genero zombi todo lo que leo lo he visto una y mil veces, cambiando algunos detalles, en la pantalla. Bien, desde hace décadas sé que ese subgénero está tan limitado que, aparte del divertimento fácil del cine (y ello con el cerebro apagado), me resulta muy difícil de encontrar en él sorpresa o emoción genuina. Ese campo, el de sudar y de verdad sentir la asfixia de un estallido viral, lo dejo para cosas tan entretenidas como los juegos de mesa (ese maravilloso Zombies!!!!!) o los videojuegos.

Pero no en el texto. O al menos no según lo poco que ha llegado a mis manos.

La sucesión de tópicos de De Madrid al zielo está acompañada de más defectos. Desde los tontos (como decir que en Madrid, en enero, a las siete ya ha amanecido) hasta los de más peso (la muy torpe descripción del estallido: resulta del todo increíble, por infantil, la manera en que reaccionan los organismos oficiales). El autor acude al recurso fácil de encontrarse todo infestado de zombis, sin aprovechar la oportunidad de tener a testigos viviendo cerca de una supuesta zona caliente para describir de primera mano el estallido. Supongo que eso habría supuesto meterse en camisa de once varas: mucho más cómodo introducir un par de mensajes oficiales y ¡tachán! todo lleno de zombis.

Entre medias, antes del estallido y luego después, la cosa empieza a apestar a poderes psi. A ver, lo admito: en el tema de los zombis me considero muy, pero que muy tradicional. Y no me refiero a que sólo me gustan los lentos, no. Disfruté como un enano con la versión de Zack Snyder de El amanecer de los muertos, o con 28 días después (la de 28 semanas después sin embargo me parece una absoluta basura). No me refiero a eso, sino a que si estamos con muertos redivivos no estamos ante Jean Grey, Charles Xavier y el resto de patrullosos. Vamos, que tolero regulín a Alice (Resident Evil), y esto me apesta a que algo similar va a pasar.

El tratamiento infantil de la situación se propaga a los diálogos, a las escenas, a las situaciones, a la manera de reaccionar los personajes. Estos chirrían en múltiples niveles: en general todos son bastante planos (algo provocado por la acción que no cesa, que no da tiempo a recapacitar o a profundizar), y algunos de ellos poco menos que infantiles o melodramáticos (por no hablar de veletas). Los diálogos tampoco deslumbran, sobre todo cuando los personajes lanzan discursos artificiales que no se sabe bien a que vienen. Bueno, sí se sabe: si estuviéramos ante un texto decimonónico sí que tendrían sentido; con una persona sencilla del siglo XXI no.

A continuación pongo algunos simples ejemplos de cositas que me han chirriado.

  • El policía que no se presenta como tal a los militares. Incluso parece que se escuda y esconde tras su familia. Entendámonos: esa reacción es 100% lícita y comprensible. Pero de igual manera el autor debería, aunque sea con unos comentarios de refilón, dejar un poco clara la actitud del policía; más aún cuando se encuentra con un destacamento militar y no oculta su adiestramiento. ¿Acaso el jefe del destacamento, al comprobar ese manejo de las armas, no tiene con él ninguna palabra para saber el origen de esa destreza? ¿No le pide que se una a la fuerza? Si el poli se niega, ¿no se dice el por qué ni su motivación? Además de que como policía, más allá de trompos con el coche y mala leche, demuestra ser bastante poco previsor: en vista de lo que se avecina no tiene las luces como para acaparar munición y armas, aunque eso implique robarlas de la comisaría. A ver: los maderos que conozco ya acaparan en casa (en su armero privado) munición y armas. Y éste, consciente de lo que va a caer, no lo hace. Tonto no; lo siguiente.
  • El protagonista que habla de sus compañeros de trabajo pero no describe lo que hace. En un momento dado habla de que ‘en el instituto estudio algo de radio’. ¿Es teleco o qué? Aparte de que se nota que es una proyección del autor, un ‘tío guay que está en todo, es súper bueno, un idealista, un mediador y se apunta a todo porque él lo vale’.
  • Tenemos mujer­–de, novia–de, amigos–de… y para todos ellos se puede decir que no hay nada de descripciones de trasfondo. El nombre, su trabajo y poco más. Como si se trataran de simples adornos de fondo. Incluso cuando intenta describir a uno se equivoca. Lorena aparece en las primeras páginas como una mujer atractiva de la que destaca su vestido de negro; en las páginas centrales de repente se dice que siempre ‘lleva algo rosa de Hello Kitty’. Si siempre lleva algo de Hello Kitty ¿por qué no se describe algo de esa marca la vez que entra en el bar?
  • El único en el que se profundiza un poco con respecto a su trabajo (y por necesidades de argumento), el periodista, muere a las primeras de cambio. Vamos, que desaprovecha lo ya escrito.

Creo que al señor Zamora le hace falta leer mucho, pero mucho, a autores que hagan un buen tratamiento de los personajes (por ejemplo Stephen King) y descubrir cómo enriquecerlos.

Un detalle que se me ha hecho confuso en la parte media de la novela: el paso del tiempo. En un momento dado parece que tenemos a ‘los militares’ viviendo los acontecimientos un mes pasado el estallido, y por otro lado a ‘los civiles’ pasada apenas una semana desde ese momento. Cuando las dos líneas de acción se juntan uno descubre, o cree entender, que ese mes de los militares contaba desde mucho antes que el estallido tal cual conocido por los civiles. En el resto de la novela el tiempo va a trompicones, usando mucho la elipsis. Admito que ese recurso, sobre todo en situaciones o ambientes de stress, cada vez lo veo más inadecuado. Ese tipo de situaciones creo que requieren un tratamiento lineal, como por ejemplo el de La cúpula.

Otra nimiedad pero que sigo sin entender. ¿Por qué en este tipo de historias se evita usar la palabra ‘zombi’ para describir a los bichejos? ¿Escuece reconocer que se trata de eso o qué?

La ambientación, así como las descripciones, apenas existen. Todo se basa en que el lector conozca Madrid y los sitios mentados. Si no está del todo perdido. No hay el menor esfuerzo por crear atmósfera o tensión ambiental, salvo el hecho de acumular más y más zombis a la vista. Me viene a la cabeza, y se confirma un poco más, que este tipo de novela Z patria sólo sabe jugar con lo cercano, usando los escenarios locales como guiños de complicidad con el lector. Supongo que los madrileños, y vallecanos, puedan disfrutar con la mención a las calles y edificios; el resto de lectores de fuera de Madrid… pues lo dudo. Me dan ganas de perpetrar una novela similar pero ambientándola en Santander y así tentar a mis antiguos vecinos. Pero no, no voy a usar ese ardid tan fácil: me conozco y de hacerlo no podría evitar ‘perder el tiempo’ tejiendo atmósferas, dibujando personajes, intentando crear giros de guion y sorpresas. Vamos, todo lo que se ve que no aprecia o exige el editor (¿y el lector medio?) de estos pastiches olvidables. Aparte, dejé de escribir ficción hace años.

Que me disperso.

Ahora voy a hacer un comentario más personal que nada, y con el que espero no ofender al autor, pero es lo que he sentido a lo largo de la lectura. Creo entender que la novela se trata de una especie de enorme masturbación del señor Zamora. Lo digo por la manera de idealizar al personaje protagonista, que además se llama como el autor, Alfonso. Creo que le hubiera gustado vivir, si no todo, gran parte de lo descrito (entiendo que no le desea pegarle un tiro en la cabeza a su padre, por ejemplo). Pero me da esa impresión: ‘me lo paso bomba porque escribo lo que quisiera hacer y de la forma en que lo quisiera hacer’. Bien por él. Además va y le publican el texto, y con éxito (como al parecer ha sucedido). El hombre debe estar retorciéndose de orgasmo en orgasmo. En eso sólo puedo decirle eso de ‘olé por él’.

Aunque para un lector algo exigente leer la novela suponga una tortura.

Espero que, visto lo visto en cuanto a subgénero Z patrio, las dos compilaciones de cuentos que tengo en la pila (todas ellas de autores extranjeros) suban el nivel. La verdad, mejorar lo presente no debería costar mucho. Otra cosa distinta es que me logren sorprender: habrá que verlo, o mejor dicho leerlo.

Este De Madrid al zielo de Alfonso Zamora se lleva un muy benigno 4. Sólo para obsesos acérrimos de los pastiches Z.

PD: si ocurre lo mismo que con Crónicas zombi: Preludios y orígenes tras esta reseña alguno se ofenderá, puede que incluso el señor Alfonso Zamora o la propia Roció Arroca. Que se ofenda quien quiera: por ahora vivimos en un país libre. Pero si se indigna que piense para llegar a la lectura del libro alguien lo ha pagado, alguien que tras soltar su dinero se encuentra con eso. A ver, con sinceridad: ¿el libro posee tanta calidad como lo que cuesta? Pagar un libro le supone al español medio gastarse un importante porcentaje de sueldo. Al realizar ese esfuerzo el lector puede (y creo que debe) exigir un mínimo nivel de seriedad, sobre todo por parte del editor, que al fin y al cabo es el filtro principal. Un lector que paga debe recibir a cambio una contraprestación en forma de calidad. No todo vale, señores de Dolmen.

No todo vale.

Fin de la primera parte

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Herman Melville – Moby Dick

Hola, culebras.

Este clásico de la literatura universal llevaba ya varios años rondándome, y al final ha caído. Nada de versiones edulcoradas ni resumidas: el tocho original (en español, claro). No voy a negar que el mazacote me daba un poco de miedo. Mi última experiencia con un volumen clásico de similar grosor, el Melmoth de Maturin, acabó fatal.

Pero la llamada del mar suena muy fuerte dentro de mí en estas últimas fechas, así que piqué el anzuelo y empecé con este legendario Moby Dick del norteamericano Melville.

Como suelo hacer, para no verme influenciado (incluso con estos libros clásicos) procuro no documentarme sobre ellos ni leer críticas. Así llego a ellos lo más virgen posible, lo cual siempre depara alguna que otra sorpresa.

En el caso de Moby Dick la cosa estaba algo complicado: ¿quién no conoce, aunque sólo sea por encima, la historia de Ajab y la ballena blanca, de la obsesión del capitán por matar a la bestia que le arrancó la pierna? La verdad, hay que vivir en otro planeta (o muy aislado) para ignorar el esquema argumental de esta novela. Yo, por supuesto, lo conocía. Pero en las más de ochocientas páginas debía haber mucho más que una simple historia que con unas líneas se resumía. Me imaginaba un libro similar (salvando las distancias) a El lobo de mar, o a las historias de O’Brian o Hodgson, en las que se vive la mar de los buques de vela en toda su crudeza.

¿Y qué me encontré?

Quizá la primera sorpresa parte del carácter enciclopédico, por decirlo de alguna manera, de la obra: sólo con leer la cantidad de citas con las que empieza ya uno empieza a asustarse. El acercamiento al mundo de la caza de ballenas no se hace como en una novela normal, narrando las vicisitudes y detalles de las peripecias de los tripulantes de una manera literaria. Al contrario, Melville usa capítulos enteros de puro texto didáctico (como si se tratase de un libro técnico), describiendo detalles de una quizá manera demasiado aséptica. No diré que esas partes aburren (el mayor defecto en el estilo es otro muy diferente que luego diré), pero sí que rompen la dinámica de la historia del Pequod y su tripulación.

Entre más y más textos didácticos (y luego alguno se queja de Pohl y su El mundo al final del tiempo) vemos como la historia avanza: nos presenta al protagonista, el ambiente del puerto, a Queequeg (y cómo de una manera muy decimonónica se convierte en el compañero del alma del protagonista) y al propio Pequod, junto con sus irritantes propietarios. Tras escuchar el sermón e ignorar las advertencias del profeta nos embarcados en el buque. Partimos mar adentro y perdemos de vista Nantucket. Muchas cosas, muchas páginas. Pero ¿y Ajab? ¿Dónde está la que yo creía que sería la figura principal de la obra? No tarda mucho en hacer acto de presencia: tarda demasiado. Se me hace increíble que un capitán de barco (por mucho que tenga tres oficiales) se tire encerrado esa cantidad de tiempo en su cabina, sin llegar a supervisar ni la estiba ni las maniobras de desatraque y salida a alta mar.

Más aún, el carácter tiránico y salvaje de Ajab (siempre he oído eso de ese personaje) no queda descrito por sus acciones, sino sólo por los comentarios de Ismael. Me parece triste que en semejante extensión de páginas Melville trata de describir de manera tan precisa y detallada la vida, obra y milagros de la ballena y del cachalote (así como de la profesión de cazador de esos animales) y no logre darle la debida profundidad al personaje de Ajab. Pero claro, narrar texto ‘académico’ resulta menos complicado que darle vida sobre el papel a una persona. Eso hace que nos encontremos, de manera por completo inesperada y sorprendente, ante un ‘contar más potente que el mostrar’. Una pena, la verdad.

Esa manera liviana de tratar la personalidad del capitán se acentúa en el resto de la tripulación: salgo Starbuck y Stubb (los dos oficiales principales del Pequod), el resto de la marinería apenas está dibujado. Se habla un poco de los orígenes de los tres arponeros, algo más (de nuevo en esto nos sorprende Melville) del herrero y de Pip, el negro de a bordo. Y ya.

Entre la vaguedad del tratamiento de personajes y las prolijas, a veces asfixiantes, descripciones de todo lo relativo a la caza de la ballena (esa sobreabundancia me recuerda algunos pasajes del Gordon Pym de Poe) se agradecen los encuentros con los otros barcos. Gracias a ellos leemos escenas e historias a veces muy interesantes (la del capitán Boomer, el sosias manco de Ajab), otras tan demenciales como ridículas (como el episodio de la Jeroboam y su profeta, o la Jungfrau y su capitán) o de un sencillo y crudo dramatismo (la búsqueda de la Raquel). Mención especial supone el encuentro con el derelicto apestado, casi calcado al de Poe. Si bien esas historias no suponen el peso de la novela dan muy bien una visión de esa inmensidad salpicada de dramas llamada océano.

Entre tumbos la novela avanza hacia un clímax que todos ya intuimos: el obsesivo Ajab sólo encontrará su paz, y su final, en un duelo con la ballena blanca. Con él arrastrará a una tripulación que acabará tan hechizada como él. Ese desenlace, aun estando narrado en tres episodios, se vuelve algo brusco y confuso. En él se acumulan una serie de acontecimientos que sólo nos atrevemos a calificar como extraños (sobre todo el comportamiento de la tripulación que queda a bordo del Pequod, junto a la manera en la que Ismael sobrevive) que casi se diría que enturbian la resolución final. Sin embargo un detalle, el destino de la ballena, hace que a uno le quede cierta sonrisa en los labios.

Los ‘estudiosos’ se han hecho las innumerables pajas mentales en cuanto a las referencias bíblicas (por los nombres), las implicaciones políticas y sociales (por la tripulación) y algunas otras más. Pero a mí me parece que podrían tener enorme interés el que se hubieran desarrollado con mayor profundidad los personajes y, sobre todo, las relaciones entre ellos. Pero eso no ocurre, perdido entre una cantidad desproporcionada de paja (así me atrevo a calificar gran parte de las peroratas técnicas). Tiene más mensaje La luna es una cruel amante (por citar el primero que me viene a la cabeza) o Los mercaderes del espacio (otro que me ha venido así, solo) que este Moby Dick.

Todo esto en cuanto al fondo. La forma es, nunca mejor dicho, algo aparte. Melville usa en la narración un estilo recargado, barroco, de la época, que ha envejecido muy mal. Abusa de las subordinadas de tal manera que en demasiadas ocasiones para encontrar el verbo principal y activo de la frase (y saber de qué narices habla) hay que leer líneas y líneas de condicionantes o complementos. Éste es para mí, con diferencia, el mayor defecto de la obra. Se repite una y otra vez, volviendo la lectura algo farragoso. Así se explica la existencia de versiones ‘ligeras’, sin esa enrevesada sintaxis. Si manejara mejor el inglés intentaría asomarme al texto original y saber si se debe todo a una mala traducción o a que de verdad la culpa la tiene Melville.

Otro detalle que no acabó de gustarme, y para el que no encontré una justificación clara, es el de los cambios de estilo literario: en un puñado de ocasiones se pasa de prosa literaria a otra en estilo dramático, de teatro. No vi que aportara nada concreto.

Le pongo un cinco, y me duele, pero es lo que hay: demasiadas carencias (sobre todo en el tratamiento de los personajes) para una historia de la que esperaba más, mucho más.

Adiós.

China Miéville – Kraken

Hola, culebras.

Tras haber leído hace un tiempo La estación de la Calle Perdido debo decir que agarré con una mezcla de sentimientos este Kraken. Me explico: el otro libro me pareció de lo más interesante y fresco, invitando a profundizar mucho más en ese mundo de Nueva Crobuzón, pero lo leído en la contraportada de Kraken no me atraía, la verdad. Será una engañosa primera impresión, me dije. Seguro que Miéville hace que olvide la soberana premisa/chorrada inicial del libro despliega un escenario tan rico como el que se veía en Calle Perdido.

Iluso. Jodido iluso. No supe, o no pude, dejar de pensar una y otra vez la absoluta estupidez de la que parte la novela. No podía engancharme en la novela. Me decía ¿pero qué tontería esta, la que se está liando por un puñetero calamar muerto? La cosa no se arregla, pero nada, cuando empieza a enredarse tanto con los cultos como con la huelga. De hecho la aparición de la huelga me resultó de lo más chirriante: dos libros, dos huelgas. Demasiada casualidad. ¿Qué pasa? ¿En cada libro de Miéville aparecerá una huelga? ¿A eso se limita la reivindicación política –que parece muy comprometido– de este hombre?

Huelga o no el libro avanzaba y yo veía cómo la desidia y la apatía me poseían. No me apetecía continuar la lectura. Eso sólo me ha pasado en muy contadas ocasiones en mi vida: Miéville se une al reducido grupo del que ya forman parte Bernard Wolf (Limbo) y Walter M. Miller (San Leibowitz y la mujer caballo salvaje).

Tal desidia me producía su lectura que dejaba lo abandonaba cada vez que tenía la menor excusa y me ponía con otros libros: un total de nueve obras pasaron por mis manos, leídas, acabadas y comentadas, antes de cerrar este Kraken. Me parece muy triste y una clara muestra de fracaso de la obra de Miéville: sólo lo he acabado a base de pura fuerza de voluntad.

No voy a decir más de este libro dado que supondría dedicarle un esfuerzo que no se merece. Le pongo un tres pero a esta nota añado otra más, sobre todo para navegantes: yo soy ese al que La historia de tu vida (Ted Chiang) no le gustó nada de nada.

Adiós.

Charles Romyn Dake – Un extraño descubrimiento

Hola, culebras.

Tras le relectura de La narración de Arthur Gordon Pym ataqué la razón de ser de dicha relectura: Un extraño descubrimiento, de Charles Romyn Dake. Debo admitir que hasta hace cosa de un mes no siquiera conocía la existencia de esta obra, mucho menos del autor.

Considerar a Charles Romyn Dake como autor tiene el mismo sentido que los autodenominados escritores que estos días pululan por el mundo digital y de la autoedición. Según la wikipedia Charles Romyn Dake apenas escribió en su vida dos relatos y la novela objeto de esta crítica. Ese simple dato, su casi inexistente obra, ya me causó bastante (por no decir mucho) resquemos. Pero en la literatura se han dado casos más extraños y con resultados del todo positivos, como por ejemplo la figura de John Kennedy Toole. Por ello empecé a leer el libro con todas las expectativas intactas.

El texto empieza de una manera más o menos típica, sobre todo en esa época (finales del siglo XIX) en la que los diletantes y los ricos herederos parecían constituir el caldo de cultivo de los protagonistas de historias. El protagonista, que narra todo desde una primera persona, conocerá a dos individuos que en mayor o menor medida tendrán importancia en la historia. Por un lado tenemos el casi demente (por lo de bipolar y maniaco) doctor Castleton, un médico de pueblo que en sus delirios de grandeza se cree una de las criaturas más inteligentes –y bendecidas por la naturaleza– de la creación. Por otro lado nos acompañará el competidor de Castleton en cuanto a la salud del pueblo se refiere: el doctor en homeopatía Bainbridge. Este persona es a todas luces un sosias del propio Dake, homeópata de profesión (léase timador y charlatán que engaña a pacientes pretendiéndoles curar con agua, sólo agua. Bendito Avogadro). Bainbridge tendrá una importancia vital a lo largo de la obra al hacer de narrador, mientras que a Castleton sólo se le puede definir como mosca cojonera muy pesada que no aportará nada de nada a la trama.

El libro empieza con, por decirlo de alguna manera, ciertas peripecias y vivencias del protagonista. Sus raíces, su viaje a América y lo que en ella encontró. Pero el lector, al menos en mi caso, ansía que esas menudencias pasen para poder llegar a lo que de verdad interesante: continuar lo narración de Poe.

Las páginas se suceden contando los diversos encuentros del protagonista en la ciudad del medio oeste donde se aloja. Pasamos página tras página sin que se haga la menor mención ni a la obra inacabada de Poe ni a sus protagonistas. Uno empieza a desesperar, cansado de leer lo que ve el protagonista por la ventana, lo que le cuenta el botones y de algunas cosas más. De hecho la primera mención de la obra de Poe no llega hasta que ya casi hemos leído una quinta parte de la obra. Sí que nos ha plantado una introducción Dake. Sí, señor: un 19% de introducción que no sabemos muy bien cómo va a encajar con el resto de la obra.

De hecho la cháchara no muy variada entre los tres individuos (Castleton, Bainbridge y el protagonista, que escribe en primera persona) sigue y sigue. La historia que uno busca leer cuando adquiere ese libro, la continuación de los hechos narrados por Poe, no empieza sino ya plantados en un 45% de lectura. En otras palabras: has soportado casi la mitad del libro leyendo discursitos políticos trasnochados que muy flaco favor le hacen a la memoria de Poe.

Pero bueno, puede pensar el lector, todavía queda un 55% de texto que puede resultar en extremo interesante. Pues la respuesta a eso se queda en un sí no del todo claro. El problema radica en el método usado por Dake para hacernos llegar las aventuras de Pym y Peters: sigue un esquema de narración–comentario–perorata política (por parte del insufrible Castleton). Dake hace que su Bainbridge emule en cierta medida a Sherezade en Las mil y una noches. Para saber lo que pasó más allá del velo de bruma Bainbridge debe visitar en su lecho a un Peters octogenario y enfermo. Cuando Bainbridge regresa a la ciudad todas las noches (Peters vive lejos, en la montaña) debe contarle al protagonista lo que le ha narrado el anciano. Así esta especie de Sherezade moderna va encadenando noche tras noche la historia: cuenta un poco, tras lo cual suele hacer un pequeño comentario con el protagonista (y al lector con ganas de más) y desaparece de escena. Hasta ahí esto no sería del todo malo: muy poco original pero no se puede exigir mucho a un autor tan poco fogueado como Dake. Lo malo llega cuando, una vez Bainbridge se ha callado, entra en escena el insoportable Castleton: toca sesión de cháchara irrelevante y cansina. Y así episodio tras episodio. Dan auténticas ganas de saltarse las páginas.

Pero vayamos a la continuación de La narración propiamente dicha. ¿Qué hay en ella, y cómo está contado? Dake sin duda se ha dejado llevar por éxitos literarios de su tiempo, como Ella y Ayesha (de Haggard), en tanto y cuanto que recurre al esquema de la civilización perdida. No puedo por menos que decir que no tengo nada claro que Poe tuviera en mente esta posibilidad. Sí, Poe planteó en La narración la presencia en el polo sur de lenguas mediterráneas en forma de simas y grabados, pero no creo que eso conlleve de manera automática pensar en ‘civilización perdida’, más aún si se tiene en cuenta la extraña naturaleza de las simas. Aun así Dake plantea eso. De su mano (muy torpe mano, nadie lo puede negar) visitamos un mundo que no acaba de cuajar ni resultar creíble. Nos presenta una supuesta civilización con más de mil años de historia continuada, y durante todo ese periodo de tiempo más que estable se puede decir que ha quedado petrificada. En cierta medida me recordó a los eloi de La máquina del tiempo de Wells (sólo diré que tan degenerados están que no son capaces de prevenir una catástrofe periódica y mortal).

Dake describe con torpeza (se nota su condición de narrador aficionado, volcado más en el contar que en el mostrar) y sin mucha imaginación un mundo que en manos de otro autor ganaría en poder y hermosura. Ahora mismo me viene al recuerdo La tierra de la noche, de Hodgson la cual –pese a su cariz fallido frente al resto de la obra del inglés– le da mil vueltas a la de Dake en cuanto a capacidad evocativa y sorprendente. Nos encontramos con descripciones poco acertadas e incluso oscuras (la grieta que lleva al lago del volcán, por ejemplo), así como explicaciones poco creíbles (la manera en que se genera el clima pseudotropical en el polo. Lo que se dice: zapatero a tus zapatos, y si no vas a saber/poder justificar un mundo no te pongas a dar detalles del mismo. A eso hay que añadir una sociedad apenas trazada. Todo ello hacer que el lector apenas consiga sumergirse en la trama. Todo parece decorados de cartón piedra. No sé que hubiera pensado Poe al leer esa continuación, pero me da que algo sí que le hubiera dicho a Dake.

Aun así se explican detalles de La narración, y de manera satisfactoria, lo cual se agradece.

Si hay algo en la novela que resulta de verdad cargante y casino esa es la figura del doctor Castleton: se trata de una especia de bipolar (o quizá veleta intelectual), un insufrible e increíble personaje cuyos discursos. Pero se puede hablar y hablar, disertar hasta la saciedad pero de tal manera que el discurso tenga que ver con la obra, o incluso que sea la obra misma (para eso un ejemplo lo tenemos en el Melmoth de Maturin). Sin embrago la mayor parte de lo dicho por Castleton no aporta absortamente nada a la trama, pese a lo cual su cháchara ocupa demasiadas páginas dentro de la obra. ¿Pretendía el autor difundir su ideología (sobre todo su liberalismo radical y su darwinismo social, que detesto sobremanera) a través de este petimetres engreído y digno de una paliza? Puede que sí, pero como director de un periódico podría haber usado esas páginas para esos menesteres… y dejarlo ahí.

Ahora hablaré de algunas de las curiosidades encontradas:

  • decir que, para los Ikeres Jimenezes y demás charlatanes, en esta obra el amigo Dake predice en cierta medida las dos guerras mundiales: “Alemania iba a eclipsar a Europa y arrasar todo a su paso como un glaciar; Francia estaba a punto de devolver el golpe a Prusia «este golpe se dejará sentir como un seísmo que sacudirá la Tierra de polo a polo»” (sic).
  • la manera de presentar al doctor Bainbridge me llamó la atención, sobre todo en cuanto al pasaje de cómo a través de ‘una historia del Estado’ el protagonista de la narración descubre toda la vida y obra del citado doctor. El Echelon se queda corto ante esa ‘historia del Estado’.

No he leído La esfinge de los hielos, la continuación que escribió Verne, pero me la apunto para realizar una comparación entre ambas.

Con todo: ¿qué nota le pongo a este Un extraño descubrimiento? Pues mal que me pese un cinco raspado. La edición cumple (con la salvedad de que la introducción, que sigue un estilo demasiado ‘a lo Miquel Barceló’ por lo que la pondría después de la obra, no antes), pero por desgracia el texto se limita a una curiosidad interesante para los muy fans de la narración de Pym, y que necesiten de manera vital saber qué sucedió después.

Adiós.

Edgar A. Poe – Las aventuras de Arthur Gordon Pym

Hola, culebras.

Edgar A. Poe - Aventuras de Arthur Gordon Pym

Edgar A. Poe – Aventuras de Arthur Gordon Pym

Segunda vez que leo este clásico y si la primera vez que cayó en mi manos me encantó (yo debía tener unos quince años por aquel entonces) esta vez me ha dejado un sabor agridulce.

Hace años que Poe no entra dentro de ‘mis lecturas’: me leí de joven gran parte de sus relatos y desde entonces no lo he revisitado salvo contadas excepciones, como ‘El corazón delator’. Por eso, por no tenerlo fresco y querer recuperar al maestro, agarré este Las aventuras de Arthur Gordon Pym bastante ilusionado. Más si cabe cuando desde hace meses estoy embarcado en un proyecto para el que la lectura de la primera mitad de la narración me viene que ni al pelo. Por supuesto la segunda parte, la que más importancia histórica posee dentro de la literatura fantástica (al menos en lo que se refiere a la aparición de un subgénero llamado horror cósmico), tampoco merece el menor desprecio: sólo ese ominoso tekeli–li y todo lo que implica (más aun teniendo en cuenta su posterior reencarnación en la que en mi opinión quizá sea la obra cumbre de Lovecraft) ya convierten la novela en lectura obligada.

Vayamos al grano.

La historia empieza como una travesura dándole a la narración un aire casi juvenil, el de una novela de aventuras que décadas después muy bien hubiera firmado Jack London. Poe juega con las situaciones puzle, como le gusta hacer en otros relatos, y de esa manera en los primeros capítulos vivimos una asfixiante experiencia que más que aventura marina tiene que ver con horas historias como ‘El pozo y el péndulo’. Tras salir confinamiento en la bodega empieza una historia marina ya más clásica, con momentos cumbres como el encuentro con le derrelicto o la solución del hambre: una auténtica gozada.

Para evaluar la segunda parte hace falta ponerse en situación. En 1838 de las regiones polares sólo se sabía una cosa: que existían. Hablamos de los últimos territorios cien por cien vírgenes, enormes extensiones en blanco en los planos. Ello hace que todo el viaje descrito por Poe suponga un auténtico y delicioso ejercicio de fantasía, en parte similar al Marte descrito por Burroughs. Para hacernos una idea de la situación por aquella época decir que un año después de la publicación, en 1839, el entonces capitán Ross comandó la primera de sus expediciones hacia esas latitudes (expediciones realizadas a bordo de los buques H.M.S. Erebus y H.M.S. Terror, inolvidables para todos los lectores de otra de las novelas de terror polar por excelencia, la magistral El terror), llegando a cartografiar parte de la costa. Sólo entonces se empezó a concebir la idea de la existencia de un continente antártico, del que apenas se empezaban a arañar las costas. El culmen de esa exploración llegaría el siglo siguiente, en 1911, con la llegada al polo sur por parte Amundsen primero y Scott después (no lo puedo evitar, y enlazo esta pequeña maravilla). En resumidas cuentas: Poe estaba describiendo algo que a nosotros se nos hace tan extraño y desconocido como hablar de lo que hay bajo las tormentas de Júpiter.

En esa segunda parte aparece el concepto que en mi casi siempre recordaré de la obra: el horror cósmico. A medida que se acerca el lector al final de la narración va recibiendo una tras otra bofetadas en las que se intuyen realidades diferentes, grandiosas y aterradoras. Poe teje un escenario que apabulla al lector con juegos de colores, sustancias anómalas, terrores velados y fenómenos ante los cuales sólo cabe una reacción: el pasmo. Eso y sentirse pequeño, insignificante. De nuevo el texto supone toda una delicia. Nos deslumbra con un apabullante castillo de fuegos artificiales. Un vecino suyo, casi un siglo después, retorció esa visión y consiguió establecer de manera definitiva el terror moderno con narraciones que huían de la fantasmagoría supersticiosa (hasta entonces predominante) y haciendo del horror algo físico, una realidad aplastante en la que el hombre queda colocado en el auténtico sitio que se merece dentro del universo: el de una miserable ameba. Por supuesto hablo de Lovecraft.

Pero por como he dicho al inicio el texto me ha dejado un sabor agridulce. Veamos los puntos malos. He de decir que los veo y analizo ahora, más de veinte años después de mi primera lectura, con una importante mochila crítica ya a la espalda.

Uno de los defectos que ahora veo es que Poe no sabe moderarse a la hora de dar explicaciones. Detalles como la manera de estibar una nave, o cómo y con qué velamen capear un temporal, o las sucesivas expediciones buscando cierta isla fantasma, entre otras explicaciones excesivas, llegan a cansar. Sé que se supone que, al tratarse de una narración en primera persona, ese discurso forma parte de la manera de representar la personalidad del narrador (en este caso obsesiva y meticulosa), pero creo que con un cuarenta o cincuenta por ciento menos de información no se habría perdido nada la narración, y hubiera quedado clara de igual manera la personalidad de Pym. Y por otro lado hubiera ganado en dinamismo el texto.

Por último hay que hablar de ese final. Vaya final, por dios. A ver, que sí: los ha escrito Poe, uno de los indiscutibles genios de la literatura universal, impulsor por excelencia del relato corto, tanto en sus versiones de terror como policiaco. Pero es que en esta obra se ha metido él solo en un fregado del que no ha sabido salir, acabando huyendo por la tangente. Desde que la Jane Guy se adentra en la zona templada se empiezan a acumular detalles chocantes y misteriosos, que todo lector coherente espera ver resueltos. Las mastodónticas inscripciones y el velo de vapor en el horizonte suponen el colofón a este ambiente onírico y sin lugar a dudas antecesor del horror cósmico. La impresionante Kadath o la hundida R’Lyeh de Lovecraft quedan ninguneadas ante esta creación elucubrada por el Boston un siglo antes. Pero aun con toda esa grandiosidad Poe no sabe rematar, ni siquiera juntar un par de hilos: huye del monstruo que ha creado usando una triste al tiempo que todavía más oscura nota final. A esto se le llamaría ahora ‘hacer un Perdidos’, y supone una enorme mácula en la valoración final del libro. ¿Cuál es esa calificación? Pues un 8, sobre todo debido a su carácter precursor y visionario.

Un saludo.

P.D.: Como tema aparte hay que mencionar la sintaxis. A veces sólo la puedo calificar de delirante, con subordinadas, incisos, acotaciones entre comas… Ignoro si la culpa de ello la tiene mi edición, el traductor, Carlos del Pozo o el propio Poe.

Walter Greatshell – Apocalypso

Hola, culebras.

Walter Greatshell - Apocalipso

Walter Greatshell – Apocalipso

Tras algo más de un mes extraviado regresó a mi vera la tercera y última parte de la saga de los xombies, Apocalipso. Vaya ansia, podría decir alguno. Y la verdad es que sí: tenía ganas de leer la conclusión de esta saga de Greatshell. Lo que en un principio parece una simple saga de humanos contra engendros, con todo su tópico trasfondo de flashbacks en un intento no logrado de aportar fondo a los personajes, bien mediado el segundo libro me deparó una gran y grata sorpresa: la trama tomaba, así de improviso, tintes de horror cósmico. Sólo gracias a esa nueva subtrama (que de hecho se convierte en el fundamento de toda la historia) nacieron en mí las ganas de saber cómo la desarrolla en este tercer y último libro.

Pero las cosas claras: desde un primer momento se me hacía muy complicada la tarea de encajar la amenaza cósmica con la –hasta el momento– no muy sorprendente historia de los xombies y los humanos. Más aun si se tiene en cuenta que Apocalipso no suma muchas más páginas que los otros volúmenes. Pero en la literatura ya ha habido saltos de escala que pasen de lo individual a lo planetario o cósmico, como muy bien demostró Benford en su ‘Saga del centro galáctico’.

Entonces, ¿qué encuentra uno en Apocalipso? Pues por desgracia nada de nada. O mejor dicho, más de lo mismo: flashbacks de longitud exagerada, introducción de nuevas tramas, escenas erráticas, mal engranadas y peor explicadas. Hay saltos temporales en el progreso de la trama que carecen de sentido, más aun cuando el autor dedica páginas y páginas a explicar hechos pretéritos: ¿por qué le da tanta importancia a los increíbles tejemanejes de Sandoval cuando luego maltrata al personaje abandonándolo a su suerte (en el sentido de que desaparece de la narración) y obligando al lector a adivinar/fantasear lo que le pasa en el presente? Todo apunta a que Greatshell pretendió conseguir una especia de novela río (intento loable, por supuesto) para acabar perdido entre tanto personaje y tanto trasfondo, incapaz tanto de dar peso a ese abanico de personajes como de encajar bien sus historias y tramas. Sin tener que ir a sagas hay ejemplos de novela río con variedad de personajes y bien llevados, incluso de manos de autores primerizos como Camino desolación (Ian McDonald).

Pero bueno, dado que el autor estaba empezando a escribir novela esos fallos se le pueden permitir.

Otra cosa es la manera de hacer avanzar la novela. Decir que avanza a trompicones es quedarse corto: a los saltos temporales antes dicho hay otros de localización que no explica, los personajes aparecen y desaparecen por arte de magia, hasta el punto de no saber si el actor de una escena está solo o sino (de hecho hacia el final hay un par de escenas en las de repente aparecen como salidos de la nada grupos de personajes). El lector se siente desamparado ante esa falta de definición, de precisión a la hora de representar los hechos. El problema se acentúa a medida que se llega al final, con situaciones confusas, mal hilvanadas e incluso carentes de explicación y/o sentido.

Luego está el asunto de olvidar elementos vitales de la trama. Porque ¿qué ha pasado de la escena cósmica de la anterior entrega, la que prometía un salto de escala en la acción del libro? Pues que desaparece: el autor menta un par de veces esa terrible amenaza que acabará con toda la vida de la Tierra, y luego sigue hablando de las nimiedades de los exhumanos. Porque ese final no me creo que se puede considerar resolución de conflicto. A lo sumo tomadura de pelo. Bueno, a lo mejor esperaba demasiado.

El autor en la presentación del libro dice algo así como que ‘ha escrito todo lo que tenía dentro’. A mí, sobre todo tras leer el segundo libro, me parece más bien que en este tercero ha escrito lo que ha podido, o lo que el tiempo le ha permitido, antes de verse acosado por el editor para publicar y cerrar la saga. No me puedo creer que se olvide de un plumazo de la trama cósmica que tanto prometía, sólo para sustituirla por más y más carne xombi, en diversos grados de modificación.

Un cierre cerca al desastre de una saga que tuvo su momento prometedor en el segundo tomo. Le pongo un 4.

Adiós.

PD para Larissa Nogueira: vaya, otro libro que suspende. ¿Culpa mía, de mis gustos ‘raros’, o de sus errores de argumento? ¿Tengo yo la culpa por toparme y leer un libro malo (y así decirlo) o el editor por no hacer un trabajo de criba (que no mire más allá de vender–vender–vender) y publicar una mierda? Sí, sin duda culpa mía, seguro.

Michael Bishop – Sólo un enemigo: el tiempo

Hola, culebras.

Michael Bishop -Sólo un enemigo: el tiempo

Michael Bishop -Sólo un enemigo: el tiempo

Se ve que no tengo suerte con mis últimas lecturas: tengo atragantado de una manera exagerada el Kraken de Mieville, y tratando de poner tierra por medio empecé este Sólo un enemigo: el tiempo de Michael Bishop. Pero, la verdad sea dicha, ni siquiera yo estaba convencido de esta lectura: el libro lleva en mi pila casi veinte años, dos décadas, cuatro lustros en los que de ven en cuando lo cogía, leía la contraportada y lo volvía a dejar. Pero algo así me sucedió con Radix (A. A. Attanasio) y luego resultó que el miedo no tenía fundamento alguno. Pues eso, que atascado con Kraken (desde que lo empecé lo he dejado seis veces y en esos intermedios he leído otros tantos libros) llegó la oportunidad a esta obra de Bishop.

Maldita la hora.

Sí, que se ha llevado no sé cuántos premios, Nébula incluido. Pero ni aun así se va a librar de que lo califique de la manera que a mí me ha parecido: un truño de tomo y lomo. La verdad, no tengo por dónde agarrar semejante bodrio, tanto en la forma como en el fondo.

Las culpas de la forma, dado que he leído una traducción, no se las va a llevar todas ellas la chepa del autor. Al fin y al cabo Bishop no tiene la culpa de que en esta edición de Acervo que poseo los acentos bailen o desaparezcan: ahí la culpa recae en el editor. Tampoco quiero hacer recaer en él la existencia de todos los disparates expresivos que he tenido la desgracia de leer: en eso algo tienen que decir tanto (en último término) el editor como el traductor, el señor César Terrón. En ese vago terreno queda la culpa: que entre ellos se la repartan. Porque hay mucho que repartir: expresiones pedantes, extraños arcaicismos o incluso maneras de llamar a objetos cotidianos poco menos que enrevesadas (si no demenciales). La manera de expresarse el protagonista (la inmensa mayoría del texto está narrado en 1ª persona) no encaja en absoluto con la educación que se adivina ha poseído. Los flash backs al puro estilo Stephen King carecen del gancho del de Maine, no logrando hacer conectar al lector con el protagonista.

Y es que en lo de ‘conectar con el lector’ donde falla, al menos en mi caso, de manera estrepitosa el libro. De un libro se espera que, al cano de x páginas, haya algo que incite al lector a leer más y más. Puede tratarse de un desencadenante, un objeto, una conversación, un misterio, un personaje… muchas cosas. Pero en este Sólo un enemigo no me he encontrado con nada que me incitara a pasar la página. Tristísimo, sí. Quizá ello se deba a que la premisa base de la historia se me hace desde el primer momento ridícula: un viaje onírico al pasado. ¿Estamos ante un libro jipioso de esos de viajes de L.S.D. y encuentro con el yo interno o qué? Pero además el tener esa base de lo onírico desde un principio no pude evitar pensar en que me iba a encontrar con otros Los Serrano y su deleznable final. ¿Qué interés tiene un libro que desde el primer momento te están diciendo que todo lo que va a vivir el protagonista se reduce a un jodido sueño? Coño, si habláramos de fantasía oscura, con magia de por medio, tendría su aquel y un puntillo de gracia (como ya hizo Moorcock con su La fortaleza de la perla), pero ¿en ciencia ficción, y con un supuesto trasfondo científico serio? Anda ya.

Acerca de ese supuesto trasfondo serio, de nuevo no hay quien se lo tome en serio. La idea del viaje onírico al pasado está tan tomada por los pelos que ni propio autor sabe explicar bien cómo narices se produce dicho viaje, ni en qué términos. Juerga con la vaguedad incapaz de aclarar si de alguna manera lo onírico se vuelve físico. Al menos en La celda sabemos de sobra a qué nos enfrentamos, y con eso se juega. En La celda sí tenemos un muy buen ejemplo de lo que  un puede dar de sí el plano onírico en una historia: se puede identificar lo irreal de lo real con claridad, y las justificaciones (aunque fantasiosas) acerca de la manera en que interactúa un plano con el otro cumplen su objetivo de engañar al lector con una buena dosis de suspensión de credulidad. En este libro no: el autor se enfanga a la hora de describir el bus y su funcionamiento, viéndose incapaz de ‘mojarse’ y decir a las claras en qué manera los sueños de un individuo pueden afectar al funcionamiento de una máquina física para conseguir un desplazamiento físico en el tiempo. Porque, si de verdad hay una traslación física al pasado, ¿qué utilidad tiene el que el crononauta sea un soñador? Si la clave del proyecto radica en que el crononauta es un soñador, ¿no se reducirá todo el ‘viaje’ a un jodido sueño? Los Serrano, por dios, Los Serrano sobrevuelan de nuevo el libro. Incluso en un par de ocasiones el protagonista deja entrever que mientras el sueña con el pleistoceno su cuerpo sigue en la camilla del bus. Lo dicho: el autor juega con una ambigüedad tramposa. Tramposa o incapaz.

Con todo ello parece que tenemos un libro que habla no se sabe si de un tío dormido, soñando sus pajas mentales de la infancia, o de ese mismo tío que (a saber cómo) realiza un viaje físico al pasado mientras él mismo cree que está soñando. O de algo entre medias (sí, así de ambiguo resulta el libro). De una manera u otra, en mayor o menor grado, jugamos con sueños. Y ese detalle resulta clave para el segundo enorme fallo del libro: el antropológico. Pensemos un poco: tenemos a antropólogo de prestigio. Por más que quiera conocer datos del modus vivendi de los homo habilis ¿se va a creer que los sueños de un tío suponen una base seria u documentada para sus teorías? Por dios, ¿con qué cara le dice al resto de la comunidad científica que dice que ‘el homo habilis vivía así porque me lo ha dicho este tío: él lo ha visto en sus sueños amplificados con mi máquina’? Antes de responder piénsalo dos veces. O ponte este ejemplo: que te digan que la historia es de una determinada manera sólo porque así lo ha soñado un individuo. A la mierda la arqueología, o la historia forense, o la documentación: lo que importa es lo que un tío sueña. Palabra de John­–John. Te alabamos, John­–John.

En otras palabras: a tomar por culo suspensión de credulidad. Para leer el libro te has convertido a la fe de John­–John, un borrego más que se traga cualquier cosa que le diga John­–John. Y el afamado antropólogo del libro se come todo eso con patatas. ¿Se imagina a alguien a un Leakey basando parte de su documentación de campo en lo que ve un tío en sus sueños? ¿Una revista científica seria aceptaría los postulados de un científico si este dijera que se basan en los sueños de alguien? ¿Estamos tontos o qué? El señor Bishop considera al lector un soberano cretino si espera que se trague eso. Un científico con un mínimo concepto de Método ni se le ocurre arrimarse a lo onírico para obtener pruebas (salvo en el caso de que se trata de estudios médicos/biológicos de enfermedades y mecanismo de sueño, se entiende).

Pero no, que Bishop pretende que comulguemos con ruedas de molinos, que nos creamos esa descomunal sandez.

Anda, a tomar por culo.

Si es que la premisa base del libro es una absoluta ridiculez. Estamos ante un libro que no sólo obliga a apagar el cerebro. Esa es una opción muy digna en la literatura de evasión, y en la cual esa necesidad queda bien clara: vamos a leer idas de olla. Por eso nadie se echa la manos a la cabeza al acompañar las andanzas de un par de enanos que llevan un anillo a un volcán para así matar al mago malo malísimo; o ninguno se rasga las vestiduras al seguir las andanzas de un humano, un gato hipervitaminado y de mal genio y un alienígena de tres patas y dos cabezas, mientras exploran una descomunal estructura en forma de anillo que gira en torno a una estrella. Todos sabemos que estamos ante un cuento chino, nos lo creemos y disfrutamos. Saben trabajar con la suspensión de incredulidad. En esos libros los personajes, aun fantasiosos, poseen mentalidades y formas de actuar que encajan con su lógica, o con la lógica de su mundo. Pero en este libro pretenden hacernos creer que en el siglo XX, en una sociedad realista con un entorno sociopolítico y económico real, hay individuos ‘reales’ como el antropólogo de marras que actúa de la manera que actúa y se cree lo del chico soñador. Y Bishop pretende que comulgue con ello. Lo dicho: a tomar por culo. Le vas a tomar el pelo a otro.

Y aun así sigo leyendo: me debes una, Bishop, por no lanzar este libro a la basura de manera inmediata. Le he dado una oportunidad hasta el final.

El libro avanza. Página tras página descubrimos la vida y obra del protagonista (en su país, antes del viaje, y en África justo antes del mismo y después). También, por supuesto, le acompañamos en su paja mental viaje temporal. En el África del Pleistoceno conocerá a un grupito de homos habilis, se enamorará de una de ellos (guiño al bestialismo, por mucho que diga que se trata de un salto evolutivo hacia el homos sapiens) e incluso (tachán) tendrá una niña. Sí, puede que alguno considere esto como un brutal spoiler: pero semejante tontería, o desafío a la paradoja del abuelo, se ve venir a las pocas páginas de encontrarse el prota con Elena. Vamos, que no reviento nada que alguien con un par de dedos de frente no intuya. Aunque alguien con un par de dedos de frente seguro que habría tirado el libro a la basura mucho antes de que naciera Gusanito.

Yo, como buen tozudo que soy, continué con la lectura.

El libro avanza con una historia de sabana que en ningún momento me enganchó. Se me hizo mucho más interesante La hormiga de Pedro Gálvez que eso (bueno, en eso tiene cierta importancia que la mirmecología me atraiga). Ahí lo dejo.  Aburrido todo salvando la leyenda del rinoceronte, y qué pena que lo más interesante del libro sea a la vez un simple detalle de ambientación. Lo dicho, el libro avanza hacia no se sabe bien dónde. Bueno, sí: hacia la niña medio habilis, medio sapiens, que por arte de magia no tiene nada de habilis. ¿Y ahora qué?, debió pensar el autor. ¿Cómo salgo de este documental de La 2 sin pies ni cabeza? Pues, cómo no, acudiendo al deus ex machina. Y el tío, todo chulo, incluso lo describe así: deus ex machina.

Desde ese momento avanzar en la lectura me supuso un auténtico ejercicio de voluntad. La razón de la existencia de la niña queda enfangada por la no–explicación previa de la naturaleza verdadera del viaje. A eso hay que añadir un fenómeno casi relativista de compresión temporal, al menos desde el punto de vista del viajero. ¿Cómo explicar la presencia de una niña humana, gestada y nacida, cuando se dice que el crononauta estuvo inmerso en su sueño (sí, de nuevo así lo describe el autor: el protagonista estuvo todo el tiempo tumbado en una camilla) un tiempo objetivo no superior a dos meses? Queriendo buscar un golpe de efecto, la niña, el autor se mete más y más en el fango. ¿Dar una explicación? Nada. ¿Para qué complicarse? Corre, corre a escribir otra página, a ver si el subnormal del lector que aun sigue leyendo el engaño de libro olvida ese error con más tonterías (congresos y fiestas años después, entre otras cosas). La novela se alarga más y más, de nuevo sin rumbo, agonizando llena de patetismo (pero patetismo el que siento yo, al ver cómo la estafa que este libro me supone sigue aumentando sin aparente fin). Al fin acaba. Y doy gracias de ello. No termina con un Los Serrano, aunque creo que si hubiera dejado caer ‘y despertó en su cama y todo se había reducido a un mal sueño’ hubiera dado más credibilidad al texto que no acabar de la manera en que lo hace.

Un espectáculo muy triste, la verdad. Triste y de vergüenza.

Pero más vergonzoso aún es saber que este bodrio se ha llevado premios, incluso de los propios escritores. Prefiero no saber los enredos de sobres, chanchullos y amiguismos que se debieron mover en esos Nebula (y en los otros premios). En su tiempo conocí los Ignotus con suficiente cercanía como para intuir la merienda de negros que esconden, algo en el más puro estilo ‘si tú me comes la polla yo te la como a ti’. Todo ello aderezado con los imprescindibles bandos, grupitos (casi lobbies) y partidismos. Muy español todo, vamos. Pero no me esperaba algo así de los anglosajones. Y sin embargo ya veo que ocurre. En todos sitios cuecen habas, y tras esta lectura entierro de manera definitiva mi respeto por todo premio para siempre. El hombre es hombre, y como tal propenso a esas mierdas de chanchullos y maquinaciones, todo por lograr destacar de entre la morralla media.

Nada, que se lleva un 2 y me parece mucho. Demasiado. Una estafa por parte del autor, del editor, de los premios, de la prensa… o eso o mi mente discurre por senderos muy distintos al de toda esa gente que lo alaba.

Sí, sin duda la culpa de esta crítica recae en mí, en mi cerebro, en mi forma de pensar. Me pongo yo el 2, por no saber apreciar esta joya. Eso me pasa por crítico, asocial y misántropo: no entiendo a los humanos.

Adiós.

PD: Una cosa que se me olvidaba decir. La portada de esta edición, tan infame como el libro, tan estafa, tan engaño. Todo es una broma en esta obra. Una broma de mal gusto. Y algunos hemos picado en ella de lleno. Nevermore.

AA. VV. – Calabazas en el trastero 12: horror cósmico

Hola, ofidios.

Calabazas en el trastero 12: horror cósmico

Calabazas en el trastero 12: horror cósmico

Gracias a la amabilidad de la Editorial Saco de Huesos llega a mis manos esta compilación de relatos, Calabazas en el trastero 12: horror cósmico. No lo puedo negar: agarro esta lectura con auténticas ganas de saber qué contienen sus páginas. Al fin y al cabo he disfrutado del horror cósmico forma desde mi infancia, cuando pasé de leer Verne a adentrarme en Lovecraft (a los once años tuve mi primer contacto con el de Providence en la forma de En las montañas de la locura. Tras acabar el libro ansiaba leer más horrores como los allí descritos. Y así hasta ahora). No sé si ese bagaje de casi treinta años leyendo y releyendo horror cósmico supondrá un problema para valorar esta recopilación; poco hay en ese estilo que me sorprenda, y me tomo los pastiches descarados con sorna, cuando no con un poquillo de asco.

Pero aquí no debo hablar de mí sino de lo que me he encontrado.

  1. Y, como se dice, la primera en la frente. El relato ‘La Teaghonía de Heráclito’ (Juan José Hidalgo Díaz) me ha sorprendido por su uso de personajes: lo que menos me esperaba en una historia de horror cósmico era encontrarme a Azaña (una vez aparece como ‘Hazaña’. Ese maldito corrector ortográfico del procesador de textos) y con Franco. Ya sólo por ese valiente movimiento merece la pena resaltar este cuento. No quiero meterme en política ni en cómo la figura de Franco acaba reflejada como el salvador de España frente a un mal cósmico (no me parece ni momento ni lugar), pero no me extrañaría que a algún lector el relato puede que le duela, sobre todo al contemplar ese enfoque de la guerra civil y posterior represión como salvación frente a un mal mayor, una especie de justificación del mayor drama vivido en España en los últimos cien años. Pero nos encontramos ante un cuento de fantasía, de horror cósmico, no de política. Y ese espíritu de amenaza más allá de lo tangible (que encaja con mi definición de horror cósmico mejor que la que aparece en el prólogo, que se centra más en el tamaño y lo monstruoso) se capta a la perfección en el relato. Más aún, la introducción de una divinidad que tiene mucho de meme lingüística se me ha hecho del todo original. En cuanto al estilo, he de decir que adolece de algunos defectos que se reiteran en casi todas mis últimas lecturas (y comentados sobre todo en mis reseñas para Bukus) y que no voy a repetir de nuevo. Pero el texto, aun con sus defectos, engancha obligando a leer y leer sin pausa. Muy bien. Le pongo un 7.
  2. Sin embargo ‘Agujero negro de gloria’ (Andrés Abel) me ha parecido un pequeño globo. Relato demasiado corto y vacío, no da tiempo a sentir el vértigo (que no horror, mucho menos cósmico por mucho agujero negro que ponga) en el que creo pretende sumergirnos. Una pena: ello le otorga un humilde 4.
  3. ‘Las estrellas están en posición’ (Aitor Solar) empieza con un escenario y situación de personajes tópico dentro de la escuela de Lovecraft. Todo el relato encaja en el prototipo de cuento de Los Mitos, incluida la época en que se desarrolla: casi parece un calco de los del Círculo de Lovecraft¸ quizá diferenciándose de ellos en el detalle de la protagonista (el sexo femenino casi no aparece en Los Mitos originales, y mucho menos como protagonista). El desarrollo prosigue en esos términos hasta llegar a un final un poco traído de los pelos: tanto es así que puede que e incluso a algún lector no acostumbrado a Los Mitos le suene ridículo, si bien el desenlace a los fans del género les hará recordar a unos entrañables y cafres hermanos de Dunwich. Porque si ellos pudieron desencadenar lo que desencadenaron, ¿por qué ella no? Dado que entra dentro del más puro clasicismo, pero sin caer en el pastiche, le pongo un 6.
  4. El cuento ‘La Franja’ (Fernando Lafuente Clavero) no funciona. Al menos a mí no me ha funcionado: la enorme serie de incoherencias en torno a ese muro me han hecho desconectar. ¿De qué hablo? De que si en toda la historia nunca nadie ha estado al otro lado ¿por qué dar por hecho que hay algo allá? ¿Están en un planeta? ¿Esférico? ¿Cómo intersecta ese muro al planeta? ¿Como un plano a través de su centro o de una manera menos simétrica? ¿El autor se da cuenta de lo que supone, en cuanto a su visibilidad en el cielo, que un planeta que éste esté cortado por un plano opaco? Le sugiero que lea Mundo anillo (Larry Niven), Mundo río (Philip J. Farmer) o aunque sea La señora de los laberintos (Schroeder) para comprobar lo que implica ese tipo de superestructuras en los paisajes, y cómo jugar con ellas. A ver: no pido un relato de horror cósmico con toques de cifi hard, pero sí un mínimo de coherencia con el entorno descrito. ¿Por qué pido eso y no me dejo llevar por la suspensión de incredulidad? Pues porque si se habla de vehículos casi idénticos a coches se me está describiendo tecnología, lo casi opuesto a fantasía, y eso me activa el chip exigente y realista, el chip que busca realismo. En ese sentido hace años escribí un relato con un muro similar como protagonista, pero me aseguré muy bien de que quedara claro de que estaba ambientado en un mundo onírico, con lo que no se me puede pillar en esos defectos. El cuento tiene muchos otros defectos que lo hacen flojear, defectos entre los que se encuentra el final. Se lleva un 4.
  5. De ‘(           )’ (Magnus Dagon) en un primer lugar, en cuanto a estilo, hay que destacar su preocupante reiteración en el uso del verbo ser para casi todo, así como la de los adverbios modales. Llega a volverse cansino, la verdad. A eso hay que añadir que el señor Dagon (palabra llana, ojo: sin tilde en la ‘o’) además tiene el defecto de repetir palabras y estructuras de forma casi seguidas, lo que cansa. Un defecto que debería solventar para el siguiente cuento. Pero dado que estamos ante textos no profesionales se asumen esos defectos formales y no se van a considerar como determinantes a la hora de valorar los textos, ni para este cuento ni para el resto. En cuanto a la historia se agradece la manera de plantear el origen del mal, muy acorde con el género de la compilación, algo vago e indefinido, un horror del que apenas se conoce el nombre. Algunos detalles de la manera en que investiga el protagonista suenan inocentes, sobre todo a estas alturas en las que buscar por internet datos está a la orden del día (y no hace otros casi básicos, como tirar del whois de DNSs, o similares). Pero los pros, como esa escena de cuando llega al piso y lo encuentra ‘patas arriba’, superan los contras, con lo que se lleva un 6.
  6. ‘Los condenados del Titanic’ (Ana Morán Infiesta). Este relato entra casi dentro del puro pastiche. Salvando el estilo, hay que decir que imita demasiado los formatos de los textos clásicos de Los Mitos. El cuerpo del relato entra en lo predecible, más que nada porque historias similares se han escrito por decenas. A eso hay que añadir incoherencias o despistes argumentales, entre los que destaca la no explicada relación entre la nota inicial del cuento y el desenlace: en la nota se habla de unas circunstancias muy concretas que luego no se siquiera adivinan en el cuento. Como elipsis me parece demasiado grande; como olvido lo veo un error de bulto. Llega al 5, pero por los pelos.
  7. Leer ‘Mientras siga existiendo esperanza en la Humanidad’ (Óscar Pérez Varela) supone un auténtica delicia. No sólo está bien escrito en cuanto a forma, sino que la historia engancha desde un primer momento, más incluso que el relato de Hidalgo. El cuento consiste en un ejercicio de manipulación de la historia: en ella tenemos como protagonistas a tres de los autores cumbres de nuestra literatura, todos ellos inmersos en una pugna de la que no diré nada más, sólo que quienes conozcan un poco la vida de Valle Inclán no podrán reprimir una sonrisa. Sólo este texto ya hace que merezca la pena el libro entero. Se lleva un bien merecido 8.
  8. El cuento ‘Parásito’ (Santiago Sánchez Pérez) se me ha hecho tan anodino y olvidable que en efecto a la hora de redactar esta reseña ni me acordaba de qué iba. Torpe en cuanto a redacción y fondo, apenas se puede decir que sirva como prólogo o primer capítulo de una novela pulp que yo nunca compraría. Le pongo un 3.
  9. ‘Horror vacui’ (Sergio Mars) está más o menos bien. La idea de fondo posee gancho, pero el texto falla cuando pretende afinar con datos. Los números, los malditos números, hacen que la historia se desmorone. ¿Por qué? Porque una ‘onda de choque’ con origen en el centro de la galaxia, por muy a la velocidad de la luz que vaya, sigue tardando miles de años en llegar desde que se empieza a hinchar hasta la Tierra. No sé si me explico: si los observadores están a 35.000 años luz del centro, desde el momento que contemplan el primer efecto de la onda de choque (el que afecta al núcleo, y sólo al núcleo) tienen por lo menos esos 35.000 años de espera entre el estallido y que el frente de la onda les golpee. Y ese plazo suponiendo que el frente que viaja a la imposible velocidad superior a la luz: si se desplaza a una menor poseen todavía más tiempo. A no ser que se trate de otra cosa, como aparece en Cuarentena (Greg Egan). Pero, a mi entender (y más allá de los detalles de ciencia ficción dura), la auténtica fuerza del cuento –y el horror verdadero– no está en ese lejano centro galáctico sino en los personajes: esos dos hombres que, más allá del fenómeno astronómico, reaccionan con visceralidad ante la hecatombe, dejándose llevar por su naturaleza humana. Le pongo un 6.
  10. ‘Token’ (Luis Guallar Luján) de nuevo resulta un cuento predecible, demasiado: en cuanto se dice el sentido y destino del token ya queda claro lo que va a pasar. El cuento me recuerda de pasada a Cronopaisaje (Gregory Benford), pero por supuesto carece de la profundidad de ese magnífico libro. La historia, que ya perdía interés debido a su esquema repleto de tópicos, al final se revuelca en el pastiche. E incluso se permite un último párrafo digno del olvido. Apenas llega a un 4.
  11. Y de nuevo una luz en la colección de textos: ‘La ciudad bajo las aguas’ (Ricardo Montesinos) se disfruta casi de cabo a rabo. Cuento sencillo y directo, que flirtea con el tópico del libro maldito pero sin sucumbir a exageraciones. En la historia hay un rico abanico de elementos familiares para el lector de horror cósmico, engarzados de tal manera que ninguno de ellos eclipsa a los otros, y que gracias a la rapidez del texto se disfrutan sin regodeos. Una pena esa escena final, donde no se sabe si las aguas turbias de repente se vuelven del todo cristalinas, dada la cantidad de cosas que ve el protagonista. Pero aun así un cuento digno de mención. Obtiene un merecido 7.
  12. El cuento ‘Un brindis al sol negro en Villa Diodati’ (Juan Ángel Laguna Edroso) puede decirse que está resumido en el título: un brindis al sol. La historia apenas se la puede llamar tal, limitándose a una serie de pinceladas y un borrón (la anacrónica presencia de Stoker). Demasiado lleno de vaguedades, se hubiera agradecido que el relato estuviera dotado de un poco más de extensión para así dibujar más la escena, las relaciones y el propio contexto de lo que ha sucedido antes. Otro detalle (un comentario 100% personal): nunca me ha gustado que en una recopilación de cuentos aparezca uno del propio editor/compilador. Siempre me ha dado la impresión de que esos cuentos se publican en plan de ‘porque yo lo valgo’. Prefiero que las labores de edición se mantengan bien diferenciadas de las de creación: así no se da la sospecha de agravio comparativo. Apenas llega al 5.
  13. ‘Hijos de Lug’ (David Marugán) supone un intento de llevar el horror cósmico a la España rural. Lo logra de manera algo justa, sobre todo por la manera de presentar a los ‘forasteros’, que dejan claro con demasiada rapidez sus intenciones. Tanto es así que a partir de cierto momento el cuento casi se resume a ver cuando pasará lo que el lector ya sabe que va a pasar. De nuevo un muy justo 5.

Mención aparte merece la portada de Martín de Diego Sádaba, que me parece perfecta. ¿Me lo imagino o tiene cierta influencia de ‘El color que cayó del espacio’?

Voy a hablar un poco de la forma, el estilo con el que están escritos, verdadero talón de Aquiles en la mayoría de textos (de ediciones profesionales o no) que leo de un tiempo acá. En esta compilación me he encontrado con cuentos que, a mi entender, necesitarían una reescritura completa, de tan mal como están redactados; por fortuna suponen una excepción. Lo que sí se ha hecho casi general es el abuso del condenado verbo ‘ser’: lo admito, con el tiempo parece que se me está desarrollando una especie de ‘hipersensibilidad’ a dicho hábito. A ese verbo y a los adverbios mal colocados (el condenado Stephen King me ha espoleado en ese sentido). Hay otro aspecto que cada vez llevo peor: el uso de la primera persona en las narraciones. Ahí mi cerebro lucha entre el chip ‘corrector de estilo’ y el que me dice ‘oye, que al narrar en primera persona valen todo tipo de salvajadas gramaticales’. En efecto, el narrador en primera persona se puede permitir el repetir en un párrafo mil veces el verbo ‘ser’ conjugado como quiera, o encadenar adverbios como longanizas, reiterarse en estructuras gramaticales sin que se busque la aliteración o la anáfora, o abusar del lenguaje coloquial y llano. Sí. Todo esto se le permite a un texto narrado desde el ‘yo’. Pero aun así me acaba cansando, incluso me llega a enfadar: leyendo esos textos pienso que están narrados con desidia y dejadez, como si en el aire flotara un ‘todo vale’ a la hora de escribir. Algo me dice que se trata de textos que no sacan partido a esta lengua nuestra tan rica, y muchas veces por la sencilla razón de que el narrador no da para más.

Acerca de los autores debo decir que me chirría el encontrar tanta ‘Z’ entre sus currículos. Sigue pendiente mi inmersión en el aporte español a ese subgénero, subgénero ante el que tuve una primera experiencia nefasta. Espero que, con el tiempo y las lecturas, pueda borrar de mi mente los adjetivos ‘arribista’, ‘comercial’ y ‘paupérrimo’ (en cuanto a calidad literaria), calificativos que por ahora asocio a la avalancha de libros de temática zombi. Pero ver a tantos de ellos inmersos en el ‘submundo Z’ me da la impresión de encontrarme ante una camarilla,  una especie de gremio o grupo de personas con tendencias corporativistas. Doy por hecho que se trata de una idea errónea, surgida de una mente como la mía, con fuertes tintes conspiparanoicos.

Pero mejor dejar esas fantasmagorías y volver a lo que trae aquí, la compilación. A modo de resumen, el balance de la recopilación recibe una nota de 5’38, número engañoso: ese aprobado justo, fruto de la media, no debe ensombrecer las luces que posee el libro. Cuentos como ‘La Teaghonía de Heráclito’, ‘Mientras siga existiendo esperanza en la Humanidad’ y ‘La ciudad bajo las aguas’ lo hacen merecedor de su lectura, así como apuntar una serie de nombres a seguir. El libro se puede adquirir en la web de la Editorial Saco de Huesos. Sin duda a lo largo de las 178 páginas encontrarás momentos de placer… o de horror. Cósmico, claro.

Un saludo.

AA.VV. – Dejen morir antes de entrar (reseña Bukus)

Hola, culebrillas.

Bukus Reseñas

Bukus Reseñas

Nueva reseña para Bukus. En esta ocasión se trata de la recopilación Dejen morir antes de entrar, libro conmemoratorio de la tercera edición del concurso de relatos de La web del terror. Como siempre podéis leer la reseña entera en la web de Bukus.

El presente libro recoge más o menos el 50% de los relatos recibidos al concurso, lo que permite apreciar bastante bien el material que les ha llegado. Teniendo en cuenta que en la presentación del concurso los responsables del mismos les dicen a los concursantes que en esta edición desean darle una ‘importancia vital a la ORIGINALIDAD, CREATIVIDAD, INGENIO y CALIDAD de los relatos’ (sic), y que según el punto 7 de las reglas ‘Los relatos presentados a concurso deberán estar cuidadosamente corregidos y sin faltas de ortografía’ (sic) esperamos que la experiencia de la lectura resulte del todo agradable.

Un saludo.

Walter Greatshell – Prisioneros

Hola, culebrillas.

Walter Greatshell - Prisioneros

Walter Greatshell – Prisioneros

Pues sí, que me he metido de lleno a leer los dos ejemplares que tengo de esta saga. Como ya he dicho en la anterior entrada el primer volumen, Agente X, no me disgustó. Ahora que han pasado unos días y habiendo leído la segunda parte casi le subiría un poco la nota a esa primera parte.

Y me jode quedarme sin leer la tercera. Pero dado que sólo compro saldos debido a mi economía (además de que me niego a pagar exageraciones por libros electrónicos) ahí se quedará todo.

En Prisioneros Greatshell empieza a hacer lo que apenas apuntó en al primer libro: dar trasfondo a los personajes. Vale, sí, en esta ocasión sólo lo hace en serio con uno y luego más por encima con otros dos. Pero por algún lado se empieza. Así descubrimos al medio protagonista, Sal DeLuca, un chaval obligado a crecer por las circunstancias. Junto a él nos encontramos con un grupo de chavales embarcados en una misión que ellos mismos sabes que tiene mucho de suicida. El libro, al centrarse en esa tarea, se acerca más a lo que parece ser el estándar del subgénero Z: situaciones concretas de normales contra zombis, una ensalada de tiros, encerronas y carreras. Eso, no lo voy a negar, supone un lastre para mi gusto, más que nada si lo comparamos con la más lenta y agobiante primera entrega.

Pero no todo es ‘pim, pam, pum; corre que nos pillan’, y ya. Podemos disfrutar de una segunda escena (la primera podría eliminarse por tópica y casi intrascendente) jugosa y por completo anómala para lo que conozco del subgénero Z: la de la incursión de Lulú y sus amigos. Por desgracia dicha acción acaba demasiado pronto, si bien con un muy correcto momento de suspense. Tras ello entran en acción el Sal y sus amigos y de Lulú y su panda casi nos olvidamos hasta mucho, pero que mucho después. Ese ‘fallo’ queda a posteriori bien justificado, por lo que no lo calificaré como un pero del libro. Pero sí me disgustó la manera errática de ir de un escenario a otro, saltando de la ciudad al submarino o a la inmundicia. Un ejemplo magistral de esos cambios de escena lo hay en Juego de Tronos. Pero Greatshell no trabaja así. Si a eso le sumas unos cambios o saltos en la línea temporal bastante sincopados la lectura acaba haciéndose algo molesta. A ver, no cabrea por lo que narra (que, la verdad, a medida que avanza el libro se me hace más y más interesante), sino porque dan ganas de decir ‘esto lo pones allí en vez de aquí y hubiera ganado en facilidad de lectura y puede que incluso en gancho’. Hay escenas en las que parece que el autor se emociona, alargándolas para, de repente, meter un inciso de lo que sucede en otro escenario, y a veces sólo para aportar una pincelada. Más moderación y control en el equilibrio de episodios, señor Greatshell.

Según avanza el libro se van quedado en el aire más y más incógnitas, muy en plan Perdidos. Supongo que en el tercer y último volumen se explicarán todos ellos, si bien para algunos lo veo me hace muy, pero que muy difícil. Un ejemplo: que todas la mujeres del mundo ‘saltaran en furia’ a la medianoche de Nochevieja. Vamos, como relojes sincronizados a la perfección. Que me explique qué sistema biológico, enzimático o lo que sea puede coordinarse con los usos horarios de cada zona del planeta. Porque la propagación de una señal detonante (sin importar la frecuencia usada) la hubieran notado varios países. Y eso sin tener en cuenta la limitada capacidad del cuerpo humano como receptor de emisiones.

Preguntas que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Aun con todo ello el libro me parece digno, por lo que le pongo un seis.

Y ahora toca soltar unas de mis peroratas. Ya no voy a hablar más de este libro, así que avisado estás.

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