Samuel R. Delany – Nova

Hola, culebras.

Sí, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que puse nada en este blog, pero es que he estado (y aun sigo) de baja, pachucho. Y además, por una vez en mi vida, estando enfermo no he tenido muchas ganas de leer. Eso indica lo mal que de hecho me encuentro. De esa manera un libro que en otras circunstancias no me hubiera durado ni una semana ahora me he tirado más de un mes con él. ¿De qué libro hablo? De Nova, de Samuel R. Delany.

Del señor Delany no leía nada desde hace muchos años. Pero muchos, muchos. Si no recuerdo mal la última vez que agarré algo suyo se trataba de la saga La caída de las torres, lectura que se me hizo por aquel entonces (yo no había siquiera superado la veintena de años) espesa y casi insoportable. Dado que no recuerdo de esa trilogía mucho ignoro cómo la afrontaría ahora, si me gustaría o no.

Pero sí puedo decir que este Nova lo he agarrado con cierto resquemor y miedo. La fama de Samuel R. Delany como escritor no–fácil le precede. ¿Y qué me he encontrado en esta novelita? Pues una aventura que, sin haber leído el clásico de Melville, creo que tiene bastante que ver con Moby–Dick. En resumidas cuentas se trata de la historia de un capitán de navío (estelar pero navío al fin y al cabo, con sus remos y todo) en busca de un premio demente, una meta que le puede llevar a la muerte, a él y a todos cuantos le acompañen en la travesía. ¿A quién tiene por compañeros? A la manera del Lobo de mar de London el capitán se hace acompañar de un literato, pero junto a éste hay un marinero y músico de origen terrestre (algo que en la novela queda claro que supone toda una distinción, una raza aparte) así como un peculiar grupo de marinos nacidos en los sistemas extrasolares.

Con esos ingredientes se podría esperar una novela de aventuras más o menos dinámica. Pero no. Nova, en vez de fluir de una manera continua hacia su meta se estanca en detallar los recuerdos del capitán y algunos de los miembros de la tripulación. Esos pasos a atrás en el tiempo de la historia tiene una excesiva longitud, haciendo que se rompa el tempo de la acción principal. En vez de llevar al lector a esos sucesos pasados (y que sí, que tienen peso en la historia principal) de una manera dosificada, con píldoras más o menos pequeñas, le empacha con páginas y páginas de historias secundarias que en un principio parecen por completo desconectadas de la trama base. Para más INRI resulta que algunos de esos recuerdos tratan de definir a algunos de los personajes de la tripulación, si bien otros miembros de la misma quedan por completo huecos, planos. ¿Tanto hubiera costado dedicarles a los mellizos o a la pareja de los pajarotos tanto interés como al resto? Como resultado de todo ellos tenemos un tratamiento de los personajes irregular.

Otro defecto que tiene la novela (este que me lo tomo a nivel más personal que otra cosa) lo encontramos en el uso de la pseudociencia. El autor trata de argumentar parrafadas técnicas para explicar el funcionamiento de ese mundo, pero la mayoría de ellas consisten en pura charlatanería con ínfulas de ciencia. Más le hubiera valido eliminarlas, soltar lo del flogisto a las claras y seguir adelante con la búsqueda de Moby–Dick.

Con todo ello el resultado final del libro defrauda un poco: da pena ver cómo lo que muy bien podía haberse convertido en una historia época acaba en agua de borrajas. Por todo ello le pongo un 6, y bastante me parece.

Adiós.

Edgar R. Burroughs – El ajedrez viviente de Marte

Hola, ofidios.

Sigo leyendo de vez en cuando lo poco que tengo de la Saga de Marte de R. Burroughs. Sé que en La Pila he hablado de ‘el año de las sagas’: cuando George R. R. Martin publique su último libro de Canción de Hielo y Fuego me los leeré todos de una tacada (hasta ahora sólo he leído el primero, que me gustó más por lo que deja entrever del futuro que por lo que contaba por sí mismo). Ese año, una vez acabada de leer la saga de Martin, seguiré con otras que tengo empezadas y no acabadas (o ni siquiera empezadas), como la de La Torre Oscura, Mundo Anillo o el Marte Tricolor, por decir tres.

Pero de ese atracón de sagas he decidido sacar adrede la Saga de Marte de R. Burroughs y la de los Dorsay de Dickson, dado que lo leído hasta ahora ni me gusta ni tiene formato real de saga, sino de simples libros independientes dentro de un universo compartido.

A lo que iba, que me disperso: ¿qué me he encontrado en El ajedrez viviente de Marte? Pues por desgracia más de lo mismo: damiselas en apuros que son salvadas en todo momento por el héroe de turno; acontecimientos que se encadenan con demasiada perfección (los episodios iniciales son claro ejemplo de esto: dos personas se pierden de manera independiente pero, de manera ‘casual’ acaban encontrándose en el mismo lugar, en el preciso momento, y en las circunstancias más propicias para que… bueno, eso, todo metido a piñón). Mención aparte de que en cada libro aparecen más y más razas marcianas. Al final el ‘moribundo’ planeta va a tener más variedad y estar más lleno que la propia Tierra.

En este libro de nuevo parece que nos vemos envueltos en una trama de cartón piedra, con decorados que (aun descritos  por de manera tan adjetivada y ampulosa) no dejan de quedar poco menos vacíos y sin sentido. Los protagonistas parecen a veces gilipollas (tanto los buenos como los malos), impresión reforzada por esa manera de hablar tan arcaica y exagerada, por completo increíble: quedé harto de leer lo de ‘Tara de Helium’, así, tal cual, cada dos por tres. Y eso por no acabar menos loco o cansado de la cansina ambivalencia del autor al hablar de un mismo personaje: refiriéndose a Gahan, tan pronto habla de él con ese nombre, como el Jed de Gathol, como cambia para llamarle Turan el panthan. Por no hablar del pobre Ghek, importantísimo en la trama pero directamente borrado del mapa (u olvidado por el autor) de mitad del libro en adelante.

Una pena que R. Burroughs demuestre comportarse en estos libros como un simple mercenario que llena más y más páginas con apenas cuidado en cuanto a trabajo de la trama, personajes y estructura del libro, ni de pasorespeto de paso hacia el lector, al que debe tomar por gilipollas o retrasado. Me pregunto si en su tiempo alguien encontró los mismos defectos que yo veo… y cómo algo tan chapucero y lineal llegó a tener el éxito que tuvo.

Con todo y por todo, dado que supone poco o nada de esfuerzo del autor por innovar en la saga, se lleva un 4.

Adiós.

Robert E. Howard – Canaán negro

Hola, ofidios.

Dado que ando con la pila digamos que ‘poco accesible’ (la inmensa mayoría está repartida en cajas) el abanico real de opciones de lectura se limita sólo un puñado, y he elegido otro libro de relatos de Howard, en este caso relatos que no encajan con ninguna saga: Canaán negro.

De entrada se me hace raro el no encontrarme con una introducción o presentación de los libros, algo que la gente de Valdemar suele cuidar. Y eso me mosqueó un poco, la verdad. Mosqueo que fue a más al empezar a leer los relatos.

Comento los relatos a medida que los leo, lo que explica el estilo y las notas a los textos.

  1. ‘Cabeza de lobo’ no sé si decir ha envejecido mal, si carece de mucho sentido argumental (esa mezcla de historia de terror con hombre lobo raruno a la limón con aventura según el estilo de la casa, todo ello bastante mal encajado y con fallos de timing interno) o si, a las llanas, es un relato malo. Quizá lo acertado es lo último: le pongo un 3, y mucho me parece.
  2. El relato ‘Aparición en el cuadrilátero’ pertenece a uno de esos subgéneros en voga a de inicios del siglo, y ahora totalmente desaparecidos: el de los boxeadores. Nunca antes había leído un relato de estos, y la verdad sea dicha, esa temática no me interesa lo más mínimo, lo mismo que el deporte en el que se basa. Si a eso añadimos que el título del relato supone un spolier directo (añadida a la nota de pie de página que aparece en la primera página, que ya lo borda) pues… intriga poca, la verdad. El relato puede que a un amante del boxeo le interese e incluso sepa extraer jugo a ese cruce de golpes y descripciones de los mismos; a mí me ha aburrido de forma soberana. Admito que la extensión resulta la justa y necesaria para crear un clima de ‘que está a punto de perder hasta que de repente…’, pero a mí se me ha hecho excesivo. Y la resolución final simple y mal envejecida: un relato quizá sorprendente para la época, pero que ahora peca de inocente y manido. Le otorgo un 5 y al siguiente.
  3. Leyendo ‘El terrible tacto de la muerte’ siento un intenso deja vú: he leído algo muy similar esto, un relato de alguien velando el cadáver de ¿Schopenhauer? Una rápida búsqueda entre lo que he leído de un tiempo a acá y ya estoy centrado: ‘Junto a un muerto’, relato de Guy de Maupassant incluído en Felices pesadilllas. Pero no, en este caso el origen del terror no es una dentadura postiza… sino otra cosa. Vamos, que tampoco se salva de la quema. Le pongo un triste 3.
  4. Seguimos con ‘El horror del túmulo’, una historia que mezcla los escenarios de la Texas contemporánea al tiempo de Howard con el pasado de los conquistadores. Y con algo más que, una vez leído y a la luz del sol, cruje, chirría y, en definitiva, falla. Se lleva otro 3.
  5. Ahora toca a ‘El hombre en tierra’, un relato de odios y venganzas en el salvaje oeste, una historia que se cae como un castillo de naipes al final, sin sentido por algo muy sencillo: ¿cómo se dispara esa segunda bala mortal? Que me lo explique alguien, pero mientras tanto este nuevo relato se apunta otro 3.
  6. El aire inicial del relato ‘La marca del cabo’ recuerda algo a Machen, rememorando un pasado oscuro y perdido. Historia de corte gótico, con ruinas y espectro incluído. Por desgracia el final resulta torpe y muy previsible. Al final el texto se hace merecedor de un 5 raspado, obtenido por las primeras páginas, que no por la últimas.
  7. Le toca el turno a ‘El fantasma del anillo’ y de nuevo siento un deja vú: ya he leído en otra parte relatos de anillos malditos, y no me refiero al tocho insoportable de La fuerza de su mirada (uno de esos muy escasos libros con la nada honorable medalla de no-acabado; y por ahora sin la menor gana de retomarlo, todo sea dicho ya de paso). Rebuscando en internet, pero sin ponerme a buscar entre las estanterías (vago que es uno) creo haber hallado de dónde me llega esa impresión: del Maestros del horror de Arkham House, en concreto del relato de Campbell o del de Counselman. Salvando esa relación decir que el relato resulta graciosillo al aparecer así de repente, sin esperarlo, Toth Amón. Por desgracia el relato adolece del mismo defecto que muchos otros de la compilación: resulta forzado, encontrándonos con que gran parte de los detalles claves de desarrollo metidos a piñón, para que encajen de una manera perfecta. O cuasi perfecta. Pero el resultado final no me agrada: le pongo un 4.
  8. Continuamos con ‘La luna de Zambebwei’, un relato que de nuevo se hace tópico, con expresiones exageradas de malos muy malos, de buenos muy fuertes (casi parece un tanque), de bellas damiselas en apuros de cabellos rubios deslumbrantes. Acción del tipo ‘todo para adelante y sin frenos’, que quizá a un neófito le agrade, pero a alguien con un poco más de trasfondo no. Le otorgo un ramplón 4.
  9. Al fin llegamos al relato que da título a la compilación, ‘Canaán negro’. Nos hallamos ante un relato que muy bien podría haber protagonizado el coloso cimmerio, sobre todo si lo transportamos las marcas bossonias y con los pictos como malvados. Sí, el relato rezuma racismo (representa a los negros, a toda la raza, como poco menos que criaturas degeneradas y de naturaleza tendente a lo demoníaco), ¿y? Los blancos no acaban mejor pintados, crueles amos que consideran a lo negros poco menos que animales. Todo ello se revela como fermento ideal para que germine la historia, aderezado como unos toques de magia negra y deformidad típicas de la casa. La historia sigue el esquema de “todo p’alante y sin frenos” habitual en este género, pero se disfruta mucho. Ale, un 7.
  10. De la mano de ‘Los muertos no olvidan’ llegamos a un texto que usa el ya casi olvidado recurso de las historias epistolares, en este caso ambientado de nuevo en el salvaje oeste de Howard. Relato sencillo pero efectivo, una historia de fantasmas cruda y de inevitable final. Se lleva un 6.
  11. Y del lejano oeste a la remota Sumeria con ‘La casa de Arabu’. La verdad es que parece que a medida que el libro avanza los relatos mejoran: tras ese triste inicio (sólo hay que ver las notas de los primeros relatos) los que engrosan el centro del volumen mejoran en cuanto a calidad. Así con este relato tenemos de nuevo una narración ‘tipo Conan’, tópico si se ha leído más del cimmerio pero aun con todo agradable. Le pongo un 6.
  12. Por desgracia con ‘La perdición de Dermod’ el nivel baja un poco, al resultar un relato demasiado corto, demasiado forzado: este tipo de narraciones parecen casi encorsetadas. Se hace merecedor de un 4.
  13. ‘Delenda est’ creo que tiene varios fallos de coherencia histórica hace referencia a una Cartago que ignoraba que existía: yo me quedé en ‘una ciudad arrasada y de la que no dejaron piedra sobre piedra y los campos sembrados de sal para volverlos eriales’, y ahora descubro que en el año 29 a.C. se volvió a fundar una nueva sobre ella. No te irás la cama sin saber algo más. Ya sólo por eso en mi caso merece la pena el relato 😉 Le pongo un 5, dado que más allá de ese detalle personal resulta simplón y predecible.
  14. De un relato ambientado en un barco a uno protagonizado por marinos, pero ya en tierra. Y ambos dos de fantasmas. Uno ya empieza lo que va a ocurrir en ‘Aguas inquietas’ sólo con leer la manera en la que se preocupa el autor de decir dónde está sentado cada uno de ellos. Pero aun así se merece otro 5.
  15. ‘El horror sin nariz’ se revela como uno de esos relatos cuyo título nos engaña. En efecto, todo parece apuntar en una dirección y luego… De estilo demasiado decimonónico (es que a mí, que un autor del s. XX pinte a todos los protagonistas tan afectados, sensibles a impresionables me chirria demasiado). El relato hubiera ganado más con unas cuantas páginas más, tanto describiendo mejor al sij y dándole trasfondo como a toda la relación de los personajes y la preparación de ‘lo que les iba a ensañar’. Sin ello se vuelve un relato apresurado y, de nuevo, predecible en cuanto adivinas que el título te está despistando. Otro 4.
  16. Ahora nos encontramos con un relato metido de lleno en Los Mitos. Incluso se nombra a uno de los libros famosos inventados por El Círculo de Lovecraft. Aquí el autor sí que sabe mantener un tempo oportuno, alargando la historia y creando una atmósfera y ambiente. Sí, lo que crea a estas alturas resulta típico, pero es el mismo aire de amenaza que popularizó HPL. Y entonces resultaba una novedad. Relato que he disfrutado en gran parte de su extensión (salvando el exagerado e irreal discurso de la chica). Hice conmigo mismo una apuesta por acertar lo que se ocultaba arriba y… pedí: esperaba uno de esos vastaguitos de mi amiga Shub, pero no: lo que acechaba resultó algo diferente. Una historia que se lleva un 7.
  17. El penúltimo relato de la compilación se titula ‘La última canción de Casonetto’, y no va de puertas deslizantes empotradas, no. El mayor fallo del relato es que el prota se pone escuchar el disco supuestamente acompañado de su amigo, pero éste de repente desaparece… hasta el momento final. Un ejemplo de historia que en primera persona pierde. Al final como cuento no funciona, lo que le hace merecedor de un 4.
  18. Y llegamos al final con ‘Los moradores bajo la tumba’, una historia que -de nuevo- bebe de Lovecraft. Ignoro la fecha en la que Howard lo escribió, pero casi diría que tiene una clara inspiración con En las montañas de la locura, mi obra favorita del de Providence. El horror subterráneo en este relato no por predecible deja de resultar menos efectivo. Un relato que, aun con su inocencia, se disfruta de cabo a rabo. Por ello le pongo un 7.

Y acabó lo que se daba. Al final del todo aparece un listado y con la fecha de publicación y la revista o publicación donde cada relato vio la luz. Así vemos que el orden de impresión en esta compilación se corresponde con el de aparición a la luz pública.

Habiendo leído todos me queda claro que los relatos ganan cuando más desarrollo tienen, si bien de la lectura general se desprende un cierta visoñez, un muy mal paso del tiempo sobre las historias. Eran otros tiempos, más inocentes y sencillos, lo cual en parte lo justifica. Pero sólo en parte: por aquella época, y antes, ya hubo cuentistas mordaces cuyos textos no han envejecido tan mal (y sólo diré dos nombres: Machen y Hogdson), escritores que hoy, más de cien años despues de su tiempo, aún logran poner los pelos como escarpias. Por desgracia eso no ocurre con muchos de los textos de esta compilación, la cual me temo que debe su existencia al mero nombre de Howard y a la larga y poderosa sombra de Conan. Con ella queda demostrado que el texano tuvo sus luces y sus sombras, las cuales se coagulan densas y cenagosas en este volumen.

La media de los relatos leídos da un triste 4’72. Una pena que por poco no llegue al 5. Pero es que hay relatos malos, casi infumables, al menos a mi gusto.

Adiós.

Sheri S. Tepper – La puerta al país de las mujeres

Hola, culebras.

Segundo libro que leo de la Tepper, tras el agradable Despertar. La verdad es que este libro, La puerta al país de las mujeres, me suena bastante. Me suena de haber oído hablar de él en la lista de correo de ciencia ficción (cuando todavía estaba en ella, cuando resultaba interesante estar en la misma y el chorro de 300 correos diarios no sólo no aburría, sino que resultaba casi adictivo: hablo de 1997, más  menos: ¡que no ha llovido ya de eso!). Mi edición tiene fecha de 1994, por lo que no sería raro que tres años después siguiera levantando un poco de polvareda este alegato feminista.

Bueno ya que he dicho la palabra clave, feminista, ya puedo entrar en harina en la reseña de este libro.

Sheri S. Tepper aprovecha un escenario post apocalíptico para pintarnos u modelos de sociedad por completo matriarcal. En un mundo devastado tras algo que intuímos tiene mucho de guerra nuclear, si bien en ningún momento se dice con esos términos (posiblemente debido a que tenemos como narradora a una mujer  de esa época, y todo apunta a que lo nuclear en esa época esta totalmente olvidado, junto con muchas otras cosas de las era pre devastación).

Lo dicho: feminista. El libro es feministas. Ya lo he dicho, ya he pecado. Pecar, sí, pecar: lo que en la portada reza como ‘alegato antisexista’ una vez leído se revela como un texto por completo sexista, en el sentido de que ‘la inmensa mayoría de los hombres son malos y no merecen reproducirse, debiendo ser vigilados por las moderadas y sabias mujeres. El libro, de forma somera, se reduce a eso: mujeres las casi siempre son buenas; los hombres en un porcentaje muy alto resultan dañinos.

Vamos, sexismo puro y duro, nada más que visto desde ‘el otro bando’. Por supuesto la postura me parece algo por completo defendible: por algo la mujer ha padecido (y aún la padece, en muchos países de forma sangrante) explotación, violencia y opresión. Resulta lógico e incluso necesario la existencia de libros como este: la mujer tiene todo el derecho a reclamar ese rol dominante, aunque sólo sea como en papel.

Tepper nos describe un panorama en el que la sociedad está dividida en dos colectivos bien diferenciados: los hombres ‘libres’, que viven fuera de las ciudades y hacen las veces de milicias defensoras de las mismas, siguiendo un escalafón militar. El suyo es un mundo sólo para hombres, sin lugar alguno para el sexo femenino. Por otro lado están las ciudades, recintos amurallados con reminiscencias medievales en cuyo interior se agrupan las mujeres, gobernadas por Consejos mucho menos estrictos que el de los hombres. Fuera de los muros reside la fuerza y el honor ciegos; dentro, la cultura y la ciencia. La fiereza de rasgos salvajes, irreflexivos, frente al sosiego y la meditación. Lo masculino ante lo femenino.

O al menos en grandes rasgos. Sí, hay mujeres más allá de los muros: las gitanas de vida licenciosa o aventurera. Dentro de las ciudades también hay hombres: sumisos siervos, la renegada deshonra de las huestes del exterior.

¿Las relaciones entre ambos mundos? Sexo con un único objetivo: el reproductivo. Falanges armadas y defensoras fuera, abastecidas el colectivo agricultor/artesano de dentro.

Y poco más… En principio.

Un mundo no de todo idílico pero que lucha por ello.

El contrapunto a esa sociedad lo hayamos ya bien avanzada la segunda mitad del libro: la Tierra Santa, una región de costumbres salvajes donde en nombre de la religión impera la endogamia y la brutalidad más absoluta hacia la mujer. Allí las consideran como apenas animales, criaturas pecadoras apenas necesarias para propagar la semilla del patriarca y de la raza. El blanco contra el negro. En la novela no hay más ejemplos de sociedad: o la demoníaca y bárbara de los puritanos endogámicos, o la escindida del País de las Mujeres. Porque la inmensa mayoría de los hombres tienen como único objetivo el poder, la violencia y el sexo. Y la inmensa mayoría de las mujeres gozan del sosiego, la calma sabiduría y la paciencia. Eso es lo que se extrae de la novela. Lo dicho, Tepper nos planta un discurso de sexismo crudo y directo, una ‘visión desde el otro bando’.

Cuando aparecen ciertos toques de gris, más allá de esos contrastes opuestos, llegan acompañados de una suerte de reproducción selectiva, como si se tratara de simple ganado. Y ganado además que en sus genes porta un plus añadido.

No puedo dejar de destacar otro defecto del libro: éste se acaba de enfangar, al menos para mí, cuando la autora usa y abusa de la P.E.S. (percepción extra sensorial). El entorno postapocalíptico creíble que nos describe en un primer momento (siempre en la medida de lo posible, se entiende) queda manchado con asuntos magufos, supercherías que al final de la novela se descubren como parte vertebral de… de todo. Una pena caer en todo esto.

Así la lectura resulta algo anodina, y los aderezos poco convincentes o incluso inapropiados, muy lejos de lo que recuerdo del otro libro. Una pena. Se lleva un humilde 5, nada más.

Chau.

A la sazón de clásicos que se leen de una sentada (y la ‘censura’ asociada)

Hola, ofidios.

Poniéndome al día con los varios miles de entradas pendientes que tengo en mi GoogleReader me topé con el sugerente (y para mí ineludible) título de Once clásicos de la literatura que se leen de una sentada y, como no, piqué y leí. Y tras la lectura me puse a redactar un comentario. Y redactando el comentario, viendo cómo se hinchaba, acabé cayendo en este pecado tan internetero que es el ‘no comento y me llevo mi opinión a mi cueva, a mi blog’. Pues en eso estoy 🙂 He dejado una versión reducida del comentario en la web de cookingideas.es, y el resto me lo quedo yo aquí.

¿Que escribía yo como respuesta a esa no muy afortunada entrada de la gente de cookingideas.es?

Pues que de la lista de once ‘clásicos’ sólo he leído de ellos:

Bueno, tres lecturas, tres opiniones: discutibles en su justa medida.

Pero tras poner esto yo ya empecé a desbarrar (a mi estilo), y lo que en principio era un simple comentario a una entrada intrascendente se volvió un rollo de los míos, no menos intranscendente.

¿Realmente la lista contiene ‘clásicos’, como ‘Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia’ (RAE, definición 3ª)? Me da a mí que no: ¿se acordará alguien de La carretera dentro de x años? Lo dudo (y encumbrar, como hacen muchos, como clásico un libro simplemente por haber acabado en las pantallas de cine se revela como un criterio de cretinos). ¿Y qué decir de El niño del pijama de rayas? Lo admito, no lo he leído. Pero también declaro que jamás lo leeré: mi vida es muy corta y tengo muy poco tiempo como para perderlo leyendo libros diseñados para venderse como churros. Y eso que, por desgracia, aun así acabo leyéndome truños. Si ese libro se merece el calificativo de ‘clásico’ entonces todos best sellers (mejores-ventas, al estilo F. Ontanaya XD) son clásicos. Un criterio muy corto de miras. De nuevo estamos ante los criterios cretinos.

Sigo con el desparrame, ahora ya desenfrenado porque hablo de mi afición, de mi vicio: los libros.

¿Un libro clásico de verdad que se lee en un santiamén y te deja con ganas de más, de mucho más? No lo dudé ni un segundo: La luna es una cruel amante‘, de R. Heinlein. O, por recomendar otro, uno de los volúmenes de la Trilogía de la Catástrofe de Brunner: Rebaño ciego. O el Frankenstein de M.W. Shelley. O Radix de Attanasio (haciendo suyo de manera magistral el artículo de ‘Emperador de todas la cosas’, de Spinrad).

Tras poner esto me callé XDDDDDDDDDDDDDDD Y solté lo de ‘me llevo esto a mi blog, de paso, para ampliarlo’ XD Y en eso estoy: en mi caverna pedicando al desierto.

Pero, aun así, antes de abandonar el comentario no pude evitar dejar una nueva apostilla como posdata: no puedo evitar no acabar este comentario sin recomendar El terror de Dan Simmons. Absorbente es decir poco. Y muy bien ambientado/documentado: se masca el ambiente de la expedición y de los H.M.S. Erebus y H.M.S. Terror.

Aquí acaba mi perorata bibliófila. Si es que no puedo ponerme a hablar de libros, que me pierdo.

Adiós.

PD: En el asunto de esta misma entrada pongo «(y la ‘censura’ asociada)». ¿Por qué? Pues porque porque mientras redactaba esta entrada ampliada, y tras colgar el comentario en el blog de coockingideas.es veo que me han borrado el comentario. En un primer lugar está y queda subido, pero una horas después refresco la página y ¡sorpresa! lo han borrado. ¿coockingideas.es borra comentarios? ¿Lo hace con los que aportan más información (o al menos datos distintos) que la suya? Porque ya ha habido otros en el mismo post que han atacado el que hayan calificado a El niño como clásico. Si es que les hay tontos… Supongo que también borrarán el pingback que genere esta entrada del blog. Que les den. Será por blogs en internet. Por si acaso ya tengo la captura del pingback. Ale.

PD 8/4/2013: Bueno, acaba de llegar a esta entrada un comentario (8 abril 2013 a las 9:05 am) de Iñaki Berazaluce, que se presenta como coordinador de contenidos de cookingideas.es. En él explica algo acerca de cómo se juntaron la palabra ‘clásico’ y ‘El niño con el pijama de rayas’: el colaborador se emocionó y confundió clásico con ‘me gusta mucho’. De igual manera me confirma que el comentario original mío ha sido recuperado y vuelve a aparecer, explicándome que se debió tratar de un error al considerarlo spam. Supongo que ese filtro podría haber saltado al contar el número de enlaces insertos en el comentario… pero se me hace raro que el detector de spam saltar tiempo después de estar el comentario publicado y no justo cuando lo subí. Supongo que el ‘robot antispam’ estaba en ese momento espeso por la falta de café y no leyó que los enlaces llevaban a contenidos reales y no a un ‘vendo Viagra’. Eso me pasa por tratar de argumentar mis comentarios con más contenido y no con un llano, facebookero y triste ‘me gusta’. De todas maneras es de agradecer su respuesta. Ahora sólo les falta añadir en la entrada una PD explicando lo mismo que me ha explicado a mí: lo del spam que no es spam (si bien, la verdad sea dicha, eso le importa a muy pocos, por no decir a nadie), asó como las razones para la inserción como clásico de ‘El niño’… y dar una colleja al ‘colaborador’ que cometió semejante tontería.

Arthur C. Clarke – El fin de la infancia

Hola, ofidios.

Me pongo con uno de los autores clásicos por excelencia de la ciencia ficción, y con una novela del subgénero de ‘primeros contactos’: Clarke y su El fin de la infancia, una de las primeras novelas del maestro de la ciencia ficción hard. Tengo que admitir que por lo general Clarke me encanta. Hace mucho que no leo nada de él, por lo que ya tocaba. Por desgracia esta novela no ha resultado de mi agrado, ni mucho menos: se me ha hecho larga y lenta, de pesada lectura.

¿Por qué?

Por una razón por completo personal y subjetiva: lo descrito en ella no me parecido interesante. El asunto del ‘primer contacto’ como tema central siempre me ha atraído, ya en forma directa, cercana y detallada (como en el caso de Contacto) o con un tratamiento más aventurero y exótico (voy a citar sólo uno que me resultó tanto sorprendente como agradable, Camelot 30k), por no hablar de textos de desarrollo o premisa errónea (en eso destaca entre lo que he leído El texto de Hércules, con su americanocentrismo galopante).
¿Qué le ha pasado a este Fin de la infancia para que no me satisfaga?

Tras un primera parte algo tosca y torpe (la estratagema de la linterna, el presumir que la pantalla oculta al supervisor, y que en efecto eso ocurriera, me parece de lo más inocente) se llega a una segunda parte en la que empezamos con el tema místico/espiritista, algo que ya me hizo recordar el enorme chasco que me supuso en su día la lectura del final de Cita con Rama (ese su horrible ‘ahí va la tercera de Newton’). Y es que toda la escena de la ouija me da bastante asquito y repelús. Aparte me encuentro la inocentada del polizón… vamos, que el libro ha envejecido muy mal no, lo siguiente. Es en la tercera parte de libro cuando Clarke demuestra sus dosis visionarias: no olvidemos que la novela es de 1954: lo que se describe en esa última parte parece elucubrada por un jipi endrogao, y los jipiosos tienen su origen en los 60. Además el cambio de destino de la humanidad surge en la novela de una manera poco menos inopinada. Jajá, lo siento, no he podido evitarlo. Esta última sección del libro tiene bastante influencia de Stapledon, haciéndome recordar en cierta medida La última y la primera humanidad. Pero, allí donde el mago de la filosofía espacial lo bordaba, Clarke apenas llega a idear una diminuta fracción de las maravillas que ideó este otro.

Vamos, que no me ha gustado el libro. Aparte de que, otra vez, Clarke se carga a Newton y sus leyes sin siquiera intentar dar el menor atisbo de explicación (por no mentar las incongruencias como que unas naves que provocan presión en la atmósfera al moverse -ergo son materia- sin embargo no aparecen en las pantallas de radar -ergo son materia indetectable… ¿ein? ¿naves kilométricas de estilo Stealth?).

Por todo ello le pongo un 3, y mira que me duele otorgarle esa nota a un maestro que ha demostrado en numerosas veces su habilidad.

Adiós.

AA.VV. – Nuevos cuentos de Los Mitos de Cthulhu

Hola, culebrillas.

Una nueva compilación de libros de Los Mitos, en esta ocasión titulada Nuevos cuentos de los Mitos de Cthulhu, compilación a cargo de ni más ni menos que Ramsey Campbell. El libro es de 1980, con lo que lo de nuevo ya no resultan muy cierto (si bien mi edición es la de 2011), lo que no excusa un detalle: ¿cómo se puede editar un libro titulado nuevos relatos cuando entre ellos hay textos de H.P.L. y de Frank Belknap Long? Suena muy a broma. Y sin embargo no lo es: ahí están las historias, para el disfrute (más o menos, que de todo hay en esta compilación) de los lectores.

Luego, y antes de entrar en harina con los relatos pero tras haberme leído todos, quiero hablar inopinadamente del señor José Luis Moreno-Ruiz, el traductor de este libro. Y quiero hacerlo inopinadamente, insisto, porque me ha llamado la atención ese adverbio, el cual, inopinadamente, aparece incluso dos veces en una sola página. Así, sin que venga a cuento (porque no me creo que no un traductor con experiencia no pueda encontrar un sustituto a dicho monstruo). Y además hallarlo inopinadamente. ¿Algo más puedo decir del traductor? Pues la verdad es que nada, porque profundizar en el tema supondría opinar, y eso -inopinadamente- no ha lugar. Para no hacer más inopinado escarnio le remito un saludo al señor José Luis Moreno-Ruiz. Eso sí, considere el saludo como algo inopinadamente enviado.

‘Crouch End’, de Stephen King, recuerda mucho a la manera de escribir de Campbell, sobre todo en la parte inicial de la narración de Doris (la sensación de amenaza velada, intuida, percibida por el rabillo del ojo). Resulta curioso leer un relato de King justo después de leer su guía de estilo y comprobar cómo se salta algunos de sus consejos estilísticos. El relato entra en un momento dado en el territorio del pastiche (o del tópico, o del homenaje desvergonzado) al ponerse a plantar casi seguidos toda una serie de guiños a nombres y recursos de H.P.L. Aun así se disfruta. Un 6.

El inicio de ‘La charca de las estrellas’ (A. A. Attanasio) no es confuso sino lo siguiente. Además posee descripciones demasiado vagas (los detalles van y vienen, entrando en escena de repente y sin aviso) e incluso inexactas que llevan a confusión. Final alocado y sin sentido: no por meter todo monstruo posible de peli pulp de los cincuenta se consigue un relato bueno. Intento de mezclar género negro con Mitos que no funciona en nada. Ale, un 4.

Tras leer ‘El segundo deseo’, de Brian Lumley, la verdad es que en mi caso hubiera deseado poder pedir un primer deseo: no haber empezado este horrible relato. Pasando sus páginas recordaba una de las normas enunciadas por King: evitar como la quema los adverbios acabados en -mente. Y es que en un primer lugar hay que decir (o gritar) que Lumley no tiene ni puta idea de escribir. Es otro de esos ejemplos incomprensibles de ‘tío que le publican con una calidad menos que nula’. ¿Qué decir de este relato? Nada bueno, pero entre lo malo destacar, por ejemplo, que adolece de una obvia falta revisión, con errores de continuidad e incluso contradicciones. No hablaré de cuán tópico es (el ambiente gótico roza el pastiche, eso en una recopilación de textos que según Campbell pretende aportar frescura, una visión diferente de Los Mitos). Además  de que también hay errores de traducción / edición, como lo de las miles de millas. 2 que me tienta a cambiarlo a un 1.

‘Oscuro despertar’, de Frank Belknap Long, adolece del mismo tipo de descripciones que el relato de Attanasio: la descripción de la escena del clímax está llevada de una manera demasiado vaga, por más que luego lo intente explicar: ya es tarde. Le pongo un triste 4.

El inicio de ‘La sección 247’ (Basil Copper) es leeeeento, demasiado lento. Una cosa es meterse en el ambiente y otra marear la perdiz. Sin embargo lo malo, lo peor de todo el cuento, lo tenemos al llegar al final, cuando descubrimos que el autor ni sabe describir mínimamente bien el detonante de todo el relato, ni se pringa en plasmar un final más comprometido: tan vago es el desenlace se puede decir que el relato ni siquiera pertenece a los mitos. Se lleva un 5.

T.E.D. Klein divaga y divaga en el inicio de su relato ‘Un negro con un saxofón’. El relato parece una especie de declaración de amor que al autor hace, a modo póstumo, a H.P.L. Pero, aún yéndose por las ramas, funciona mejor que ‘La sección 247’, quizá porque toca de manera más directa a Los Mitos. Tanto es así que a medida que se avanza en la lectura uno se da cuenta de que está leyendo un relato de corte clásico en cuanto a estilo lovecraftiano se refiere. El cuento posee una importante cantidad de paja, si bien es una paja que le da cierto carácter muy acorde con la personalidad del protagonista. Por desgracia acaba cayendo en el tópico, en la repetición de escenas y esquemas usados una y mil veces en el subgénero (repetición que, todo sea dicho, no supone mucho problema para el fan empedernido). Al menos tiene el detalle de no aportar nombres grandilocuentes que hagan de gancho o guiño, aparte de los de la tribu de marras que sirve de detonante de la historia. Vamos, que un escritor aficionado seguro que no hubiera resistido la tentación de nombrar con todas sus letras a la entidad cuya presencia se intuye en el texto: T.E.D. Klein no cae en eso, obligando al lector neófito a indagar en otros relatos para saber quién cojones es el negro del saxofón… y con ello a ganar quizá un nuevo fan a este adorable y monstruoso subgénero de Los Mitos. Le pongo un 7.

Y pasamos de una carta de amor póstuma a algo puede incluso más osado: una colaboración póstuma, casi se diría que incluso necrofílica por lo que tiene de directo revolcón con la obra del de Providence. ‘El libro negro de Alsophocus’ se trata de una literalización perpetrada por Martin S. Warnes en forma de relato de un fragmento escrito por H.P.L. El texto posee esa prosa obsesiva y enfermiza que a algunos, tiempo atrás (mucho tiempo atrás), nos atrajo a este mundillo de Los Mitos; un estilo que, sin embargo, ahora se vuelve algo casino por lo manido y sobreexplotado, y eso que debo admitir que en determinados momentos escribir con ese tono y ese ritmo resulta poco menos que una acto masturbatorio, pura prosa onanista. En el texto todo cuanto se describe posee la famosa dimensión tan-tan-tan (tan maligno, tan enorme, tan abisal, tan obsceno, etc.), el horror en grado superlativo. Pero toda esa mastodóntica aglomeración, tan apretada, sólo consigue una cosa: chirriar, o repicar como todo un campanario. Resumiendo, el relato encajaría a la perfección en la más pura definición de pastiche, de la que se salva por tratase de una adaptación de un texto del propio HPL. Y se lleva un 6.

Llegamos a ‘Maldita sea la oscuridad’ (David A. Drake) y parece que el autor se ha dado un atracón de El corazón de las tinieblas antes de ponerse a escribir. Sí, puede que también tenga algo que ver si experiencia en Vietnam, pero la primera impresión que queda hace pensar que adora el libro de Conrad. El relato progresa más o menos bien hasta que se hace mención a los cangrejos, los jodidos e incongruentes cangrejos, lo cual supone una auténtica puñalada trapera a la suspensión de incredulidad. A eso se suma que ‘la masa negra’ aparece mentada de repente, sin presentación previa alguna. ¿Me he perdido algo y se ha citado antes, o es que ‘la masa negra’ se refiere a las hordas de aborígenes, porque yo no entiendo eso, sino que se describe algo similar a ‘el humo’ de Perdidos? ¿Se trata de un error del editor, traductor o el propio autor, que se ha zampado un párrafo? Bueno, que al final le pongo un 6. Pena de final, la verdad.

Y el libro acaba con la aportación del compilador (algo que jamás me ha gustado: si te pones a recopilar y hacer de editor, no te incluyas entre ‘los elegidos’): el relato ‘Las caras de Pine Dunes’. En este relato Campbell recurre, como es típico en él, a describir una presencia, una sensación de agobio, algo que forma parte del repertorio de lo que se considera herramientas básicas a la hora de redactar historias de Los Mitos. Por desgracia, y no sé porqué, en este relato me encuentro con lo mismo que en el anterior, la impresión de que falta algo, un párrafo o frase o algo. ¿Por qué? Porque durante la lectura todo se parece desarrollar en una misma línea temporal, hasta que se llega a un preciso instante, a una frase concreta, en la que empieza a chirriar… para unos párrafos más adelante darse cuenta de que se ha estado leyendo un flashback. Lo he leído de nuevo por encima y no he logrado encontrar la típica –o no tan típica– entradilla que indique que la narración se va a desplazar hacia atrás en el tiempo. Vamos, que no acabo de entender ese salto. Por lo demás el relato sigue el estilo tan característico del autor (presencias intuidas, apenas vistas, que generan sensaciones claustrofóbicas y de velada amenaza) que lleva a un final cuya relación con Los Mitos está cogido muy por los pelos. Al final le pongo un 6.

Pues esto ha sido todo, una compilación de la que se esperaba más. Como nota media sale 5,11.

Adiós.

Stephen King – Mientras escribo

Hola, culebras.

De nuevo leyendo un King, y eso que hace años me dije que nunca más, debido a los a veces nauseabundos y deplorables finales del yanqui este… Pero tengo que admitir que, aunque casi por norma las partes finales de sus novelas sean auténtica basura, lo que se lee hasta llegar a ellas en la mayoría de las ocasiones supone una auténtica delicia.

Pero eso se refiere a novelas: en cuanto a relatos la cosa mejora bastante: no le da tiempo a subir tanto como para que luego la ostia final resulte tan fuerte.

Novelas y relatos, relatos y novelas. A eso se reduce todo lo que había leído de King… hasta ahora que he concluido Mientras escribo, una suerte de mezcla entre autobiografía apresurada, ensayo/manual de escritura y desbarre de un afamado, prolífico y ocioso (en el sentido de que su realmente envidiable facilidad de escritura le permite sacar partido de todo cuanto escribe, incluso textos como éste, en plan ‘pues un día se me ocurrió esto y aquí lo tenéis, pobres mortales’) autor.

Desde las primeras páginas King dice que no quiere escribir otro libro de estilo, otro manual de ‘cómo hacer la novela del milenio’, para lo cual jura y promete no meter nada de paja (tipo de contenido en lo que él es un consumado maestro: logra que la paja no parezca tal, permitiendo al lector disfrutar como un enano de una sección de la obra que simplemente es eso: paja). Pero como es King, y como ya lleva mucho tiempo en el oficio practicando esos hábitos que tan buenos frutos le han dado, no puede evitar caer en el pecado que en un principio quería evitar. Así gran parte de la primera parte del texto, la autobiográfica, resulta prescindible. Colorista, agradable de leer, sincera (o al menos espero que tenga mucho de eso, si bien un buen escritor escribiendo es como un actor hablando: las criaturas menos dignas de confianza que pueda haber; al fin y al cabo viven de la mentira, de la invención, de la falsedad). En esa primera parte se descubre un hombre débil, a veces patético, que se ha hecho a sí mismo a base de constancia… bueno, no: Stephen King es así porque tenía una predisposición natural a ser así. Ni más ni menos: nació una monstruosidad, una bestia que supo descubrir desde una muy tierna edad su carácter monstruoso y cómo afilar sus garras y dientes. Pero el monstruo estaba allí desde un primer momento. Interesante parte autobiográfica, aun con todo, pinceladas de la vida de una bestia que ya ha adquirido atributos completamente mitológicos.

La segunda parte, y el meollo del asunto, es la forma en cómo describe King la profesión de escritor. Da consejos, recomienda hábitos de trabajo, avisa de defectos y posibles vicios, todo ello desde un lenguaje llano y sencillo. Para un escritor novel sin duda será de utilidad, siempre desde esa distancia que King ya deja bien clara: todo lo descrito le sirve a él, y no tiene porqué serle de utilidad a otro. En mi caso por desgracia ya me conocía la inmensa mayoría de ellas: y digo ‘por desgracia’ porque para lo que me ha servido… Si bien una de las recomendaciones me ha llamado la atención, más que nada porque es algo que yo jamás he tenido en cuenta como importante, y que sólo en una ocasión he practicado (con nulo y/o inútil resultado): el tener un lector ideal, una persona que te lea los textos de primera mano y en la que recaiga el principal peso de la corrección (o, lo más importante, de la crítica sincera). En otras palabras:

  1. ceder tus textos a una segunda persona,
  2. pringar a esa persona para que lea esos textos esperando una respuesta, una reacción a los mismos,
  3. recibir esa reacción y usarla en el texto, si se considera oportuno.

En mi caso me resulta imposible ese grado de ¿cómo decirlo: capacidad de compartir? No puedo. Bastante me parece, leyendo lo importante que considera King ese aspecto de la creación literaria, haber publicado lo poco que he publicado siempre con un único revisor: yomimmo.

Pero bueno, como eso es algo que nunca va a cambiar, o que veo muy difícil que cambie, hay que seguir. Con la vida y con el libro.
Y de eso, de la vida, habla la penúltima parte del libro: el accidente de tráfico que casi mata a Stephen King en verano de 1999 (no en el año 2000, como dice de manera totalmente imperdonable la contraportada de la edición que he leído, la de DeBols!llo). Una sección dura, muy dura…

El libro acaba con un breve e interesante ejemplo de 1ª revisión de texto y una lista de lecturas recomendadas.

Todo ello, así juntito, da un merecido y satisfactorio 7. Y si no te has puesto nunca ante el reto de escribir seguro que le das más.

Chao.

Henry Rider Haggard – Ayesha

Hola, ofidios.

Nunca antes he leído nada de Rider Haggard. Más aún, hasta hace unos meses (cuando desenterré este libro de La Pila, que me puse a buscar por la web acerca de él) no tenía ni de quien era. Eso le pasa por tratarse de un libro heredado de la manera más fría posible: de una pila de libros que había en una vieja casa de pueblo que hace años compró mi madre (casa que algún día aparecerá en mi futurible novela –ojo al título provisional, mogollón de cutre– Tormenta Roja, dado que es uno de los escenarios iniciales). Sea como fuere llegaron a mis manos un buen puñado de libros más o menos viejunos, entre los que me llamó la atención este, y así lo aparté.

Y así, sin mucha idea de lo que me iba a encontrar, empecé hace unos días este Ayesha. Y empecé mal, en tanto y cuanto que sabía que era una segunda parte. Sí, la venden como una novela independiente, blah, blah, pero… pero a lo largo de las páginas mi temor se confirmó: hace falta leerse Ella para poder apreciar todos los matices de Ayesha. De esa manera incompleta y coja continué la lectura. ¿Qué me encontré? Una historia de aventuras con grandes dosis de romanticismo (en el sentido ‘amoroso’ de la palabra), una apresurada inmersión en el Asía remota y profunda, en un Tibet que para la época en que se escribió la novela era tan remoto al occidental medio como ahora mismo nos puede resultar Neptuno (no vale la comparación con Marte ya que gracias a los rovers casi parece que estamos al ladito del planeta rojo).

La novela goza de un inicio casi lovecraftiano, con círculo de piedras, invocación, espectro y testigo reluctante incluidos. Tras ella nos adentramos en una agradable mini epopeya hasta llegar a un momento crucial: la visión en la distancia del objetivo, un momento que en cierta medida me recordó a la saga del castillo de lord Valentine (la dispar tetralogía de Silverberg), o también a la Torre de las Nieblas de la saga de Mundo Río (la afamada saga de Farmer). Desde ese punto nos adentramos en un mundo ajeno a lo conocido y no carente de intrigas y maravillas a medida que nos acercamos a la meta final, el santuario en la cumbre del volcán.

Por desgracia lo interesante se puede decir que acaba una vez allí: el autor se enfanga en una historia extremadamente romántica, una lucha entre un amor platónico y otro más carnal, entre el poder casi desenfrenado de lo salvaje y la moderación de lo civilizado, todo ello saturado de un lenguaje decimonónico (que veo que cada vez soporto peor, más si cabe tras el libro que me leí justo antes que éste) que ralentiza la lectura.

Tras acabar el libro me queda un sabor de boca agridulce, como de novela que se reduce a un simple alargamiento de una historia ya contada, y bien cerrada. No digo que el resultado sea insatisfactorio, pero sí que queda a la sombra de algo más grande. Algo que no he leído y que quiero leer. Vamos, que tengo que conseguirme Ella.

Al final se lleva un 6.

Adiós.

China Miéville – La estación de Calle Perdido

Hola, ofidios.

Primer texto que leo de China Miéville, y hay que admitir que me ha encantado. La estación de Calle Perdido es un texto rico y en parte sorprendente. Repleto de colorido y al mismo tiempo oscuro y mugriento, a lo largo de sus páginas nos vemos inmersos en un caleidoscopio de escenas, localizaciones, costumbres y razas. Si bien el editor español ha optado por catalogar el libro como ciencia ficción el texto pertenece a la más pura fantasía oscura: la ambientación se basa en una mezcla la magia (aquí taumaturgia) con una especie de ciencia deforme, tan agarrada por los pelos que se reduce a un mero ornamento.

A lo largo de la novela descubrimos razas y sus culturas asociadas detallados de tal manera que recuerda al ciclo Tschai de Vance. Cada raza está integrada en la ciudad de una manera u otra, haciendo que la ciudad se comporte como un crisol de grupos con entidad y costumbres propias, pero que con el paso del tiempo se han ido integrando de manera más o menos cordial, si bien se mantienen ciertos tabúes (como por ejemplo en el que están inmersos dos de los protagonistas). Todo este entramado sociopolítico y cultural el autor lo describe de una manera fluida y amena, volviendo por momentos la lectura una experiencia casi deliciosa. El completo conjunto de engranajes, cada cual con su propia naturaleza y que sin embargo encajan (bien o mal, forzados o con fluidez), hacen mover esa enorme maquinaria social llamada Nueva Crobuzón. Por supuesto, esas complejas interacciones generan sinergias y tensiones: un ejemplo rico, colorista e intenso lo tenemos en la potente escena de la huelga, los piquetes y cómo son reprimidos por el gobierno. Una escena que a alguno quizá le suene tan subversiva y fuera de lugar, pero que encaja a la perfección con un autor que ha estado metido en política.

El conjunto describe de una manera por completo satisfactoria la ciudad, de tal manera que la propia urbe se convierte en otro personaje, casi protagónico. Todo ocurre en su seno, y de su futuro como organismo social depende la trama de la obra. Porque hay que admitirlo: La estación de Calle Perdido es una novela que bien podría pertenecer a un subgénero arquitectónico, como Los pilares de la tierra, La ciudad y las estrellas, Los años de la ciudad u otras. La ciudad como seno y germen de dramas, epopeyas y luchas, refugio de exiliados y fuente de maldades; purulenta y grandiosa, ruinosa y resplandeciente de belleza. La ciudad, un ente en torno al cual todo se desarrolla de igual manera que en un organismo pluricelular pulula la vida unicelular.

Y qué vida, esa que aparece en La estación de Calle Perdido. Si hay un referente en esta novela, aparte de Vance por la rica y lúcida mezcolanza de especies, es Barker: Nueva Crobuzón recuerda mucho a Yzordderrex, pero esta vez descrita con el detalle con el que se habla de Midiam en Cabal. A lo largo del texto parece que se describe aquello que Barker se dejó en el tintero en cuanto a sus razas de noche y demás criaturas deformes y retorcidas. Una delicia para los amantes de la fantasía oscura y casi sin límites.

Otro detalle a agradecer es el lenguaje usado por los protagonistas: totalmente llano, directo y sin ninguna floritura literaria que pudiera distanciar al lector de esa realidad industrial y decadente de la ciudad.

Pero no todo pueden ser puntos positivos: existen las sombras en este libro, y la mayor de ellas la encontramos en la manera de resolver el problema. El autor echa mano de un ardid demasiado vinculado a la fantasía: el excesivo de la misma. La novela hasta las cuatro quintas partes encaja en la llamada fantasía oscura, pero desde una óptica más o menos racional: se describen cosas, situaciones y personajes que, aun con un componente más o menos mágico, son fáciles de racionalizar. No te obliga a ‘forzar la máquina’. Sin embargo, a la hora de afrontar ‘el recurso’ con el que se pretende solucionar el nudo del problema, el autor empieza a desbarrar con una perorata mística, filosófica, mágica que chirría con el tono que la novela ha usado hasta ese momento. Vamos, un Deus ex Machina de manual. Una pena, la verdad, el ver cómo se enfanga en ese detalle.

Por lo demás admitir que se trata de un libro muy recomendable, y que me invita a buscar más del autor. Nota final: un merecido 8.

Adiós.