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El VICIO, con mayúsculas.

Balance de lecturas de 2014

Hola, culebrillas.

Otra vez en inicios de un nuevo año, y como desde hace ya unos cuantos toca hacer balance de las lecturas.

En estos doce meses han llegado a mis manos algunos libros a los que jamás me hubiera acercado. Cosas de leer de encargo. Ese acercamiento aleatorio a autores y libros ha tenido sus pros y sus contras.

Entre los pros puedo decir el acabar leyendo una novela tan interesante como Los nombres muertos. Sí, llegué a ella tratando de demostrarme que entre las basuras nacionales todavía hay gente que sabe escribir. Y Jesús Cañadas me ha demostrado que, pese a sus defectos, hay autores patrios dignos de ser seguidos. De igual manera, tratando de huir de lecturas horribles, descubrí el catártico Vacas: un texto con imágenes poderosas y muy digno de ser leído.

Otro de los puntos altos del año está en el haber encontrado, entre las varias decenas de relatos que he leído, alguna que joya memorable. Podría hablar de las que he hallado incrustadas en Zombies o Zombies 2 pero no voy a hacerlo. Para ensalzar esas recopilaciones extranjeras ya hay legiones enteras sueltas por ahí, por Internet. Lo mismo sucede con obras consagradas como Las aventuras de Arthur Gordon Pym o El amor en los tiempos del cólera: no voy a decir nada nuevo hablando de sus maravillas. Sin embargo necesito destacar el ímprobo esfuerzo de Marcheto con su Cuentos para Algernon I, recopilación en la hay que brilla con luz propia el delicioso cuento ‘Las siete pérdidas de Na Re’ de Rose Lemberg. Gracias por esa preciosidad de cuento, Marcheto.

Pero el año ha tenido su lado negativo, por supuesto. Y no me refiero a pestiños como los de Alfonso Zamora Llorente o Alberto Arnaldos Conesa: al fin y al cabo se trata de gente que está empezando y debe curtirse (o dejarlo, que siempre está esa opción antes de seguir arrastrándose por el lodo, por mucho apoyo editorial que se posea). No, yo hablo de textos vergonzosos surgidos de gente premiada y afamada ya incluso internacionalmente. Que sí, que hablo de Carlos Sisi. Me mantengo en todo lo dicho respecto a Panteón: conciencia descarnada. Más aún, no muevo ni una coma, e insisto en que si esto es lo que quieren premiar y editar las editoriales apaga-y-vamonós. Semejante esperpento de texto a mí (y que quede muy claro esto, fans descerebrados: a mí) sólo me demuestra lo lleno de mierda que puede estar mundo editorial y los premios literarios. Sigo queriendo pensar que lo que salió a la luz no pasa de un borrador, un texto no revisado y apenas meditado. ¿O no? De todas maneras flaco favor se ha hecho el autor, al menos ante un lector con un mínimo de exigencia, al sacar a la luz esa novelette. Mucho me temo que ni un solo céntimo de mi escaso dinero acabará invertido en comprar una sola novela de Sisi. Y todo gracias a Panteón: conciencia descarnada.

Me han dicho que en esa cosa llamada CaraLibro mi reseña de Panteón: conciencia descarnada ha generado cientos de comentarios, muchos de ellos poniéndome a parir, de hoja perejil, a caldo, a bajar de un burro. Pues bien: a todos esos ‘haters fanboys‘ (jodidos anglicismos para calificar a los seguidores obsesivos y amargados, que a saber si alguno de ellos no roza la psicopatía de Annie Wilkes), como me los definió alguien, que les vaya bonito. Ésta es mi opinión y si no les gusta ya saben, a irse otro lado. ¿O van a pegarme dos tiros? Últimamente está de moda ese tipo de respuesta a la libertad de expresión entre depende qué fanáticos.

Junto al despropósito de texto de Sisi hay otra lectura que sí que me ha dejado tocado: Moby Dick. Me esperaba más, demasiado más. Una pena y todo un chasco.

Me enrollo.

El balance final del año me dice que tan sólo he leído 23 libros (apenas 8.500 páginas leídas), con una tristísima nota media de 5’04. Espero que este año 2015 mejoren las estadísticas, con más Jesuses Cañadas y menos Carlos Sisies (aunque seguiré leyendo algún que otro pestiño libro Z. Cruzo lo dedos). Por ahora, habiendo empezado a leer Alucinadas, la cosa parece que promete 🙂

Un saludo.

Gabriel García Márquez – El amor en los tiempos del cólera

Hola, culebras.

Cuanto tiempo, ¿no? Pues sí, mucho, pero nada fuera de lo normal en estas circunstancias: con las mierda de las navidades de por medio y con un libro grueso y denso entre las manos.

De la Navidad y su aglomeración de despropósitos, falsedad y demás mandangas no voy a hablar. Pero del libro sí. Por supuesto que sí.

Nunca antes había leído una novela de Gabo, y de sus cuentos sólo uno: ‘El ahogado más hermoso del mundo’. Aquel cuento, sin maravillarme, me dejó un buen sabor de boca sobre todo en lo relativo a la atmósfera. Pero todos sabemos que una cosa son los relatos y otra muy diferente las novelas. La calidad de un autor en uno de ellos no tiene porqué igualarse en las otras.

Pese a que tenemos en casa Cien años de soledad, la novela más famosa de Gabo, opté por este menos (un menos con cursiva y casi entrecomillado) conocido El amor en los tiempos del cólera, por eso de que si me gustaba todavía me dejaba en la recámara un texto mejor con el que poder disfrutar en una futurible lectura.

Y creo que acerté. Me ha encantado este El amor en los tiempos del cólera.

Ale. Se acabó la reseña.

Que noooooooooooooo. Que voy a decir algo de esta pequeña pero gruesa joya.

Hablar de El amor en los tiempos del cólera como si de una novela al uso se tratara no sería justo: más que una novela me he encontrado una crónica. Tan impresión no sólo surge de la casi nula existencia de diálogos, sino del tratamiento de los personajes y su relación con el entorno (tanto otras personas como la ciudad o la misma sociedad de la región). Este carácter queda claro desde el primer momento: no hemos llegado a la muerte de Juvenal Urbino cuando ya nos ha quedado claro que estamos ante una obra sobre todo descriptiva, una novela que excita todos nuestros sentidos a través de descripciones ricas y poderosas. Esa manera de narrar, sosegada y centrada en los detalles, supone su gran acierto… y al mismo tiempo su mayor defecto: El amor en los tiempos del cólera dista un abismo de lo que yo llamo ‘literatura de metro’, la de consumo rápido y poco exigente para el lector. Quien se adentra en el jardín de El amor en los tiempos del cólera y desea saborearlo en toda su belleza y enormidad debe detenerse, paladear cada párrafo (y si eso le obliga a tirar de diccionario hacerlo), dejar que las palabras de García Márquez le inunden. Si el lector consigue aclimatarse a ese estilo pausado sin duda se encontrará embarcado en un viaje delicioso, toda una experiencia de la lengua española.

A medida que las páginas avanzan se va desenredando la trenza formada por la perseverante existencia de Florentino Ariza, la altivez de Fermina Daza o la funcional y gris vida de Juvenal Urbino. La figura de Ariza lo llena casi todo, convirtiéndose en protagonista absoluto de la novela. Vemos cómo madura y progresa, cómo ama con el cuerpo a decenas de mujeres pero conserva el amor de su alma consagrado sólo a Fermina. A través de los amoríos de Florentino Gabo nos retrata todo un país y su sociedad, con sus miserias y sus glorias. Vemos la estratificación social y cómo, pese a la pobreza y la inestabilidad de un país en aparente guerra constante, la gente intenta seguir sus vidas y buscar la felicidad.

Y el amor, por supuesto. Porque el amor y las maneras de verlo y vivirlo protagoniza la historia. Sobre todos ellos destaca un amor románico y fiel, el de Florentino por Fermina, bien distinto del utilitario y forzado de Fermina hacia Urbano. Junto a ellos, siempre de la mano de Florentino, encontramos otros salvajes, o tristes, o platónicos, o peligrosos o… Pero para descubrir toda esa panoplia de amores mejor leed la novela. De verdad, merece la pena, incluso a ese estilo lento y a veces denso merece la pena. Incluso a pesar de sus toques machistas o de su visión algo delirante de las violaciones y sus consecuencias sociales. Dejad de lado esos defectos que entrarían de cabeza en lo ‘políticamente incorrecto’ (tras haber leído y disfrutado de algo como Vacas se comprenderá que a mí eso me preocupe poco o nada) y disfrutad de una pluma que te enseña cómo se debe narrar.

Vamos, que le pongo a este El amor en los tiempos del cólera un muy merecido 8.

Y leedlo, joder: leedlo. Si escribís con más razón aún: aprenderéis que las descripciones bien llevadas no sólo no aburren sino que pueden convertirse en el cuerpo principal de una novela de este calibre.

Adiós.

AA. VV. – Cuentos para Algernon: Año I

Hola, ofidios.

Tras la magnífica lectura anterior (que me ha servido para reivindicar que sí que hay gente que sabe escribir terror en este país), y tal y como les dije en su momento con el twitter, me iba a poner a leer una recopilación de factura patria. Tenía las opciones de Terra Nova 1 o este Cuentos para Algernon: Año I. Dado tan loable esfuerzo que Marcheto, el recopilador, ha hecho brindándonos gratis esos textos he optado por Cuentos para Algernon: Año I. Aquí dejo la página de donde descargar la compilación.

Pero vamos al grano.

  1. El libro arranca con ‘Quedarse atrás’, de Ken Liu. Ya sólo al leer la primera frase uno intuye que el relato promete: puro shock. ¿Qué el término de ‘singularidad’ no acabe de encajar con lo que luego se descubre que ha sucedido? Da igual. Y lo hace gracias a la soberbia historia que Liu nos presenta. El relato, carente de artificios narrativos (aunque no peca de defectos graves de forma) ni argumentales, sin embargo sabe pintarnos y sumergirnos en un mundo decadente y sobre todo humano. Haciendo un buen eso de economía narrativa tenemos tanto un trasfondo bien narrado como una situación personal y humana creíble. Y por desgracia más cercana: cualquiera que sea padre de un niño en esta época conoce y teme el poder de internet sobre las mentes inmaduras. El único pero que le veo al relato es su predictibilidad, lo que no impide que le otorgue un 8.
  2. Con ‘Un diez con una bandera’ de Joseph Paul Haines nos adentramos en un mundo que, leyendo las primeras páginas, me recordó un poco a ese cachondo, magnífico y orweliano juego de rol llamado Paranoia. Pero este texto no posee el menor sentido del humor sino que aquí la sociedad de castas está revestida de auténtico drama. El relato no está nada mal, pero me parece un error editarlo justo seguido de ‘Quédate atrás’ por la similitud de la premisa base: la defensa de la relación padre/ hijos en un mundo en el que los padres no tienen el control suficiente. Con esto no quiero decir que el cuento se me haya hecho malo. Al contrario, posee esa mala leche que me encantaba plasmar en mis textos. Sólo que los dos relatos, tan seguidos, me chirrían. Pero vamos, por lo demás otro 8.
  3. Por más que loen este cuento de Tim Pratt, ‘Otro final del imperio’ me ha dejado bastante frío. Como chanza, como cuentecito para pasar el rato, no está mal. Pero a mi gusto da para poco más. Quizá se deba a esa manera de narrar socarrona, que me impide tomarme en serio lo que me cuentan. Nunca me ha apasionado leer textos de humor, y este posee bastante de ello. Lo dicho, se deberá a mi mala predisposición a este tipo de narración, pero apenas puedo darle al cuento más que un 6.
  4. Slipstream dice la antologista, que ‘este relato ni es ciencia ficción ni terror ni fantasía’ (sic). Sin embargo todo amante de Los Mitos sabrá identificar lo que hay en ‘Radiante mañana’, de Jeffrey Ford. Se trata de un cuento que cruza esas aguas poco frecuentadas de la metaliteratura, intentando adquirir profundidad al relacionar lo narrado con la figura (para mí sobrevalorada) de Kafka. Pero, aunque se hable una y otra vez del vienés, el auténtico protagonista de este cuento no nació en Europa sino en Norteamérica. Porque pocos lectores de este cuento podrán evitar pensar en otro escritor, uno de menor fama que Kafka (al menos entre el vulgo) pero aun así de igual –si no mayor– importancia en la literatura: Lovecraft, el genio de Providence. Leer este texto supone recordar una de sus dos más famosas creaciones literarias, el Necronomicón. Porque al fin y al cabo este ‘Radiante mañana’ no pasa ser una especie de pastiche de los mitos, englobado en el puñado (por decir una cifra al azar) de textos inspirados y centrados en el libro maldito. Nada novedoso, ni en el argumento ni en la resolución. Habiéndolo leído justo antes, para disfrutar con textos sobre libros malditos me quedo con la novela de Cañadas antes que con este cuento. Además, y de nuevo entro en la apreciación personal, no me acaba de gustar la forma en que el autor se mete a sí mismo como parte de la trama. Excesivo afán de protagonismo, diría yo, y del todo sobrante. Bueno, con todo el cuento se lleva un 5.
  5. Debo admitir que no le he acabado de pillar ‘el truco’ al cuento ‘La hija de Frankenstein’, de Maureen McHugh. Me parece un poco vacío, sobre todo lo relativo al hijo, que le veo estirado, forzado y al final artificioso. Sólo con la historia de la madre me bastaba de sobra para ‘tener cuento’. Tampoco me ha hecho falta leer el comentario de Ted Chiang, incluido tras el relato, para saber que tenía delante una historia de cifi. Sí, Chiang no es santo de mi devoción, y ese comentario no hace sino recalcar de nuevo su condición de bluff sobrevalorado de tres pares de cojones. Le pongo un 5.
  6. Tras leer ‘26 monos, además del abismo’ de Kij Johnson y viendo que este relato a resultado ganador del Premio Mundial de Fantasía el año 2008 me queda claro (otra vez) que mis criterios no se ajustan a los de los jurados de los premios. El cuento no me ha dicho nada. Pero nada de nada. Se basa en una anomalía que durante un tiempo preside la vida de su protagonista, anomalía que de hecho se introduce en su vida a modo de maldición gitana y que sale de la misma de igual manera. Entre medias ¿el personaje crece o evoluciona? No, porque no considero evolución el ligarse un novio mucho más joven que ella. ¿Un relato corto en el que el protagonista no evoluciona? ¿Y lo premian? ¿Estamos tontos o muy tontos? Lo leo, pienso en lo que he leído y sigo sin comprender qué le han visto, la verdad. Y como me pasa eso debo otorgarle, lleno de incomprensión, un 4.
  7. Pero por fortuna se puede decir la vida es contraste, un caleidoscopio de sensaciones. Así, lo que a algunos agrada a otros se les hace anodino, y al revés. Un ejemplo lo tenemos en ‘Las siete pérdidas de Na Re’, de Rose Lemberg. Seguro que a más de uno, quizá los jurados de ese Premio Mundial de Fantasía el año 2008, no les gustase este pequeño cuento. Sin embargo en mi caso he estado a punto de aplaudir al acabarlo. Menos mal que me he reprimido porque no era ni el lugar (estaba en un vagón de metro) ni el momento (durante plena hora punta). Cuento lírico y emotivo, una pequeña maravilla, toda una delicia. Poco me importa el hecho de que no le encuentre relación con el género fantástico (ojalá la editora me llegue a explicar dónde o qué tiene de fantástico este cuento): ese detalle no empaña la calidad indudable de lo narrado. Un texto memorable, bello y que emociona. Un 9, le pongo un 9. Quien me lee sabrá que esa puntuación se la he puesto a muy pocas obras. Contadas con los dedos de una mano. Y me sobran muchos dedos. Pero es que me ha parecido una auténtica delicia, de verdad. Ese relato sí que lo veo merecedor de premios, y hablo de premios serios, más allá del mundillo endogámico del fantástico.
  8. De ‘Cerbo un Vitra ujo’ de Mary Robinette Kowal poco puedo decir. O al menos poco bueno. Un cuanto simple y con final mal llevado (sobre todo en lo relativo a la elección final de la protagonista, que parece cambiar en el último segundo de intención sin que en ningún momento de la historia vea la deriva mental que le lleve a tomar esa decisión, por más que la narradora diga lo contrario). Puro síndrome Perdidos. Se me ha hecho curiosa la insistencia en aclarar que ‘se trata de un texto de terror’ (un terror muy ligero, si de verdad este cuento le llega a aterrar a alguien) y en que contiene escenas de sexo explícito, de violencia y que no es apto para estómagos sensibles. Sí, sí, que me he visto obligado reprimir la sonrisa, sobre todo al recordar Vacas. Ridícula mojigatería anglosajona. Como ese penoso Neil Gayman sorprendido/espantado de ver carne en los anuncios con los que se topaba en Barajas (si no recuerdo mal se trataba de anuncios de ropa en campaña veraniega). No hace falta haber leído mucho para, llegados a la escena de ‘la mujer pálida’, adivinar el final del cuento, al menos en parte. Eso dice mucho, y nada bueno. Se lleva un 5. Aprobado raspadete.
  9. ‘Halo’, de Annette Binder, juega con la extrañeza. Esa extrañeza hace que no acabe de encajar en ningún género concreto, si bien se puede decir que está enmarcado en la fantasía y al mismo tiempo flirtea con algo que se podría considerar horror. La historia juega desde el punto de vista, logrado, de un niño con poderes premonitorios, los cuales le llevan a sufrir un TOC. La historia deambula entre la vida personal del chaval y sus visiones, para acabar creando un cuadro de fatalidad ineludible. Bien, le pongo un 6.
  10. De la mano de Aliette de Bodard nos llega ‘Caída de una mariposa al amanecer’, historia ambientada en la ucronía De entrada se me hace curioso que el texto de introducción al universo, escrito por la propia autora, aparezca después del cuento. Sin ningún problema podría precederlo. Aparte de ese detalle ínfimo decir que el cuento encaja en el texto detectivesco, quizá demasiado sencillo: la manera de resaltar algunos detalles (como por ejemplo la ausencia del chip de audio) guían de una manera demasiado obvia al lector a esperar que entren en juego en la resolución final del caso. Hubieran venido bien un par de pistas falsas que no hicieran tan lineal el desarrollo. Se lleva un 5, nada más.
  11. De nuevo otro relato no recomendable para lectores rápidos, de los que piden acción sin descripciones ni meditación. En ‘Los ojos de Dios’ Peter Watts no duda en interiorizar en la mente y las circunstancias del protagonistas para mostrarnos una sociedad y un mundo alienados por la falta de intimidad. Con cierta relación con 1984, el texto plantea los límites de la libertad individual frente a la del individuo, y como aquella trata de defenderse ante las agresiones de las mentes peligrosas (en parte también algo semejante a ‘El informe de la minoría’). Como decían hace casi tres décadas los Nuclear Assault: ‘We become the enemy / When freedom dies for security’. La soberbia manera de llevar y describir las tribulaciones del protagonista, sosegada pero intensa y nada aburrida, me obliga a ponerle un 8.
  12. La compilación acaba con ‘Loup-garou’. Este cuento de R. B. Russell encaja en ese tipo de relatos incomprendidos para el lector ‘cómodo’. El texto tiene una trama poco menos que inexistente, centrándose más que nada en la extrañeza y el desasosiego que padece el protagonista, para luego rematar con una escena (esta sí) poco menos que kafkiana. No se explica nada, quedando todo en el aire, lo que al fin de cuentas supone una auténtica bofetada de realidad, en el sentido de que en la vida real muchas cosas (desgracias incluidas) pasan. Suceden y punto. No me ha disgustado, si bien el final se me hace muy brusco. Creo que hubiera mejorado si al protagonista la amenaza le llegara de manera algo más dosificada y velada, pero es una cuestión de gustos y de maneras de escribir. Le pongo un 7.

Y se acabó lo que se daba.

AA. VV. - Cuentos para Algernon: Año I

AA. VV. – Cuentos para Algernon: Año I

Al final la compilación se lleva un digno 6’33, algo que para tratarse de un trabajo aficionado me parece mucho. Debo decir que, en cuanto a la forma, me ha sorprendido no sólo la calidad de los autores (en general no pecan de ese aborrecible estilo de casi todas mis últimas lecturas españolas. Pero a veces chirrían, por no hablar del deplorable abuso de los nauseabundos –mente y el demasiado omnipresente ‘ser’. Maldito Hamlet que dejó la duda en el aire: nunca ‘ser’, jamás de los jamases. Muerte al ‘ser’) sino la de la propia traductora: ya le gustaría a algún ‘autor’ patrio conjugar las frases la mitad de bien que Marcheto. Pero dado que en esta reseña no tengo porqué seguir dando dar caña a los inútiles bien pagados dejo el tema.

Una recopilación muy interesante, tanto por los propios textos como por la loable labor de la compiladora a la hora de dar a conocer nombre nuevos. Espero que alguna de las editoriales que cita en las introducciones le pague por la labor de difusión que está haciendo. Y no me refiero a un miserable Ignotus.

Bueno, ahora me voy a tomar unas vacaciones (en muchos sentidos) y en ellas voy a tratar de desintoxicarme y darme el gustazo de leer El amor en los tiempos del cólera. Espero que este desconocido autor me demuestre lo que implica escribir bien en mi lengua madre, que de él sólo he leído ‘El ahogado más hermosos del mundo’, y ya es hora de descubrir al Nobel.

Adiós.

P.D.: Muy poco después de colgar esta reseña (pero muy muy poco) voy y me entero de que se ha llevado el Ignotus a mejor sitio web. Mentar la bicha y aparecer ésta. Espero que el premio piscinero vaya (de alguna manera) acompañado de dinero, que al fin y al cabo es lo que se merece esta iniciativa dado el esfuerzo que se están metiendo entre pecho y espalda.

Jesús Cañadas – Los nombres muertos

Hola, ofidios.

Sigo explorando a escritores patrios. Quien lea este blog con regularidad sabrá los jarros de agua que me he llevado en mis últimas lecturas al pillar por banda a autores modernos con grandes números en cuanto a ventas, e incluso uno de ellos galardonado con el más importante premio español en el género fantástico. Si estos son los referentes apaga y vámonos.

Pero yo insisto: debe haber algo de calidad entre los autores actuales. Y esta vez le ha tocado a Jesús Cañadas (web oficial de este hombre) y su libro Los nombres muertos.

Por si alguien no lo sabe, desde que con doce o trece años descubrí Las montañas de la locura me he considerado fan acérrimo de Lovecraft y su obra. Por ello me sorprendió e intrigó este libro cuando vi su portada. Incluso lo tuve en mis manos. El que no lo comprara se debe a la más mundana de las razones, y que ya he dejado clara en los últimos tiempos. Pero hace unos meses conseguí un cheque de Amazon y… me lo gasté en esta obra. ¿Habría hecho bien en invertir el ‘dinero’ en apoyar a un autor español, máxime tras padecer las lecturas anteriores? Pues debo decir a las claras que sí, que la compra a resultado muy bien merecida.

Pero… siempre hay un pero.

Empecemos por lo bueno. Por una vez puedo decir poco malo en lo relativo a la forma: da gusto encontrarte con un autor que sabe juntar las palabras con criterio. Cañadas crea atmósferas, describe lugares y desarrolla diálogos con profesionalidad, sin caer en los defectos que ya he mentado decenas de veces. Además, si la página de datos de edición no engaña, Cañadas no ha recibido el apoyo de un corrector de estilo: esas carencias (a mi entender un claro indicativo de que los editores nos están arrojando a los lectores una serie de juntaletras disfrazados de escritores) se quedan para otros individuos. El señor Cañadas, él sólo, se basta y se sobra para tejer una historia que atrae tanto en la forma como en el fondo.

El libro sigue el esquema del serial por entregas: consta de fragmentos cortos, llenos de acción más o menos dinámica, culminados con esos anzuelos narrativos ahora llamados por la masa borrega anglófila cliffhangers. Estos ganchos se repiten casi por norma al final de cada sección narrativa, si bien algunos de ellos quedan forzados (e incluso injustificados), lo que hace pensar en que si se quitaran no se perdería el interés por una historia por sí sola atrayente. Pese a ello el efecto global satisface: parece que estemos reviviendo el esquema narrativo de las novelas por entregas de la primera mitad del siglo XX, ese espíritu pulp que tantas satisfacciones brindó a incontables lectores.

Y en este detalle, el de sumergirnos en esa época en la que Lovecraft ambientó el grueso de sus obras, el libro acierta. No por nada estamos ante un libro que tiene en la portada al mismísimo Lovecraft. Siguiendo con los guiños al de Providence Cañadas emula su estilo de escritura. A lo largo de todo el texto nos encontramos con descripciones llenas de esos adjetivos superlativos y arcaizantes que tanto le gustaban al maestro. Pero ese estilo ‘florido’ no sólo se queda en las secciones del narrador: aparece en la forma de hablar del propio personaje de Lovecraft, que Cañadas nos los presenta como un individuo dotado de una verborrea tan enfermiza que flirtea entre lo patológico y lo ridículo. A eso hay que añadir la mentalidad del personaje, una especie de erudito desconectado de la realidad y el tiempo en los que vive. Dado que no me considero ni de lejos un experto en la figura de HPL no puede asegurar en qué medida ese retrato del creador del terror materialista se ajusta a lo que leído. Sé de la mentalidad introvertida y retraída de Lovecraft, cómo la figura de su madre y sus tías le influenciaron hasta el punto de volverle poco menos que asocial, algo que demostró con su fracasado matrimonio con Sonia Greene. Pero, cierto o no el aspecto que le da Cañadas, se me hace como mínimo entrañable y me obliga a sonreír, algo que ya supone un avance frente a mis lecturas patrias previas.

Junto a la figura de Lovecraft nos encontramos, para deleite de mi persona, a otros nombres famosos como Robert E. Howard, Arthur Machen, Frank B. Long, cada cual retratado y dotado de una personalidad propia acorde a sus obras. De nuevo no puedo asegurar si de verdad Howard era un vaquero tan echado para adelante como aparece en la novela, aunque la manera en que murió me siembra las dudas. Lo mismo podría decir de la actitud juvenil de Long o la amargada de Machen. Junto a estos personajes aparecen otras figuras de la vida de HPL, como sus tías o su ex mujer, que en conjunto permiten hacernos una idea de la vida familiar del genio de Providence.

Junto a la inserción de esos personajes reales Cañadas no duda en sembrar el libro de decenas de otros detalles: lugares geográficos, detalles de ambientación, incluso simples frases o guiños (ese ‘Providence soy yo’) que hacen que el conocedor del mundillo del pulp en el que se desenvolvió Lovecraft disfrute como un enano. Y ahí está el pero que comentaba párrafos atrás: Los nombres muertos no es un libro apto para cualquier público. Más bien todo lo contrario: para poder sacarle todo el partido uno debe antes haber leído mucho (y cuando digo mucho quiero decir mucho) del Círculo de Lovecraft y sus antecesores. A eso hay que añadir la presencia de otros nombres famosos como Aleister Crowley o Charles Fort (el diálogo con Fort, digno del infame Iker Jiménez o del incluso más repelente y vergonzoso Enrique de Vicente, pierde todo su peso si no se sabe quién es Fort y no se ha leído o al menos conocido su obra). Alguien que agarre el libro sin poseer ese trasfondo con mucha facilidad se sentirá perdido, inmerso en una serie de guiños que con toda facilidad no captará, o ni siquiera llegará a adivinar que están ahí.

Inciso: como se verá en esta reseña no he metido casi ningún enlace que explique términos. Ese es el espíritu de este libro: o sabes de qué se habla o andas perdido.

¿Estamos ante un error del autor o del editor a la hora de brindar al público esta obra? No lo creo: el problema (por llamarlo de alguna manera) se limita a que el libro está orientado a un sector de público muy concreto. Ni más ni menos. Eso hará que sea recordado entre un grupo de lectores, y de igual manera quedará ignorado por el resto. Por fortuna me encuentro entre ese grupo reducido de los amantes de Los Mitos, del terror confeccionado con amenazas descomunales, procedentes de tiempos pretéritos y apenas vislumbradas, horrores para los que la humanidad no se diferencia de una miserable cucaracha.

Vamos, que me ha gustado. Y mucho. No digo que sea perfecto (tiene sus fallos, como por ejemplo el que algunas escenas se vuelvan demasiado confusas debido al excesivo intento de lograr que acaben ‘con gancho’), pero sí mucho mejor que los engendros leídos en los últimos díasTanto como para ponerle un 8. A ver si otros aprenden. O, mejor aún, desisten y abandonan en su penosa insistencia en llenar de pestiños las estanterías. Los lectores se merecen autores con estilo e ideas como Jesús Cañadas, no bárbaros juntaletras como… ya sabéis de quienes hablo.

A ver si un alma bondadosa me consigue El baile de los secretos, que me he quedado con ganas de más caña… cañadas 😛

Ea, ¡a Parla!

N.B.: acabo de descubrir que el señor Cañadas ha incluido en su sección de Reseñas un enlace a esta humilde página. Muchas gracias 🙂 Por añadirme y por permitirme pasar un buen rato leyendo el libro.

Mis reglas de escritura

Hola, ofidios.

Por una vez, y rompiendo la regla que me marqué hace cosa de año y pico, voy a dejar aparte las reseñas. Pero me voy a saltar esa regla para hablar de las reseñas mismas. Concretando un poco más, de lo que busco y demasiadas veces no encuentro: lo que yo entiendo por escribir bien. Esto viene a cuenta de un correo que me ha llegado hace unos días. En él, un lector de este blog, más allá de alabar mis reseñas (algo que le agradezco: no viene mal que de vez en cuando alguien haga eso), me pedía que redactara una lista/decálogo de consejos. Pero de una manera acorde con mi blog: condensar en una entrada los defectos que suelo encontrar en lo que leo y, a partir de ellos, crear una especie de ‘no hagas esto, por dios’. Me pedía que me centrara sobre todo en le terror ya que en ese género él quería empezar a escribir. Pero yo, como voy por libre y nadie me paga, hablaré de eso y de más. En otras palabras, hablaré de lo que quiera y como yo quiera.

Inciso: tras unas pocas lecturas ‘patrocinadas’ (o con textos cedidos amablemente por algún editor/autor) he comprobado que mi misantropía me obliga a no tener deudas con nadie. La única (primera y última) vez que he tenido que hacer una mala reseña me he sentido mal, muy mal. En cierta medida lo viví como una especie de traición: por un lado al editor que se ha esforzado en publicar eso y que sin embargo va a recibir un mal comentario; por otro lado a mí mismo, en el sentido de que si me mostraba más o menos magnánimo sabía que estaba me engañando tanto a mí como a la gente que sige este blog por mi manera de criticar. Por eso me he impuesto no hacer nunca más reseñas de libros ‘regalados’ y sólo comentar los que me llegan por mis propios medios. Con ese espíritu independiente he redactado estas ‘reglas’. A quien le gusten y las crean útiles les felicito, y me agradaría que así me lo hicieran saber; a quien no le guste, por cualquier razón, puede salir de mi página y no regresar a ella jamás.

Habiendo aclaro ese punto sigo con el asunto de esta entrada del blog: mis reglas. Pongo por delante que no poseo título académico alguno que abale mis opiniones. Ni soy lingüista, ni filólogo ni nada similar. Como defensa de lo que a continuación voy a poner tengo dos cosas:

  • Mi criterio personal. Por su carácter personal ese criterio puede que tenga poca validez, o incluso nula. Al fin y al cabo ese condenado criterio, esa manera de ver la vida y de exigirla, no me ha llevado ni a la fama ni a la riqueza sino a una vida gris, anodina y anónima.
  • Mis más de treinta años como lector. He tenido fases poco menos que compulsivas, como aquella vez en mis tiempos mozos cuando me llegué a leer quinientas páginas de una tacada en un solo día. Sí, eran otros tiempos y no lo volvía a repetir, pero ese libro lo devoré. Ahora con el paso de los años, al disponer de menos tiempo para leer y una perspectiva literaria mucho mayor, sí que me he vuelto mucho más crítico y exigente. Esta época de crisis, en la que si suelto pasta en un libro y me encuentro una mierda me cabreo mucho, ha acentuado ese ojo crítico.

Con esas dos premisas tan personales me voy a subir en un púlpito virtual. Ya está. Listo. Sólo me queda empezar a… a predicar. No digo pontificar por lo ampuloso del concepto y porque la única Iglesia que ilumina es la que arde me da grima.

Empiezo. Cuidado que vienen curvas.

Mis consejos para lograr un texto digno

  1. Ante todo, y aunque parezca redundante como cabecera de esta sección: cuida la forma. Voy a soltar una par de topicazos con respecto al aspecto de algo o alguien: ‘la primera impresión es la que cuenta’, ‘la comida entra por los ojos’. Seguro que muchas veces los has oído y seguro que has respondido con lo de ‘pero la belleza está en el interior’. Bien, no te voy a decir ‘¡y una mierda!’ porque tampoco es para ello, pero sí que te voy a dejar claro que a la hora de escribir hay que cuidar la forma, y mucho. En mi caso, si me encuentro un texto de forma descuidada –en toda la extensión de ese concepto– me predispongo mal hacia él. Así de claro. Te guste o no así son las cosas. Si los ojos me sangran leyendo tu texto ya puedes estar narrando la historia más maravillosa que ha conocido la humanidad en sus miles de años de tradición, que lo voy a mandar al estercolero del que lo has desenterrado. Cuida la jodida forma.
  2. Puntúa bien. Puede que no sepas lo que es la E.G.B. Yo sí porque la viví. En mi colegio el tema de la puntuación lo llevaban a rajatabla. Yo no te pido tanto: sólo saber usar los signos que disponemos en nuestro idioma. ¿Quieres pasar mi prueba del algodón en ese sentido? Busca en tu texto ‘puntos y coma’ y cuéntalos. ¿Tienes alguno o bastantes? ¿O ni siquiera aparecen en él? Te lo digo desde ya: si no tienes ninguno mucho me temo que no puntúas bien. El punto y coma, ese que parece casi nadie sabe para qué sirve (o al menos se olvidan de usarlo), existe y posee su utilidad. ¿No sabes cómo ni cuándo? Entonces seguro que tampoco sabrás aplicar bien la coma o el punto, por no hablar de los paréntesis, los corchetes o los guiones. Hazte con un manual de sintaxis y aprende: todos hemos pasado por ello.
  3. Juntando los dos puntos anteriores llegamos a la zona de las expresiones rarunas. Y en eso entono, y bien alto, el mea culpa: yo mismo peco de eso. ¿Por qué? Yo digo mis razones (y a lo mejor suenan a excusas, pero esto es lo que hay) y tú decides si encajan con las tuyas. Cuando escribo un texto dedico a ojo de buen cubero un 50% del tiempo a la primera redacción y el resto a la revisión y corrección. Leo las frases una y otra vez, las retuerzo, las cambio el verbo, el orden de las palabras, analizo cuáles encajan y cuáles no. Llego casi a saberme de carrerilla el texto. ¿Qué ocurre con eso? Pues que lo tengo tan interiorizado (el mensaje y la forma de expresarlo) que llega un momento en que no leo, sino que mis ojos pasan por encima del texto en una especie de recitado más que lectura. Eso me hace no ver los defectos formales, sobre todo esas expresiones rarunas, porque en mi cabeza (tras decenas de cambios y cambios de redacción) ya ‘suena’ bien. ¿Cómo solucionar eso? Si no te pareces a mí y posees vida social consigue hacerte con un círculo de lectores cero, gente que lea tus textos y descubra ese tipo de defectos. Requisito básico para contar con alguien como lector cero: debe leer mucho y tener criterio y mala baba; uno de los del Marca no sirven. La otra opción para evitar eso consiste en dejar el texto al barbecho y luego imprimirlo y leerlo repantingado y con un boli a mano.
  4. Incluso si sabes puntuar, para que no se te cuelen como a mí expresiones rarunas, debes leer en voz alta lo que escribes. Que sí, que sé que suena un poco psicótico ir por ahí declamando a la nada tus textos. Pero si puedes hazlo. Y hazlo tal cual lo has escrito, con el tipo de pausas en la respiración que obliga la puntuación que has usado, no como tú te crees que es o como lo tienes en la mente. Te informo que el lector no puede saber tu interpretación del texto: sólo posee lo que le has dado. ¿A que ahora se agradecen las comas? ¿A que tienen sentido los punto y comas? ¿Ein?
  5. Otra de las faltas que a mí ya se me meten por los ojos y casi me los arranca: los jodidos adverbios modales acabados en –mente. No voy a decir mucho de ellos. Dos cosas: un mindundi como Stephen King huye de ellos como de la quema; Brian Lumley sí los usa. Tú sabrás a quien te quieres parecer.
  6. Junto a los –mentes dementes otro enorme fallo de estilo, uno que incluso los supuestos escritores de calidad (y aquí podéis meter una carcajada a lo Vincent Price) cometen: el abuso de los verbos comodín ser y estar. No quiero decir que no hay que usarlos, pero si descubres que una de cada dos frases de tu texto cuenta con uno de ellos (sobre todo el infame ser) vete pensando que te voy a poner un suspenso más o menos monumental. Existe algo llamado diccionario, un encantador zoológico que entre sui bestiario, ocultas tras los behemoths SER y ESTAR, cuenta con unas casi incalculables criaturicas llamadas verbos. Coloridos y activos, alegres y bien llenos de poder, desean que juegues con ellos. Puedes optar por esquivarlos, pero entonces te convertirás en otro escritorzuelo. Sí, puede que como simple juntaletras consigas más éxito editorial que creciendo como tejedor de historias: cosas de este país donde una aberración como el Marca es lo más leído. A esa gente, los del Marca, un texto cuidado y elaborado les deja fríos. No está hecha la miel para la boca del asno.
  7. Más allá de evitar los verbos comodín está eso tan odiado por los autorzuelos, y los no–tan–autorzuelos: el vocabulario. Hay una corriente entre los escritores que aboga por textos simplificados, que juegan con un abanico de palabras reducido y limitado. Ellos pretenden defender ese tipo de escritura llamándola llana o ‘del pueblo’; para mí sólo es una excusa para no esforzarse, para crear textos orientados a un lector inculto que lee libros al igual que mastica hamburguesas o ve Gran Hermano. Lectores no ‘de metro’ ni ‘de Marca’ sino de puro encefalograma Castilla–La Mancha. Uno de estos escritores hablará de espada. Punto. Yo diría alfanje, catana, gladius, cimitarra, mandoble, sable. Cada una de esas palabras describe un tipo de espada sí, pero le aporta trasfondo, localización, cultura, personalidad y ‘una foto’. Con un vocabulario rico te ahorras descripciones aburridas y al mismo tiempo tu texto gana en casi todo. Eso sí, el del Marca no sabrá la mitad de ellas y preferirá no leerte porque ‘le complicas la vida’. De nuevo, en ti está elegir el tipo de escritor en el que deseas convertirte.
  8. Te diría que evitaras el abuso de expresiones simplonas (que tengan demasiado del lenguaje cotidiano, por no decir barriobajero) y de cacofonías, pero… Pero. Primero: hay géneros como el realismo sucio que obligan a usar eso. Chapó por ello. Segundo: así, con esa forma de expresión, consigues mantener a los del Marca. Otra vez, tú eliges.
  9. Hablando de todo esto debo llegar a este punto: en las últimas lecturas me he topado con una sintaxis execrable, poco menos que de párvulo. Sí, y resulta que incluso esas aberraciones tienen éxito. Y mucho. Como ves los del Marca también compran libros. Jamás defenderé esa no-literatura que me arranca arcadas al verla impresa en papel. Tampoco me considero un amante del texto en extremo formal. No defiendo a Luis de Góngora, si bien su obra culterana me parece digna de alabanza. Aunque el trabajo en la forma me parece algo básico. El mismo James Herbert, seguro que sin pensarlo, defendió ese tipo de escritura en la que todo está engarzado y amarrado poco menos que con un nudo gordiano. Ya sabéis: fintas en las fintas de las fintas. Gónfora se pasó en lo relativo a una forma compleja (demasiadas fintas), pero tú en el afán de simplificar tampoco pretendas hacer una finta tan simplona que se quede en línea recta: un texto en línea recta se llama acometida, y si la haces con torpeza (algo en extremo fácil) puede suponer tu muerte como ‘autor’. Para mí ya hay varios ‘autores’ que ‘han muerto’. Su manera de escribir me parece tan burda, tan ‘acometida’, que durante un tiempo los voy a rehuir. Lo malo en ellos no es que sus textos posean una simpleza de párvulo, no. Lo de verdad horrible está en que incluso un niño de primaria escribiría mejor que ellos. Si uno de esos chavales le entregara un texto así de malo a su maestra o maestro estos le suspenderían ipso facto. Así de claro. Que sí, que esos ‘autores’ venderán mucho y todo eso, pero… No quiero sacar el símil de las moscas, por favor.
  10. Supongo que ya sabrás que existen diversos tipos de narradores. Si no lo sabes… estudia, cojones. Uno de ellos es el narrador en primera persona. Se trata de uno de los recursos más usados en terror dado que permite mostrar las vivencias del protagonista/víctima desde su propio punto de vista, intensificando las sensaciones de horror, así como volcar el yo (la personalidad) de éste de manera directa. Pero esa herramienta poderosa en manos de un buen escritor puede convertirse en la trampa de un inútil. La trampa o el recurso fácil de un autorzuelo más que limitado. ¿A qué me refiero? A esos supuestos escritores de tres al cuarto que narran todo en primera persona, y lo hacen con un lenguaje que más que sencillo parece de retrasado mental. A ver, que comprendo que al recurrir a la primera persona no se pueden usar florituras de lenguaje ni artificios formales. Pero eso no equivale a redactar como un párvulo. Ni tanto ni tan calvo. Cada vez que me encuentro con que un novatillo narra en primera persona ya pienso ‘este no tiene ni puta idea de escribir y se va a limitar a usar el lenguaje de la calle porque el pobre no da para más’. Así me encuentro con textos que más que poseer un aspecto urbano lo que hacen es clamar a los vientos la inutilidad e incultura del autor. Pringadete que usas y abusas de esa primera persona, debo decirte conseguir que un texto parezca natural requiere mucho más arte y oficio que lograr uno artificioso y barroco. Empieza por lo sencillo y deja las florituras para cuando manejes bien las bases del oficio. Por ello te diría que, sobre todo al empezar a escribir, olvidaras que existe la narración en primera persona. Narra en tercera, empezando por el tentador y viejuno narrador omnisciente. Luego pasa al narrador observador y, sólo cuando veas que los dominas, empieza a jugar con otros. Incluso te diría que practicaras a narrar en segunda persona. Muchísima gente lo rehúye te aseguro que se pueden conseguir textos muy interesantes, sobre todo porque juegan con algo que un escritor no suele usar: la implicación del lector. Yo mismo tengo por ahí un par de cuentos en segunda que me parece que no me quedaron anda mal. Y me he divertido mucho al escribirlos.
  11. No te empecines en usar topónimos o nombres anglosajones. A ver, que sí, que la inmensa mayoría del fantástico proviene de escritores anglosajones. Como no podía ser menos, ellos usan sus topónimos, nombres y demás. Pero no por ello debes tú usarlos. Ellos recurren a Londres, John o el Walmart porque lo tienen cerca. Tú tienes al lado Salamanca, Manuel y el Mercadona. Si ellos consiguen narrar sus historias con esos elementos de allí, por qué tú no podrías hacer lo mismo con los de aquí. Cada vez que viajo a Cantabria y me pierdo entre sus valles no puedo evitar pensar en El sol de medianoche, de Campbell. La novela hubiera funcionado igual de bien allí que en su localización original. Y ejemplos como este los hay a millones.
  12. Cuando se lee a los juntaletras de la primera persona muchas veces, aunque no siempre, uno se topa con un mismo defecto: la acción que narran tira para adelante como una manada de vacas en estampida. Entiendo de sobra el fenómeno: si no saben manejarse y darle voz a la interioridad del personaje narrador, menos aún van a poder hacerlo con las descripciones y la creación de un ambiente o atmósfera. ¿Qué les queda entonces para llenar páginas? Acción. Esos juntaletras de la primera persona se lanzan a narrar ‘ocurrió esto, y pasó lo otro, y Pepe hizo esto, y Manolo respondió lo otro’. No hay pausa, no hay reflexión. En este asunto mejor no suelto eso de ‘mostrar, no contar’, porque entonces debería sacar la motosierra y descuartizar a estos panolis. Ellos tiran para adelante como los de Alicante, porque saben de sobra que se si bajaran el ritmo y empezaran a trabajar ‘el momento’ demostrarían su nulidad como narradores. Pero aun así hay que dejar claro que este recurso de ‘la prisa’ a veces funciona; incluso puede adquirir proporciones de obra maestra. Pero tengámoslo claro, los juntaletras de la primera persona no son Richard Matheson ni están escribiendo Vampiro. Sólo al lector del Marca le puede satisfacer ese tipo de narración: al fin y al cabo parece una narración de un partido.
  13. Como resultado de esa narración–estampida en muchos de esos textos nos encontramos ante un esfuerzo nulo en lo relativo a realizar descripciones, mucho menos en crear atmósfera. A ver, pazguato: si hay un arte en el que el creador se puede centrar en las descripciones, aportando detalles sin romper el ritmo, ese es la literatura. En la poesía eso resulta imposible, y si bien un arquitecto, un escultor o un pintor pueden trabajar en ellos de una manera visual nunca podrán aportar tal cantidad de matices como un escritor. La pobre música está limitada por su propia naturaleza sonora, y el cine y el teatro por el frenesí de la cuarta dimensión. A ver, juntaletras: tienes en tus manos la más versátil herramienta para crear, la palabra. Úsala, crea mundos, teje conflictos, narra epopeyas. Pero hazlo de una forma visual, que tenga cuerpo y alma. Describe, por favor, describe. Que tu texto muestre, que no se limite a contar lo que pasa.
  14. Como resultado obvio de lo anterior nos encontramos con textos en los que no hay el menor esfuerzo por crear atmósfera o tensión ambiental. Por desgracia mucho me temo que eso se deba más que nada a la imposibilidad física del ‘autor’ para manejar el lenguaje. No por mucho que corras narrando acontecimientos quedarán más efectivos. Si no los vistes con algo de contexto te encontrarás manejando un triste esqueleto, puro cartón piedra.
    • Me voy a permitir un inciso, que no es ni regla ni nada. De unos años acá se ha prodigado cierto tipo de literatura que abusa de la inexistencia de descripciones y atmósfera: el género Z patrio. Por lo que parece, lo poco que he leído, en estos libros se abusa de que la acción sucede en una zona conocida y tiempo actual para olvidarse de toda descripción. Se suben a eso del ‘como ya sabes cómo es el Madrid de 2014 ¿para qué te lo voy a describir?’. En esos libros se suma la vagancia con la incapacidad. Ejemplos de lo que yo llamo no–literatura. Ya lo he dicho en otra entrada: siguiendo esa manera de ‘trabajar’ cualquiera puede escribir un libro ambientado en su pueblo/ciudad/barrio y pretender vendérselo a sus vecinos. En esos libros vendidos a los colegas para qué molestarse en describir el bar de la esquina si todos saben cuál es. Lo malo, al menos desde mi punto como lector, ocurre cuando no vives en ese pueblo/ciudad/barrio. Tomemos por ejemplo Desde Madrid al Zielo. Si se lo dejara a mi madre (persona que se ha recorrido gran parte de España y media Europa) estoy convencido de que no lograría visualizar nada. Coño, si a mí mismo que vivo cerca los lugares citas, que he trabajado al lado del Bernabeu, me ha costado hacerlo por culpa de la nula ambientación. Punto 13. En serio, todo escritor debe practicar el punto 13. Y si no que se dedique a otra cosa, no a sodomizar lectores. Pero yo hablaba de la comodidad y la caspa del Z patrio. El colmo, y confirmación de mi idea de que sólo saben usar escenarios conocidos para tratar de atraer con eso al lector, me lo encontré hace un tiempo. Ante mis ojos desorbitados tuve un libro cuyo único atractivo -así de entrada- radicaba en que la plaga zombi se desataba en Marina d’Or. A tomar por culo: como todo españolito de cierta edad ya ha visto los cansinos anuncios de ese engendro urbanístico ya está en situación para leer esa magna obra.
  15. Pero la inutilidad de algunos juntaletras les impide no sólo adentrarse en los puntos anteriores, sino que les obliga a caer en otro defecto: el abuso de la elipsis. Estos somormujos, cuando se encuentran en la tesitura de narrar algo para lo que se saben incapaces, optan por correr un tupido velo y pasar a la siguiente fase. Al fin y al cabo deben pensar que siempre pueden hacer que un personaje ‘recuerde’ y narre de una manera más o menos somera lo que ellos se han zampado. En momentos como esos me dan ganas de tener delante al amago de escritor y, si ha publicado con una editorial más o menos importante, darle una paliza. Pero a él y al editor. Cabrón, te pagan para que narres, no para que escurras el bulto. No te pido que narres todo lo todible, pero ten la decencia de al menos esforzarte en mantener el hilo narrativo.
  16. Hija de las elipsis mal colocadas y las descripciones inexistente tenemos otra característica de este tipo de textos: la mala confección de los personajes. Un personaje no se limita a un nombre, un sexo y una apariencia física. Eso quizá le valiera a Arthur C. Clarke. Pero no a ti. O te esfuerzas mucho o jamás llegarás siquiera a altura de la suela de ese hombre: el hombre que ha descrito con una regla con su nombre una regla que relaciona avance tecnológico y percepción, un individuo cuyo nombre bautizar una órbita se puede permitir crear personajes planos. Él posee un catálogo de ideas apabullantes que suplen de sobra esa carencia. Y mucho me temo que ese no es tu caso. Así que si no profundizas en los personajes tendrás patéticos muñegotes, planos, infantiles y/o melodramáticos, y todo lo demás no hará sino destacar esa carencia. Ahora no voy a decir aquí como dibujar un personaje sino que te voy a recomendar leer a Stephen King. Ese hombre es capaz de hacer que los personajes respiren con más energía que la propia historia. ¿Alguno de verdad quería que se abriera la cúpula y así perderse todas las interacciones entre los habitantes de Chester’s Mill? Si has leído esa obra maestra titulada It te habrás dado cuenta de que casi le dedica más páginas a hablar de los personajes que a la propia lucha contra Eso. Que no te dé corte hablar de ellos, de sus miedos, de sus fracasos, de sus éxitos, sus recuerdos o sus sueños. Narra todo eso, y luego haz que actúen según eso que has descrito, claro.
  17. Detalle que supongo que caerá por su peso: el malo es tan personaje como el bueno. O como el ni-bueno-ni-malo. Trata a todos por igual: desarróllalos.
  18. Acerca de los personajes: ten un poco de decencia, disimula las pajas que te hagas al escribir, y no pongas tu nombre al protagonista heroico. Tampoco te recomendaría meter a familia, amigos o conocidos de una menara explícita y con nombre. Supongo que habrás visto en películas cierto aviso diciendo que ‘los personajes en ella presentes no tienen nada que ver con personas reales’. Te aseguro que no se debe a un capricho del director.
  19. No hay nada nuevo bajo el sol. Hazte a la idea de que ‘tu idea’ seguro que ya la ha tenido alguien antes que tú. Pero no desistas: una cosa es que esa ida ya exista y otra que alguien la haya narrado de esa manera tuya. Imprime tu personalidad en lo que escribes, que se note que lleva tu sello. ¿Cómo hacerlo? Sólo se me ocurre algo: escribe y lee; escribe mucho y lee más; escribe todos los jodidos días. Tira el periódico, apaga la mierda esa llamada televisión, lanza por la ventana el demonio en forma de consola y lee. Por dios, lee, LEE, ¡LEE! Creo que eso ya lo he dicho antes. Me da igual: quiero que te hagas la idea de la importancia. Tatúatelo en la frente si hace falta, que tus compañeros asocien a tu figura con un libro. Que leas, cojones. Mucho, variado y bueno.
  20. Leyendo mucho te encontrarás con algunas sorpresas: por ejemplo que tu vocabulario aumentará, que tu capacidad crítica crecerá, o incluso aprenderás a introducir escenas y personajes. Y puede que algo más importante todavía: tendrás una visión más amplia (con suerte panorámica) de eso llamado creación. Así podrás evitar los tópicos, o al menos sabrás torearlos y darles ese toque tuyo que los hará únicos e interesantes. Porque cuando empiezas lo más seguro es que te veas encajonado en el clasicismo, sin aportar nada nuevo. Eso les ocurre a todos. ¿Te he dicho que la manera de escapar de esas trampas pasa por leer, y hacerlo mucho? Si no sigues esa norma, que al fin y al cabo equivale a afilar tu arma (el cerebro) acabarás componiendo escenas tópicas, artificiosas y sin sentido. Incluso quizá consigas que tu supuesto clímax repela al lector experimentado.
  21. No resulta extraño que en tus primeros textos te metas en berenjenales. Una segunda lectura, tras un periodo de barbecho, te debería sacar de ellos. Pero sal de ellos sin intentar alargar la narración con detalles y explicaciones inútiles. La verborrea no te sacará de ningún sitio, sobre todo si la escena no lo requiere.
  22. Mantén la tensión. Parecerá tonto, pero cuanto más largo es el texto más cuesta sostener el punto de intriga. Al mismo tiempo se hace más sencillo aburrir. Un ejemplo moderno de cómo mantener esa tensión lo tienes por ejemplo en Juego de tronos. Ale, ya tienes lectura. Que leas, cojones.
  23. Hasta ahora no he hablado de los diálogos. Más que decirte cómo hacerlos te propondré un ejercicio de ingeniería inversa: consigue cualquier temporada de CSI: Miami y empápate de ellos. Porque los de esa serie son los diálogos más patéticos con los que me he topado en mi vida. Cada vez que leo un diálogo malo con avaricia se me aparece Horatio.
  24. Luego está ese tema de ‘los detalles’. Siempre he dicho que el diablo está en ellos. Y no te imaginas cuan cierto es eso. El ejemplo más reciente lo tienes, si lo quieres leer, en la reseña que hice del cuento de Carlos Sisi: las jodidas distancias y magnitudes, y la gravedad, y el uso de la voz en el vacío, y… Chorraditas que quizá a un lector poco escrupuloso no le importan, pero a otro con más ojo le matan. Así que no des un detalle que no puedas defender. Y si los das prepárate para recibir una somanta de ostias del obseso de turno. Si no te lo crees indaga un poco con lo que le pasó a Larry Niven y su Mundo anillo.
  25. Otro punto a tener en cuenta relativo a los detalles: si pones a la vista de forma llamativa un objeto, pista o similar, estás obligado a usarla. Más aun cuando estás redactando un relato corto: la economía de palabras obliga a justificar cada recurso. Los detalles se justifican y usan. Todavía recuerdo algo que me cabreó mucho en una novela de Moorcock, una del ciclo del bastón rúnico. En pleno vieja hacia el oriente ignoto en un momento dado Dorian Hawkmoon se encuentra una bala en el suelo de una ladera. La coge, la observa y se la guarda. Para algo valdrá, me dije. Pues no: en ningún momento se usó. El autor realizó un inciso en un viaje para relatar esa escena… y para nada. Eso tú no lo hagas jamás. En una novela puede tener cierto pase, pero en un relato corto supone poco menor que un pecado.
  26. Acerca de los relatos cortos: los prefiero a las novelas porque, bien acabados, son esmeradas piezas de encaje. Todo debe quedar compenetrado a la perfección. Ojo, no quiero decir que todo quede explicado: adoro los finales abiertos, esos que me obligan a pensar y decir ‘pero qué hijo de puta eres, autor’. Pero, aun con esos finales abiertos, todas y cada una de las palabras que escribas deben aportar algo. Las descripciones, los trasfondos, las escenas, los diálogos. Todo debe llevar a un final, por más sorprendente que este te resulte. Más aún: si te sorprende y ves que los detalles que se te hacían contradictorios de repente encajan sonreirás como un crío con zapatos nuevos.
  27. Y llegamos a los finales. Estoy hasta los cojones de autores que no saben resolver el enredo que ellos mismos montan. En ese dudoso campo de excelencia el paradigma de patán tuercebotas se llama Stephen King. Ya no sé cuántas veces me he convertido en el cuervo de Poe y he dicho eso de ‘nunca más’. Quizá hace veintimuchos años, tras leer Misery. Pero Stephen King es el perfecto ejemplo de cómo las virtudes superan a los defectos. Su tratamiento de los personajes supera sus finales desastrosos. Sin embargo otros autores han caído en el saco del nevermore y de él no han salido aún. ¿Por qué? Pues por dejarse liar al llegar al momento clave de la historia. En ese punto me ha dado la impresión de que la historia no les perteneciera, que no supieran salir de ahí. Hablo por ejemplo de los autores que en plan cobarde se limitan a pasar de puntillas por la resolución y dar por cerrada la historia. Hacer un Perdidos o un Los Serrano. Basura en toda su hedionda esencia.
  28. Ahora hablaré del menos común de los sentidos: ¿el sentido común? No: la coherencia. Que lo que escribes tenga coherencia interna. No abuses de la suspensión de incredulidad. Se alarga como un chicle, pero si te pasas tirando de ella se romperá. Ejemplos de exageración: personas normales y corrientes que de repente, en una situación de máxima tensión, se convierten en el maestro de McGiver. O descripciones tan ‘eufóricas’ que rozan lo ridículo, como escribir ‘observándome desde sus cuencas vacías’ para de seguido decir que ‘los ojos se le llevaban de lágrimas’. Ese tipo de fallos merece una muerte lenta y dolorosa, pero no del pobre personaje sino del ‘escritor’. Luego están las chapuzas producidas por la ignorancia. Ejemplos: voces que se propagan en el vacío, o cadáveres que en un entorno bajo cero (existe eso llamado congelación) se pudren en tres días. Documéntate y usa la cabeza a la hora de trazar una escena. A lo mejor te das cuenta de que resulta demasiado increíble: antes de  defraudar a un lector/cliente descártala o dala un repaso a fondo.

Ahora un par de cosicas que tiene menos carácter de regla:

  • Que sí, que quieres dar miedo, pero no te escudes para ello sólo en la repulsión. Para eso está el gore, y te informo de que el terror no tiene que implicar gore ni asco. Ni de lejos. Así que no creas que por meter sangre a litros, vísceras, casquería variada o lo más nauseabundo que tu mente enfermiza elucubre tu texto se convertirá en ‘terror’. Que no. Al lector endeble le espantarás, y al curtido le harás sonreír. Pero hacerlo a tu costa, no por tu ‘maestría’.
  • Que no te dé miedo llamar las cosas por su nombre. El ejemplo más ridículo de todos los que me he encontrado en mis últimas lecturas: el rehuir la palabra ‘zombi’ en un texto que habla de eso, de zombis. Déjate de eufemismos y ponlo: estoy escribiendo de zombis, y la inmensa mayoría del público así los conoce. Ni caminantes, no infectados, no no–muertos, ni andantes. Zombis, coño. Z–O–M–B–I–S.

Y para no eternizarme para acabar daré un listado (no exhaustivo, ni de lejos) de defectos  que se pueden cometer:

  • Repetir de una manera excesiva la misma manera de mentar a algo. Eso suele tener como explicación el que tu manejo del diccionario se asemeje al de un párvulo. A leer más, so vago.
  • Final previsible por tópico. A leer más, jodido.
  • Hacer ‘autospoiler’ mucho antes de llegar al final del libro. De nuevo las prisas, o la emoción al escribir. Respira hondo, no te embales y deja que lector siga estrujándose las meninges con tu historia: no se lo des todo mascado.
  • Introducir al protagonista en una situación anómala pero ante la que el autor no sabe defenderse, pareciendo tan desconcertado como el propio personaje. Medita las escenas. La improvisación nunca es buena consejera.

Para acabar una regla que debería enmarcarse, o grabarse con letras de oro: disfruta al escribir. Pero hazlo en serio. Todos hemos escrito textos onanistas, de esos en los que disfrutamos puteando al protagonista, o describiendo al monstruo definitivo, o ligándonos a la maciza que en la vida real no podemos mirar ni a cien metros de distancia. Esos textos existen y existirán. Cuando tengas un poco de profesión sabrás pulirlos para que no resulte tan obvio que te has empalmado cuando los escribías. Pero que te quiten lo bailado. Disfruta escribiendo.

Ale. Adiós.

Carlos Sisi – Panteón: Conciencia Descarnada

Hola, ofidios.

Me parece que hice mal, muy mal, al leer algo de cifi hard (y ni más ni menos que de Clarke, para más INRI) justo antes de ponerme con este Panteón: Conciencia Descarnada de Carlos Sisi. Nunca antes había leído nada del aclamado y premiado autor de la saga de ‘Los caminantes’, y dado que mi economía no me permite comprar libros (o no sin meditar muy mucho en qué me gasto el dinero), este relato gratuito me pareció una oportunidad excelente.

Tal y como lo indica su título, está englobado en el universo que Sisi ha creado para su novela Panteón, ganadora del Premio Minotauro 2013. Vamos, que me pareció bastante interesante y una buena manera de conocer a un autor en alza dentro del panorama editorial español.

Sisi saltó a la fama, al menos para mí, con la novela de Los caminantes. Se trataba de los primeros títulos de zombis patrios que descubrí. En esa época me sorprendió su portada atrayente y aspecto en general cuidado. Mucho, teniendo en cuenta que mi escaso contacto con la editorial Dolmen me había hecho pensar en ella más como cercana a la fanedición que a lo profesional. A Los caminantes le siguieron otras novelas que continuaban la saga, y el nombre de Sisi parecía ganar popularidad. Tanta que incluso Disneyman me llegó a hablar de él, de su trato cercano y calidad de persona. Y eso que lo último que me imaginaba de Iván era que hablara con un escritor de novelas de zombis.

Mientras la fama de Sisi crecía yo me mantenía apartado de ese subgénero suyo. La sorpresa me llegó cuando me enteré de que en 2013 había ganado ni más ni menos que el Premio Planeta del género fantástico: el Minotauro. Además con una obra de ciencia ficción, Panteón, nada que ver con los zombis. A ver si en Sisi había de verdad un escritor de verdad y no otro ZupueZto eZcritor arribiZta…

Cuando supe que sacaba de manera libre Panteón: Conciencia Descarnada no lo dudé y me hice con una copia. Así podría descubrir a este autor en alza (ahora se habla de un proyecto de cómic juvenil).

Hasta ahora todo lo que he puesto se puede definir como ‘palabras bonitas’, ¿no? Pues bien, mucho me temo que se han acabado… porque llega la hora de hablar de este Panteón: Conciencia Descarnada que acabo de leer.

Como ya he dicho en el primer párrafo me da que mi lectura anterior me ha afectado, y que no ha resultado la más apropiada como antecedente a la lectura de Panteón: Conciencia Descarnada. He pasado de la ciencia ficción dura y seria de un auténtico maestro a… a esto. Llamarlo space opera me parece excesivo. Puedo llamar space opera por ejemplo (y eso que no me gustó) a El jugador, o La torre de cristal, o Nova. Hablo de novelas que, dentro de sus parámetros de ‘viva la Pepa’ en cuanto a rigor científico, tienen su carácter serio y creíble, sabiendo jugar bien con la suspensión de incredulidad, mostrando una trama trabajada, etc. Pero por más que se le busque en Panteón: Conciencia Descarnada no hay de esto. Dado que la idea no es cebarse no voy a hacer nada más que unos pocos comentarios.

Empezaré con el primero, el que me hizo saltar las alarmas y rechinar los dientes. ¿Dónde lo encontré? Pues ni más ni menos que en la primera página, en el primer párrafo. Acojonente inicio de lectura, sí señor. ¿A qué me refiero? No se puede hablar de ‘mapa galáctico del cuadrante’ y en la siguiente frase de ‘varios cientos de miles de kilómetros’. Parece que el señor Sisi no sólo no ha leído mucha ciencia ficción dura, sino que ignora las dimensiones reales de algo tan diminuto como el Sistema Solar en el que vive. Le voy a dar unas pocas lecciones, tan gratuitas como su novela: la unidad de medida más usada para distancias como las que se pueden recorrer dentro del Sistema Solar se llama Unidad Astronómica (UA,) y una de ellas (solita) ya equivale a 149.597.870.700 metros. Un cuerpo como Sedna, de la zona externa de nuestro sistema solar llamada Nube de Oort, tiene un afelio de nada más y nada menos 937 UA. O sea, 140.173.204.845,9 kilómetros. En términos de ‘cientos de miles de kilómetros’ (unidad que el señor Sisi usa para un ‘mapa galáctico del cuadrante’ 😛 ) ni más ni menos que 14.017.320 ‘cientos de miles de kilómetros’. Y eso hablando de un cuerpo que todavía pertenece a un único sistema solar. Eso trasladémoslo a escala galáctica (o de ‘sector’, se refiera a lo que se refiera el autor) y las cifras se disparan. Nuestra Vía Lactea tiene nada más 15.330 parsecs de radio. Dios, lo que digo, que se me lía con esas unidades rarunas: 47.303.440.980 ‘cientos de miles de kilómetros’. Así mejor. Creo que ya se habrá pillado el sinsentido de hablar de ‘cientos de miles de kilómetros’ en lo relativo a mapas galácticos, ¿no? La verdad, incluso la UA puede perder validez a esas escalas; en ellas hablar de kilómetros supera el ridículo.

Bueno, y no he acabado con esto aún: el señor Sisi acaba de pulir la perla hablando de que en el ‘mapa galáctico del cuadrante’ ese del se ve ‘cada pequeño astro, todos sus satélites naturales, todo’ (sic). Que no, que por lo visto el señor Sisi no ha manejado en su vida un plano del Sistema Solar. Le recomendaría antes de seguir escribiendo cifi que, por ejemplo, viera el delicioso Powers of ten, o descubra las dimensiones con las que se juega de verdad. O, igual de sencillo, que se instale y explore con aplicaciones como Stellarium.

Como se puede apreciar Panteón: Conciencia Descarnada empezó de la peor manera posible para mí. Un elefante en una cacharrería hubiera resultado menos molesto y ruidoso.

Los defectos de escenario y credibilidad se suceden. Más que una novela seria parece que estamos leyendo una infantil, o a lo sumo juvenil, donde la coherencia importa poco o nada.

Por un lado esa estación con temperaturas irrisorias por lo oscilante: se habla tan pronto como de que está a una temperatura cercana a la del espacio exterior (señor Sisi, que aunque no lo sepa habla de 2’7 K. Y no le voy a explicar lo que significa la K ni de dónde viene esa cifra) para al cabo de un rato estar en entornos tales como para que los protagonistas se quiten los cascos y no se hable de ningún tipo de condensación ni similar. Olé, saltamos 290 C en un plis. Parece que en esta historia la termodinámica se ha ido de vacaciones, o que la estación está llena de superconductores térmicos (en ese tema ni siquiera Niven/Pournelle se atrevieron a profundizar cuando hablaron de refilón de ellos en La paja en el ojo de Dios).

La estación en sí parece un decorado de cartón piedra. Carece de espíritu. Me parece triste que un autor de terror premiado se vea incapaz de tejer un poco de atmósfera. Coño, por lo menos se debería haber visto Aliens (aunque Alien elabora mejor la claustrofobia de verse inmerso en un complejo desierto y perseguido por algo, si bien no transcurre en una base sino en una nave) y tratado de captar algo de ese horror. Y fíjese, señor Sisi, que no le digo que lea nada: sólo que vea y analice una película. Malgaste dos horas de su vida y aprenda cómo se compone un medio espacial (este sí de puro space opera) hostil.

Los defectos en la capacidad de ver la estación (descripciones que no ayudan, junto a una nula atmósfera) se repiten en lo relativo a todo lo demás. No he podido ‘engancharme’ a la lectura debido a la superficialidad de las descripciones y de los personajes. Madre, la computadora de Alien, tenía más presencia que esta Enclave.

Porque sí, la jodida computadora habla. Aunque leyendo el título del cuento no se podía esperar menos, la verdad. Pero eso no justifica el ‘cómo’ lo hace. Me explico: dos saqueadores llegan a una estación minera perdida en un campo (complejo, lo llama complejo. Dios mío. Complejo, como si tuviera origen artificial) de asteroides. La estación perece abandonada, sin gravedad artificial, sin presión atmosférica, con momias incluidas entre el mobiliario… y de repente una voz. Así, a las bravas. ¿Cómorl? La voz habla, y habla, y habla, y el autor ni siquiera explica cómo sucede eso. Si la estación está sin presión atmosférica el sonido no se puede propagar, a lo sumo a través de las vibraciones de las paredes y el suelo. Pero los humanos no destacan por su habilidad para captar ese tipo de vibraciones. Hablo de física básica, elemental. ¿Le pido micho a un space opera, o lo califico así a las bravas como fantasía? Porque, por si alguno lo dice (las naves chirriando en el espacio y todo eso), La guerra de las galaxias tiene más fantasía que de cifi. Sólo mucho después el señor Sisi (y los lerdos de protagonistas) cae en el detalle de comentar que Enclave ha empezado a usar el sistema de radio. Hasta ese momento, sin aire y sin radio, ¿cómo se dirigía a los dos saqueadores la computadora? ¿Mentalmente? ¿Con La Fuerza?

Luego están los diálogos en sí mismos, en concreto los que hay entre los dos protagonistas. Quiero insistir en eso: conversación entre dos personas. De entrada decir que esos diálogos se pueden describir como un toma y daca que por mundano y simple a veces roza el nivel de las conversaciones de besugos. Pero bueno, no me quiero centrar en eso (una cuestión de fondo que se ajusta más que nada a gustos), sino en un detalle de la forma: los vocativos se repiten una y otra vez. A ver, cuando tenemos un diálogo entre dos personas (Zipi y Zape) se entiende que si uno habla (Zipi) el otro sólo puede ser Zape. Y no hay más. Por fuerza. Para que el lector no se despiste se puede usar el vocativo una vez cada varias líneas de diálogo, pero no en casi todas. Además, cada vocativo viene acompañado con un ‘dijo’, ‘comentó’, ‘preguntó’, ‘respondió’, etc. Cargante, muy cargante. Y además error de novato, o de alguien que no ha practicado mucho la elaboración de diálogos. Está bien usar esos verbos (no me encuentro entre sus detractores, que los hay), pero existe una diferencia entre usar y abusar. Este tema de los vocativos se desmanda en la página 8, cuando incluso se confunde a un protagonista y se le llama por el nombre del otro. Sí, vale: se trata de un simple error que a la persona encargada de la corrección (Sara Segovia Esteban) se le pasó.

No voy a hablar más de la forma. Sólo resaltar –no podía faltar– el uso y abuso que el autor hace del verbo ‘ser’. Lo admito, ya tengo una especie de radar para ese desgraciado de verbo. Tampoco podía faltar el siguiente elemento descubre–descuidados: la existencia e insistencia en los condenados adverbios modales acabados en –mente. Siempre lo diré: solventar esos dos simples defectos agiliza la lectura y le da brío al texto. Y lo de evitar a toda costa los adverbios modales lo recomienda un cenutrio que no tiene ni idea de escribir, y mucho menos de vender historias, llamado Stephen King.

El señor Sisi, al menos con este cuento, me demuestra su poca capacidad narrativa. No llega a los límites de un Alfonso Zamora ni de un Alejandro Arnaldos, no. Pero… pero. ¿Este texto ha salido con el beneplácito de su editorial, o de Minotauro? No he leído Panteón pero si un autor con estas carencias gana el premio más importante de las fantasía en español flaco favor le hace al género… y a la propia editorial Minotauro. ¿Premian textos de esta calidad? ¿O se trata que el premio se ha convertido, ya tan pronto, en un simple efecto de marketing editorial para que un autor venda más y más? A lo mejor estoy confundido y mis niveles de exigencia ya se me han subido tanto a las barbas que no puedo apreciar la calidad ni aunque me la estampen en la cara. Puede que a eso se resume todo. Pido mucho. Quizá demasiado. Pero en el fondo pido lo mismo que en mis tiempos intento de escritor se me exigía. Nada más y nada menos.

Para acabar, la nota. Este Panteón: Conciencia Descarnada se lleva un triste 3. Como lectura infantil, incluso juvenil (lectores con un nivel de exigencia distintos de un adulto), puede tener un pase. Pero un aficionado a la buena ciencia ficción se sentirá desengañado ante este texto simplón, mal ambientado y por momentos ridículo. En serio, espero que Panteón, ganador del Premio Minotauro 2013, tenga no una calidad superior sino muy superior a esto. Si no, señores de Minotauro, este texto les puede describir como editores y organizadores de premios: no me parecen serios, dándome la impresión de que sólo buscan el tirón fácil de las ventas de los autores de moda.

Quedo a la espera de que alguien me regale/pase un texto de Sisi que reivindique su calidad como autor. Panteón puede valer, dado que ha ganado ese premio. Y digo que me lo regalen o dejen porque en vistas de esta lectura tengo muy claro que mi dinero no va acabar en los editores. Me cuesta lo mío ganarlo como para tirarlo por ahí.

Adiós.

P.D. 12/12/2014 17:13: Me dicen (ese amigo que no pudo pasar de la página cincuenta de cierto libro) que el señor Sisi ha puesto un enlace a esta página en su caralibro. Como no tengo caralibro (y más aún: me produce mucha urticaria) no puedo entrar para asegurarlo, pero la fuente es digna de plena confianza 🙂 Con todo ello le agradezco al señor Sisi el gesto de enlazar a este humilde y pobre blog, más aún dado el contenido nada positivo de mi reseña. Me descubro ante usted, caballero, y le deseo futuros éxitos.

Arthur C. Clarke – El martillo de Dios

Hola, culebras.

Mucho tiempo ha pasado desde que no leo nada del maestro Clarke. Me regalaron este libro por navidad hace un año y cuando lo agarré me perecía la mejor manera de desintoxicarme de tanto zombi y relato casposillo. La cifi hard seria siempre me ha servido para aclarar ideas y limpiar la mente. En lo que se refiere a cifi hard seria el señor Clarke es todo un referente. Además El martillo de Dios, con sus escasas trescientas páginas y su letra gorda de infante se podía leer en un santiamén. Perfecto para desintoxicarme.

Arthur C. Clarke - El martillo de Dios

Arthur C. Clarke – El martillo de Dios

A los lectores asiduos al inglés el contenido de El martillo de Dios no les defraudará, si bien tampoco les hará excitarse mucho. Se trata de un texto a todas luces menor. El propio autor lo dice en el epílogo: estamos ante una historia corta novelizada. No digo con ello que se limite a meter paja sobre un idea de corto recorrido (en parte sí que hace eso), pero sí que el formato de novela se le queda grande: a lo sumo novelette o novela corta, y como tal creo que debería estar publicada acompañada de varios relatos que lo complementaran o arroparan.

La historia posee la sencillez típica de Clarke, que presenta una premisa de amenaza que desafía a la humanidad (en esta ocasión en forma de meteorito). Conociendo al autor todos sabemos que hay un 90% de probabilidades de que todo acabe bien, con un final feliz. Lo interesante es cómo se llega a él, y las vicisitudes que los protagonistas vivirán y deberán superar. En todo ello Clarke no defrauda. Pero ese argumento central supone una fracción de la novela. El resto de ella, quizá en sus dos quintas partes, consiste en la presentación y desarrollo de una sociedad semiutópica muy al gusto del autor. De igual manera disfraza de inmersión en el pasado del protagonista lo que a todas luces tiene la pinta de ser la base de un relato corto. A ver, como historieta no está mal, pero se alarga demasiado haciendo casi olvidar la idea base de la novela. Lo dicho, el libro está hinchado.

Pero por fortuna en esto de ‘hinchar’ textos hay autores y autores. Mientras con unos da gana de tirar el libro a la basura con Clarke, con su manera amena, sencilla y didáctica, dan ganas de seguir leyendo y aprender. De esa manera en este libro Clarke mezcla la pseudohistoria (la utopía que dibuja), el relato de cifi hard didáctico (la carrera) y la historia de ciencia ficción pura y clásica (el problema meteorito y su solución). Todo ello descrito con un lenguaje llano y claro marca de la casa.

Como resultado tenemos que El martillo de Dios es un libro menor en la bibliografía del autor, pero aun así una obra que destaca sobre mucho que he leído en los últimos tiempos. Se merece un 6.

Ta luego.

AA.VV. – Zombies 2

Hola, ofidios.

Pura matemática: tras el 1 llega el 2. Pero matemática natural, que ni siquiera la entera; ésta (junto a la racional, real y compleja) se la dejo a otros.

Dejémonos de chorradas.

Tras una lectura en general muy agradable, y recomendable, como ha resultado ser Zombies me he lanzado de cabeza a la segunda parte. Más relatos, más páginas, más autores. Más, más, más.

AA.VV. - Zombies 2

AA.VV. – Zombies 2

¿Merece la pena ese mogollón de ‘más’? Ale, a entrar en harina.

  1. Con el primer relato, ‘Solos, juntos’ de Robert Kirkman, ya empezamos de una manera muy diferente al volumen anterior. Si el cuento de Simmons me pareció de lo mejor de Zombies este ‘Solos, juntos’ no sólo resulta olvidable, sino que demuestra que Kirkman, más allá de guionizar, no sirve para la prosa. Relato de estilo chapucero, ese detalle se podría pasar por alto (al menos un poco) de no tratarse de la enésima historia de mismo desarrollo y trasfondo: supervivientes solos en un holocausto zombi (y con zombis a lo Romero) que ha empezado apenas unos meses atrás. Escenas vistas una y mil veces, dramas personales contados hasta la saciedad, un conflicto que lo ha sacado casi como calco de su exitosa serie de cómics… Nada nuevo bajo el sol. Uno más entre el montón. Un 5 rozando el suspenso. Y mucho me parece: esperaba algo más de Kirkman.
  2. Y seguimos con ‘La contraseña’, de Steven Barnes y Tananarive Due. Lo de ‘seguimos’ va con todo su significado: seguimos con la misma morralla nada original que leímos en ‘Solos, juntos’. No me voy a abundar este relato porque no se lo merece. Como mucho apuntar que llegando al final posee cierto, mínimo, detalle que apunta a horror cósmico. Un detalle. Punto. Otro 5 y va que chuta.
  3. Se podría decir que ‘Zombieville’ (Paula R. Stiles) es más de lo mismo. Y en parte quien dijera eso acertaría. Pero el relato posee una atmósfera de la que carecen los otros dos relatos. A lo mejor se trata del lugar donde se desarrolla la historia, o quizá la manera tan natural de describir la sociedad africana (se aprecia a la perfección que la autora la conoce). No lo sé, pero el resultado ha sido agradable. Eso y además sorprendente: en un escenario en el que la infección resulta mucho más peligrosa (se transmite no sólo de humano a humano, sino también a través de ratas, perros y otros animales) llama la atención la manera de desenvolverse los protagonistas. Se visten de una calma pasmosa, una seguridad que no se ve en relatos en los que la plaga sólo la transmiten los humanos. El resultado satisface bastante, dentro de la normalidad. Se lleva un 6.
  4. Ya leímos un cuento de Adam-Troy Castro en la anterior compilación. El autor repite presencia (algo que no me acaba de cuadrar y me habla de amiguismo) con ‘La antesala’. Leer este cuento me ha hecho sentir un enorme deja vu: hace casi tres lustros escribí un relato muy semejante a este, sobre todo en lo que se refiere a ambientación. Dejando aparte eso debo reconocer que el relato me ha gustado. Sigue encadenado al zombie moderno de Romero pero logra pasar por encima de él y plantarnos una nueva vuelta de tuerca. El párrafo final no por predecible deja de tener su aquel. Le pongo un 7.
  5. Vaya, de nuevo me encuentro con mi pasado leyendo ‘Cuando los zombies ganen’ Karina Sumner-Smith. Aquí lo familiar toma la forma de recurso estilístico: mi querida aliteración. Trece años atrás perpetré un cuento (‘He visto un ángel’) que usa una estructura formal similar. Esa semejanza me ha hecho leer con cierta empatía este cuento de Sumner-Smith, aunque debo decir que al final no me ha acabado de enganchar. Como relato circular (sin punto de partida ni destino concretos, sólo tratando de mostrar una serie de sensaciones) me deja la impresión de que le falta más por narrar. Hablo de una impresión para la que no tengo más palabras: como que si yo lo hubiera redactado me hubiera regodeado más en ese tiempo postrero. Supongo que se debe a que ese estilo de relato lo he usado mucho y estoy acostumbrado a exprimirlo mucho. Pero mucho–mucho. Aparte está el detalle que de nuevo (y van 5 de 5) los zombis a los que se refiere pertenecen al arquetipo de Romero. Le doy un 5.
  6. Con ‘Mouja’ el propio autor, Matt London, se tira piedras contra su tejado en la presentación. Mezclemos esa absoluta maravilla titulada Los 7 samurais de Kurosawa con unos malos a lo Romero (sí, otra jodida vez tenemos el mismo tipo de zombi) y nos encontraremos con este relato. Sí, la ambientación en el Japón Edo le da su toque exótico y original. Pero más allá de eso… nada nuevo. Pero nada de nada. Y ya me empieza a aburrir leer el mismo cuento n veces. Un 5. Y más le vale al editor que los relatos que sigan cambien de registro porque en caso contrario mucho me temo que las notas van a empezar a bajar.
  7. Pero no, no cambia. ‘Categoría cinco’ de Marc Paoletti sigue anclado en el mismo recurso. Señor Adams, ¿qué ha sido del anterior volumen y su variedad de estilos? Relato insustancial y que sólo se salva por el final, le pongo un 5.
  8. Leyendo las primeras páginas de ‘Conviviendo con los muertos’ (Molly Brown) suspiro un poco aliviado: parece que en este relato me voy a poder librar durante un poco de la larga sombra de Romero. Y en efecto, por fin uno de zombis distintos. ‘Conviviendo con los muertos’ avanza con calma, sumergiéndonos en una ciudad donde la vida normal a resultado trastocada por unos muertos que se niegan a morir, pero que al mismo tiempo no quieren molestar a los vivos. De mano de la protagonista contemplaremos el inicio de esta situación y como acaba devorando al pueblo. Un buen relato, dotado de un final muy satisfactorio, que se lleva un 8.
  9. Aunque en el caso de ‘Veintitrés instantáneas de San Francisco’ de Seth Lindberg volvemos a los infectados tan de moda en los últimos años. El cuanto no tendría el menor interés de no ser por la manera en que se ha abordado la historia: el recurso de las veintitrés fotos que narran el colapso (siguiendo el tópico punto de vista individual) a base de mezclar apuntes personales con pinceladas de la catástrofe. El resultado se hace agradable, pero insisto que por una simple cuestión formal. Le pongo un 6.
  10. El batiburrillo de ciencia ficción y terror, con las pinceladas de horror cósmico y algo de techno thriller, que el señor Walter Greatshell tejió con su saga de los xombis regresa a mí a través de este ‘El autobús mejicano’. Si con las tres novelas de la saga Greatshell no consigue darle un mínimo de credibilidad (sobre todo en la mágica coordinación del alzamiento delas ménades) aquí sucede lo mismo. Pero aun, queda agravado por la falta de contexto. Ello hace que el relato se convierta en otra historia de supervivencia o desesperación más. Nada, nada, un 4.
  11. ‘El otro lado’ de Jamie Lackey sigue el mismo esquema de zombis agresivos, que asolan la civilización, etc., etc., etc. La supervivencia aquí queda olvidada para narrarnos una historia de crueldad juvenil. Se ve que los norteamericanos siguen engendrando y alimentando críos despreciables, dignos protagonistas de matanzas a tiros, acoso escolar y (como se ve en este relato) asesinatos sin sentido. Maravilla de país que tiene tal opinión de sí mismo y de su juventud. Bueno, el relato se merece un 5, aunque sólo sea por no mostrar de manera explícita a los zombis.
  12. Por suerte entre toda la medio bazofia que por ahora estoy leyendo me encuentro con este ‘Allí donde se alojaba su corazón’ de David J. Schow. A ver, no se trata de un relato que pasará a la historia de este subgénero, pero sí que destaca entre la homogeneidad del resto del libro. Aquí nos encontramos con un no muerto muy especial, obsesivo hasta un extremo que se le toma cariño. El relato, dentro de su simplicidad, se disfruta, lo que le hace obtener un 6.
  13. Escrito de manera regular (es estilo fluido y a veces articulado con un buen vocabulario sufre el lastre del condenado verbo ser) ‘Buena gente’ (David Wellington) sigue de nuevo el esquema de la horda zombi de Romero. Otra vez nada nuevo bajo el sol, una escaramuza –incluyendo la inevitable dosis de crueldad– que apenas se lleva un 5.
  14. En ‘El cañón perdido de los muertos’ de Brian Keene nos encontramos con un escenario de plaga similar a ‘Zombieville’ en lo que se refiere a que la enfermedad también afecta a los animales, convirtiese ellos (en mi opinión) en un peligro mucho mayor que los propios zombis humanos. Salvando ese aspecto el relato parece pura serie B. De hecho es serie B. Alocada, rápida, sangrienta y divertida, aunque del todo olvidable. Vamos, se merece otro 5.
  15. De la soberana chorrada de ‘Piratas vs. Zombies’ (Amelia Beamer) apenas decir nada: de las serie B pasamos a la Z. Casi digna de La Troma. Lo malo es que esto ni divierte ni nada. Un 3 me parece mucho.
  16. Debo decirlo sin la menor duda: ‘Cocodrilos’ de Steven Popkes es, hasta el momento, el relato de este libro y lo que lo hace merecedor de leerlo. Siguiendo un planteamiento cercano al tecno thriller Popkes nos sumerge en una historia adictiva como ninguna hasta ahora en el esta recopilación. Sabe mantener de manera perfecta la suspensión de credulidad. Mientras lees sabes –o crees saber– cómo va a acabar todo, pero la narración está tan bien argumentada (se nota a la milla que el autor se ha documentado bien no sólo en lo relativo a la Alemania del Tercer Reich, sino a temas de diseño industrial y biotecnología) que eso da igual. Sólo se me ocurre ponerle un 9 a esta joya.
  17. El amijo David Barr Kirtley (sin duda amijo del recopilador, lo único que explica tanto la presentación del cuento como el propio relato) repite con el cuento ‘La ciudad con cara de calavera’. Y quienes hayan leído el primer volumen adivinarán bien que este cuento es una continuación de ‘El chico con cara de calavera’. Pero esta historia es peor. A todas luces peor. No sólo por mal escrita, que sí, sino porque es simplona y tonta como ella sola. Parece que estamos leyendo un pulp de los años treinta: nada digno de una continuación. Le pongo un 5 pero sólo porque no me lo pienso mucho. Si lo medito suspende.
  18. El nivel mediocre, tópico y ramplón, pese a la idea de los mosquitos, sigue apareciendo en ‘Obediencia’ de Brenna Yovanoff. La misma historia contada mil veces. Supongo que tampoco ayuda que pocas horas antes de leer este relato haya visto otra vez El día de los muertos de Romero, que le da sopas con ondas a este texto. Otro relato más que justito. Un 4.
  19. ‘Steve y Fred’ de Max Brooks sigue la misma línea de chorrocientos relatos leídos antes, y ya me aburre. Un 4 por dejadez y vagancia a la hora de crear. Me da que voy a revisar a la baja todos los relatos que sigan el esquema de ‘gente contando su experiencia personal frente a zombis de Romero’. En serio: nos podemos tirar hasta el fin del multiverso narrando escaramuzas y desgracias personales, que no por eso aportarán nada al género. Por lo que veo este tipo de historias anodinas y repetitivas se han convertido una versión Z de la –para mí– aburrida literatura costumbrista/realista: cambiamos el drama de la maruja/parado/crío por el que sufre el acosado por los zombis de turno. Ale, millones de historias, varias decenas por cada superviviente (cuando va al baño, cuando baja a por comida, cuando sale de la ciudad, cuando llega a cada pueblo…). Este tipo de historias deberían venderlas con una pegatina bien visible que diga ‘Libro perteneciente a Víctimas Anónimas de Zombis Romerianos, grupo de autoayuda’. Al menos así no lo compraría/leería y se lo dejaría para oto. ¿Qué cojones ha sido de la variedad del primer volumen, que daba gusto ver cómo los autores no se limitaban a vampirizar el concepto de zombi de Romero y me sorprenderían con diversos enfoques del mito? Oño, si hasta perdonaría una redacción regular (ojo, digo regular: una redacción mala jamás merece perdón alguno) con tal de que me sorprendieran.
  20. Vaya, nombro la bicha y aparece: un relato que no encaja con las repetidas hasta la saciedad historias de Romero. ‘Los vermivioladores’ de Charlie Finlay más que terror Z encaja en la ciencia ficción con toques terroríficos. Tal y como se dice en la presentación le debe mucho a Los ladrones de cuerpos, entre otros (por no mencionar Expediente X). No es original, pero se sale del guion de los otros relatos, algo que se agradece. Le pongo un 6.
  21. Alegría efímera la vivida con ‘Los vermivioladores’ dado que ‘Everglades’, de Mira Grant, vuelve a revolcarse (cual unos de esos aligátores tan queridos por la protagonista) en el barro de tópicos de siempre. No se merece más de un 4.
  22. Por fin: acabo de leer una joya. Al menos eso me ha parecido el cuento ‘Hacemos una pausa para la cuña del programa’ de Gary A. Braunbeck. Lo mejor de toda la compilación junto a ‘Cocodrilos’, y eso que tenemos un relato de estilo del todo opuesto al de Popkes: si en el anterior el autor había optado por documentarse y narrar de manera tan creíble como emocionante el germen de la hecatombe, en este cuento Braunbeck recurre a una emotividad narrada de manera magistral. Sí, tiene algunos –pocos– defectos de puntuación, pero el resultado final sólo puede definirse como soberbio. Porque más allá de describirnos la enésima anécdota de supervivencia (casi idéntica al decepcionante ‘Steve y Fred’ de Max Brooks) Braunbeck demuestra tener cerebro e ideas debajo del pelo, presentándonos un escenario y trasfondo del problema original y que al lector le obliga (no le invita: le obliga) a plantearse preguntas y fantasear. Una absoluta delicia que a medida que se avanza en su lectura te hace abrir los ojos más y más. Todo eZcritor debería leer este relato y tomar nota tanto de la forma como del fondo. Sólo puedo rendir un humilde homenaje a Braunbeck y ponerle un merecidísimo 9 a esta maravilla.
  23. Pasamos el ecuador del libro con ‘Reluctance’ de Cherie Priest. Nunca me ha agradado el steampunk, aunque lo tolero mucho mejor que su primo el ciberpum. Pero la idea de juntar ese estilo con el Z ya supone de entrada una diferencia ante el miasma de relatos Z que estoy leyendo. En otras palabras, que se lo agradezco a la señora Priest. La pena es que tras ese escenario algo distinto nos encontremos con un relato trivial y sin apenas interés. A eso se añade que su aspecto visual falla en alguna ocasión (no acabo de ver la forma de la estación, la manera en que lanza el ‘explosivo’ ni en general la situación final): da la impresión de que falta texto, o que en la traducción algo se ha perdido. Por todo ello el relato se lleva un 5
  24. Si me dicen que la primera mitad de ‘Arlene Schabowski de los no muertos’ (de Kyra M. Schon y Mark McLaughlin) tiene un enorme componente autobiográfico no lo dudaría ni un instante, más si cabe tras leer el prólogo del cuento. El relato juega con una dualidad de la mente/realidad que me ha agradado pese a su final previsible. Debo otorgarle un 8.
  25. Si ya el título de ‘Gigoló zombie’ ( G. Browne) me hacía recelar tras leer la introducción ya me temía lo peor (y que me encontré): han publicado una coña marinera, una ridiculez diga de donde salió, un concurso de broma. Nada más decir de este esperpento (y que me perdone Valle–Inclán por mezclarle con esto), sólo ponerle un 4.
  26. El relato ‘Muertos rurales’ de Bret Hammond me hace sentir esquizoide o bipolar. Por un lado está el que se basa en lo de siempre, el zombi de Romero; pero de la otra mano posee una historia que se sale de lo normal, al menos en lo que se refiere a los protagonistas y la manera de enfrentarse a los no–muertos. Lo original se mezcla de una manera curiosa con lo tópico. Pero el conjunto satisface, lo que me obliga a ponerle un 6.
  27. Pero en esta recopilación el tópico regresa una y otra vez. De ‘El lugar de veraneo’ (Bob Fingerman) poco se puede decir. Que el protagonista sea un lerdo atontado no supone un problema; sin embargo sí que es un problema el ver la enésima serie de saqueos, carreras, ‘dolor por la pérdida’, etc. Más de lo mismo. ¿Qué podría salvar el relato? Pues el desenlace. Sólo que no: el cetrino incapaz de diferenciar una viva en estado de shock de repente puede discernir la infección en… Me callo, pero vamos: que no. Un 4 y tira millas.
  28. De ‘La tumba equivocada’ de Kelly Link sólo puedo decir que el tono de texto que usa, desenfadado pero de una manera excesiva, no me ha gustado nada. No se libra el tratamiento distinto del zombi: durante todo el tiempo me ha parecido que estaba leyendo una historia demasiado juvenil, que desentona con el resto de relatos del libro. Apenas se merece un 5.
  29. Sin embargo ‘La raza humana’ de Scott Edelman sí que lo he disfrutado (no pude decir lo mismo del relato suyo incluido en la entrega anterior). Me parece un perfecto ejemplo de que incluso al recurrir al tópico de no–muerto agresivo se pueden conseguir historias interesantes. Ésta en cuestión tiene su mérito al ir contracorriente, de manera literal. ¿Qué quiero decir? Lee el relato y lo sabrás. Yo sólo digo que debo poner a la historia un 8.
  30. Parece que nos hemos adentrado en una sección de textos por lo menos originales, cuentos que o retiren el estilo de Romero aportando otros puntos de vista (y además haciéndolos interesantes) o olvidándonos de esos manidos arquetipos. ‘Quienes solíamos ser’ de David Moody nos introduce en una historia de descomposición. Literal, pero mucho más interesante que el sinsentido de ‘Gigoló zombie’. El relato no avanza mal, pero llegados a la última página se hunde: parece que el autor se queda sin ideas y decide acabar por lo sano. Estoy seguro de que si le hubiera dado un rato a la imaginación hubiera podido arrancar un desenlace con más garra. Le otorgo un 6, que no está mal.
  31. Me encuentro en ese creo que reducido grupo de lectores cifi a los que no les gustó nada Pórtico (Frederick Phol) y que sin embargo disfrutaban más de la saga a medida que ésta avanzaba. Odio la psicología, y pretender basar una historia en esa tomadura de pelo en mi caso supone suspender. Pero de eso trata ‘La terapia’ (Rory Harper), de una sesión de psicoanálisis a un zombi. Sin comentarios, y un 3.
  32. He visto Apocalypse Now una sola vez, y de crío. No me llamó la atención. Mucho más reciente ha pasado por mis manos El corazón de las tinieblas (Conrad), lectura que me defraudó dado que esperaba más, mucho más. ¿Hacía falta una reescritura del cuento/película en clave zombi? Sin duda para un editor ansioso de vender, a cualquier precio y aun arriesgándose a perder lectores con criterio, sí; para mí, que me considero con criterio (el mío), no. ‘Dijo él, riendo’ de Simon R. Green se limita a eso: a tomar la obra de Coppola y casi calcarla. Vale, sí, con zombis pero… Y mira que me jode porque está muy bien escrita. Pero la falta de ideas me parece vergonzosa, y de nuevo deja en entredicho la calidad de criterio del recopilador. Se queda con un 5, más que nada por esa falta de ideas originales. Al menos leyéndole no he gritado ‘el horror, el horror’, como con otros cuentos de este volumen.
  33. Si algo se puede decir de ‘Último reducto’ de Kelley Armstrong es que el cuento juega al engaño. Y lo hace muy bien, pero que muy bien. Pese al estilo mejorable (algo general en todos estos cuentos, que a veces parece haberlos escrito aficionados, no supuesto escritores profesionales. Si me pusiera a analizar a fondo el estilo de cada relato me da que casi ninguno aprobaría) el cuento se disfruta tanto como para merecer un 7.
  34. ‘La guerra imaginada’ de Paul J. McAuley nos presenta una visión muy origina de los zombis… o de eso que lo parecen. El relato sigue ese esquema narrativo que a mí tanto me gusta en el que prima más la descripción cronológica de sucesos que las escenas concretas. La pena es que no sabe acabar, desinflándose sin giro final, ni gancho un nada. Aun con todo debo puntuarle con un 7.
  35. Joe McKinney nos narra una aventura adolescente en ‘Una cita en el mundo de los muertos’. Acción directa, malos malosos, zombis clásicos de Romero, persecuciones, tiros… En otras palabras: más de lo mismo. Un 5.
  36. En ‘Restos de un naufragio’ Carrie Ryan nos embarca en un bote salvavidas narrándonos las angustias de sus dos tripulantes. De nuevo nada que no se haya leído antes, sólo que esta vez muy mal escrito: cuando en una frase de apenas quince palabras me encuentro tres verbos ‘ser’ (y muchos otros por el resto del cuento) me dan ganas de pasar al siguiente cuento. Pero no lo hago tratando de encontrarle ‘algo’ al relato. Pero no, no hay nada que encontrar. De hecho va a peor cuando uno de los personajes toma una decisión que no encaja ni de lejos con todo lo que ha dicho y hecho antes. No le puedo poner más que un triste 3.
  37. Lo admito, no he entendido nada de ‘Acaba con ellos’ (Julia Sevin, Kim Paffenroth y J. Sevin). Debo estar ya tonto, porque las dos historias no me dicen nada, ni la del zombi ni la de los supervivientes. Al menos la del z tiene un poco de interés al presentarnos uno que no sólo tiene algo de cerebro, sino que su mente parece evolucionar (me ha recordado al zombi que aparece en El día de los muertos). La historia de los supervivientes queda tan sin pies ni cabeza que no merece ni una segunda relectura. Un 4, no da para más.
  38. La sal. ¿Qué narices pasa con la sal? En ‘Temporada de zombies’, de Catherine MacLeod, se habla de ella pero el cuento es tan corto (o mi cerebro se ha reblandecido tanto) que no lo acabo de pillar. Nada, otro 4.
  39. En ‘Tameshigiri’ (Steven Gould) de entrada me llama la atención que se comenta que existe una vacuna, y con una nada despreciable fiabilidad de más del 60%. Eso ya supone una auténtica novedad frente a los ya caninos y aburridos zombis de Romero (cansinos y aburridos no por ellos mismos sino por la nula imaginación de los ‘autores’, que parecen no saber salir de ese estereotipo). Por desgracia el destello de originalidad se resume a eso. No hay más: de nuevo peleas, aunque en este caso las balas se sustituyan por catanas, los protagonistas inmersos en una carrera luchando por su vida y un drama personal como telón de fondo/sorpresa final. No está mal, pero no destaca. Le pongo un 6.
  40. Menos mal que llega ‘La era de las motos fulgurantes’ de Catherynne M. Valente y me deja así, fulgurado. Estamos ante un relato sosegado que, aleluya, trata el zombi desde una perspectiva original. La protagonista, con un ritmo pausado y envolvente (crea una atmósfera que muchos lectores actuales –los adictos a la lectura apresurada tipo blockbuster– detestarán precisamente por eso, por centrarse en descripciones lentas y detalladas sin apenas acción), nos presenta una ciudad muerta y sus extraños habitantes, todo ello aderezado con una deliciosa escena que roza el horror cósmico. Porque en este cuento se intuye que hay algo más escondido tras los zombis. Lo dicho, una delicia a la que debo otorgar un 9.
  41. Sin haber leído el cuento: de ‘Tolerancia cero’ de Jonathan Maberry me espero una mezcla de zombis de Romero con un tecno thriller de Michael Crichton, que se sumerja en el tópico pero que al menos tenga cierto atractivo similar al ‘Cocodrilos’ ya leído en este volumen. (Inciso: llegados a este punto decir que mi perro casi da por concluida la lectura: me le encontré jugando con la contraportada –arrancada con precisión casi de cirujano– y bien dispuesto a masticar las páginas finales de la recopilación. Al menos, en el sentido perruno, la obra parece que tiene su punto apetitoso.) Ya está leído y, en efecto, es señor Maberry recurre al escenario de Paciente cero para esta historia. Más aún, el cuento se puede considerar un epílogo sacado de la manga de la novela. En ella se dejó todo bastante bien cerrado, lo que hace chirriar la presencia de ella en esta historia. Yo, habiendo leído la novela lo he entendido todo, pero me da que alguien que no conozca la historia de Paciente cero puede que se quede descolocado ante todo lo que aquí se narra. El autor hace un resumen muy resumen de los antecedentes, pero esa información queda encorsetada en medio de la presentación de un escenario y los nuevos rambos de turno. En mi opinión más le hubiera valido haber dejado a un lado la novela y tratar de haber creado una historia independiente. Pero me imagino que todo se limita a tratar de lanzar un anzuelo a la gente que todavía no ha comprado Paciente cero. El relato se deja leer, sin más, lo que le hace merecedor de un 5.
  42. El cuento ‘Y el siguiente, y el siguiente’ de Genevieve Valentine cuenta con unos zombis especiales, a medio camino entre los clásicos de Romero (caníbales y agresivos) y unos indolentes y más cercanos a la humanidad de la que provienen. Tal y como confiesa el editor, esta historia mantiene muchos paralelismos con ‘Tan muertos como yo’ (Adam-Troy Castro), si bien la de Castro es una historia más interesante… aunque muchísimo peor escrita. Me parece que si Valentine le hubiese dedicado unos cuanros miles de palabras más a esta historia hubiera ganado, sobre todo en cuanto a dibujar al protagonista, cuyo destino parece metido con calzador. Bueno, que le pongo un 6.
  43. De nuevo parece que realizamos refritos de cuentos de la primera compilación. Ahora le toca a este ‘El precio de una pizza’ de Cody Goodfellow y John Skipp, que tiene mucho que ver con el decepcionante (en cuanto a estilo sin lugar a dudas) ‘El hombre del burdel’ de Martin. De nuevo tenemos la premisa de los zombis convertidos en mano de obra barata y dispuesta a realizar las tareas más peligrosas, desagradables o monótonas. El estilo de narración se vuelve confuso por instantes dada la incapacidad del autor de diferenciar de una manera efectiva diálogos ‘en carne y hueso’, radiados y monólogo interior. La verdad, a veces no se sabe quién ni en qué método discursivo está hablando. A eso se suma un escenario más o menos bien dibujado (en lo que se refiere a las premisas de la catástrofe y la solución encontrada) pero unas motivaciones de los personajes (y sobre todo sus acciones) bastante confusas. Parece por un lado que se ha querido hinchar la longitud del relato con escenas accesorias, como la primera, pero por otro lado no se ha querido –o podido– dar una explicación coherente a las circunstancias del protagonista, al porqué de la presencia del grupo de la tienda, o siquiera a la existencia de Sherman y ‘la bruja verde’. No sé, no me ha dejado nada contento. Se lleva un 4 y punto.
  44. El libro acaba con el cuento de curioso título ‘¿Me está diciendo que esto es el cielo?’, de Sarah Langan. Aunque el cuanto da algunos bandazos en cuanto a ritmo, como por ejemplo una primera parte descompensada (en acción y ritmo) con el resto, se hace agradable de leer. Esa buena sensación se incrementa a medida que se presentan más a fondos los protagonistas y sus historias. Sí, cae en algunos tópicos del sub–subgénero de zombis de Romero, pero el desenlace, así como buena parte de lo que le antecede, libra a la historia de recibir otro suspenso, el enésimo de esta colección. Más aún, el cuanto levanta la cabeza y deja clara la justificación de su presencia en este libro. Vamos, que le pongo un 7.

Y se acabó lo que se daba en este Zombies 2. La media de las puntuaciones da un triste 5’5, inferior incluso a su predecesor. Y es que de nuevo tenemos una recopilación con demasiadas  sombras. En este caso además queda claro el estancamiento del género, algo que ya se aprecia en las estanterías de las librerías con la aparición de la enésima The Walking Dead en su versión de Santander, Murcia, Madrid, Cartagena, Astorga, Cádiz, etc. La falta de ideas ya de por sí alarma; la nulidad como escritor de alguno de los autoreZ o eZcritoreZ roza lo vergonzoso (pese a que ellos se muestren orgullosos de sus obras). Pero la morralla no se queda en terreno patrio, sino que también nos llega importaba: en este recopilatorio hay también textos infames, como por ejemplo el de Kirkman (ejemplo de libro de ‘zapatero a tus zapatos’, o también del ‘me editan sólo por mi nombre y CV, que no por mi calidad literaria’).

Al menos en el primer volumen uno encontraba variedad e inspiración. En este Zombies 2 hay que escarbar mucho para dar con algo similar. Ambas recopilaciones, juntas y tras una criba, darían lugar a un muy interesante volumen; por desgracia por separado obligan al lector a pagar un pastizal para sólo encontrar un porcentaje demasiado bajo de textos de calidad.

Resumiendo:

  • si disfrutaste con pestiños como De Madrid al zielo cómpratelo. Entre los cuentos encontrarás un par de ejemplos de obras de arte. Espero que eso te haga madurar como lector.
  • si te sobra el dinero cómpratelo, ya que sabrás valorar esas joyas que he destacado.
  • si no te sobra el dinero y tienes un criterio literario similar al mío (cada vez más exigente) ni te molestes. Seguro que el puñado de maravillas que incluye este libro las podrás encontrar en otro lado o por otros medios. Que no está el horno para bollos, y menos aún para soltar los euros a diestro y siniestro.

Chao.

AA.VV. – Zombies

Hola-hola, culebras.

Mucho tiempo ha estado este libro esperando en la Pila, pero tras la última catástrofe Z necesito asegurarme de que existe calidad en este subgénero, aunque tenga que buscarla más allá de nuestras fronteras. Por ahora en lo que se refiere a autores españoles esa calidad brilla por su ausencia. Les daré un tiempo, desintoxicándome, a la espera de conseguir algún otro título Z español que parezca que merece la pena. Eso sí, visto lo visto no pienso pagar ni un duro por ella. Ya me lo pueden regalar, adquirirlo en la biblio o robarlo, pero no voy a soltar mi escaso dinero por un solo libro Z español. Esa actitud, por si alguno no lo sabe, es la consecuencia de esperpentos semejantes al libro recién leído. Si me engañan una vez –y se llevan mi dinero– bien por ellos: me han colado un gol, mi dinero va a sus arcas y la bilis a mi estómago. Si me engañan dos veces entonces el tonto soy yo, y por eso no paso. Olé para los inteligentes editores de Dolmen que han anulado, al menos en lo que a mí respecta y por ahora, el mercado Z español.

AA.VV. - Zombies

AA.VV. – Zombies

Pero vayamos al detalle de esta recopilación de título tan simple y claro, Zombies, que llega de la mano de J.J. Adams.

  1. El cuento que abre la compilación, ‘La foto de la clase de este año’ de Dan Simmons, me parece poco menos que perfecto. Narrado con una lentitud deliciosa, da pistas de la vida tras ‘la tribulación’ sin revelar nada concreto. La manera de llevar a la protagonista, su dedicación a su trabajo y cómo trata de seguir con la normalidad más allá de la hecatombe (una danza entre la demencia y la cordura), me ha parecido magistral. Descripciones llenas de viveza que sin embargo no pierden el ritmo, creación de un ambiente dibujado a la perfección a base de pinceladas cuidadas. Sólo unos nimios defectos de estilo (sobre todo el uso de adverbios –mente) impiden que le ponga un 10 a este cuento. Se lleva un 9 y sólo por él ya merece la pena haber empezado la lectura de esta recopilación. Lo malo es que deja el listo muy alto para el resto de relatos.
  2. Pues tras una auténtica joya llega el primer chasco. Y gordo. ‘Planes de emergencia zombie’, de Kelly Link, me parecido una completa tomadura de pelo. A ver: el cuento está escrito de manera más o menos eficiente (salvo algunos párrafos sueltos que no acaba de cuadrar con el resto) pero ¿zombis? Seamos claros: el tema de los zombis está metido con calzador. Si el protagonista tuviera por obsesión la cría del cangrejo en las rías gallegas, hablara todo el tiempo de ello y este libro fuera una recopilación de Relatos de cangrejos el cuento encajaría en él igual de bien. O de mal. De hecho de mal. Tan mal como que por estafa se lleva un rotundo 0.
  3. ‘Muerte y sufragio’ (Dale Bailey) empieza para mí regular, en tanto y cuanto que llevo muy mal el ombliguismo yanqui. Me parece de lo más ridícula la premisa del origen del alzamiento, y eso ya hace que el cuanto crepite en toda su extensión. Bueno, eso de ahí atrás lo había escrito sin haber leído todo el relato. Una vez acabado debo rectificar. Sí, me sigue dando la impresión de que tiene algo/bastante de ombliguista, pero ese detalle acaba pasándose por alto tras meterse en la piel del protagonista. El relato funciona, engancha (incluso con la traba que para mí supone el que esté ambientado en una campaña electoral americana) y a medida que las páginas se suceden vemos cómo el protagonista evoluciona. Y no sólo él sino también algún otro personaje. Este relato me parece otro ejemplo de cómo sacar jugo a los zombis (unos muertos vivientes que no se abalanzan contra los vivos sino contra las urnas. Si quieren visionar una versión mucho más torpe y resumida del relato háganse con el episodio 1×6 de la serie Masters of Terror) y con ellos crear una historia de seres humanos, de miserias y glorias, dramas y desastres. Además está bien escrito, lo que por ahora parece la norma. Qué pena que no suceda lo mismos con los autores parios que he leído hasta ahora. Le otorgo un muy merecido 8.
  4. Pues sí, estamos en la montaña ruZa. El cuento ‘Flores’, de Chan McConnell, es un texto típico y humilde. Una simple idea anecdótica. El propio autor lo admite: tuvo una imagen tiró un poco de ella y sacó esto. Me duele decir todo esto del cuento sobre todo porque encaja con los cuentos a la perfección que yo escribía antes: simples anécdotas que, ahora lo veo, sin un desarrollo más serio se quedan en nada. ¿Qué queda en el caso de ‘Flores’? Pues una imagen con toques gore y poco, muy poco más. Le pongo un 5 muy raspado.
  5. ‘El tercer cadáver’ (Nina Kiriki Hoffman) se queda a medio camino entre los dos cuentos anteriores: la historia va más allá de lo meramente circunstancial pero, aunque intenta darle fondo al personaje, no acaba de lograr empatizar y envolver al lector como hicieran antes ‘Muerte y sufragio’ o ‘La foto de la clase de este año’. Curioso el hecho de que este zombi no sólo razone, sino que hable e incluso se comporte de manera civilizada. Curioso pero no por ello problemático. Se lleva un 6 que tiene a 7. ¡Ale!, un 6’5.
  6. En ‘Los muertos’ de Michael Swanwick de nuevo nos encontramos con zombis tranquilos, incluso domesticados. Hay que admitir que esa manera de huir del tópico (horda caníbal descerebrada) que están demostrando los autores compilados se agradece. El relato juega con la ambigüedad, a saber discernir cual es el auténtico monstruo. Y en ese sentido, y siguiendo la mentalidad de Umbrella en la saga Resident Evil, acierta. Pero por desgracia se trata de un recurso sobreexplotado por la citada saga (y por no mencionar el ciberpum, con su concepto de corporaciones despiadadas que sólo buscan el beneficio, algo que le puede retrotraer a uno incluso a Los mercaderes del espacio). El final trata de dar un giro sentimental o sensible, pero que tampoco acaba de emocionar. Se lleva un 6.
  7. ‘El niño muerto’ (Darrell Schweitzer) me ha llamado la atención por la manera en que ha imitado el estilo de Stephen King. El horror se mezcla a partes iguales con las experiencias infantiles en plan It o Cuenta conmigo, por poner dos ejemplos reconocibles. Viajamos de la mano del protagonista a una infancia tópica de un chaval yanqui, a una prueba de madurez bastante especial que acaba… bueno, acaba. Un relato bueno pero que por su naturaleza casi de calco (en cuanto al estilo) pierde cierta frescura. Pero se disfruta. De nuevo un 6.
  8. Bueno, bueno. Ye empezamos con los relatos tramposos. El cuento ‘El zombie de Mathulsian’ (Jeffrey Ford) empieza por un derrotero, continúa por otro y, para sorpresa del lector, en el desenlace decide echar por tierra las pistas que da (y que apuntaban a un final no muy exigente) sólo para intentar crear un golpe de efecto. Pero no lo consigue, no. Es leer el final, recordar ciertas frases que aparecen apenas un puñado de páginas atrás y decir ¿esto qué es? ¿Me estás timando? Un ejemplo de cómo un cuento bien escrito acaba (y que de nuevo huye del tópico implantado por Romero) hundiéndose por un más desenlace. Se lleva, y quizá me parece excesiva, un 4 de nota.
  9. ‘Cosas bellas’ (Susan Palwick) le da otra perspectiva a un tema muy similar al de ‘Muerte y sufragio’. De nuevo entran en acción políticos y zombis bonachones. De hecho lo que más me ha agradado del cuento es la manera de presentar a los muertos vivientes, como si de niños de tres o cinco años se tratasen. Poco más me atrevo a destacar de este cuento, que apesta a un hipismo/buenrollismo que nunca me ha gustado (y que quede claro que se trata de una opinión personal, pero prefiero los textos con mala baba, algo por lo que este no despunta). Un raspadito 5 y na más.
  10. Los zombis agresivos al puro estilo Romero (lentos, tontos y en hordas) regresan a la compilación de mano de David Tallerman y su ‘El síndrome de Estocolmo’. El cuento se ajusta tanto al clasicismo, a lo que llevamos viendo años y años en las pantallas, que según se lee se olvida. Un 4.
  11. El cuento ‘Bobby Conroy regresa de entre los muertos’ de Joe Hill se mete en el mundo clásico de Romero de una manera engañosa: entrando en el rodaje de El amanecer de los muertos y con unos zombis que no son más que extras de la película. Pero sí, aunque de pega en el cuento hay zombis. Algo que chirría de verdad desde el primer momento es la mención, con aires de fama, a Tom Savini. A día de hoy todo el mundo metido en el mundo del terror cinematográfico sabe quién es Tom Sabini (aunque sólo le conozcan, y de vista, como Sex Machine :P) pero en 1977… va a ser que no. El autor ha querido hacer un homenaje al artista pero en ello se ha tirado piedras contra su propio tejado. Pero aparte de la aparición de Tom Sabini (e incluso del recién difunto Robin Williams) el relato prosigue retratando ese encuentro entre examantes en el rodaje de la película: una historia sencilla en la que se llega a confundir de manera premeditada lo que es un zombi. ¿Quién es el verdadero zombi? ¿Quién vive una vida de sin expectativas y gris? ¿Quién vive sin darse verdadera cuenta de lo que sucede a su alrededor? A esta historia sencilla y con corte intimista le pongo un 6.
  12. ‘Los que buscan el perdón’, de Laurell K. Hamilton, no destaca. Más aun, se hace aburrido y sin gracia. Aunque tenga algún giro argumental no deja de entrar en lo clasiquísimo de devoracerebros. Se lleva un 4 y ya.
  13. Del cuento ‘Hermosa como la noche’ (Norman Partridge) me gustaría destacar el enfoque que hace de la psicología zombi. Me ha gustado bastante esa manera desesperada de aferrarse a la cordura del protagonista, un tío despreciable pero al que al final de la historias llegas a compadecer. Debo ponerle un 7.
  14. Lo admito: ‘La pradera’ de Brian Evenson me ha encantado. Mucho. Muchísimo. Se le puede acusar de relato vacío, que no entra al detalle de qué sucede. Y en efecto, tiene esas carencias y puede que más. Pero tal y como dice Adams capta muy bien la esencia de Aguirre, la locura de Dios. El personaje de Aguirre me chifla desde que leí Las inquietudes de Santi Andía. Y esta versión salvaje, de pura supervivencia cruel y decidida (siempre adelante, te encuentres lo que te encuentres), me ha encantado. Un 8, le pongo un 8 y aplaudo por esos atisbos de horror (creado por los humanos, mucho más aborrecibles que los zombis) que Evenson me ha brindado.
  15. Otra vez la montaña rusa: el cuento ‘Todo es mejor con los zombies’ Hannah Wolf Bowen me sobra por completo. Puede que se deba a que lo leí en el metro, un viernes de regreso a casa agotado, pero no me enganchó nada de nada. Las páginas se sucedieron y no acabé de entender lo que sucedía… ni me dejó con ganas de releerlo. Un fracaso absoluto. Le pongo un 4 por eso de estar yo mismo zombi cuando lo leí.
  16. El cuento anterior lo leí grogui, tanto que cuando empecé con ‘Parto en casa’ el lunes siguiente ya ni me acordaba de que pertenecía a Stephen King… hasta que empecé a avanzar las páginas. El estilo de King resulta inconfundible, arrastrando al lector a las nimiedades de la vida de la protagonista con una detalle y precisión que sin embargo en este caso me atrevería a decir que excesivas. El cuento, aun en sus treinta y tres páginas de extensión, se resume a una simple escaramuza (de nuevo tenemos zombis de Romero, agresivos y devoracerebros, y una población que trata de resistirse a su ataque). Pero que gracias a la manera de escribir de King nos describe casi por completo no sólo el entorno en el que se produce, sino la propia mentalidad de los protagonistas. Sólo hay una escena que a mi entender sobra: la del asteroide y la nave. No aportan nada, de verdad, porque si se quiere considerar eso una justificación a mi entender falla de manera estrepitosa. Salvando esa mancha, un relato agradable. No lo mejor de King, ni de lejos (hace mucho que no lo leo, pero juraría que el relato ‘Abuela’ de King tenía más calidad que este ‘Parto en casa’, y encajaba de igual manera en la compilación), pero agradable. Ale, un 6.
  17. En ‘Las chispas ascienden hacia el cielo’ (Lisa Morton) volvemos a encontrarnos con zombis de Romero, si bien lo interesante del cuento no recae en ellos sino en el tema que trata la historia: el aborto. Tras una historia sencilla la autora se atreve a adentrarse en un tema que hoy por hoy sigue siendo conflictivo (conflicto generado por los de siempre, claro: los que quieren imponer su manera de pensar en otros, los que velan por ‘la salud’ de un potencial al mismo tiempo abandonan a su suerte e incluso aplastan y arruinan a los que ya están ahí). De hecho en la hay unos párrafos poco menos que para enmarcar. Supongo que este cuento le habrá traído a su autora ataques de esa panda de cavernícolas. Una pena no poder hacer con ellos lo que hace la protagonista al final del cuento: el mundo estaría mucho mejor. Bueno, que me disperso. El cuento se lleva un 7 sobre todo por el arrojo al tratar el tema.
  18. Si me dicen que ‘Hombre de burdel’ no pertenece a George R. R. Martin lo entendería: la redacción y el estilo sólo los puedo calificar como horribles. Me han acabado doliendo los ojos de tanto ‘ser’, ‘era’, ‘fue’. Por dios. Entiendo que Ellison® rechazara el cuento pidiendo una reescritura de cero, pero es que le diría lo mismo con esta segunda versión. Horrible me parece poco adjetivo. Con esto me demuestra de nuevo mi ‘teoría’ de que a algunos ya se les publican por inercia, por el simple nombre. El cuento avanza a través de párrafos normales, torpes o vergonzosos, narrando una historia previsible pero no por ello carente de encanto. Ojo, insisto: el encanto está en la historia. Con todo se merece un 5 y va que chuta.
  19. El clasicismo puro entra de la mano de Joe R. Lansdale con ‘El camino del muerto’. Se trata de un cuento sencillo y modesto, tanto en la trama como en la forma, y del todo olvidable. Aunque está incluido en el libro como relato de zombis la verdad es que se trata de un cuanto de fantasmas, y muy en la onda de Salomon Kane. Ese parecido con la obra de Howard queda en evidencia a todo lo largo del cuento, desde el protagonista hasta el propio desarrollo de la historia, haciendo que la lectura se haga aburrida y previsible. La verdad, para leer este ‘El camino del muerto’ mejor me leo los relatos de Salomon Kane. Se me ha hecho más interesante, aunque no deja de entrar dentro del tópico, la narración de Antiguo que el resto. Le pongo un 5 y bastante.
  20. En ‘El muchacho con cara de calavera’ David Barr Kirtley juega con la ambivalencia. Por un lado nos presenta a zombis del tipo descerebrado agresivo y por otro a muertos vivientes inteligentes y meditativos. ¿Razón para la existencia de esas diferencias? No lo acaba de decir a las claras. Parece que él mismo se mete en un berenjenal con ese tema, más aún cuando queda claro que hay muy pocos de los inteligentes, lo que invalida la idea de que tiene por origen la muerte brusca. En torno a esta dualidad de los zombis se compone un relato superficial con toques mesiánicos, pero vistos desde la perspectiva de un particular Aarón. El resultado final no está mal, si bien no destaca. Un 6.
  21. El punto intimista y humano regresa de la mano de Nancy Kilpatrick con ‘La era de la aflicción’. El relato se encuadra en la tradición de supervivencia combinada con recuerdos de un pasado mejor. Y es con esos recuerdos con los que el texto gana enteros. La autora profundiza en la protagonista acercándonos a su desgracia y soledad… sólo para de seguido repelernos con un mensaje jipioso con el que intenta ‘explicar’ la hecatombe. Lo que se dice: una de cal y otra de arena. Por ello se lleva un 6 cuando muy bien podria haber sido más.
  22. Es nombrar a Neil Gaiman y pensar ‘humo, me van a vender humo’. Así que he empezado a leer su ‘Amanecer amargo’ con cierta distancia y recelo. El relato sigue su estilo a lo Stephen King. Demasiado a lo King, diría yo. Avanza, avanza y avanza… para de repente descubrir que Gaiman ha metido en este volumen su versión propia de El alma del vampiro. Vaya con la originalidad. Trato de olvidar el plagio y sigo leyendo. Hasta que llego al final y me pregunto: ¿y? Joder, vaya pérdida de tiempo. Absoluta, monumental. Coge de King lo mejor y lo peor y lo integra en este relato: la manera de recrear personajes (lo mejor) y a eso le suma el no saber resolver las situaciones. He acabado el relato tal cual lo he empezado. Bueno, no: además mosqueado con ese cambio final en la línea de tiempo. ¿Lo releo, tal y como el autor sugiere? Pues va a ser que por ahora no. Y se lleva un 3.
  23. El humor llega gracias a ‘Con las tetas a la tumba’. Y digo humor pese a que no tengo muy claro que la autora, Catherine Cheek, hubiera buscado eso. Pero oye, me he reído con las desgracias de esta Barbie rediviva. Aparte de eso poco más se puede decir de este relato insustancial de resolución apresurada. Sólo por las risas le pongo un 5.
  24. ‘Tan muertos como yo’ (Adam-Troy Castro) nos presenta la solución mimética ante un apocalipsis zombi. En el relato el narrador juega a contar todo aquello que el personaje no puedo (o mejor dicho, no debe) hacer. De esa manera cómplice nos sumergimos en sus desgracias y carencias, acabando por comprender e interiorizar su angustia… y su catarsis. Da pena descubrir el estilo torpe de escribir de Castro, que embarra la historia haciendo que no se lleve una mejor nota. ¿Cuál le pongo yo? Pese a sus defectos formales debo ponerla un 7.
  25. Sin quererlo yo, e ignoro si el editor, en ‘Zora y la zombie’ de Andy Duncan me encuentro por segunda vez con Zora Neale Hurston (la primera vez en el relato de Gaiman), persona de la que no sabía nada de nada. Tal y como da a entender el autor seguro que sin conocer a la señora Neale no se captan todos los detalles del relato. Aun así el señor Duncan ha sabido urdir una historia interesante en torno al concepto original del zombi, el del vudú y Haití. La escena del regreso de Erzulie queda un poco coja: parece un pegote efectista sin explicación clara. Pese a ello uno palpa y se sumerge bien en ese Haití de la primera mitad del siglo XX en el que el terror a los zombis entraba dentro de lo cotidiano a la misma altura que la pobreza, el hambre y las bandas callejeras. Recuerdo haber visto de niño un programa (no sé si del difunto Jiménez del Oso) acerca de un caso similar al de Felicia, una persona que había ‘regresado’ tras una supuesta muerte. La historia me impresionó más que anda por el carácter de documental con el que se narraba. A ver: era un crío y por aquel entonces me encantaban los programas tipo a los de Jiménez del Oso. Ahora me río a la cara y le escupo a su discípulo, Iker Jiménez, manipulador, teatrero y farsante donde los haya. Bueno, el cuento de Duncan posee ese aire cristalino y cercano, plausible, que creí ver en ese documental que vi de pequeño. Funciona, y lo hace muy bien. Pese a sus pequeños defectos, como el ya citado de la aparición de Erzulie, me ha parecido una pequeña delicia el acompañar a esta Hurtson escritora que intenta sumergirse en sus raíces. Le pongo al cuento un muy merecido 8.
  26. Bien, bien, bien. El cuento ‘Calcuta, el señor de los nervios’ de Poppy Z. Brite me ha permitido reconciliarme conmigo mismo. ¿A santo de qué viene esto? Pues a que este cuento sigue la estructura y desarrollo de los que yo escribía tiempo atrás: la trama existe pero no posee un peso importante en comparación con la atmósfera. Leyendo el cuento nos descubrimos a nosotros mismo recorriendo esa Calcuta tan llena de horrores como de vida. Descripciones ricas y acertadas, desarrollo de ambientes y trasfondos, de historias apenas susurradas pero muy sugerentes. Una delicia. Recuerdo que el libro de Brite que he leído no me dejó buen sabor de boca. Sin embargo este relato, esta inmersión pausada y aterradora en una ciudad moribunda, me ha encantado. Y me ha confirmado que el estilo que yo usaba (centrado en tejer sentimientos, pintar atmosferas, insinuar desgracias y sugerir amenazas más o menos veladas) no sólo sigue vivo sino que, aunque sólo sea más allá de nuestras fronteras (donde parece que vende más lo directo y burdo que lo lento y elaborado), es aceptado e incluso apreciado. Sí, acabo: que le pongo un espléndido 8 a este cuento. Qué gusto leerlo, por dios. Parece que el libro remonta a medida que se llega al final. Eso mola. Y mucho.
  27. Los zombis de ‘Seguidos’ (Will McIntosh) no sólo no tienen una actitud agresiva sino que su manera tan calmada y paciente de perseguir a sus ‘víctimas’ roza el patetismo. El relato posee un claro, meridiano, mensaje moralista. Quizá ese detalle haga que no me acabe de funcionar, si bien no voy a negar que se le acaba tomando un poco de cariño a la criaturita. Funciona lo justo para llevarse un 5.
  28. ‘La música del zombie’, por muy que venga de los manos de dos monstruos de las letras como Harlan Ellison ® y Robert Silverberg, se queda en un relato sencillo. Como mucho sencillo. Juega con la emotividad de una manera cercana al anterior ‘Seguidos’, pero éste carece de detalle final, o al menos no tiene ni la mitad de gancho que el oreo cuento. Historia muy olvidable, lo que la hace merecedora de un triste 5.
  29. Con la Iglesia hemos topado, querido Sancho. Eso más o menos se puede decir de este ‘La representación de la pasión’ de Nancy Holder. Partiendo de la bastante increíble base de ‘una nueva Iglesia Católica surgida tras la hecatombe zombi’ (increíble más que nada porque esa mierda supersticiosa e hipócrita está tan podrida de dinero, poder y orgullo solo cambiará cuando muera su último fiel y su último sacerdote), la autora enfrenta al viejo mundo (el anterior al alzamiento zombi así como el de la mezquina dualidad de poder y religión) con la nueva realidad de que sobre la tierra caminan criaturas como los zombis. En esa situación un representante de los viejos valores (los auténticos que predicó el judío de Nazaret) se enfrenta a los poderes de su tierra y de su organización, todo ello para poder demostrar y propagar su mensaje de amor. Soy ateo, de los ateos que no pestañearían en eliminar de raíz toda religión (primero a través de la educación y la cultura, y si hace falta a los más recalcitrantes y obtusos a sangre y fuego), pero aun en mi condición de ateo comprendo y admiro el mensaje que algunos fundadores de religiones transmitieron. Mensajes como el de Jesús de Nazaret. Ese mensaje se plasma en este relato enfrentándolo con el poder jerárquico y egoísta que se adueñó de él: el clero y la Iglesia (jodido mensaje confuso de Mt 16, 18 ‘y sobre esta piedra edificaré mi iglesia’. ¿Por qué no se escribió ‘y en este prado –por ejemplo– edificaré mi iglesia’ y así se libró la humanidad de los sucesores de Pedro y Pablo?), junto a las estirpes del poder económico. El protagonista se enfrenta a un destino de ostracismo para defender y reivindicar los derechos de los más débiles. Coño, tópico pero con mensaje reivindicativo y (EMHO) potente. El final del relato es de traca, en el sentido bueno de la palabra: predecible pero no por ello menos potente. Se disfruta palabra por palabra. Muy bien. No se merece menos de un 8.
  30. Coño con el título del cuento de Scott Edelman: ‘Casi el último relato de casi el último hombre’. Tiene no sé qué de trabalenguas. Bueno, al lío: la lectura de este ‘Casi’ resulta un poco cansina. Arranca y para. Y vuelve a arrancar, y vuelve a parar. El texto ejemplifica a la perfección gran parte del género de zombis en España (al menos el que he leído): repetición de historias con las justas variaciones para que no se copien entre unas y otras, y por eso mismo la antítesis a la inmensa mayoría de los relatos de este libro. Nada nuevo bajo el sol, y además con un ruptura del cuarto muro que no ayuda a tomarse en serio el cuento (aunque lo de tomárselo en serio puede que no sea exigencia obligatoria). Pese a todo entre todos los relatos apuntados hay uno que quiero destacar: el del cura. La imagen de la misa y la comunión me han gustado. Mucho más que esas personas que parecen muñecos, en vista de la manera tan fácil con la que los zombis les desmiembran: vamos, leyendo esto parece que con estornudar se no caer un brazo o una pierna. La historia se lleva un justo 5.
  31. De ‘Así declina el día’ de John Langan se puede ya de entrada que al menos se merece un punto por la originalidad: ha usado el formato de guion teatral para narrarnos la historia. Y ahí acaba lo interesante de este relato: al autor nos presenta una sucesión de escenas tópicas que llegan a aburrir (a mí incluso me arrancaron bostezos). Porque narra lo que ya se ha contado mil veces en este género: encuentros con zombis vistos desde la perspectiva de gente normal sobrepasada por la situación, individuos que no saben enfrentarse a ‘lo que antes era su vecino y ahora es otra cosa’. Bla, bla, bla. Lo dicho: aburrido, predecible, reiterativo. Ale, un 5 y a m*****a a Parla.

Leídos todos los relatos la media obtenida ni siquiera llega al bien, quedando en un 5’69. Pero esa nota puede engañar, haciendo pensar que el libro apenas valga la pena. Yo no saco esa conclusión: en este volumen uno encontrará auténticas joyas, relatos olvidables y cuya mera inclusión ya hace a la recopilación  merecedora de ser comprada. Además, aunque otras historias no posean esa calidad narrativa sí que permiten al lector ver que en el subgénero Z no todo se reduce al mismo concepto de zombi–devora–vivos: la rica panoplia de versiones del no–muerto que aquí se descubren (pese a lo que otros digan) le permite a uno fantasear e ir más allá del tópico. Ya sólo por eso se podría recomendar el libro.

Vamos, que sí, que el libro merece la pena. Lo único malo el precio, que tira para atrás por lo caro…

Un saludo.

Matthew Stokoe – Vacas

Hola, culebras.

Me atrevería a decir que me lancé a este Vacas de Matthew Stokoe poco menos que buscando en él una tabla de salvación. La anterior lectura me dejó tan cabreado y tan exhausto que necesitaba algo de verdad visceral y catártico para pasar página. Y para ello creí oportuno este libro. El tomito llegó a mí hace cosa de un mes de pura chiripa: me lo regaló un compañero de trabajo porque tenía una serie de libros heredados que no quería. Vamos, como llovido del cielo: deseaba sumergirme en un mar de sangre, locura y rabia, algo que me hiciera olvidar lo que había leído. Perfecto.

Matthew Stokoe - Vacas

Matthew Stokoe – Vacas

Encasillar a Vacas dentro de un género concreto supone un poco de reto. En el texto se mezcla el sadismo y el gore con la fantasía de toques alucinatorios; no encaja dentro de lo que yo suelo llamar terror, pero juega con la repulsión (una repulsión que no sólo nace de lo escatológico sino –y aquí uno de sus mayores éxitos como obra– de lo cruel y sinsentido) de una manera que me recuerda un poco a Barker. Debo dejar claro que no frecuento el gore, ni en lo literario ni en lo cinematográfico, por lo que a lo mejor esto que me ha sorprendido y agradado quizá encaje en ‘lo normal’ para un habitual del género. Pero la reseña la hago yo –y sólo yo– desde mi punto de vista, y como tal la pongo.

Aviso que voy a desgranar detalles de argumento. La reseña me lo pide. Ale, estáis advertidos.

Vacas puede suponer un revulsivo para alguien acostumbrado a la narrativa standard, y sin lugar a dudas el libro no está destinado a estómagos débiles ni mentes impresionables. A través de un lenguaje oscilante (mezcla lo directo y llano, a veces burdo, con lo poético o místico) el autor nos arrastra a descubrir la miserable vida de un adolescente, Steven, encerrado desde su nacimiento en un piso por su madre sobreprotectora y sádica. A través de escenas llenas de sadismo, escatología y desprecio por el prójimo (e incluso por la propia persona) viviremos una pequeña epopeya del chaval hasta su realización como individuo.

El primer personaje que nos golpea en el rostro con ese abanico de repugnancia es la madre. Su figura posee tal desproporción en cuanto a maldad y sadismo que jamás se nombra por su nombre de pila (algo que sí ocurre en el resto de personajes), recibiendo sólo apelativos como Mala Bestia y otros similares. Viviendo encerrado, siempre bajo la amenazante sombra de su madre, Steven ha acabado convertido en un desecho social, una criatura que apenas se considera a sí mismo humano. En una dura y descarnada crítica de la sociedad consumista americana, una televisión plagas de telefilmes, culebrones y anuncios se convierte en la única relación entre Steven y la realidad exterior. A eso se unen sus las escapadas furtivas a la azotea de su bloque, desde la que contempla la ciudad casi como si se tratara de un paisaje alienígena. El chico contempla desde su atalaya la ciudad y sueña con sumarse alguna vez a esa forma de vida que ve en la tele. Pero en el fondo, desde el primer momento, sabe que el lastre que ha supuesto su existencia con su madre le ha deformado; así, más que equipararse con los protagonistas de su sueño sabe que como mucho llegará a lograr una parodia del mismo.

Junto a Steven y la Mala Bestia pasan por la novela otros personajes, a cual más alienado. La vecina del piso de arriba, Lucy, una chica con una obsesión enfermiza por la supuesta existencia de tumores internos dentro del cuerpo de todos los seres vivos. Si Steven contempla la sociedad externa desde su televisión y anhela igualarse a ellos, Lucy visiona videos quirúrgicos buscando la manera de purificarse de la mancha que la sociedad introduce en los cuerpos de todos sus miembros. La chica piensa que la contaminación, y la propia maldad innata de esa sociedad, generan tumores escondidos entre las vísceras en todo ente vivo. Luego está Cripps, el encargado del matadero donde Steven entra a trabajar, un individuo sádico, lascivo y hedonista que tienta y ofrece al chico hacerse matarife. Cripps personifica la barbarie indolente del hombre moderno, la búsqueda del poder y el placer a cualquier precio: el hombre como rey de todo, un tirano que demuestra su poder sobre la creación a base de muerte, tortura y sometimiento.

La sinergia de estos personajes arrastra a Steven a una aventura de tintes oníricos gracias a un grupo de vacas que ha huido del matadero. Gracias a esa relación tan especial con las reses y Guernesey, su cicerone, el chico iniciará una evolución. En ella abandonará su status de sometimiento a su madre para para, a través tanto de Cripps como de Guernesey, lograr reivindicar su yo y arañar el sueño de vida televisiva.

La novela muy bien puede dividirse en tres partes, siendo la peor la central. En una primera sección nos vemos avocados a descubrir el horror y la repugnancia de la vida de Steven. El autor nos arrastra a un carrusel donde la depravación, el terror, la repulsión, la desesperación y la crueldad nos llegan una manera desnuda y directa. El lector no tiene donde esconderse; algunas páginas suponen auténticos mazazos directos. Entre ese despliegue de salvajismo nos encontramos con escenas en las que el patetismo acaricia alcanza partes iguales lo tierno y lo enfermo, como por ejemplo lo narrado en el capítulo diez (que me parece de lo mejor del libro). De la mano de Steven y Lucy nos arrastramos por sus vidas furtivas y enfermas, huimos y retamos a Mala Bestia, nos quedamos desconcertados ante Cripps, Gummy (un personaje de poca extensión pero que dará juego) y el resto de animales humanos del matadero. ¿Destino? La superación personal, la reivindicación del yo dentro de un mundo enfermo y cruel. ¿Cómo? Sangre, sudor y semen. Así, tal cual. Esta parte culmina con dos escenas de catarsis: por un lado al fin se consigue reivindicar el yo; por otro, de manera poco menos que contrapuesta, la integración en el grupo. Dichos acontecimientos, en ese mundo distorsionado de Steven, sólo pueden lograrse a través del sadismo y la muerte.

La segunda parte, la más onírica, nos sumerge en el mundo de las vacas y cómo éste también evoluciona. Esta sección más adelante se revelará de gran importancia para llegar a la resolución de la obra, pero mientras la lee uno piensa no sabe bien hacia dónde se dirige. En esas páginas Steven se diluye integrándose con el rebaño. El yo, la autonomía, aparecen amenazados y pierden el rumbo. El fantasma del poder económico, algo que hasta el momento no había aparecido, ensucia la narración. En todas las páginas previas no había hecho falta el dinero como motor de la narración, y sin embargo en esa sección central se convierte en uno de los impulsos principales de Steven. Mal: desvirtúa la faceta poética deforma de la novela.

Pero la tercera parte vuelve a los derroteros de la primera, y lo hace a través de una comunión y una inmolación. De nuevo la carne y la muerte (pero qué cristiano es todo esto) como elementos que llevan a otra etapa, a la trascendencia. El delicioso canto de cisne Lucy obliga a Steven su propio camino. Pero éste, tal y como ya sabía él mismo, no le lleva a la integración con la gente de la pantalla de la televisión. Su sueño de normalidad ha acabado crucificado en la pared de su piso. La propia naturaleza y su hogar le fallan, obligándole a lanzarse a esa sociedad que sabe que no puede acogerle. Al fin y al cabo jamás ha pertenecido a ella. Sólo le queda el sumergirse en su tribu onírica, donde sí es alguien especial.

Y ya he destripado bastante la novela. Se nota que me ha gustado, ¿no?

La obra hubiera mejorado un poco corrigiendo algunos detalles estilísticos, defectos que cada vez veo con mayor frecuencia (la a veces incorrecta puntuación, y el excesivo abuso de los adverbios –mente). Pero esos problemas quedan apartados gracias a una línea de narración muy visual, incluso por momentos poética. Aquí se ve que el autor tiene don de evocar (aunque enfermo, oscuro y depravado); gracias a él uno se olvida (o casi lo consigue) de los defectos.

Antes de acabar quiero decir que en cierta medida el mundillo de Steven me ha recordado a ese mundo demente en el que se mueve El clan de los parricidas de Bierce, una sociedad en la que el sadismo y las relaciones familiares enfermizas están al orden del día.

Este Vacas se lleva un merecido ocho. Me parece que un texto que muy bien se le podría recomendar a cualquiera que busque un revulsivo, una lectura que estremezca y haga pensar en lo que se tiene y lo que se desea tener.

Un saludo.