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AA.VV. – Zombies

Hola-hola, culebras.

Mucho tiempo ha estado este libro esperando en la Pila, pero tras la última catástrofe Z necesito asegurarme de que existe calidad en este subgénero, aunque tenga que buscarla más allá de nuestras fronteras. Por ahora en lo que se refiere a autores españoles esa calidad brilla por su ausencia. Les daré un tiempo, desintoxicándome, a la espera de conseguir algún otro título Z español que parezca que merece la pena. Eso sí, visto lo visto no pienso pagar ni un duro por ella. Ya me lo pueden regalar, adquirirlo en la biblio o robarlo, pero no voy a soltar mi escaso dinero por un solo libro Z español. Esa actitud, por si alguno no lo sabe, es la consecuencia de esperpentos semejantes al libro recién leído. Si me engañan una vez –y se llevan mi dinero– bien por ellos: me han colado un gol, mi dinero va a sus arcas y la bilis a mi estómago. Si me engañan dos veces entonces el tonto soy yo, y por eso no paso. Olé para los inteligentes editores de Dolmen que han anulado, al menos en lo que a mí respecta y por ahora, el mercado Z español.

AA.VV. - Zombies

AA.VV. – Zombies

Pero vayamos al detalle de esta recopilación de título tan simple y claro, Zombies, que llega de la mano de J.J. Adams.

  1. El cuento que abre la compilación, ‘La foto de la clase de este año’ de Dan Simmons, me parece poco menos que perfecto. Narrado con una lentitud deliciosa, da pistas de la vida tras ‘la tribulación’ sin revelar nada concreto. La manera de llevar a la protagonista, su dedicación a su trabajo y cómo trata de seguir con la normalidad más allá de la hecatombe (una danza entre la demencia y la cordura), me ha parecido magistral. Descripciones llenas de viveza que sin embargo no pierden el ritmo, creación de un ambiente dibujado a la perfección a base de pinceladas cuidadas. Sólo unos nimios defectos de estilo (sobre todo el uso de adverbios –mente) impiden que le ponga un 10 a este cuento. Se lleva un 9 y sólo por él ya merece la pena haber empezado la lectura de esta recopilación. Lo malo es que deja el listo muy alto para el resto de relatos.
  2. Pues tras una auténtica joya llega el primer chasco. Y gordo. ‘Planes de emergencia zombie’, de Kelly Link, me parecido una completa tomadura de pelo. A ver: el cuento está escrito de manera más o menos eficiente (salvo algunos párrafos sueltos que no acaba de cuadrar con el resto) pero ¿zombis? Seamos claros: el tema de los zombis está metido con calzador. Si el protagonista tuviera por obsesión la cría del cangrejo en las rías gallegas, hablara todo el tiempo de ello y este libro fuera una recopilación de Relatos de cangrejos el cuento encajaría en él igual de bien. O de mal. De hecho de mal. Tan mal como que por estafa se lleva un rotundo 0.
  3. ‘Muerte y sufragio’ (Dale Bailey) empieza para mí regular, en tanto y cuanto que llevo muy mal el ombliguismo yanqui. Me parece de lo más ridícula la premisa del origen del alzamiento, y eso ya hace que el cuanto crepite en toda su extensión. Bueno, eso de ahí atrás lo había escrito sin haber leído todo el relato. Una vez acabado debo rectificar. Sí, me sigue dando la impresión de que tiene algo/bastante de ombliguista, pero ese detalle acaba pasándose por alto tras meterse en la piel del protagonista. El relato funciona, engancha (incluso con la traba que para mí supone el que esté ambientado en una campaña electoral americana) y a medida que las páginas se suceden vemos cómo el protagonista evoluciona. Y no sólo él sino también algún otro personaje. Este relato me parece otro ejemplo de cómo sacar jugo a los zombis (unos muertos vivientes que no se abalanzan contra los vivos sino contra las urnas. Si quieren visionar una versión mucho más torpe y resumida del relato háganse con el episodio 1×6 de la serie Masters of Terror) y con ellos crear una historia de seres humanos, de miserias y glorias, dramas y desastres. Además está bien escrito, lo que por ahora parece la norma. Qué pena que no suceda lo mismos con los autores parios que he leído hasta ahora. Le otorgo un muy merecido 8.
  4. Pues sí, estamos en la montaña ruZa. El cuento ‘Flores’, de Chan McConnell, es un texto típico y humilde. Una simple idea anecdótica. El propio autor lo admite: tuvo una imagen tiró un poco de ella y sacó esto. Me duele decir todo esto del cuento sobre todo porque encaja con los cuentos a la perfección que yo escribía antes: simples anécdotas que, ahora lo veo, sin un desarrollo más serio se quedan en nada. ¿Qué queda en el caso de ‘Flores’? Pues una imagen con toques gore y poco, muy poco más. Le pongo un 5 muy raspado.
  5. ‘El tercer cadáver’ (Nina Kiriki Hoffman) se queda a medio camino entre los dos cuentos anteriores: la historia va más allá de lo meramente circunstancial pero, aunque intenta darle fondo al personaje, no acaba de lograr empatizar y envolver al lector como hicieran antes ‘Muerte y sufragio’ o ‘La foto de la clase de este año’. Curioso el hecho de que este zombi no sólo razone, sino que hable e incluso se comporte de manera civilizada. Curioso pero no por ello problemático. Se lleva un 6 que tiene a 7. ¡Ale!, un 6’5.
  6. En ‘Los muertos’ de Michael Swanwick de nuevo nos encontramos con zombis tranquilos, incluso domesticados. Hay que admitir que esa manera de huir del tópico (horda caníbal descerebrada) que están demostrando los autores compilados se agradece. El relato juega con la ambigüedad, a saber discernir cual es el auténtico monstruo. Y en ese sentido, y siguiendo la mentalidad de Umbrella en la saga Resident Evil, acierta. Pero por desgracia se trata de un recurso sobreexplotado por la citada saga (y por no mencionar el ciberpum, con su concepto de corporaciones despiadadas que sólo buscan el beneficio, algo que le puede retrotraer a uno incluso a Los mercaderes del espacio). El final trata de dar un giro sentimental o sensible, pero que tampoco acaba de emocionar. Se lleva un 6.
  7. ‘El niño muerto’ (Darrell Schweitzer) me ha llamado la atención por la manera en que ha imitado el estilo de Stephen King. El horror se mezcla a partes iguales con las experiencias infantiles en plan It o Cuenta conmigo, por poner dos ejemplos reconocibles. Viajamos de la mano del protagonista a una infancia tópica de un chaval yanqui, a una prueba de madurez bastante especial que acaba… bueno, acaba. Un relato bueno pero que por su naturaleza casi de calco (en cuanto al estilo) pierde cierta frescura. Pero se disfruta. De nuevo un 6.
  8. Bueno, bueno. Ye empezamos con los relatos tramposos. El cuento ‘El zombie de Mathulsian’ (Jeffrey Ford) empieza por un derrotero, continúa por otro y, para sorpresa del lector, en el desenlace decide echar por tierra las pistas que da (y que apuntaban a un final no muy exigente) sólo para intentar crear un golpe de efecto. Pero no lo consigue, no. Es leer el final, recordar ciertas frases que aparecen apenas un puñado de páginas atrás y decir ¿esto qué es? ¿Me estás timando? Un ejemplo de cómo un cuento bien escrito acaba (y que de nuevo huye del tópico implantado por Romero) hundiéndose por un más desenlace. Se lleva, y quizá me parece excesiva, un 4 de nota.
  9. ‘Cosas bellas’ (Susan Palwick) le da otra perspectiva a un tema muy similar al de ‘Muerte y sufragio’. De nuevo entran en acción políticos y zombis bonachones. De hecho lo que más me ha agradado del cuento es la manera de presentar a los muertos vivientes, como si de niños de tres o cinco años se tratasen. Poco más me atrevo a destacar de este cuento, que apesta a un hipismo/buenrollismo que nunca me ha gustado (y que quede claro que se trata de una opinión personal, pero prefiero los textos con mala baba, algo por lo que este no despunta). Un raspadito 5 y na más.
  10. Los zombis agresivos al puro estilo Romero (lentos, tontos y en hordas) regresan a la compilación de mano de David Tallerman y su ‘El síndrome de Estocolmo’. El cuento se ajusta tanto al clasicismo, a lo que llevamos viendo años y años en las pantallas, que según se lee se olvida. Un 4.
  11. El cuento ‘Bobby Conroy regresa de entre los muertos’ de Joe Hill se mete en el mundo clásico de Romero de una manera engañosa: entrando en el rodaje de El amanecer de los muertos y con unos zombis que no son más que extras de la película. Pero sí, aunque de pega en el cuento hay zombis. Algo que chirría de verdad desde el primer momento es la mención, con aires de fama, a Tom Savini. A día de hoy todo el mundo metido en el mundo del terror cinematográfico sabe quién es Tom Sabini (aunque sólo le conozcan, y de vista, como Sex Machine :P) pero en 1977… va a ser que no. El autor ha querido hacer un homenaje al artista pero en ello se ha tirado piedras contra su propio tejado. Pero aparte de la aparición de Tom Sabini (e incluso del recién difunto Robin Williams) el relato prosigue retratando ese encuentro entre examantes en el rodaje de la película: una historia sencilla en la que se llega a confundir de manera premeditada lo que es un zombi. ¿Quién es el verdadero zombi? ¿Quién vive una vida de sin expectativas y gris? ¿Quién vive sin darse verdadera cuenta de lo que sucede a su alrededor? A esta historia sencilla y con corte intimista le pongo un 6.
  12. ‘Los que buscan el perdón’, de Laurell K. Hamilton, no destaca. Más aun, se hace aburrido y sin gracia. Aunque tenga algún giro argumental no deja de entrar en lo clasiquísimo de devoracerebros. Se lleva un 4 y ya.
  13. Del cuento ‘Hermosa como la noche’ (Norman Partridge) me gustaría destacar el enfoque que hace de la psicología zombi. Me ha gustado bastante esa manera desesperada de aferrarse a la cordura del protagonista, un tío despreciable pero al que al final de la historias llegas a compadecer. Debo ponerle un 7.
  14. Lo admito: ‘La pradera’ de Brian Evenson me ha encantado. Mucho. Muchísimo. Se le puede acusar de relato vacío, que no entra al detalle de qué sucede. Y en efecto, tiene esas carencias y puede que más. Pero tal y como dice Adams capta muy bien la esencia de Aguirre, la locura de Dios. El personaje de Aguirre me chifla desde que leí Las inquietudes de Santi Andía. Y esta versión salvaje, de pura supervivencia cruel y decidida (siempre adelante, te encuentres lo que te encuentres), me ha encantado. Un 8, le pongo un 8 y aplaudo por esos atisbos de horror (creado por los humanos, mucho más aborrecibles que los zombis) que Evenson me ha brindado.
  15. Otra vez la montaña rusa: el cuento ‘Todo es mejor con los zombies’ Hannah Wolf Bowen me sobra por completo. Puede que se deba a que lo leí en el metro, un viernes de regreso a casa agotado, pero no me enganchó nada de nada. Las páginas se sucedieron y no acabé de entender lo que sucedía… ni me dejó con ganas de releerlo. Un fracaso absoluto. Le pongo un 4 por eso de estar yo mismo zombi cuando lo leí.
  16. El cuento anterior lo leí grogui, tanto que cuando empecé con ‘Parto en casa’ el lunes siguiente ya ni me acordaba de que pertenecía a Stephen King… hasta que empecé a avanzar las páginas. El estilo de King resulta inconfundible, arrastrando al lector a las nimiedades de la vida de la protagonista con una detalle y precisión que sin embargo en este caso me atrevería a decir que excesivas. El cuento, aun en sus treinta y tres páginas de extensión, se resume a una simple escaramuza (de nuevo tenemos zombis de Romero, agresivos y devoracerebros, y una población que trata de resistirse a su ataque). Pero que gracias a la manera de escribir de King nos describe casi por completo no sólo el entorno en el que se produce, sino la propia mentalidad de los protagonistas. Sólo hay una escena que a mi entender sobra: la del asteroide y la nave. No aportan nada, de verdad, porque si se quiere considerar eso una justificación a mi entender falla de manera estrepitosa. Salvando esa mancha, un relato agradable. No lo mejor de King, ni de lejos (hace mucho que no lo leo, pero juraría que el relato ‘Abuela’ de King tenía más calidad que este ‘Parto en casa’, y encajaba de igual manera en la compilación), pero agradable. Ale, un 6.
  17. En ‘Las chispas ascienden hacia el cielo’ (Lisa Morton) volvemos a encontrarnos con zombis de Romero, si bien lo interesante del cuento no recae en ellos sino en el tema que trata la historia: el aborto. Tras una historia sencilla la autora se atreve a adentrarse en un tema que hoy por hoy sigue siendo conflictivo (conflicto generado por los de siempre, claro: los que quieren imponer su manera de pensar en otros, los que velan por ‘la salud’ de un potencial al mismo tiempo abandonan a su suerte e incluso aplastan y arruinan a los que ya están ahí). De hecho en la hay unos párrafos poco menos que para enmarcar. Supongo que este cuento le habrá traído a su autora ataques de esa panda de cavernícolas. Una pena no poder hacer con ellos lo que hace la protagonista al final del cuento: el mundo estaría mucho mejor. Bueno, que me disperso. El cuento se lleva un 7 sobre todo por el arrojo al tratar el tema.
  18. Si me dicen que ‘Hombre de burdel’ no pertenece a George R. R. Martin lo entendería: la redacción y el estilo sólo los puedo calificar como horribles. Me han acabado doliendo los ojos de tanto ‘ser’, ‘era’, ‘fue’. Por dios. Entiendo que Ellison® rechazara el cuento pidiendo una reescritura de cero, pero es que le diría lo mismo con esta segunda versión. Horrible me parece poco adjetivo. Con esto me demuestra de nuevo mi ‘teoría’ de que a algunos ya se les publican por inercia, por el simple nombre. El cuento avanza a través de párrafos normales, torpes o vergonzosos, narrando una historia previsible pero no por ello carente de encanto. Ojo, insisto: el encanto está en la historia. Con todo se merece un 5 y va que chuta.
  19. El clasicismo puro entra de la mano de Joe R. Lansdale con ‘El camino del muerto’. Se trata de un cuento sencillo y modesto, tanto en la trama como en la forma, y del todo olvidable. Aunque está incluido en el libro como relato de zombis la verdad es que se trata de un cuanto de fantasmas, y muy en la onda de Salomon Kane. Ese parecido con la obra de Howard queda en evidencia a todo lo largo del cuento, desde el protagonista hasta el propio desarrollo de la historia, haciendo que la lectura se haga aburrida y previsible. La verdad, para leer este ‘El camino del muerto’ mejor me leo los relatos de Salomon Kane. Se me ha hecho más interesante, aunque no deja de entrar dentro del tópico, la narración de Antiguo que el resto. Le pongo un 5 y bastante.
  20. En ‘El muchacho con cara de calavera’ David Barr Kirtley juega con la ambivalencia. Por un lado nos presenta a zombis del tipo descerebrado agresivo y por otro a muertos vivientes inteligentes y meditativos. ¿Razón para la existencia de esas diferencias? No lo acaba de decir a las claras. Parece que él mismo se mete en un berenjenal con ese tema, más aún cuando queda claro que hay muy pocos de los inteligentes, lo que invalida la idea de que tiene por origen la muerte brusca. En torno a esta dualidad de los zombis se compone un relato superficial con toques mesiánicos, pero vistos desde la perspectiva de un particular Aarón. El resultado final no está mal, si bien no destaca. Un 6.
  21. El punto intimista y humano regresa de la mano de Nancy Kilpatrick con ‘La era de la aflicción’. El relato se encuadra en la tradición de supervivencia combinada con recuerdos de un pasado mejor. Y es con esos recuerdos con los que el texto gana enteros. La autora profundiza en la protagonista acercándonos a su desgracia y soledad… sólo para de seguido repelernos con un mensaje jipioso con el que intenta ‘explicar’ la hecatombe. Lo que se dice: una de cal y otra de arena. Por ello se lleva un 6 cuando muy bien podria haber sido más.
  22. Es nombrar a Neil Gaiman y pensar ‘humo, me van a vender humo’. Así que he empezado a leer su ‘Amanecer amargo’ con cierta distancia y recelo. El relato sigue su estilo a lo Stephen King. Demasiado a lo King, diría yo. Avanza, avanza y avanza… para de repente descubrir que Gaiman ha metido en este volumen su versión propia de El alma del vampiro. Vaya con la originalidad. Trato de olvidar el plagio y sigo leyendo. Hasta que llego al final y me pregunto: ¿y? Joder, vaya pérdida de tiempo. Absoluta, monumental. Coge de King lo mejor y lo peor y lo integra en este relato: la manera de recrear personajes (lo mejor) y a eso le suma el no saber resolver las situaciones. He acabado el relato tal cual lo he empezado. Bueno, no: además mosqueado con ese cambio final en la línea de tiempo. ¿Lo releo, tal y como el autor sugiere? Pues va a ser que por ahora no. Y se lleva un 3.
  23. El humor llega gracias a ‘Con las tetas a la tumba’. Y digo humor pese a que no tengo muy claro que la autora, Catherine Cheek, hubiera buscado eso. Pero oye, me he reído con las desgracias de esta Barbie rediviva. Aparte de eso poco más se puede decir de este relato insustancial de resolución apresurada. Sólo por las risas le pongo un 5.
  24. ‘Tan muertos como yo’ (Adam-Troy Castro) nos presenta la solución mimética ante un apocalipsis zombi. En el relato el narrador juega a contar todo aquello que el personaje no puedo (o mejor dicho, no debe) hacer. De esa manera cómplice nos sumergimos en sus desgracias y carencias, acabando por comprender e interiorizar su angustia… y su catarsis. Da pena descubrir el estilo torpe de escribir de Castro, que embarra la historia haciendo que no se lleve una mejor nota. ¿Cuál le pongo yo? Pese a sus defectos formales debo ponerla un 7.
  25. Sin quererlo yo, e ignoro si el editor, en ‘Zora y la zombie’ de Andy Duncan me encuentro por segunda vez con Zora Neale Hurston (la primera vez en el relato de Gaiman), persona de la que no sabía nada de nada. Tal y como da a entender el autor seguro que sin conocer a la señora Neale no se captan todos los detalles del relato. Aun así el señor Duncan ha sabido urdir una historia interesante en torno al concepto original del zombi, el del vudú y Haití. La escena del regreso de Erzulie queda un poco coja: parece un pegote efectista sin explicación clara. Pese a ello uno palpa y se sumerge bien en ese Haití de la primera mitad del siglo XX en el que el terror a los zombis entraba dentro de lo cotidiano a la misma altura que la pobreza, el hambre y las bandas callejeras. Recuerdo haber visto de niño un programa (no sé si del difunto Jiménez del Oso) acerca de un caso similar al de Felicia, una persona que había ‘regresado’ tras una supuesta muerte. La historia me impresionó más que anda por el carácter de documental con el que se narraba. A ver: era un crío y por aquel entonces me encantaban los programas tipo a los de Jiménez del Oso. Ahora me río a la cara y le escupo a su discípulo, Iker Jiménez, manipulador, teatrero y farsante donde los haya. Bueno, el cuento de Duncan posee ese aire cristalino y cercano, plausible, que creí ver en ese documental que vi de pequeño. Funciona, y lo hace muy bien. Pese a sus pequeños defectos, como el ya citado de la aparición de Erzulie, me ha parecido una pequeña delicia el acompañar a esta Hurtson escritora que intenta sumergirse en sus raíces. Le pongo al cuento un muy merecido 8.
  26. Bien, bien, bien. El cuento ‘Calcuta, el señor de los nervios’ de Poppy Z. Brite me ha permitido reconciliarme conmigo mismo. ¿A santo de qué viene esto? Pues a que este cuento sigue la estructura y desarrollo de los que yo escribía tiempo atrás: la trama existe pero no posee un peso importante en comparación con la atmósfera. Leyendo el cuento nos descubrimos a nosotros mismo recorriendo esa Calcuta tan llena de horrores como de vida. Descripciones ricas y acertadas, desarrollo de ambientes y trasfondos, de historias apenas susurradas pero muy sugerentes. Una delicia. Recuerdo que el libro de Brite que he leído no me dejó buen sabor de boca. Sin embargo este relato, esta inmersión pausada y aterradora en una ciudad moribunda, me ha encantado. Y me ha confirmado que el estilo que yo usaba (centrado en tejer sentimientos, pintar atmosferas, insinuar desgracias y sugerir amenazas más o menos veladas) no sólo sigue vivo sino que, aunque sólo sea más allá de nuestras fronteras (donde parece que vende más lo directo y burdo que lo lento y elaborado), es aceptado e incluso apreciado. Sí, acabo: que le pongo un espléndido 8 a este cuento. Qué gusto leerlo, por dios. Parece que el libro remonta a medida que se llega al final. Eso mola. Y mucho.
  27. Los zombis de ‘Seguidos’ (Will McIntosh) no sólo no tienen una actitud agresiva sino que su manera tan calmada y paciente de perseguir a sus ‘víctimas’ roza el patetismo. El relato posee un claro, meridiano, mensaje moralista. Quizá ese detalle haga que no me acabe de funcionar, si bien no voy a negar que se le acaba tomando un poco de cariño a la criaturita. Funciona lo justo para llevarse un 5.
  28. ‘La música del zombie’, por muy que venga de los manos de dos monstruos de las letras como Harlan Ellison ® y Robert Silverberg, se queda en un relato sencillo. Como mucho sencillo. Juega con la emotividad de una manera cercana al anterior ‘Seguidos’, pero éste carece de detalle final, o al menos no tiene ni la mitad de gancho que el oreo cuento. Historia muy olvidable, lo que la hace merecedora de un triste 5.
  29. Con la Iglesia hemos topado, querido Sancho. Eso más o menos se puede decir de este ‘La representación de la pasión’ de Nancy Holder. Partiendo de la bastante increíble base de ‘una nueva Iglesia Católica surgida tras la hecatombe zombi’ (increíble más que nada porque esa mierda supersticiosa e hipócrita está tan podrida de dinero, poder y orgullo solo cambiará cuando muera su último fiel y su último sacerdote), la autora enfrenta al viejo mundo (el anterior al alzamiento zombi así como el de la mezquina dualidad de poder y religión) con la nueva realidad de que sobre la tierra caminan criaturas como los zombis. En esa situación un representante de los viejos valores (los auténticos que predicó el judío de Nazaret) se enfrenta a los poderes de su tierra y de su organización, todo ello para poder demostrar y propagar su mensaje de amor. Soy ateo, de los ateos que no pestañearían en eliminar de raíz toda religión (primero a través de la educación y la cultura, y si hace falta a los más recalcitrantes y obtusos a sangre y fuego), pero aun en mi condición de ateo comprendo y admiro el mensaje que algunos fundadores de religiones transmitieron. Mensajes como el de Jesús de Nazaret. Ese mensaje se plasma en este relato enfrentándolo con el poder jerárquico y egoísta que se adueñó de él: el clero y la Iglesia (jodido mensaje confuso de Mt 16, 18 ‘y sobre esta piedra edificaré mi iglesia’. ¿Por qué no se escribió ‘y en este prado –por ejemplo– edificaré mi iglesia’ y así se libró la humanidad de los sucesores de Pedro y Pablo?), junto a las estirpes del poder económico. El protagonista se enfrenta a un destino de ostracismo para defender y reivindicar los derechos de los más débiles. Coño, tópico pero con mensaje reivindicativo y (EMHO) potente. El final del relato es de traca, en el sentido bueno de la palabra: predecible pero no por ello menos potente. Se disfruta palabra por palabra. Muy bien. No se merece menos de un 8.
  30. Coño con el título del cuento de Scott Edelman: ‘Casi el último relato de casi el último hombre’. Tiene no sé qué de trabalenguas. Bueno, al lío: la lectura de este ‘Casi’ resulta un poco cansina. Arranca y para. Y vuelve a arrancar, y vuelve a parar. El texto ejemplifica a la perfección gran parte del género de zombis en España (al menos el que he leído): repetición de historias con las justas variaciones para que no se copien entre unas y otras, y por eso mismo la antítesis a la inmensa mayoría de los relatos de este libro. Nada nuevo bajo el sol, y además con un ruptura del cuarto muro que no ayuda a tomarse en serio el cuento (aunque lo de tomárselo en serio puede que no sea exigencia obligatoria). Pese a todo entre todos los relatos apuntados hay uno que quiero destacar: el del cura. La imagen de la misa y la comunión me han gustado. Mucho más que esas personas que parecen muñecos, en vista de la manera tan fácil con la que los zombis les desmiembran: vamos, leyendo esto parece que con estornudar se no caer un brazo o una pierna. La historia se lleva un justo 5.
  31. De ‘Así declina el día’ de John Langan se puede ya de entrada que al menos se merece un punto por la originalidad: ha usado el formato de guion teatral para narrarnos la historia. Y ahí acaba lo interesante de este relato: al autor nos presenta una sucesión de escenas tópicas que llegan a aburrir (a mí incluso me arrancaron bostezos). Porque narra lo que ya se ha contado mil veces en este género: encuentros con zombis vistos desde la perspectiva de gente normal sobrepasada por la situación, individuos que no saben enfrentarse a ‘lo que antes era su vecino y ahora es otra cosa’. Bla, bla, bla. Lo dicho: aburrido, predecible, reiterativo. Ale, un 5 y a m*****a a Parla.

Leídos todos los relatos la media obtenida ni siquiera llega al bien, quedando en un 5’69. Pero esa nota puede engañar, haciendo pensar que el libro apenas valga la pena. Yo no saco esa conclusión: en este volumen uno encontrará auténticas joyas, relatos olvidables y cuya mera inclusión ya hace a la recopilación  merecedora de ser comprada. Además, aunque otras historias no posean esa calidad narrativa sí que permiten al lector ver que en el subgénero Z no todo se reduce al mismo concepto de zombi–devora–vivos: la rica panoplia de versiones del no–muerto que aquí se descubren (pese a lo que otros digan) le permite a uno fantasear e ir más allá del tópico. Ya sólo por eso se podría recomendar el libro.

Vamos, que sí, que el libro merece la pena. Lo único malo el precio, que tira para atrás por lo caro…

Un saludo.

Alfonso Zamora Llorente – De Madrid al zielo

Hola, ofidios.

Esta reseña la voy a empezar a redactar cuando todavía me queda más de un tercio para acabar el libro. No suelo hacer algo así, pero es que con lo leído hasta ahora lo tengo bastante claro, el menos para escribir el grueso de la reseña. Esperaré a acabarlo para rematar la faena, esperando una sorpresa que me haga cambiar de opinión. Aunque lo dudo.

¿Qué hay en este De Madrid al zielo de Alfonso Zamora Llorente (así, con dos apellidos) que me haga adelantar la reseña? En pocas palabras: la lectura se está volviendo poco menos que una tortura. Y esta vez no por culpa del autor (o al menos de una forma directa) sino de la labor inexistente, o vergonzante (o ambas cosas), de Roció Arroca. ¿Quién es esta mujer que no aparece como la autora pero que recibe estas cariñosas palabras mías? Pues la que en los datos editoriales aparece como correctora.

Pero antes de arremeter contra ella vayamos por partes.

De Madrid al zielo es el segundo libro español de temática Z que leo. Del primero guardo un infausto recuerdo, pero… aquí viene el ‘pero’: ese libro, aun con sus enormes carencias, pertenece al tan actual fenómeno de la autoedición. Hay que situarse dentro de lo que supone la autoedición: una sola persona se ha currado, con sus más o menos limitados conocimientos, una novela; ha escrito, maquetado y lanzado el texto al mar de la edición digital; se supone que no ha tenido a nadie con él que le guiara, le corrigiera y le orientara. Sí, al final quedó una auténtica chapuza de libro, pero olé sus huevos: el señor Arnaldos lo ha intentado él solito. Sólo por ese pundonor ya se merece una migaja de admiración.

Pero en De Madrid al zielo nos encontramos con algo muy diferente. La base apenas difiere respecto de Crónicas zombi: Preludios y orígenes: al igual que el señor Arnaldos, el autor de De Madrid al zielo (Alfonso Zamora) empezó con esa maravilla tan democrática y accesible llamada blog. Al parecer en ese formato empezó el embrión de la historia, pese a que (leyendo lo leído) el señor Zamora no tuviera ni la menos idea de escribir. Pero ahí acaban los paralelismos entre De Madrid al zielo y Crónicas zombi: Preludios y orígenes. De quedarnos ahí hubiera recibido una reseña similar. El autor se llevaría una serie de collejas por su pésima (por no decir nula) calidad literaria y acabaría con un ‘ánimo, a mejorar y ya veremos qué tal la siguiente’.

Pero no. De Madrid al zielo llega a mis manos editada por una editorial con bastante fondo bibliográfico, Dolmen. Más aún, en el libro aparece nombrada Roció Arroca como correctora. Tengo la manía, puede que mala, de empezar a leerme un libro por la primera página, esa que tiene lo del ISBN y demás gaitas. Así que al encontrarme con la señora Arroca me dije ‘oye, un libro que va a estar, al menos en cuanto a la forma, bien redactado’. Craso error. Por decirlo en pocas palabras: la redacción, casi de cabo a rabos, es un absoluto despropósito.

Alfonso Zamora - De Madrid al zielo

Alfonso Zamora – De Madrid al zielo

De entrada decir que me asusta ver que un texto escrito en el mismo idioma de la edición necesite la presencia de un corrector. ¿Qué tipo de horror ha llegado a la editorial para que deba contratar a un corrector y como tal acreditarlo en la edición? A ver, que no hablamos de una traducción de ruso predinástico, sino de un texto escrito hace menos de cuatro años en español, le mismo idioma con el que lo leo. ¿Tan mal estaba la redacción inicial para necesitar ese tipo de ayuda? Eso de entrada me habla muy mal del señor Zamora: ¿sabe escribir dos líneas seguidas sin que requiera que alguien le ayude? ¿Qué maravilla de trama y personajes ha creado para que un editor asuma el sobrecoste de un corrector a la hora de sacar a la luz ese texto? Sin duda debe de tratarse de el libro de este género, la joya máxima.

Por eso exijo que lo que voy a leer tanga buena calidad tanto en el fondo (esa maravilla que implica sobrecostes) como en la forma (ha habido un profesional del estilo repasando ese aspecto del texto).

Vamos, que no me sirve que el señor Zamora no tenga ni idea de escribir, que no acierte a poner bien una sola frase (cosa que demuestra al no saber ver errores de concordancia y de ‘mala elección de palabras’ como el que le puse en el twitter): para eso está la señora Arroca, para pulir todos esos errores.

Pero ¿qué ha hecho esa mujer cuando me encuentro una sintaxis execrable, poco menos que de párvulo? Mis ojos sangran al leer algunas frases. Me estoy viendo obligado a ‘repuntuar’ mentalmente todo cuanto leo: colocar/eliminar/añadir los signos de puntuación de la correcta manera para tratar de sacar el significado que creo que quiere trasmitir el autor.

¿Ha usado la señora Arroca el famoso método de leer en voz alta lo que escribe? ¿Sabe que todo signo de puntuación lleva asociada no sólo una pausa en la lectura sino una respiración, e incluso pueden suponer un cambio de entonación? ¿Conoce el uso y utilidad de los signos de puntuación… o se ha limitado a sembrarlos por el texto esperando que se coloquen solos tras un tiempo al barbecho?

Leyendo (o mejor dicho sufriendo) el libro veo que no, que la señora Arroca no tiene ni la más remota idea de dónde hay que poner un punto, una coma, un punto y coma, unos paréntesis… Si no fuera responsabilidad de ella, o de su jefe, le regalaría un manual de estilo, o al menos algo en plan ‘Las 500 dudas más frecuentes del español’. Coño, o aunque sea el interesante Mientras escribo de King: supongo –quiero pensar– que podría sacar algo de esa lectura.

En serio: me ofende que en un texto alguien aparezca como ‘corrector’ y aun así me encuentre con este absoluto despropósito. Si al menos se tratase del texto tal cual del autor, en plan autoedición…

A eso hay que añadir el abuso de los verbos comodín como ‘ser’ y ‘estar’. Con la riqueza y colorido de verbos que tenemos en nuestro idioma, verbos que permiten jugar con el lenguaje de una manera precisa y muy visual, el abuso con el ‘ser’ y ‘estar’ hace que el texto se arrastre con excesiva torpeza. Parece que el redactor apenas sabe desenvolverse más allá de las ¿mil? palabras del español cotidiano.

Otro detalle que resulta en extremo cansino lo tenemos en que el texto está sembrado de verbos modales del tipo –­mente. A ver, que no sólo yo lo digo. El propio Stephen King (un don nadie) recalca que hay que huir de ellos como de le quema, que esos adverbios matan las descripciones y el ritmo. Yo, al leer la manera en que a veces se encadenan dichos adverbios, noto como mis tripas se revuelven. De verdad: todo adverbio oculta dentro de sí una descripción, sólo hay que saberlas desenterrar del texto. A continuación me había currado un ejemplo de ello, pero no me voy a poner a pontificar, máxime cuando jamás me han publicado nada de manera seria.

¡Oye, que está narrado en primera persona, y la gente habla con adverbios modales cada dos por tres y con un lenguaje sencillo! Eso me lo puede decir alguien como respuesta a esa crítica. Y sí, vale: el libro está en su gran mayoría narrado en primera persona, en la del protagonista. Pero eso no es un ‘vale todo’. Aquí debo volver a decir que ese estilo en primera persona ya me empieza a apestar: lo veo como un escudo tras el que se esconde el ‘escritor’ carente un mínimo manejo del idioma. ‘Como la historia la narra alguien normal uso lenguaje normal, o incluso analfabeto. Se me entiende lo que digo, ¿no? Pos fale’. Ea. Me calzo las botas de una persona con una cultura reducida y hago de la mediocridad en el lenguaje el vehículo para narrar cualquier cosa. Y me quedo tan ancho. Lo dicho: hay autores que en sus obras enarbolan, casi con orgullo, su reducido manejo del idioma. Y lo peor: editores que lo permiten. Mucho me temo que en este reducto del subgénero Z hay mucho, o demasiado, de esto.

Pero sigamos con la señora Arroca. Su nula y al mismo tiempo nefasta labor revela la casi sin lugar a dudas horrible redacción del señor Zamora. Porque si corregido está así de mal no me quiero ni imaginar cómo estaría el original. La señora Arroca le ha dejado al pobre con el culo al aire, le ha traicionado, vendido, apuñalado. Bueno, la señora Arroca y de paso el editor. Ya me habían hablado mal de las ediciones Z de Dolmen (sobre todo en el sentido de publicar textos con muy baja calidad literaria), pero hasta ahora no lo había padecido en propias carnes. De verdad, me horripila lo leído (hablando sólo del estilo, de la forma). Tras ello no tengo ninguna gana de leer nada más de la serie Z de Dolmen. Ni corregido ni sin corregir. Lo dicho, como alguien que creo que tengo una cultura literaria mínima y un nivel de exigencia acorde a ésta, como alguien que intenta redactar siempre de una manera por lo menos ajustada a la norma y con propiedad (cuidando en transmitir bien lo que quiero transmitir), me ofende que alguien ‘profesional’ edite semejante despropósito y pretenda que la gente pague por ello. Menos mal que el libro me lo han dejado: me hubiera dolido descubrir que mi muy escaso dinero acaba tirado a la basura con esta compra.

Y eso sólo hablando de lo relativo a la forma.

Ante dije que, en vista de que le editor se ha gastado el dinero de un corrector, la historia debía merecer ese sobreesfuerzo. Pero por desagracia no es así: el fondo queda acorde con la forma. Y en esto la culpa entera ya recae en el señor Zamora. En la obra se encadenan escenas tópicas, una tras otra. Como ávido consumidor del cine del genero zombi todo lo que leo lo he visto una y mil veces, cambiando algunos detalles, en la pantalla. Bien, desde hace décadas sé que ese subgénero está tan limitado que, aparte del divertimento fácil del cine (y ello con el cerebro apagado), me resulta muy difícil de encontrar en él sorpresa o emoción genuina. Ese campo, el de sudar y de verdad sentir la asfixia de un estallido viral, lo dejo para cosas tan entretenidas como los juegos de mesa (ese maravilloso Zombies!!!!!) o los videojuegos.

Pero no en el texto. O al menos no según lo poco que ha llegado a mis manos.

La sucesión de tópicos de De Madrid al zielo está acompañada de más defectos. Desde los tontos (como decir que en Madrid, en enero, a las siete ya ha amanecido) hasta los de más peso (la muy torpe descripción del estallido: resulta del todo increíble, por infantil, la manera en que reaccionan los organismos oficiales). El autor acude al recurso fácil de encontrarse todo infestado de zombis, sin aprovechar la oportunidad de tener a testigos viviendo cerca de una supuesta zona caliente para describir de primera mano el estallido. Supongo que eso habría supuesto meterse en camisa de once varas: mucho más cómodo introducir un par de mensajes oficiales y ¡tachán! todo lleno de zombis.

Entre medias, antes del estallido y luego después, la cosa empieza a apestar a poderes psi. A ver, lo admito: en el tema de los zombis me considero muy, pero que muy tradicional. Y no me refiero a que sólo me gustan los lentos, no. Disfruté como un enano con la versión de Zack Snyder de El amanecer de los muertos, o con 28 días después (la de 28 semanas después sin embargo me parece una absoluta basura). No me refiero a eso, sino a que si estamos con muertos redivivos no estamos ante Jean Grey, Charles Xavier y el resto de patrullosos. Vamos, que tolero regulín a Alice (Resident Evil), y esto me apesta a que algo similar va a pasar.

El tratamiento infantil de la situación se propaga a los diálogos, a las escenas, a las situaciones, a la manera de reaccionar los personajes. Estos chirrían en múltiples niveles: en general todos son bastante planos (algo provocado por la acción que no cesa, que no da tiempo a recapacitar o a profundizar), y algunos de ellos poco menos que infantiles o melodramáticos (por no hablar de veletas). Los diálogos tampoco deslumbran, sobre todo cuando los personajes lanzan discursos artificiales que no se sabe bien a que vienen. Bueno, sí se sabe: si estuviéramos ante un texto decimonónico sí que tendrían sentido; con una persona sencilla del siglo XXI no.

A continuación pongo algunos simples ejemplos de cositas que me han chirriado.

  • El policía que no se presenta como tal a los militares. Incluso parece que se escuda y esconde tras su familia. Entendámonos: esa reacción es 100% lícita y comprensible. Pero de igual manera el autor debería, aunque sea con unos comentarios de refilón, dejar un poco clara la actitud del policía; más aún cuando se encuentra con un destacamento militar y no oculta su adiestramiento. ¿Acaso el jefe del destacamento, al comprobar ese manejo de las armas, no tiene con él ninguna palabra para saber el origen de esa destreza? ¿No le pide que se una a la fuerza? Si el poli se niega, ¿no se dice el por qué ni su motivación? Además de que como policía, más allá de trompos con el coche y mala leche, demuestra ser bastante poco previsor: en vista de lo que se avecina no tiene las luces como para acaparar munición y armas, aunque eso implique robarlas de la comisaría. A ver: los maderos que conozco ya acaparan en casa (en su armero privado) munición y armas. Y éste, consciente de lo que va a caer, no lo hace. Tonto no; lo siguiente.
  • El protagonista que habla de sus compañeros de trabajo pero no describe lo que hace. En un momento dado habla de que ‘en el instituto estudio algo de radio’. ¿Es teleco o qué? Aparte de que se nota que es una proyección del autor, un ‘tío guay que está en todo, es súper bueno, un idealista, un mediador y se apunta a todo porque él lo vale’.
  • Tenemos mujer­–de, novia–de, amigos–de… y para todos ellos se puede decir que no hay nada de descripciones de trasfondo. El nombre, su trabajo y poco más. Como si se trataran de simples adornos de fondo. Incluso cuando intenta describir a uno se equivoca. Lorena aparece en las primeras páginas como una mujer atractiva de la que destaca su vestido de negro; en las páginas centrales de repente se dice que siempre ‘lleva algo rosa de Hello Kitty’. Si siempre lleva algo de Hello Kitty ¿por qué no se describe algo de esa marca la vez que entra en el bar?
  • El único en el que se profundiza un poco con respecto a su trabajo (y por necesidades de argumento), el periodista, muere a las primeras de cambio. Vamos, que desaprovecha lo ya escrito.

Creo que al señor Zamora le hace falta leer mucho, pero mucho, a autores que hagan un buen tratamiento de los personajes (por ejemplo Stephen King) y descubrir cómo enriquecerlos.

Un detalle que se me ha hecho confuso en la parte media de la novela: el paso del tiempo. En un momento dado parece que tenemos a ‘los militares’ viviendo los acontecimientos un mes pasado el estallido, y por otro lado a ‘los civiles’ pasada apenas una semana desde ese momento. Cuando las dos líneas de acción se juntan uno descubre, o cree entender, que ese mes de los militares contaba desde mucho antes que el estallido tal cual conocido por los civiles. En el resto de la novela el tiempo va a trompicones, usando mucho la elipsis. Admito que ese recurso, sobre todo en situaciones o ambientes de stress, cada vez lo veo más inadecuado. Ese tipo de situaciones creo que requieren un tratamiento lineal, como por ejemplo el de La cúpula.

Otra nimiedad pero que sigo sin entender. ¿Por qué en este tipo de historias se evita usar la palabra ‘zombi’ para describir a los bichejos? ¿Escuece reconocer que se trata de eso o qué?

La ambientación, así como las descripciones, apenas existen. Todo se basa en que el lector conozca Madrid y los sitios mentados. Si no está del todo perdido. No hay el menor esfuerzo por crear atmósfera o tensión ambiental, salvo el hecho de acumular más y más zombis a la vista. Me viene a la cabeza, y se confirma un poco más, que este tipo de novela Z patria sólo sabe jugar con lo cercano, usando los escenarios locales como guiños de complicidad con el lector. Supongo que los madrileños, y vallecanos, puedan disfrutar con la mención a las calles y edificios; el resto de lectores de fuera de Madrid… pues lo dudo. Me dan ganas de perpetrar una novela similar pero ambientándola en Santander y así tentar a mis antiguos vecinos. Pero no, no voy a usar ese ardid tan fácil: me conozco y de hacerlo no podría evitar ‘perder el tiempo’ tejiendo atmósferas, dibujando personajes, intentando crear giros de guion y sorpresas. Vamos, todo lo que se ve que no aprecia o exige el editor (¿y el lector medio?) de estos pastiches olvidables. Aparte, dejé de escribir ficción hace años.

Que me disperso.

Ahora voy a hacer un comentario más personal que nada, y con el que espero no ofender al autor, pero es lo que he sentido a lo largo de la lectura. Creo entender que la novela se trata de una especie de enorme masturbación del señor Zamora. Lo digo por la manera de idealizar al personaje protagonista, que además se llama como el autor, Alfonso. Creo que le hubiera gustado vivir, si no todo, gran parte de lo descrito (entiendo que no le desea pegarle un tiro en la cabeza a su padre, por ejemplo). Pero me da esa impresión: ‘me lo paso bomba porque escribo lo que quisiera hacer y de la forma en que lo quisiera hacer’. Bien por él. Además va y le publican el texto, y con éxito (como al parecer ha sucedido). El hombre debe estar retorciéndose de orgasmo en orgasmo. En eso sólo puedo decirle eso de ‘olé por él’.

Aunque para un lector algo exigente leer la novela suponga una tortura.

Espero que, visto lo visto en cuanto a subgénero Z patrio, las dos compilaciones de cuentos que tengo en la pila (todas ellas de autores extranjeros) suban el nivel. La verdad, mejorar lo presente no debería costar mucho. Otra cosa distinta es que me logren sorprender: habrá que verlo, o mejor dicho leerlo.

Este De Madrid al zielo de Alfonso Zamora se lleva un muy benigno 4. Sólo para obsesos acérrimos de los pastiches Z.

PD: si ocurre lo mismo que con Crónicas zombi: Preludios y orígenes tras esta reseña alguno se ofenderá, puede que incluso el señor Alfonso Zamora o la propia Roció Arroca. Que se ofenda quien quiera: por ahora vivimos en un país libre. Pero si se indigna que piense para llegar a la lectura del libro alguien lo ha pagado, alguien que tras soltar su dinero se encuentra con eso. A ver, con sinceridad: ¿el libro posee tanta calidad como lo que cuesta? Pagar un libro le supone al español medio gastarse un importante porcentaje de sueldo. Al realizar ese esfuerzo el lector puede (y creo que debe) exigir un mínimo nivel de seriedad, sobre todo por parte del editor, que al fin y al cabo es el filtro principal. Un lector que paga debe recibir a cambio una contraprestación en forma de calidad. No todo vale, señores de Dolmen.

No todo vale.

Fin de la primera parte

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Walter Greatshell – Apocalypso

Hola, culebras.

Walter Greatshell - Apocalipso

Walter Greatshell – Apocalipso

Tras algo más de un mes extraviado regresó a mi vera la tercera y última parte de la saga de los xombies, Apocalipso. Vaya ansia, podría decir alguno. Y la verdad es que sí: tenía ganas de leer la conclusión de esta saga de Greatshell. Lo que en un principio parece una simple saga de humanos contra engendros, con todo su tópico trasfondo de flashbacks en un intento no logrado de aportar fondo a los personajes, bien mediado el segundo libro me deparó una gran y grata sorpresa: la trama tomaba, así de improviso, tintes de horror cósmico. Sólo gracias a esa nueva subtrama (que de hecho se convierte en el fundamento de toda la historia) nacieron en mí las ganas de saber cómo la desarrolla en este tercer y último libro.

Pero las cosas claras: desde un primer momento se me hacía muy complicada la tarea de encajar la amenaza cósmica con la –hasta el momento– no muy sorprendente historia de los xombies y los humanos. Más aun si se tiene en cuenta que Apocalipso no suma muchas más páginas que los otros volúmenes. Pero en la literatura ya ha habido saltos de escala que pasen de lo individual a lo planetario o cósmico, como muy bien demostró Benford en su ‘Saga del centro galáctico’.

Entonces, ¿qué encuentra uno en Apocalipso? Pues por desgracia nada de nada. O mejor dicho, más de lo mismo: flashbacks de longitud exagerada, introducción de nuevas tramas, escenas erráticas, mal engranadas y peor explicadas. Hay saltos temporales en el progreso de la trama que carecen de sentido, más aun cuando el autor dedica páginas y páginas a explicar hechos pretéritos: ¿por qué le da tanta importancia a los increíbles tejemanejes de Sandoval cuando luego maltrata al personaje abandonándolo a su suerte (en el sentido de que desaparece de la narración) y obligando al lector a adivinar/fantasear lo que le pasa en el presente? Todo apunta a que Greatshell pretendió conseguir una especia de novela río (intento loable, por supuesto) para acabar perdido entre tanto personaje y tanto trasfondo, incapaz tanto de dar peso a ese abanico de personajes como de encajar bien sus historias y tramas. Sin tener que ir a sagas hay ejemplos de novela río con variedad de personajes y bien llevados, incluso de manos de autores primerizos como Camino desolación (Ian McDonald).

Pero bueno, dado que el autor estaba empezando a escribir novela esos fallos se le pueden permitir.

Otra cosa es la manera de hacer avanzar la novela. Decir que avanza a trompicones es quedarse corto: a los saltos temporales antes dicho hay otros de localización que no explica, los personajes aparecen y desaparecen por arte de magia, hasta el punto de no saber si el actor de una escena está solo o sino (de hecho hacia el final hay un par de escenas en las de repente aparecen como salidos de la nada grupos de personajes). El lector se siente desamparado ante esa falta de definición, de precisión a la hora de representar los hechos. El problema se acentúa a medida que se llega al final, con situaciones confusas, mal hilvanadas e incluso carentes de explicación y/o sentido.

Luego está el asunto de olvidar elementos vitales de la trama. Porque ¿qué ha pasado de la escena cósmica de la anterior entrega, la que prometía un salto de escala en la acción del libro? Pues que desaparece: el autor menta un par de veces esa terrible amenaza que acabará con toda la vida de la Tierra, y luego sigue hablando de las nimiedades de los exhumanos. Porque ese final no me creo que se puede considerar resolución de conflicto. A lo sumo tomadura de pelo. Bueno, a lo mejor esperaba demasiado.

El autor en la presentación del libro dice algo así como que ‘ha escrito todo lo que tenía dentro’. A mí, sobre todo tras leer el segundo libro, me parece más bien que en este tercero ha escrito lo que ha podido, o lo que el tiempo le ha permitido, antes de verse acosado por el editor para publicar y cerrar la saga. No me puedo creer que se olvide de un plumazo de la trama cósmica que tanto prometía, sólo para sustituirla por más y más carne xombi, en diversos grados de modificación.

Un cierre cerca al desastre de una saga que tuvo su momento prometedor en el segundo tomo. Le pongo un 4.

Adiós.

PD para Larissa Nogueira: vaya, otro libro que suspende. ¿Culpa mía, de mis gustos ‘raros’, o de sus errores de argumento? ¿Tengo yo la culpa por toparme y leer un libro malo (y así decirlo) o el editor por no hacer un trabajo de criba (que no mire más allá de vender–vender–vender) y publicar una mierda? Sí, sin duda culpa mía, seguro.

AA. VV. – Calabazas en el trastero 12: horror cósmico

Hola, ofidios.

Calabazas en el trastero 12: horror cósmico

Calabazas en el trastero 12: horror cósmico

Gracias a la amabilidad de la Editorial Saco de Huesos llega a mis manos esta compilación de relatos, Calabazas en el trastero 12: horror cósmico. No lo puedo negar: agarro esta lectura con auténticas ganas de saber qué contienen sus páginas. Al fin y al cabo he disfrutado del horror cósmico forma desde mi infancia, cuando pasé de leer Verne a adentrarme en Lovecraft (a los once años tuve mi primer contacto con el de Providence en la forma de En las montañas de la locura. Tras acabar el libro ansiaba leer más horrores como los allí descritos. Y así hasta ahora). No sé si ese bagaje de casi treinta años leyendo y releyendo horror cósmico supondrá un problema para valorar esta recopilación; poco hay en ese estilo que me sorprenda, y me tomo los pastiches descarados con sorna, cuando no con un poquillo de asco.

Pero aquí no debo hablar de mí sino de lo que me he encontrado.

  1. Y, como se dice, la primera en la frente. El relato ‘La Teaghonía de Heráclito’ (Juan José Hidalgo Díaz) me ha sorprendido por su uso de personajes: lo que menos me esperaba en una historia de horror cósmico era encontrarme a Azaña (una vez aparece como ‘Hazaña’. Ese maldito corrector ortográfico del procesador de textos) y con Franco. Ya sólo por ese valiente movimiento merece la pena resaltar este cuento. No quiero meterme en política ni en cómo la figura de Franco acaba reflejada como el salvador de España frente a un mal cósmico (no me parece ni momento ni lugar), pero no me extrañaría que a algún lector el relato puede que le duela, sobre todo al contemplar ese enfoque de la guerra civil y posterior represión como salvación frente a un mal mayor, una especie de justificación del mayor drama vivido en España en los últimos cien años. Pero nos encontramos ante un cuento de fantasía, de horror cósmico, no de política. Y ese espíritu de amenaza más allá de lo tangible (que encaja con mi definición de horror cósmico mejor que la que aparece en el prólogo, que se centra más en el tamaño y lo monstruoso) se capta a la perfección en el relato. Más aún, la introducción de una divinidad que tiene mucho de meme lingüística se me ha hecho del todo original. En cuanto al estilo, he de decir que adolece de algunos defectos que se reiteran en casi todas mis últimas lecturas (y comentados sobre todo en mis reseñas para Bukus) y que no voy a repetir de nuevo. Pero el texto, aun con sus defectos, engancha obligando a leer y leer sin pausa. Muy bien. Le pongo un 7.
  2. Sin embargo ‘Agujero negro de gloria’ (Andrés Abel) me ha parecido un pequeño globo. Relato demasiado corto y vacío, no da tiempo a sentir el vértigo (que no horror, mucho menos cósmico por mucho agujero negro que ponga) en el que creo pretende sumergirnos. Una pena: ello le otorga un humilde 4.
  3. ‘Las estrellas están en posición’ (Aitor Solar) empieza con un escenario y situación de personajes tópico dentro de la escuela de Lovecraft. Todo el relato encaja en el prototipo de cuento de Los Mitos, incluida la época en que se desarrolla: casi parece un calco de los del Círculo de Lovecraft¸ quizá diferenciándose de ellos en el detalle de la protagonista (el sexo femenino casi no aparece en Los Mitos originales, y mucho menos como protagonista). El desarrollo prosigue en esos términos hasta llegar a un final un poco traído de los pelos: tanto es así que puede que e incluso a algún lector no acostumbrado a Los Mitos le suene ridículo, si bien el desenlace a los fans del género les hará recordar a unos entrañables y cafres hermanos de Dunwich. Porque si ellos pudieron desencadenar lo que desencadenaron, ¿por qué ella no? Dado que entra dentro del más puro clasicismo, pero sin caer en el pastiche, le pongo un 6.
  4. El cuento ‘La Franja’ (Fernando Lafuente Clavero) no funciona. Al menos a mí no me ha funcionado: la enorme serie de incoherencias en torno a ese muro me han hecho desconectar. ¿De qué hablo? De que si en toda la historia nunca nadie ha estado al otro lado ¿por qué dar por hecho que hay algo allá? ¿Están en un planeta? ¿Esférico? ¿Cómo intersecta ese muro al planeta? ¿Como un plano a través de su centro o de una manera menos simétrica? ¿El autor se da cuenta de lo que supone, en cuanto a su visibilidad en el cielo, que un planeta que éste esté cortado por un plano opaco? Le sugiero que lea Mundo anillo (Larry Niven), Mundo río (Philip J. Farmer) o aunque sea La señora de los laberintos (Schroeder) para comprobar lo que implica ese tipo de superestructuras en los paisajes, y cómo jugar con ellas. A ver: no pido un relato de horror cósmico con toques de cifi hard, pero sí un mínimo de coherencia con el entorno descrito. ¿Por qué pido eso y no me dejo llevar por la suspensión de incredulidad? Pues porque si se habla de vehículos casi idénticos a coches se me está describiendo tecnología, lo casi opuesto a fantasía, y eso me activa el chip exigente y realista, el chip que busca realismo. En ese sentido hace años escribí un relato con un muro similar como protagonista, pero me aseguré muy bien de que quedara claro de que estaba ambientado en un mundo onírico, con lo que no se me puede pillar en esos defectos. El cuento tiene muchos otros defectos que lo hacen flojear, defectos entre los que se encuentra el final. Se lleva un 4.
  5. De ‘(           )’ (Magnus Dagon) en un primer lugar, en cuanto a estilo, hay que destacar su preocupante reiteración en el uso del verbo ser para casi todo, así como la de los adverbios modales. Llega a volverse cansino, la verdad. A eso hay que añadir que el señor Dagon (palabra llana, ojo: sin tilde en la ‘o’) además tiene el defecto de repetir palabras y estructuras de forma casi seguidas, lo que cansa. Un defecto que debería solventar para el siguiente cuento. Pero dado que estamos ante textos no profesionales se asumen esos defectos formales y no se van a considerar como determinantes a la hora de valorar los textos, ni para este cuento ni para el resto. En cuanto a la historia se agradece la manera de plantear el origen del mal, muy acorde con el género de la compilación, algo vago e indefinido, un horror del que apenas se conoce el nombre. Algunos detalles de la manera en que investiga el protagonista suenan inocentes, sobre todo a estas alturas en las que buscar por internet datos está a la orden del día (y no hace otros casi básicos, como tirar del whois de DNSs, o similares). Pero los pros, como esa escena de cuando llega al piso y lo encuentra ‘patas arriba’, superan los contras, con lo que se lleva un 6.
  6. ‘Los condenados del Titanic’ (Ana Morán Infiesta). Este relato entra casi dentro del puro pastiche. Salvando el estilo, hay que decir que imita demasiado los formatos de los textos clásicos de Los Mitos. El cuerpo del relato entra en lo predecible, más que nada porque historias similares se han escrito por decenas. A eso hay que añadir incoherencias o despistes argumentales, entre los que destaca la no explicada relación entre la nota inicial del cuento y el desenlace: en la nota se habla de unas circunstancias muy concretas que luego no se siquiera adivinan en el cuento. Como elipsis me parece demasiado grande; como olvido lo veo un error de bulto. Llega al 5, pero por los pelos.
  7. Leer ‘Mientras siga existiendo esperanza en la Humanidad’ (Óscar Pérez Varela) supone un auténtica delicia. No sólo está bien escrito en cuanto a forma, sino que la historia engancha desde un primer momento, más incluso que el relato de Hidalgo. El cuento consiste en un ejercicio de manipulación de la historia: en ella tenemos como protagonistas a tres de los autores cumbres de nuestra literatura, todos ellos inmersos en una pugna de la que no diré nada más, sólo que quienes conozcan un poco la vida de Valle Inclán no podrán reprimir una sonrisa. Sólo este texto ya hace que merezca la pena el libro entero. Se lleva un bien merecido 8.
  8. El cuento ‘Parásito’ (Santiago Sánchez Pérez) se me ha hecho tan anodino y olvidable que en efecto a la hora de redactar esta reseña ni me acordaba de qué iba. Torpe en cuanto a redacción y fondo, apenas se puede decir que sirva como prólogo o primer capítulo de una novela pulp que yo nunca compraría. Le pongo un 3.
  9. ‘Horror vacui’ (Sergio Mars) está más o menos bien. La idea de fondo posee gancho, pero el texto falla cuando pretende afinar con datos. Los números, los malditos números, hacen que la historia se desmorone. ¿Por qué? Porque una ‘onda de choque’ con origen en el centro de la galaxia, por muy a la velocidad de la luz que vaya, sigue tardando miles de años en llegar desde que se empieza a hinchar hasta la Tierra. No sé si me explico: si los observadores están a 35.000 años luz del centro, desde el momento que contemplan el primer efecto de la onda de choque (el que afecta al núcleo, y sólo al núcleo) tienen por lo menos esos 35.000 años de espera entre el estallido y que el frente de la onda les golpee. Y ese plazo suponiendo que el frente que viaja a la imposible velocidad superior a la luz: si se desplaza a una menor poseen todavía más tiempo. A no ser que se trate de otra cosa, como aparece en Cuarentena (Greg Egan). Pero, a mi entender (y más allá de los detalles de ciencia ficción dura), la auténtica fuerza del cuento –y el horror verdadero– no está en ese lejano centro galáctico sino en los personajes: esos dos hombres que, más allá del fenómeno astronómico, reaccionan con visceralidad ante la hecatombe, dejándose llevar por su naturaleza humana. Le pongo un 6.
  10. ‘Token’ (Luis Guallar Luján) de nuevo resulta un cuento predecible, demasiado: en cuanto se dice el sentido y destino del token ya queda claro lo que va a pasar. El cuento me recuerda de pasada a Cronopaisaje (Gregory Benford), pero por supuesto carece de la profundidad de ese magnífico libro. La historia, que ya perdía interés debido a su esquema repleto de tópicos, al final se revuelca en el pastiche. E incluso se permite un último párrafo digno del olvido. Apenas llega a un 4.
  11. Y de nuevo una luz en la colección de textos: ‘La ciudad bajo las aguas’ (Ricardo Montesinos) se disfruta casi de cabo a rabo. Cuento sencillo y directo, que flirtea con el tópico del libro maldito pero sin sucumbir a exageraciones. En la historia hay un rico abanico de elementos familiares para el lector de horror cósmico, engarzados de tal manera que ninguno de ellos eclipsa a los otros, y que gracias a la rapidez del texto se disfrutan sin regodeos. Una pena esa escena final, donde no se sabe si las aguas turbias de repente se vuelven del todo cristalinas, dada la cantidad de cosas que ve el protagonista. Pero aun así un cuento digno de mención. Obtiene un merecido 7.
  12. El cuento ‘Un brindis al sol negro en Villa Diodati’ (Juan Ángel Laguna Edroso) puede decirse que está resumido en el título: un brindis al sol. La historia apenas se la puede llamar tal, limitándose a una serie de pinceladas y un borrón (la anacrónica presencia de Stoker). Demasiado lleno de vaguedades, se hubiera agradecido que el relato estuviera dotado de un poco más de extensión para así dibujar más la escena, las relaciones y el propio contexto de lo que ha sucedido antes. Otro detalle (un comentario 100% personal): nunca me ha gustado que en una recopilación de cuentos aparezca uno del propio editor/compilador. Siempre me ha dado la impresión de que esos cuentos se publican en plan de ‘porque yo lo valgo’. Prefiero que las labores de edición se mantengan bien diferenciadas de las de creación: así no se da la sospecha de agravio comparativo. Apenas llega al 5.
  13. ‘Hijos de Lug’ (David Marugán) supone un intento de llevar el horror cósmico a la España rural. Lo logra de manera algo justa, sobre todo por la manera de presentar a los ‘forasteros’, que dejan claro con demasiada rapidez sus intenciones. Tanto es así que a partir de cierto momento el cuento casi se resume a ver cuando pasará lo que el lector ya sabe que va a pasar. De nuevo un muy justo 5.

Mención aparte merece la portada de Martín de Diego Sádaba, que me parece perfecta. ¿Me lo imagino o tiene cierta influencia de ‘El color que cayó del espacio’?

Voy a hablar un poco de la forma, el estilo con el que están escritos, verdadero talón de Aquiles en la mayoría de textos (de ediciones profesionales o no) que leo de un tiempo acá. En esta compilación me he encontrado con cuentos que, a mi entender, necesitarían una reescritura completa, de tan mal como están redactados; por fortuna suponen una excepción. Lo que sí se ha hecho casi general es el abuso del condenado verbo ‘ser’: lo admito, con el tiempo parece que se me está desarrollando una especie de ‘hipersensibilidad’ a dicho hábito. A ese verbo y a los adverbios mal colocados (el condenado Stephen King me ha espoleado en ese sentido). Hay otro aspecto que cada vez llevo peor: el uso de la primera persona en las narraciones. Ahí mi cerebro lucha entre el chip ‘corrector de estilo’ y el que me dice ‘oye, que al narrar en primera persona valen todo tipo de salvajadas gramaticales’. En efecto, el narrador en primera persona se puede permitir el repetir en un párrafo mil veces el verbo ‘ser’ conjugado como quiera, o encadenar adverbios como longanizas, reiterarse en estructuras gramaticales sin que se busque la aliteración o la anáfora, o abusar del lenguaje coloquial y llano. Sí. Todo esto se le permite a un texto narrado desde el ‘yo’. Pero aun así me acaba cansando, incluso me llega a enfadar: leyendo esos textos pienso que están narrados con desidia y dejadez, como si en el aire flotara un ‘todo vale’ a la hora de escribir. Algo me dice que se trata de textos que no sacan partido a esta lengua nuestra tan rica, y muchas veces por la sencilla razón de que el narrador no da para más.

Acerca de los autores debo decir que me chirría el encontrar tanta ‘Z’ entre sus currículos. Sigue pendiente mi inmersión en el aporte español a ese subgénero, subgénero ante el que tuve una primera experiencia nefasta. Espero que, con el tiempo y las lecturas, pueda borrar de mi mente los adjetivos ‘arribista’, ‘comercial’ y ‘paupérrimo’ (en cuanto a calidad literaria), calificativos que por ahora asocio a la avalancha de libros de temática zombi. Pero ver a tantos de ellos inmersos en el ‘submundo Z’ me da la impresión de encontrarme ante una camarilla,  una especie de gremio o grupo de personas con tendencias corporativistas. Doy por hecho que se trata de una idea errónea, surgida de una mente como la mía, con fuertes tintes conspiparanoicos.

Pero mejor dejar esas fantasmagorías y volver a lo que trae aquí, la compilación. A modo de resumen, el balance de la recopilación recibe una nota de 5’38, número engañoso: ese aprobado justo, fruto de la media, no debe ensombrecer las luces que posee el libro. Cuentos como ‘La Teaghonía de Heráclito’, ‘Mientras siga existiendo esperanza en la Humanidad’ y ‘La ciudad bajo las aguas’ lo hacen merecedor de su lectura, así como apuntar una serie de nombres a seguir. El libro se puede adquirir en la web de la Editorial Saco de Huesos. Sin duda a lo largo de las 178 páginas encontrarás momentos de placer… o de horror. Cósmico, claro.

Un saludo.

AA.VV. – Dejen morir antes de entrar (reseña Bukus)

Hola, culebrillas.

Bukus Reseñas

Bukus Reseñas

Nueva reseña para Bukus. En esta ocasión se trata de la recopilación Dejen morir antes de entrar, libro conmemoratorio de la tercera edición del concurso de relatos de La web del terror. Como siempre podéis leer la reseña entera en la web de Bukus.

El presente libro recoge más o menos el 50% de los relatos recibidos al concurso, lo que permite apreciar bastante bien el material que les ha llegado. Teniendo en cuenta que en la presentación del concurso los responsables del mismos les dicen a los concursantes que en esta edición desean darle una ‘importancia vital a la ORIGINALIDAD, CREATIVIDAD, INGENIO y CALIDAD de los relatos’ (sic), y que según el punto 7 de las reglas ‘Los relatos presentados a concurso deberán estar cuidadosamente corregidos y sin faltas de ortografía’ (sic) esperamos que la experiencia de la lectura resulte del todo agradable.

Un saludo.

Walter Greatshell – Prisioneros

Hola, culebrillas.

Walter Greatshell - Prisioneros

Walter Greatshell – Prisioneros

Pues sí, que me he metido de lleno a leer los dos ejemplares que tengo de esta saga. Como ya he dicho en la anterior entrada el primer volumen, Agente X, no me disgustó. Ahora que han pasado unos días y habiendo leído la segunda parte casi le subiría un poco la nota a esa primera parte.

Y me jode quedarme sin leer la tercera. Pero dado que sólo compro saldos debido a mi economía (además de que me niego a pagar exageraciones por libros electrónicos) ahí se quedará todo.

En Prisioneros Greatshell empieza a hacer lo que apenas apuntó en al primer libro: dar trasfondo a los personajes. Vale, sí, en esta ocasión sólo lo hace en serio con uno y luego más por encima con otros dos. Pero por algún lado se empieza. Así descubrimos al medio protagonista, Sal DeLuca, un chaval obligado a crecer por las circunstancias. Junto a él nos encontramos con un grupo de chavales embarcados en una misión que ellos mismos sabes que tiene mucho de suicida. El libro, al centrarse en esa tarea, se acerca más a lo que parece ser el estándar del subgénero Z: situaciones concretas de normales contra zombis, una ensalada de tiros, encerronas y carreras. Eso, no lo voy a negar, supone un lastre para mi gusto, más que nada si lo comparamos con la más lenta y agobiante primera entrega.

Pero no todo es ‘pim, pam, pum; corre que nos pillan’, y ya. Podemos disfrutar de una segunda escena (la primera podría eliminarse por tópica y casi intrascendente) jugosa y por completo anómala para lo que conozco del subgénero Z: la de la incursión de Lulú y sus amigos. Por desgracia dicha acción acaba demasiado pronto, si bien con un muy correcto momento de suspense. Tras ello entran en acción el Sal y sus amigos y de Lulú y su panda casi nos olvidamos hasta mucho, pero que mucho después. Ese ‘fallo’ queda a posteriori bien justificado, por lo que no lo calificaré como un pero del libro. Pero sí me disgustó la manera errática de ir de un escenario a otro, saltando de la ciudad al submarino o a la inmundicia. Un ejemplo magistral de esos cambios de escena lo hay en Juego de Tronos. Pero Greatshell no trabaja así. Si a eso le sumas unos cambios o saltos en la línea temporal bastante sincopados la lectura acaba haciéndose algo molesta. A ver, no cabrea por lo que narra (que, la verdad, a medida que avanza el libro se me hace más y más interesante), sino porque dan ganas de decir ‘esto lo pones allí en vez de aquí y hubiera ganado en facilidad de lectura y puede que incluso en gancho’. Hay escenas en las que parece que el autor se emociona, alargándolas para, de repente, meter un inciso de lo que sucede en otro escenario, y a veces sólo para aportar una pincelada. Más moderación y control en el equilibrio de episodios, señor Greatshell.

Según avanza el libro se van quedado en el aire más y más incógnitas, muy en plan Perdidos. Supongo que en el tercer y último volumen se explicarán todos ellos, si bien para algunos lo veo me hace muy, pero que muy difícil. Un ejemplo: que todas la mujeres del mundo ‘saltaran en furia’ a la medianoche de Nochevieja. Vamos, como relojes sincronizados a la perfección. Que me explique qué sistema biológico, enzimático o lo que sea puede coordinarse con los usos horarios de cada zona del planeta. Porque la propagación de una señal detonante (sin importar la frecuencia usada) la hubieran notado varios países. Y eso sin tener en cuenta la limitada capacidad del cuerpo humano como receptor de emisiones.

Preguntas que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Aun con todo ello el libro me parece digno, por lo que le pongo un seis.

Y ahora toca soltar unas de mis peroratas. Ya no voy a hablar más de este libro, así que avisado estás.

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Walter Greatshell – Agente X

Hola, culebras.

Walter Greatshell - Agente X

Walter Greatshell – Agente X

Tercer libro del atracón de zombis que me pienso dar en los próximos meses, y de nuevo un (entre comillas) chasco: el libro no encaja en lo tópico del género. ¿Ventaja frente a los tópicos que tengo en mente o engaño usando un tema en alza para lanzar al mercado otra cosa? Pues casi diría que ni una cosa ni otra. Agente X, de Walter Greatshell, tiene un fondo en cierta medida similar al Paciente cero de Maberry: esquiva las calles anegadas de zombis, los complejos asediados y los enfrentamientos personales llenos de desesperación y a brazo partido (lo que hasta ahora yo asociaba al tópico Z) para hablar de una huida y de cómo interactúan los huidos.

La protagonista, Lulú, sufre una enfermedad que le impide tener el periodo. De esa manera tan prosaica se encuentra con que parece libre del contagio. Los vectores de la enfermedad, al menos en el momento del estallido, fueron las mujeres. Eso generó un clima de terror que degeneró en un mundo de hombres hostil para el sexo femenino (aunque se verá que la hostilidad acaba cuando hay ganas de meterla). Así, en apariencia inmune a la infección, Lulú se une a un grupo de militares convertidos contra su voluntad en niñeras, buscando un lugar donde la plaga no haya vencido. Y eso dentro de un submarino.

En un jodido submarino.

He leído que a algunos lectores (me parece recordar que entre los comentarios de goodreads) ese concreto detalle, y la manera lenta en que se desarrolla, les ha molestado haciéndoseles pesado. Pero la verdad sea dicha, a mí no sólo no me ha aburrido, sino que esos juegos de poder, de choque de personalidades (en el sentido de personalidades ya definidas de antemano para cada personaje: a excepción de la protagonista no hay profundidad alguna en los personajes, y mucho menos evolución), las descripciones de la vida dentro de la nave, del conflicto entre personal civil y militar me ha parecido del todo lógico e incluso necesario. Que estamos hablando de un entorno que sólo puede compararse, en cuanto a claustrofobia y encierro, a una nave espacial en tránsito. Exige tratar las relaciones interpersonales y los posibles choques. Y más aun con varios centenares de críos entre un grupo de militares a los que los ex les han dado por culo.

Porque Agente X más que un libro de zombis (o xombis, como los nombra) es un libro de supervivientes, de traiciones, egoísmo y crueldad. Las escenas de lucha o tensión contra infectados se cuentan con los dedos de las manos. Y no se echa de menos nada más, porque el auténtico peligro problema -o como se quiera decir- en la novela habla, viste y razona: son los mismos hombres.

El libro avanza sin prisas, plasmando bien el ambiente de malestar que hay dentro del innominado submarino, y sólo se acelera en su último. Y en ese tramo concreto falla: la parte final se vuelve confusa. El autor empieza a enredar la trama con la aparición de facciones y dobles juegos, con descripciones no del todo acertadas (no he acabado de ver bien ese Valhalla: no me cuadra tanta cúpula inflable con espacios diáfanos, túneles, pasillos y canales abiertos al agua, al menos de la manera en que luego describe las acciones) de tal manera que la lectura empieza a volverse poco interesante. A eso se suma el que todo empiece a cuadrar de una manera quizá excesiva: esa chica, con ese padre, en esa base y guardando ese secreto, que todo junto les llevará al lugar exacto donde encontrarse con los medios propicios para lograr ese premio final… Sí, hablo en acertijos (por eso de no meter demasiadas pistas) pero supongo que más de uno podrá entenderme: odio esos libros donde todo se encadena de tal manera que el final se convierte en una complicadísima pero maravillosa carambola. No se me hacen creíbles, ni de lejos.

Pero ese final no quita lo que antes ha venido: esos zombis azules, ultrarrápidos, parlanchines y que desean darte un morreo de primera. Habiendo visto ayer el último remake de La cosa (por cierto, horrible y vergonzosa como pocas) casi me puedo creer que algunas escenas de la película estuvieran inspiradas en la novela: esos miembros tan vivos y sedientos.

En definitiva, Agente X, de Walter Greatshell resulta una lectura amena (debido a su manera de avanzar posee bastante de thriller) que, sin pasar a la historia, satisface. Se lleva un seis.

Mientras seguiré buscando esos libros tópicos que encajen con lo que el cine ha dado. Sé que los hay: el libro de Arnaldos me lo ha demostrado. He decidido atacar los libros españoles una vez haya leído bastantes foráneos, para poder hablar desde una perspectiva más amplia. El señor Sisi y compañía deberán esperar.

Adeu.

P.D.: Mención aparte merece la portada. Se nota que buscaba el público adolescente, ese al que le sumas una tía medios desnuda y una X muy gorda y… bueno, no creo que haga falta más explicaciones. Que lo de la portada, salvo por el negro de los ojos, no tiene nada que ver con el contenido. Y a mi entender deja en muy mal sitio al director de la colección.

Alejandro Arnaldos Conesa – Crónicas zombi: Preludios y orígenes (reseña Bukus)

Hola, culebras.

Bukus Reseñas

Bukus Reseñas

De nuevo aporto una reseña a la web de Bukus, en esta ocasión del segundo libro de temática zombi que leo en mi vida (en su día ya hablé del primero). Le ha tocado ese honor a Crónicas zombi: Preludios y orígenes, de Alberto Arnaldos Conesa. Si queréis saber las impresiones que este libro me ha arrancado sólo tenéis que leer la muy corta reseña que de él he realizado.

[…]Este Crónicas zombi: Preludios y orígenes consiste en una especie de fixup de cuentos que ha ido publicando en su web. Consta de dos partes bien diferenciadas:
•     Una primera (Preludios) de cuentos cortos más o menos independientes.
•     Una segunda novela corta (Orígenes) de tipo coral que narra una única historia.[…]

Un saludo.

PD 24/02/2014: Cambio el asunto y permalink de la página, que estaba mal el nombre. Mira que bautizar como Alberto a AlejandroGracias por su respuesta. Otra cosa: el comentario sobre de que el señor Arnaldos es mejor que Sisí o Loureiro no parte de mí, sino de un comentarista de Amazon. La verdad: ahora me gustaría leer alguno de los zombiescritores afamados. Si alguien me quiere regalar un libro suyo (yo no puedo gastarme dinero que mi economía está muy mal) se lo agradeceré. Así podré ampliar la perspectivade este subgénero. Quien sabe si el empezar a leer de estos bichos con un nivel altísimo (el cómic de Los muertos vivientes) me ha lastrado a la hora de apreciarlo. Eso y la avalancha/saturación editorial, claro.

Leonardo Kuperman – Invocación (reseña Bukus)

Hola, ofidios.

Invocación - Leonardo Kuperman

Invocación – Leonardo Kuperman

Ya está disponible mi reseña en Bukus del libro de Leonardo Kuperman Invocación. Aquí os pongo un pequeño extracto:

[…] Pero de todo ello hablaremos más adelante. Antes de entrar en harina debemos aclarar que Invocación es una novela autoeditada. La autoedición, ahora tan frecuente y accesible, supone que el texto no ha pasado por la criba de un editor. Eso de por sí no tiene porqué suponer un problema para el lector: existen autores de suficiente calidad que no necesitan apenas supervisión para poder obtener productos literarios dignos. Pero son los menos. Por eso cuando nos planteamos realizar reseñas de libros autoeditados siempre intentamos bajar el listón de las expectativas y buscar los puntos positivos de la lectura. Al fin y al cabo una novela, en la mayor parte de los casos, conlleva numerosas horas de esfuerzo y más todavía de ilusión. Escribir un libro supone un reto que no todo el mundo se atreve a iniciar; y mucho menos a concluir. Pero aun así no vale todo a la hora de escribir novela. El juego literario tiene unas mínimas reglas que en caso de que el autor las incumpla supone el castigo de una reseña negativa. Invocación, de Leonardo Kuperman, encaja en ese tipo de libros fabricados sin alma alguna, saltándose las más básicas normas de forma (respecto al fondo no voy a decir todavía nada). Nos hallamos ante una novela descuidada que adolece de una seria revisión no sólo de estilo, sino sintáctica, ortográfica e incluso de trama. ¿Qué decir de una novela cuya primera errata la encontramos justo en la primera página, en el mismísimo título de la obra y sobre el nombre del autor? Así es: pone ‘Invocaión’ en vez de ‘Invocación’. Si el autor no se ha fijado en eso ¿qué otras cosas no se le habrán escapado?

Pero entremos a hablar más en detalle de esta Invocación. […]

¿Quieres leer más? Entra en la web de Bukus y lee la reseña completa.

Adiós.

Tim Lebbon – El rostro

Hola, culebras.

Tim Lebbon - El rostro

Tim Lebbon – El rostro

Me encontré El rostro en unos saldos (mi principal medio de conseguir libros, por desgracia) y la verdad sea dicha ni siquiera cuando estaba pagando me sentía seguro de saber qué narices compraba. El nombre del autor, Tim Lebbon, no me decía nada y la contraportada tampoco me aclaraba mucho respecto al contenido.

Pero lo compré y hoy mismo lo he acabado de leer.

Por suerte no se trata de un thriller, tal y como me llegué a temer. Por el contrario El rostro resulta encajar en parte en un estilo de terror de los que me encanta: el de Ramsey Campbell. Se puede decir que las dos terceras partes del libro el autor utiliza atmósferas que recuerdan a las creadas por el maestro de Liverpool. El ‘malvado’ aquí aparece de una manera más directa, momentos en los que el libro a mi entender pierde magia, pero ese defecto se ve compensado por la manera de reaccionar los personajes a esa presencia.

Por desgracia en el último tercio de la novela la historia se banaliza, convirtiéndose en otro texto más de ‘asesino ultraviolento’. Desentona por completo con lo anterior, desluciendo el resultado final. A ello hay que añadir una conclusión aturullada y carente no de explicaciones, sino siquiera de pistas de por donde agárralo. Al acabar de leer el libro esta deja una intensa impresión de historia errática y sin objetivo. Quizá eso buscaba el autor, el demostrar lo caótico e indiscriminado de la violencia, pero a mí no me ha dejado satisfecho.

Hablemos de alguno de los defectos más serios que he encontrado:

  • el primero lo tenemos en relación a las huellas extrañas que se describen al inicio de la novela. Uno espera que a lo largo de la misma (o aunque sólo sea al final de la misma) se dé una ligera explicación. Pues bien, en las últimas páginas ya uno intuye que no, que eso no va a ocurrir. Y de hecho no ocurre: más aún, Lebbon enfanga más la trama con nuevas referencias a huellas que siguen sin carecer de sentido. Tal y como dije antes, quizá el autor pretende dejar al lector esa impresión de arbitrariedad. Pero a mí me disgusta encontrarme ante tanta.
  • el segundo defecto que veo, y quizá el peor, también lo encortamos en el desenlace. A lo largo de toda la novela Brand ha estado orlado de una naturaleza no fantasmagórica sino directamente mágica: casi parece un demonio juguetón, sádico, cruel y libidinoso. Vamos, cualquier cosa menos un tío al que se le mata clavándole un destornillador en el cuello. Y es que el autor parece que no ha sabido salir del lío en el que se ha metido con tanta muerte, herida y sexo. ¿Cómo coño me deshago de este hijo de puta ahora, con una hija vendida, un padre que no puede ni con su alma y una madre demenciada?, pensaría Lebbon. Para huir de la ratonera no acude al terrible deus ex machina, pero en vez de ello utiliza un serie de acontecimientos de extrema vaguedad (lo de las pisadas me pareció de peli cutre de poltergeist) junto a cambio radical de la naturaleza del malvado: de repente desaparece esa aura mágica y se convierte en un vulgar matón de carne y hueso.
  • Luego hay alguna tontería, como le introducir a personajes y luego olvidarlos (por ejemplo la mayoría de los amigos de Dan), o sacarse a algunos de repente, como los vecinos. La novela merecería más extensión y más interacción con personajes.
  • También no quiero olvidar el que el libro sufre de algunos defectos no sé si de traducción o de edición, con palabras sin sentido y frases mal llevadas.

Este final hace que la calificación final de la novela baje a un humilde 6, nota que mantiene por ese inicio a lo Campbell.

Adiós.